576 Zenbakia 2011-04-29 / 2011-05-06
Desde comienzos del siglo XIX hasta principios del XX la familia Lasala, de San Sebastián, extiende una verdadera tela de araña financiera por todo el mundo en conexión con grandes nombres del capitalismo mundial como los Astor de Nueva York o los Rotschild de Londres. Posteriormente el heredero de la Fortuna, Fermín Lasala y Collado, tendrá una destacada proyección internacional a través de la alta política española. Así, por ejemplo, se encontrará en el centro mismo del reparto de Marruecos entre España y Francia entre 1900 y 1905. En este trabajo haré una visión general de lo que he ido descubriendo sobre los Lasala y su red de negocios —y de política— global Fermín Lasala y Collado, el heredero de esta red financiera, es el tema de la tesis doctoral que redacto en estos momentos. I. Aclarando los conceptos
Uno de los principales estudiosos de la Globalización, Joaquín Estefanía, director de opinión, además, de uno de los mayores diarios españoles, indicaba en un artículo en el que resumía —y divulgaba— para un público amplio buena parte de sus investigaciones sobre este tema, que la palabra “Globalización” además de inexacta corría el doble riesgo de resultar equívoca y de haberse desgastado muy pronto, llegando a no significar nada.1
Su presencia en el título de esta ponencia podría muy bien constituir un claro ejemplo de ambos peligros.
Fermín Lasala y Collado.
Así, esta enésima mención del termino “Globalización” sería poco más que una concesión a una moda generada por el universo de los Medios de Comunicación de Masas, un mero afán de contribuir a dar tono a un Congreso que, tanto en su soporte técnico como en el tema elegido —los vascos y su influencia a nivel mundial—, parece querer inscribirse en esa sociedad globalizada de la que tanto se ha hablado hasta hace bien poco, cuando parece que, como todas las modas, ha comenzado, en efecto, a desgastarse como material para llenar periódicos y telediarios.
Por otra parte, y también de acuerdo a lo que reprocha Estefanía en su artículo, la utilización del término en esta ponencia no estaría apenas justificada, ni siquiera como juego de palabras —“globalización antes de la globalización”— ya que lo que sería más correcto llamar “mundialización”, evitando así el anglicismo que se nos ha exportado —por así decir— desde Estados Unidos, ha tenido sólo dos oleadas y en ninguno de ambos casos —1870-1914 y desde 1970 en adelante— se situaría muy cómodamente la actividad de esta familia de vascos transplantados a lo largo de la Edad Moderna desde la localidad francesa de Albens a San Sebastián, ya que se desarrolla entre 1814 y 1917.
Todo es opinable, sin embargo creo que, mirando con atención las evoluciones verdaderamente asombrosas de esta familia a lo largo de todo el largo siglo XIX que se extendería entre el final de las guerras napoleónicas y el de la Primera Guerra Mundial, podríamos llegar a la conclusión de que la mención en el título de esta ponencia a la tan traída y llevada —y últimamente algo misteriosamente olvidada— globalización no sólo no era superflua sino incluso imprescindible para explicar, siquiera de algún modo, qué es lo que hicieron los Lasala entre 1814 y 1917.
Como el propio Joaquín Estefanía recomendaba hacia el final de su artículo a veces hay que acudir a la Historia para esclarecer determinados hechos relacionados con ese fenómeno al que él ha dedicado buena parte de sus fructíferos esfuerzos intelectuales y la de los Lasala es verdaderamente reveladora a ese respecto. Al menos creo que encaja a la perfección en los moldes propuestos por otro de los artículos publicados en ese mismo número de la revista “Clío” sobre cómo se debería escribir Historia en una sociedad globalizada como la nuestra.
En él su autor, el catedrático Ramón Villares, señalaba que la Historia en una sociedad como la nuestra, globalizada —o, en fin, mundializada—, no podría ser comprendida ni alcanzaría a explicar nada si no superaba el marco de la Historiografía estrictamente nacional vigente desde el siglo XIX y si hacía caso omiso de los métodos de la llamada Historia antropológica en los que la explicación local, o a nivel personal, tiene un papel capital para poder estudiar grandes fenómenos —por ejemplo la Gran Migración de finales del siglo XIX a América— desde la perspectiva de los que la protagonizaron. Desde el más insignificante —especialmente— hasta los más influyentes.2
Gran Migración de finales del siglo XIX a América.
En el caso de la familia Lasala, protagonistas ciertamente influyentes —aunque de manera relativa— pero aún así, por determinados azares, olvidados con el paso del tiempo, todas esas premisas establecidas por Ramón Villares se cumplen a la perfección: sin estudiarlos difícilmente entenderemos cómo hemos llegado a la situación en la que ahora, junto al resto de Europa y sus réplicas de América y Oceanía, vivimos. Su experiencia, que transciende claramente el marco de la simple Historia nacional o local, cuenta mucho acerca de nuestra situación actual y nos permite tener la Historia que hoy día necesitamos y, naturalmente, saber qué papel jugaron los vascos en el desarrollo de la misma, tal y como reclamaba la oportuna convocatoria de este Congreso.
Las páginas siguientes, en las que se recoge un pálido reflejo de todo aquello que se verá —o al menos eso espero— expuesto con todo el detalle que merece en mi tesis doctoral sobre el último de los Lasala, deberían ser la mejor prueba de esta afirmación.
Así, más allá de lo apropiado de los conceptos —ya sea la economía-mundo acuñada por Immanuel Wallerstein, globalización, mundialización o bien términos menos usuales en esta época de desmarxistización como “imperialismo”—, descubriremos que los Lasala encajan cómodamente en cualquiera de ellos y constituyen piezas fundamentales para saber cómo contribuyeron los vascos a ese proceso que ahora soportamos —en muchas ocasiones— y —en algunas otras— disfrutamos.3 II. La Gran Carrera de los Lasala
Resulta difícil establecer en qué momento la familia Lasala se asienta en San Sebastián, la plaza comercial desde la que, a lo largo del siglo XIX, extenderán la sutil tela de araña financiera que alcanzará los principales mercados mundiales de esa época.
La presencia de gentes con ese apellido dedicados al comercio en esa zona se remonta a los primeros años del siglo XVI. Así encontramos referencias del año 1556 a un tal Arnaot de Lasala, capaz de firmar con soltura y descrito como originario del lugar de “Girroz” en Baja Navarra, que operaba en Gipuzkoa en esas fechas. Después aparecen en 1580 otras noticias sobre cierto comerciante llamado Pierres de Lasala, “françes” de la localidad laburdina de Bidart, involucrado en esos días en pleitos con vecinos de la villa de Getaria por adeudarles una importante suma a cuenta de cien barriles de anchoas curadas que les había comprado por mediación del hondarribiarra Saluat de Landa.4
Capilla de Sainte Madeleine en Bidart, según Jaques Le Tanneur.
Esa presencia deja nuevos indicios a lo largo de toda la Edad Moderna. Las últimas entradas de la base de datos “Badator” del Centro de Documentación Irargi ofrecen al menos tres referencias más a comerciantes de apellido Lasala que ejercen sus buenos oficios en Gipuzkoa y posiblemente también en Bizkaia. Así la Real Chancilleria de Valladolid guarda dos pleitos, fechados respectivamente en 1608 y 1612. Ambos dos son causas judiciales que envuelven a Mateo Lasala, descrito como mercader de origen francés afincado en San Sebastián. Tras estos encontramos en el Archivo Histórico Nacional de Madrid un documento del Corregidor del Señorío, remitido desde Bilbao en el año 1729, en el que se habla de Pedro Lasala, también comerciante de origen francés que tiene negocios en aquellas latitudes.5
No es tampoco fácil determinar hasta qué punto estaban relacionados estos mercaderes con Fermín Lasala y Urbieta y su hermano Juan Bautista, hijos de Juan Lasala —natural de Albens, en Baja Navarra— y de María Barbara de Urbieta, originaría del valle guipuzcoano de Oiartzun.6
Fermín Lasala y Urbieta, llegado al punto álgido de esa Gran Carrera sobre la cuál vamos a hablar en este apartado, trataba de demostrar su nobleza en el año 1830, con el fin de seguir medrando en el enrarecido clima político de la monarquía absoluta de Fernando VII a la que ya le quedaba poco tiempo de existencia. Gracias a esas gestiones sabemos que él, y por tanto su hermano Juan Bautista, reclamaban ser descendientes no de simples mercaderes sino de personas nobles. Concretamente de Antoine Lassalle y su mujer dame Marie-Anne Combez, originarios, en efecto, de la localidad de Albens en la Baja Navarra y casados en el año 1752.7
Fernando III de Navarra y VII de Castilla.
A partir de ahí sólo podemos suponer que su padre, aquel Jean Lassalle descendiente de Antoine y Marie-Anne, que pasa a convertirse rápidamente en Juan Lasala y a casarse con una nativa guipuzcoana, fue atraído hasta San Sebastián por la perspectiva de una cómoda y bien remunerada carrera comercial en una activa plaza como aquella, aprovechando el —por así decir— cauce excavado por generaciones enteras de Lasalas durante los siglos XVI, XVII y XVIII.
Probablemente el joven emigrante esperaba obtener lo que en la época se llamaba “grandes adelantamientos” con ese cambio de residencia y su entrada en la red comercial tejida por la familia en aquel prospero emporio. Sin embargo es probable que por más que imaginase nunca llegase a sospechar hasta qué punto se elevaría la posición de aquellos dos hijos suyos en la economía capitalista que iba a eclosionar a lo largo del siglo XIX.
En efecto, nada permitía suponer que Fermín y Juan Bautista Lasala iban a salir de la áurea, cómoda y prospera mediocridad en la que habían permanecido ellos y todos sus probables antepasados desde comienzos del siglo XVI, para iniciar una gran carrera en aquella economía que se iba a transformar a partir del moderno sistema mundial —creado por el descubrimiento y la conquista de América como señaló en su día Immanuel Wallerstein— en la que daría paso casi dos siglos después a esta otra que no sabemos si llamar globalizada o mundializada y de la que sus actividades, como enseguida veremos, son un perfecto ejemplo del modo y la forma en la que todo iba a cambiar desde el año 1800 en adelante.
Es probable que tanto Fermín como Juan Bautista, siguiendo los pasos de los otros Lasala, hubieran permanecido en la agradable oscuridad de una “botiga” de pequeños comerciantes de haber vivido unos tiempos menos acelerados, sin embargo aquella era de máquinas de vapor y producción industrial en la que están metidos de lleno iba a hacer mucho por sacarlos de esas sombras y de una situación no muy diferente a la de las generaciones de anteriores Lasala, dedicados a sus medianos tratos de pescado en salmuera y similares. Todo apunta a que estaban en la hora precisa en los lugares oportunos. El mundo, en los años en los que ambos han llegado al momento en el que se iba a empezar a desarrollar su carrera, estaba experimentado en toda su plenitud el proceso de esa revolución industrial que, según Eric J. Hobsbawm, iba a suponer el mayor cambio en la Historia de la Humanidad desde el desarrollo de la Agricultura y la Ganadería durante el Neolítico. David Ricardo y Malthus elucubraban sus teorías sobre la base de lo que ya había expuesto Adam Smith en aquel año de 1775 en el que estalla la primera revolución burguesa en lo que, con el tiempo, se convertirán en los Estados Unidos de Norteamérica y, de manera casi simultanea, se establece la sociedad de Mathew Boulton y James Watt que iba a permitir el aprovechamiento de la energía del vapor para producir más mercancías más rápidamente y distribuirlas también a velocidad doblada. Tanto Juan Bautista como Fermín Lasala —que incluiría en su biblioteca las obras de todos esos teóricos de la sociedad en la que hoy vivimos— sabrán mostrarse como discípulos aventajados de todas esas ideas que estaban conmoviendo hasta los cimientos el mundo tal y como había existido hasta entonces. Nada parece haberles sido ajeno en lo que respecta a grandes chimeneas de ladrillo para pequeños negocios que se convertían en industrias gracias a las turbinas de vapor o ferrocarriles que unían más y más deprisa mercados distantes enlazando puertos tan lejanos como Nueva York, La Habana, Hamburgo, Londres y San Sebastián que era el alfa y el omega de esa red que controla un mercado verdaderamente mundial.8
Donostia-San Sebastián, 1813.
Es poco lo que se sabe de Juan Bautista salvo que debió ser enviado a Puerto Rico o a Cuba para representar allí los intereses del clan familiar y labrar su propia fortuna. Luego volveremos sobre él, cuando hayamos considerado el fulgurante ascenso de su hermano Fermín. De él se tienen más noticias gracias tanto a la microbiografía redactada por Mikel Urquijo Goitia como a lo que podemos ampliar a partir de esos datos en el minucioso y rico archivo legado por su hijo homónimo a la Diputación de Gipuzkoa en el año 1917.
Los comienzos del joven Fermín eran muy poco prometedores, sobre todo si se tiene en cuenta la posterior carrera de ambos hermanos en aquella dinámica economía en la que el sistema capitalista iba a alcanzar su madurez.
Según nos dice Mikel Urquijo, Fermín Lasala y Urbieta, que aparece prácticamente de la nada en la plaza de San Sebastián, empezó a trabajar en una de las casas de comercio de esa ciudad guipuzcoana, la de los santanderinos Collado, dirigidos en ese momento por la matriarca del clan, Cayetana Collado. Al parecer se trataba de un joven de inteligencia despierta porque desde detrás de ese mostrador en muy poco tiempo logra amasar una aparente fortuna en bienes inmuebles en el San Sebastián de esa época. Así, en 1821 ya ha realizado la compraventa de uno de los edificios destruidos por el incendio de 1813, obteniendo 13.500 reales de vellón de beneficio. Seis años después las cosas le han ido tan bien que es admitido a la sociedad de la casa comercial “Viuda de Collado e hijos”. Apenas un año después y, a pesar de la oposición inicial de Cayetana Collado, se casará con Rita Collado, la hija de sus antiguos patrones que, como ella misma revela en su correspondencia personal, no tenía duda alguna acerca de que era el hombre capaz de labrar su felicidad.9
No se equivocaba, de ninguna manera, Rita Collado. Al menos por lo que se refería a la capacidad de su futuro marido de proveerla de una buena situación material.
En efecto, a pesar de su muerte relativamente prematura en el año 1853, desde la fecha de su boda hasta entonces su fortuna no dejó de incrementarse durante los años de la primera guerra carlista, que lo encuentra, como a muchos otros liberales donostiarras, implicado en la gestión municipal de la primera ciudad en declararse —y, lo que es más importante, armarse— para defender la monarquía constitucional de Isabel II.10
Isabel II.
Los mecanismos, los pasos exactos que Fermín Lasala y Urbieta iba dando cada vez de manera más decidida y rápida para ir dejando atrás su pasado de simple “botiguer”, son oscuros incluso para quienes —como es el caso del que estas páginas escribe— han tenido delante las facturas, los contratos y la correspondencia comercial sostenida con diversos corredores y “brokers” desperdigados por toda Europa y una buena parte de América. Algunas veces resulta evidente que las operaciones son un tanto inescrupulosas. Como ocurre con las contratas que establece el comerciante donostiarra para abastecer a las tropas de la reina Isabel II por cuya causa parece haber apostado. Su hijo, en un gesto que le honra, no quiso destruir la correspondencia en la que se detallaba que el pan con el que había abastecido al ejército liberal destacado en el Norte había sido arrojado por sus oficiales al río Oria dada la mala calidad del mismo...
Nada de esto, sin embargo, le impedirá continuar con sus negocios y seguir subiendo, peldaño tras peldaño, en esa esfera o contar con el favor de la propia reina Isabel II, que no dudará en nombrarlo caballero de la Orden de Carlos III o en admitirlo —junto con uno de sus cuñados de la familia Collado— en uno de los Consejos de la nueva monarquía liberal. Concretamente el que se debía aplicar a buscar soluciones para modernizar y mejorar la economía española. Era el año 1847. Apenas quedaban diez para su muerte. Para cuando ésta llegó había acumulado mucho más poder político —era prácticamente imposible elegir otro diputado para que representase en el Congreso de los Diputados al distrito de San Sebastián— y una inmensa fortuna. Así su hijo, del que después hablaremos, recibió fábricas de harina en las que la vieja maquinaría hidráulica había sido sustituida por vapor, tierras de las que sacar el trigo con el que fabricar esa harina, barcos en que cargarla junto con cientos de emigrantes que iban a cruzar el Atlántico hacia Cuba y los países del cono sur, pequeños astilleros en los que repararlos o construir otros nuevos y lo que quizás era más importante: numerosas participaciones en negocios de fabricación de hierro, empresas comerciales y empresas de transportes. Especialmente ferrocarriles. Una afición esta última en la que parecía haberle introducido su hermano Juan Bautista y que su hijo tendría muy en cuenta, aumentando su cartera de inversión con decididas participaciones en los ferrocarriles franceses, españoles, austríacos...11
En efecto, los Lasala parecían saber bien desde la década de los cuarenta del siglo XIX que el ferrocarril, capaz de transportar a mayor distancia, en mayor cantidad y en menor tiempo los bienes llevados hasta entonces de un mercado a otro en barcos y carruajes, era un negocio rentable y con mucho futuro. La correspondencia entre los dos hermanos Lasala, el afincado en Nueva York y el que había permanecido en San Sebastián, no dejaba lugar a dudas: Estados Unidos y su red de transportes por rail iniciada en 1830 reportarían grandes beneficios. Fermín Lasala y Urbieta no lo dudó y compró a su hermano acciones por valor de varias decenas de miles de dólares de aquella época, pasando a engrosar la lista de los propietarios del ferrocarril “Mohawk and Hudson” que estaba trayendo el progreso al estado en el que hoy reside la principal plaza financiera de nuestro mundo. Incluso persuadió a varios guipuzcoanos más para que permitieran que Juan Bautista gestionase sus inversiones en esa misma compañía. El papel de su hermano en la “Mohawk and Hudson”, como se deduce tanto de esa correspondencia como de la lista de inversores que aún se conserva en una de las bibliotecas de la capital del estado de Nueva York, no era desde luego menor, figurando entre los propietarios con mayor número de acciones en aquel negocio relativamente nuevo. Comodamente instalado al lado de familias de grandes “brahamanes” neoyorkinos como los Astor. De hecho, Juan Bautista Lasala, conocido como John Baptist por sus nuevos socios comerciales, acabaría, con los años, siendo un prominente miembro de esa sociedad. Lo bastante como para que el “New York Times” le dedicase un obituario en el día de su muerte.12
No tuvo la misma suerte alguno de sus sobrinos. Así ocurrió en el caso de Joaquín Lavie que, tras probar suerte en su firma comercial de Manhattan, trató de hacer esa fortuna que le negaban las calles de Nueva York en la California de la fiebre del oro, también con muy poco resultado. Salvo el de ser testigo de la llamada conquista del Oeste e incluso participar, revolver en mano, en alguna de las numerosas batallas en las que el inevitable Hombre Blanco —según la afortunada definición de Jack London— trataba de hacer entender a tiros su Destino Manifiesto sobre las tierras y las Materias Primas de aquella parte del Mundo.13
Foto: CC BY - Campanero Rumbero
Su primo europeo, Fermín Lasala y Collado, tuvo una vida muy diferente como heredero de una fortuna ya inmensa en el momento en el que se le hace dueño de ella a la muerte de su padre.
A pesar de ese status de joven millonario, Fermín Lasala hijo siempre supo estar a la altura de las circunstancias, demostrando que la esmerada educación recibida —en la que se incluía un viaje por Europa apenas cumplidos los 18 años y una licenciatura en derecho— no había sido dilapidada. Todas las facilidades concedidas por la posición que había heredado fueron utilizadas para promocionar aún más a la familia.
Así los negocios creados por su padre, tal y como revelan las minuciosas contabilidades, continuaron arrojando beneficios que eran invertidos nuevamente. En la industria, en bienes inmuebles y, sobre todo, en acciones gestionadas en las Bolsas de París y Londres. Plazas ya frecuentadas por su padre y en las que contaba —en el caso de la capital británica— con el apoyo financiero de los Rotschild que, tal y como revelaba la interesante correspondencia cruzada con Juan Bautista, avalaron y respaldaron sus inversiones en la compañía “Mohawk and Hudson” e incluso en el chiringuito financiero en el que se convirtió el ruinoso “Bank of America”. Una inversión de la que siempre dudó Juan Bautista, buen conocedor del sistema capitalista que se forjaba en esas cuatro primeras décadas del siglo XIX en Estados Unidos.14
La carrera política no fue descuidada en absoluto. De hecho la manía archivística del futuro duque de Mandas y Villanueva nos permite conocer que sus administradores llevaban en las mismas hojas la compraventa de materias primas y bienes manufacturados, o el tráfico comercial que saliendo desde San Sebastián recalaba en Londres o Hamburgo después de hacer escalas en Uruguay o La Habana para descargar emigrantes y harina, y la de los votos que permitieron a Fermín Lasala hijo sentarse en los escaños del Congreso de los Diputados de Madrid tantas veces como quiso entre los años de 1854 y 1876, cuando su firme alianza política con el hombre fuerte de la monarquía española restaurada tras la revolución de 1868, le abrió las puertas del Senado, del ministerio de Fomento y de puestos de mayor consideración aún. Como ocurrió con las embajadas de París y de Londres en el período de 1890 a 1905.
Foto: CC BY - Bogdan Migulski
Ciertamente las fronteras entre el ascenso político, social y económico del hijo quedan tan desdibujadas como en el caso del padre. Así el matrimonio de Fermín Lasala y Collado con la noble italiana Cristina Brunetti le permitió acceder en el momento oportuno a los títulos de duque de Mandas y Villanueva que, a su vez, debieron facilitarle mucho las cosas para acceder a la grandeza de España y a la categoría de gentilhombre del nuevo rey restaurado y de su heredero Alfonso XIII. Una cómoda escala de mano —junto a, una vez más, la estrecha amistad de Cánovas del Castillo— para acceder a las embajadas de París y Londres en las que, como veremos, desempeñó un papel clave para entender la Historia del imperialismo español posterior al mal llamado Desastre de 1898.
Aquella boda, a su vez, parece que le permitió infiltrarse sutilmente en pingües operaciones en los ferrocarriles austríacos. Emboscada financiera a la que se añadían otras algo más oscuras, como la llamada operación franco-egipcia que, más que probablemente, se debía referir a la construcción del Canal de Suez. Algo que no tendría nada de extraño teniendo en cuenta que su madre había mantenido una estrecha relación con los Lesseps de Bayona, cuando él y ella estuvieron refugiados en la capital labortana, huyendo de la primera guerra carlista.15
De toda esa maraña, a veces inextricable, de negocios y haute politique emerge, en efecto, un hombre oscurecido por el paso del tiempo pero que, una vez recuperado en sus hechos y en sus palabras gracias a su archivo personal, nos muestra con bastante claridad el papel jugado por los vascos en este proceso de mundialización, de globalización o, si así lo preferimos, de fase final del imperialismo europeo que ahora vivimos.
Es difícil no considerar en esa clave lo que nos dice no sólo la correspondencia diplomática que conserva en varias cajas de su archivo sino también su propia biblioteca legada íntegramente en sus 14.000 volúmenes al ayuntamiento de San Sebastián. Tanto en una como en otra se percibe el punto álgido alcanzado por la Gran Carrera iniciada por aquella familia de grises comerciantes al filo de la derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo.
En efecto. Ya al menos desde el año 1862 el entonces joven millonario sabía que los intereses coloniales de España pasaban por África tanto como por mantener sus posiciones en el Pacífico y en las Antillas. Es en esas fechas en las que, como el resto de los guipuzcoanos, participa en la tarea de armar un batallón que unido a las fuerzas españolas tomará el Norte de Marruecos y abrirá así esos vastos y ricos territorios al arbitrio de esa potencia.
Donostia-San Sebastián. Playa de baños de la Concha en 1845. En el centro la caseta real, construida en dicho año para Isabel II. Grabado del Museo de San Telmo .
Una brillante intuición que rematará años después, poco antes y sobre todo poco después de que España pierda Cuba y Filipinas en la guerra de 1898. Su labor como representante de esa potencia en París y Londres —de 1890 a 1892 y de 1895 a 1897 en la primera de ambas capitales y de 1900 a 1905 en la segunda—, confirmará todos los avances realizados por España entre 1862 y esas fechas tanto en el Oeste de África como en el Norte. En ambos lugares, primero en competencia y después enteramente de acuerdo con los franceses y los británicos, España restañará sus heridas y mantendrá su presencia imperial prácticamente intacta hasta los procesos de descolonización de los años cincuenta del siglo pasado.16
Todo ello se realizó en buena medida gracias a la astucia y la buena mano diplomática de Fermín Lasala y Collado que así culminaba aquella Gran Carrera iniciada por su tío y su padre a comienzos del siglo XIX, pasando de ser un simple actor del sistema capitalista, que eclosiona en esas fechas tras la consolidación de sucesivas revoluciones burguesas, a crear con sus propias manos el marco de esa economía-mundo —o globalizada o mundializada— en la que con tanta soltura, y éxito, supieron moverse estos bajonavarros transplantados a Gipuzkoa entre el siglo XVIII y el XIX.
Probablemente el duque carecía, a pesar de su formación y de su vasta erudición, de una palabra con la que definir todo aquello. O, tal vez, las que podría haber cogido prestadas del vocabulario de sus enemigos socialistas no le hubieran agradado demasiado.
Sin embargo calificarlo como globalización antes de la globalización no hubiera sido en absoluto un error. Al menos creo que estudiando todos y cada uno de los pasos dados por los Lasala —padre, tío y, especialmente, del simultaneamente hijo y sobrino— podríamos llegar con facilidad a la conclusión de que las pateras que arriban a las costas de Andalucía noche tras noche, con peor o mejor suerte, son el resultado directo de aquellas negociaciones lenta y hábilmente urdidas por Fermín Lasala y Collado en las antesalas y despachos de los ministerios de Asuntos Exteriores franceses e ingleses. Posición preeminente que, a su vez, fue conquistada gracias a un discreto pero considerable control por parte de aquel clan de la economía, los transportes y los mercados internacionales desde los mismos comienzos de la industrialización.
Una idea, y unos hechos, sobre los que, quizás, deberíamos reflexionar más a menudo a partir de ahora, cuando nos preguntemos qué papel jugaron los vascos en los procesos históricos sobre los que oscila y se desarrolla nuestro mundo en estos momentos...
1 ESTEFANÍA, Joaquín. La globalización. ¿Una nueva era histórica?. En: Clío, nº 4, febrero 2002; pp. 24-35.
2 VILLARES, Ramón. ¿Qué historia tendrá la sociedad global?. En: Clío, nº 4, febrero 2002; p. 20.
3 Sobre Wallerstein y su concepto de “Moderno sistema mundial”, véase WALLERSTEIN, Immanuel. El moderno sistema mundial. Siglo XXI: Barcelona, 19. II volúmenes.
4 Sobre esto consúltese Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa en Oñati (AHPGO) P 3 1208, folio 32 vuelto y AHPGO P 3 356, folio 171 recto.
5 Existe una referencia más pero, al parecer, es fruto de un error de transcripción, ya que el Pedro de Lasala que aparece en el valle de Oiartzun del año 1792 pleiteando por una herencia era, en realidad, Pedro de Zavaleta según se lee en el documento AMO (Archivo Municipal de Oiartzun) E 6 I 16, 2.
6 Sobre esto véase URQUIJO GOITIA, Mikel. LASALA Y URBIETA, Fermín. En: AGIRREZKUENAGA ZIGORRAGA, Joseba-SERRANO ABAD, Susana-URQUIJO GOITIA, José Ramón -URQUIJO GOITIA, Mikel, Diccionario biográfico de parlamentarios de Vasconia (1808-1876). Vitoria-Gasteiz: Eusko Legebiltzarra-Parlamento Vasco, 1993; p. 533.
7 Sobre esta exigua genealogía que, en efecto, es certificada por las autoridades francesas del año 1830, de acuerdo al certificado original del año 1752 expedido por el cura de esa parroquia, consúltese Archivo General de Gipuzkoa-Gipuzkoako Agiretegi Orokorra (AGG-GAO) DM 6, 6, certificado de 29 de julio de 1830 del tribunal civil de Saint-Palais.
8 Véase HOBSBAWM, Eric J. Economía e Imperio, Barcelona: Ariel, 1977; p. 13. Sobre las ideas de Smith, Ricardo y Malthus ROLL, Eric. Historia de las doctrinas económicas. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1987; pp. 140-210 que, precisamente, destaca la coincidencia en el tiempo de la revolución norteamericana, la creación de la sociedad de Boulton y Watt y la publicación de la obra de Adam Smith. Más recientemente GALBRAITH, John Keneth. Historia de la Economía, Barcelona: Ariel, 1989; pp. 70-116. La economía vasca y española, en la que tan bien integrados se encuentran los Lasala, no es, a pesar de ciertas lecturas de las mismas como si no subdesarrolladas sí situadas en un punto intermedio entre la revolución industrial inglesa y las economías dependientes definido como “fracaso de la revolución industrial en España” —unas que con el tiempo se han ido modificando incluso por mano de sus propios autores—, se situa entre los países que controlan en mayor o menor grado los resortes de esa nueva economía industrial tal y como ha demostrado recientemente David Ringrose en un brillante aunque desapercibido libro. Véase RINGROSE, David R. España 1700-1900: el mito del fracaso. Madrid: Alianza, 1996.
Sobre el desarrollo de esa sociedad industrial en el País Vasco pueden consultarse varias obras que han alcanzado merecidamente la categoría de clásicas. FERNÁNDEZ DE PINEDO, Emiliano. Crecimiento económico y transformaciones sociales del País Vasco (1100-1850). Madrid: Siglo XXI, 1974 y, en cierto modo complementario a éste último, GONZÁLEZ PORTILLA, Manuel. La formación de la sociedad capitalista en el País Vasco (1876-1913). San Sebastián: Haranburu, 1981. 2 volúmenes. También pueden resultar de interés a ese respecto, aunque dando una visión más general de los cambios que se operan en algunas de las provincias del País Vasco en esas fechas, los trabajos de Joseba Agirrezkuenaga y Pablo Fernández Albaladejo centrados respectivamente sobre Bizkaia y Gipuzkoa. Véase FERNÁNDEZ ALBALADEJO, Pablo. La crisis del Antiguo Régimen en Guipúcoa. 1766-1833. Madrid: Akal, 1975 y AGIRREZKUENAGA, Joseba. Bizkaiko errepidegintza: Hazkunde ekonomikorako azpiegitura lanak (1818-1876), Bilbao: Giltz liburuak, 1987.
9 Véase URQUIJO GOITIA. LASALA Y URBIETA, Fermín; p. 533. Sobre la compraventa del solar AHPGO P 3 72, folio 543 recto. Acerca de las reticencias de Cayetana Collado, la decidida actitud de Rita Collado y las posteriores buenas relaciones de Fermín Lasala y Urbieta con la familia una vez consumada la boda consúltese AGG-GAO DM 21, 12, cartas de 28 de noviembre y 1 de diciembre de 1828.
10 Acerca de esas actividades políticas, para mayor detalle, véase MÚGICA, José. Carlistas, moderados y progresistas. Claudio Antón de Luzuriaga, San Sebastián: RSBAP, 1950; pp. 28-29 y, más recientemente, APARICIO PÉREZ, Celia. Poder municipal, economía y sociedad en la ciudad de San Sebastián (1813-1855), Instituto doctor Camino de Historia donostiarra: San Sebastián, 1991; pp. 125, 148, 274, 310-313 y 376-382.
11 Sobre la presencia de Fermín Lasala padre en ese consejo consúltese AGG-GAO DM 21, 21, carta de 16 de abril de 1847.
12 Sobre esto véase RILOVA JERICÓ, Carlos. Bandas de los barrios altos de Nueva York, magnates del ferrocarril y buscadores de oro de California. Las manos vascas que construyeron América (1814-1851).
13 Sobre Joaquín Lavie y sus poco afortunadas aventuras véase RILOVA JERICÓ, Carlos. Bandas de los barrios altos de Nueva York, magnates del ferrocarril y buscadores de oro de California. Las manos vascas que construyeron América (1814-1851).
14 Sobre esto me remito nuevamente a mi artículo citado en la nota 12 de este mismo texto. Acerca de las conexiones españolas de los Rotschild véase OTAZU Y LLANA, Alfonso. Los Rotschild y sus socios españoles (1820-1850), Madrid: O. Hs, 1987.
15 Sobre la relación con los Lesseps consúltese el legajo AGG-GAO DM 21, 12.
16 Sobre esas actividades véase RILOVA JERICÓ, Carlos-CHAARANI, Naoufal. El manuscrito oculto. Realidad, ficción y películas en la sede del Festival Internacional de cine de San Sebastián (1862-1905).
Artículo publicado en EuskoSare