538 Zenbakia 2010-06-25 / 2010-07-02

KOSMOpolita

El canónigo Luis José de Chorroarín y la Biblioteca Nacional argentina

ROSAS VON RITTERSTEIN, Raul Guillermo



En Buenos Aires, en la avenida principal del cementerio llamado de la Recoleta, viejo camposanto inaugurado en 1.822 como parte de la reforma desamortizadora del clero del ministro Rivadavia sobre las tierras pertenecientes otrora a los hermanos recoletos que desde 1.722 mantenían en el mismo sitio la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, aún existente, podemos ver la tumba del presbítero canónigo Luis José de Chorroarín (1.757-1.823). Este “español americano”, como le hubieran llamado en sus tiempos, hijo en verdad de vascos nativos emigrados a Buenos Aires, tuvo destacadísima actuación en el agitado período que, desde el fin de las sucesivas invasiones inglesas a Buenos Aires entre 1.806 y 1.807, llevaría tras la declaración de la primera Junta de Gobierno rioplatense autónoma, a la larga y agotadora guerra de Independencia del último virreinato creado en suelo americano, el del Río de la Plata y al nacimiento de nuevas repúblicas independientes, principalmente la de Argentina. La actividad del padre Chorroarín, adherido desde su inicio al movimiento político de los criollos en pro de su independencia, se enderezaría, como tantos otros entre sus hermanos y colegas, por el camino político sin dejar de lado lo intelectual y docente, que ya había emprendido antes de los primeros connatos independentistas en el extensísimo territorio del virreinato.

Cementerio de la Recoleta.

Foto: Wikimedia Commons.

Su antigua lápida en la Recoleta, sostenida por el gobierno de la provincia de Buenos Aires en tiempos de su muerte, rezaba: “Hic jacet / D. Ludovico Chorroarín, / Can., presb. S. AE. C. / Rector colegii Carolini 25 ann. / Et fundator Bibliot./ Obit die 11 Julii ann. 1823 / Mille for. juvenes dedit hic altaribus armis / Tot. gratis linguis perennis erit.”

El padre Chorroarín, estudió su cartilla con los dominicanos, pasando más adelante al Real Colegio de San Carlos llamado luego Real Convictorio Carolino. Viajó para sus estudios superiores en 1.773 a la universidad de la ciudad de Córdoba capital de la intendencia de Córdoba del Tucumán del virreinato, en donde obtuvo el doctorado en lógica y filosofía por 1.779. Diácono en 1.780, recibiría el Orden Sagrado en 1.782, tomando luego el hábito blanco y negro de los mismos dominicos con quienes había cursado las primeras letras. Desde 1.783 nuestro personaje reaparecería en las aulas del Convictorio, pero esta vez como profesor de lógica y filosofía. Su cátedra sería visitada por la mayor parte de la juventud criolla bonaerense que luego habría de participar en los sucesos que culminarían en la independencia. Tres años más adelante, sus condiciones le llevarían al cargo de prefecto de estudios en la misma institución, el más antiguo de los colegios de la capital platense, del cual sería finalmente rector desde 1.791. En todo ese tiempo sentó entre sus alumnos fama de culto pero severo y exigente maestro.

Colegio y iglesia de San Ignacio.

Foto: Guillermo Furlong (SJ) y Avilés.

Los acontecimientos de las guerras napoleónicas en Europa y su repercusión en Sudamérica, incluyendo las ya citadas invasiones inglesas a Montevideo y Buenos Aires en 1.806 y 1.807 y la casi inmediata reconquista y posterior defensa de esas plazas, activaron la sensación de orfandad con respecto a la metrópolis que sentían los habitantes de la ciudad bonaerense y su hinterland cercano y al mismo tiempo la resistencia de los españoles europeos que preveían un futuro pésimo para la permanencia de esas tierras bajo la égida de la corona española, pese a las reformas de último momento encaradas por los virreyes (cambios del status colonial, ensayos de libertad de comercio). Es así que en 1.809 los españoles promueven una asonada contra el virrey y héroe de la lucha contra los ingleses, el conde don Santiago de Liniers y Brémond, de origen francés. Esa sublevación, conocida en la historia argentina como el motín del 1 de enero de 1809, fue reprimida por los cuerpos militares criollos comandados por quien luego sería el presidente de la primera Junta de gobierno autónomo, el coronel altoperuano Cornelio de Saavedra, jefe del regimiento de “Patricios”. El motín, dirigido por otro vasco, este sí oriundo del territorio de Euskal Herria, don Martín de Álzaga, de haber triunfado y dadas las características personales de aquel acendrado defensor de la corona de España, que pagaría finalmente con su vida ante un pelotón de fusilamiento de los revolucionarios la lealtad inmerecida a Fernando VII y su zarzuelesco entorno, habría tal vez frenado por décadas el ímpetu independentista de los porteños. No fue así. Por ese entonces, nuestro personaje adhería sin embargo a los complotados, tal vez por el prestigio personal y el empuje de Álzaga, tal vez por las sospechosas actitudes y los problemas que podía generar la presencia de un virrey francés en Buenos Aires cuando eran precisamente los franceses quienes estaban tiranizando a toda Europa. Como sea, poco después la actitud de Chorroarín se decanta con absoluta claridad a favor de la parte revolucionaria.

La dura e incorruptible gestión de Chorroarín al frente del Colegio no dejaría de generarle enemigos y más de una vez fue acusado, presentó su renuncia al cargo, fue investigado y siguió adelante, pero no sin estar rodeado de opositores, a cuyas denuncias debió sin duda el proceso que se le incoó por haber visto con buenos ojos la ya mencionada conspiración de Álzaga de 1.809. El resultado fue su reclusión temporal en el edificio del Seminario de Buenos Aires hasta la declaración de la falta de mérito de la causa. En realidad, la actitud del virrey Hidalgo de Cisneros fue altamente conciliatoria para el caso de los amotinados bonaerenses, a diferencia de lo actuado en un proceso similar en el Alto Perú por la misma época, cerrado con horca y destierros. En ese momento prácticamente no hubo en Buenos Aires ni vencedores ni vencidos, a diferencia de lo que sucedería poco más adelante, ya bajo el gobierno autónomo.

Luego de este pequeño traspié y sin dejar nunca de lado su interés por la educación, el padre Chorroarín se integra con armas y bagajes, espirituales, claro está, al grupo autonomista de Buenos Aires, con el cual colabora en el máximo de sus posibilidades. La Semana de Mayo de 1.810, que se inicia con la exposición del virrey Cisneros acerca de la insostenible situación de España en manos del invasor francés y culmina el día 25 con la proclamación de la primera Junta de gobierno, lo tiene entre sus más destacados participantes. Integró el cabildo abierto del día 22, pidiendo el cese del virrey, participó en las convocatorias callejeras al clero y a los militares para apoyar el proceso cuando este parecía amenazado de fracaso, presentó diversos planes de gobierno, integró comisiones y redactó un proyecto de constitución, fue miembro de la Asamblea de 1813 por la Banda Oriental, la actual República Oriental del Uruguay, actuó asimismo en el Congreso de Tucumán de 1.816 que declararía finalmente la independencia argentina y llegó aún a ser diputado y presidente del mismo en una de sus últimas etapas, ya en Buenos Aires. Y al final de su vida y en medio de los serios problemas políticos y sociales que amenazaban al nuevo estado, se retiró del siglo renunciando a todos sus cargos con el objetivo de luchar en la defensa de su amada orden en serio peligro ante las reformas puestas en marcha por el gobierno del momento.

Toda esta actividad política del padre Chorroarín empalidece sin embargo a nuestro juicio ante otra, que ya hemos visto mencionada en el texto de su lápida. En efecto, como buen docente, sus intereses por favorecer el desarrollo cultural de las tierras rioplatenses eran acendrados. Más allá de la cátedra, el padre Chorroarín fue periodista en el primer periódico surgido en Buenos Aires, censor bajo el gobierno criollo y se le debe asimismo un proyecto de creación y plan de estudios para una facultad de medicina en la futura universidad de la ciudad.

Cabildo abierto del 22 de mayo por Subercaseaux, Chorroarin a la derecha del obispo.

Foto: Museo Histórico Nacional de Buenos Aires.

Pero el mérito mayor de este vasco rioplatense radica en el sostenimiento y finalmente la realización de un designio que por años fue su interés cuasi exclusivo, como podemos extraer de sus escritos: la creación de una biblioteca pública. Y sus gestiones en pro de tal obra se iniciaron mucho antes de que tuviera lugar la revolución porteña por un gobierno propio. En efecto, como el mismo Chorroarín nos cuenta, sus esfuerzos a tal efecto se hallaban muy bien encaminados, cuando las invasiones inglesas llevaron a la primera línea otros intereses más acuciantes. No cejaría por ello en su empeño. Cuando finalmente la Junta de Gobierno decide en 1.810 la creación de una Biblioteca, designando al mismo tiempo al secretario y vocal de la misma, Mariano Moreno, como su protector, comienza Chorroarín a ver su sueño realizado. Poco después, y dados los intereses diversos de los dos bibliotecarios nombrados en un principio, miembros asimismo de la Iglesia, nuestro personaje es ya designado bibliotecario en jefe el 30 de enero de 1.811, a solicitud del protector, Moreno. Casi al mismo tiempo se estrena como director de la fundación, todavía en ciernes, a la que contribuye además con su propia biblioteca y la del por ese entonces ya decadente antiguo colegio de San Carlos1 a las cuales se sumarían la famosa por su extensión que perteneció al fallecido arzobispo de Buenos Aires monseñor Azamor y Ramírez quien la había donado a la curia con el objetivo expreso de que integrara una futura biblioteca pública en el año de 1.796 y la confiscada por la Junta al obispo realista de Córdoba, Orellana, herencia jesuítica. Nuestro personaje contesta a la carta de la Junta que le comunica la decisión de fundar finalmente la ansiada Biblioteca y aprovechar para ello los libros del Real Convictorio, el 10 de septiembre de 1.810: “Excelentísimo señor: Por oficio de V. E. del 7 del corriente quedo instruido de las disposiciones que ha dado la excelentísima Junta para la formación de una Biblioteca pública, y para que a ella se agreguen los libros del Colegio de San Carlos y de ser nombrados Protector de la Biblioteca el Señor Secretario Doctor Don Mariano Moreno, y Bibliotecarios el Doctor Don Saturnino Segurola y el Reverendo Padre Fray Cayetano Rodríguez. La resolución de la Excma. Junta satisface enteramente mis deseos y me proporciona la complacencia de ver realizado un establecimiento que siempre anhelé y que ya estaba para realizarlo cuando Berresford2 ocupó esta capital. Desde luego doy las gracias a la Excma. Junta y aseguro a V. E. que pondré a disposición del doctor Don Mariano Moreno, no solamente los libros de la librería del Colegio, incluso los que ya tengo donados, sino también muchos de mi uso, que dejé en dicha librería cuando salí del Colegio, y aún algunos que saqué conmigo, si se considerasen útiles. Dios guíe a V. E.”. Chorroarín aportaría a la Biblioteca además, junto con su trabajo y posesiones, su dinero, ya que todo debía hacerse desde la nada.3 No eran aquellos tiempos para esperar contribuciones pecuniarias del gobierno, empeñado en una dura lucha por la subsistencia ante los continuos ataques españoles desde el Río de la Plata y el virreinato del Perú. Sí de los ciudadanos privados, cuyas donaciones en volúmenes y dinero dejan una amable impresión del amor por la cultura en el Buenos Aires de aquel entonces, más allá de las banderías políticas de los tiempos.

Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

Foto: Wikimedia Commons.

Y con todo, la Biblioteca se inaugura el 16 de marzo de 1.812.4 El presbítero don Luis de Chorroarín conservaría su cargo al frente de la misma desde el momento de la inauguración hasta el año de 1.821, cuando se lo separaría por decreto del gobernador de la provincia. Ya en esos momentos estaba enfermo de muerte y sin embargo desde su retiro siguió participando en la vida del Buenos Aires de aquella época, luchando esta vez por conservar los edificios de su querida orden de predicadores amenazados por la reforma eclesiástica.

Tal vez como un sino sería su reemplazante otro canónigo de origen vasco, quien ya antes había participado como bibliotecario de la misma por pocos días al tiempo de su fundación: don Saturnino de Segurola, conocido además por haber sido el introductor de la vacuna en el virreinato del Río de la Plata.

El reconocimiento empero de pueblo y gobierno5 a quien fuera realmente el alma de la actual Biblioteca Nacional argentina fue constante desde el primer momento y abundaron los homenajes a su persona, aún en vida, inclusive el fallido intento de fundar con su nombre un pueblo en terrenos otrora incultos parte hoy de la capital argentina, donde queda sin embargo su recuerdo en el nombre otorgado a una avenida. Así ocupó su merecido lugar de honor uno de los hijos eclesiásticos del matrimonio de Inés e Iñaki de Txorroarín, Luis José. Y la Biblioteca Nacional, sueño de nuestro canónigo, eleva hoy su interesante edificio moderno en el mismo terreno en el cual, casi sesenta años ha, muriera otra descendiente de vascos que por sus hechos ha pasado también a la historia argentina, María Eva Duarte de Perón, la famosa “Evita”.

Bibliografía

CAILLET BOIS, Ricardo: “Una información secreta de origen realista, sobre los principales revolucionarios del Río de la Plata”, Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Año XVII - T XXIII, Buenos Aires, julio de 1938 - junio de 1939, Nros. 77-80.

GARCIA DE LOYDI, Ludovico: “Una luz en la manzana de las luces”, Encuadernado. Láminas entre texto. Vida y obra del canónigo Luis José Chorroarín 1757-1823 ; Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires / Col. Cuadernos de Buenos Aires, Buenos Aires, 1973.

PARADA, Alejandro E.: “Prácticas y representaciones bibliotecarias en la Biblioteca Pública de Buenos Aires: Una lectura del libro de ‘Cargo y data’ (1810-1818)”, Inf. cult. soc. [online]. 2006, n.14, pp. 29-56. ISSN 1851-1740.

1 Los problemas de la fundación no eran exclusivamente de orden técnico. Las necesidades de desarrollo militar ante la amenaza inglesa siempre presente habían llevado a que en sus aulas se aposentaran las tropas de un regimiento de nueva creación, los Patricios de Buenos Aires.

2 William Carr Beresford, comandante inglés de la invasión a Buenos Aires de 1.806.

3 “El edificio de la Biblioteca Pública estaba ubicado en la llamada ‘Manzana de las Luces’, en la ochava formada por las actuales Moreno y Perú, donde funcionaría hasta 1901. En dicha casa, luego de varias refacciones, se concretó su inauguración el 16 de marzo de 1.812. El estado del edificio, según la documentación existente, siempre fue precario y demandó toda clase de arreglos. Uno de los mayores problemas, además del estado de los techos, fue la falta de cerramientos adecuados. En esta instancia tanto Chorroarín como otros bibliotecarios tuvieron que solucionar la constante falta de vidrios. El primero, ya en víspera de la apertura, tuvo que erogar más de 106 pesos ‘en pintura, aceite de linaza, aguardiente para barniz, [y] postura de vidrios’ y, dos años después, también debió ocuparse de ‘poner dos vidrios en una puerta y ventana’. Poco después, en el segundo semestre de 1813, el prelado oriental Dámaso Antonio Larrañaga, dio instrucciones para poner ‘un tablero para una ventana’ que carecía del mismo. Finalmente, en este tópico de bibliotecario vidriero, le tocó el turno a Domingo Antonio Zapiola, quien en 1815 y 1816 contrató al maestro hojalatero Prudencio Gil para la colocación ‘de tres vidrios que puso en una puerta’ y cuatro cristales, ‘dos grandes, y dos chicos’. El problema de los vidrios, que se planteaba con cierta recurrencia, no era ocioso, pues el frío, la humedad y el viento hacían de la Biblioteca un lugar inhóspito y poco agradable, un sitio inapropiado para los lectores”. (cf. Parada, Alejandro: “Prácticas y representaciones...”, p. 4)

4 El 12 de septiembre de ese mismo año, como parte de sus funciones eclesiásticas, Luis José de Chorroarín oficiaría el matrimonio de José de San Martín y Matorras, libertador de Argentina, Chile y Perú, con su novia, Remedios de Escalada.

5 Al respecto podemos mencionar un peculiar informe generado por agentes realistas en Montevideo entre 1.816 y 1.819, en el cual se enumeran datos reales o supuestos de los personajes más importantes de la política del Río de la Plata en ese momento y que al mencionar al canónigo dice: “Chorroarín (confirmado y utilísimo) Canónigo de Buenos Aires y Bibliotecario público, hombre honradísimo, de mucha literatura, de grande influjo en la opinión pública por su caracter y por ser maestro de los principales jobenes de Buenos Aires que han cursado colegios. En todo movimiento revolucionario tiene parte porque es llamado. Se le ha querido hacer provisor y no lo ha admitido. Su conducta pública es juiciosa y el es sin la menor duda Español de corazón. El Ministro de España actual ha considerado a este individuo mas digno y mas a proposito para ocupar la silla episcopal. Es elección de grande y el juicio que ha formado es sobre datos de la mayor consideración obtenidos de todos los partidos”. (cf. Caillet Bois, Ricardo: “Una información secreta...”).