511 Zenbakia 2009-12-04 / 2009-12-11
Artículo publicado en el Nº 101 de Euskonews
Situación
El municipio de Añana se encuentra en la zona occidental del territorio alavés, en la comarca denominada Valles Alaveses y ocupando el centro del reducido valle de Añana.
Dista 29 kilómetros de Vitoria, desde donde se accede, a través de Nanclares de la Oca, por la carretera L-622 que pasa por la localidad de Pobes. Desde Salinas de Añana, la carretera L-622 continúa hacia Espejo, donde enlaza con la carretera N-625, Burgos-Bilbao. Relieve
La comarca presenta un relieve quebrado de vertientes empinadas hacia el norte y pendientes suaves hacia el sur.
La alternancia de materiales duros, fundamentalmente calcáreos, con otros más blandos crea una serie de valles originados por la erosión fluvial.
El valle de Salinas de Añana, drenado por el río Terrazos o Muera, se va abriendo hacia el oeste hasta enlazar con la cuenca del Omecillo en la zona de Espejo.
La estructura del valle de Añana está determinada por la emergencia de materiales interiores que, debido a los empujes orogénicos, han atravesado una serie de estratos superiores y han roto la corteza terrestre. Este fenómeno, al que se denomina diapiro, ha dado lugar a la existencia de manantiales salados, así como al afloramiento de yesos, explotados en las proximidades, y de características arcillas de color rojo con tonalidades violáceas. El valle salado
Es el espacio en el que se realizan las labores de extracción de la sal. En él se disponen unas sencillas plataformas, llamadas “eras”, que están sostenidas por pilares de madera y muros de piedra. Están ordenadas formando grupos de 20 o 30, que constituyen lo que se denomina una “granja”; cada granja dispone de uno o dos depósitos o “terrazos” situados bajo las eras, en los que se va almacenando la sal obtenida durante la temporada de trabajo.
El agua salada o muera brota de los manantiales situados en el extremo sur del valle. Desde un depósito cercano a esas fuentes, llamado “partidero”, se reparte el agua en dos canales de madera: el “Rollo de Suso” conduce la muera por la margen izquierda del valle y el “Rollo de Quintana” discurre por la margen derecha; éste último transporta mayor cantidad de caudal y se subdivide posteriormente. La muera se almacena en los pozos de cada granja y desde allí se llenan las eras para que la acción del sol y el viento logren la cristalización del cloruro sódico. Historia de las salinas
En el entorno de Salinas de Añana se han encontrado restos arqueológicos del Eneolítico-Bronce, de la Edad del Hierro y de la Romanización. Se desconoce cuándo y cómo se descubrieron los manantiales de agua salada.
La sal, además de condimento alimenticio, era imprescindible para la conservación del pescado y la carne, para alimentación del ganado, para el curtido de cueros, en la medicina y en otros usos menores; esto explica que fuera uno de los artículos primordiales en el comercio medieval y el temprano interés de monasterios y particulares por poseer pozos y eras.
Inicialmente las salinas fueron explotadas por pequeños propietarios libres agrupados en diferentes “consilios”; progresivamente se irán concentrando las propiedades, fundamentalmente en manos de monasterios, y se irá estableciendo un régimen de explotación señorial en detrimento de los antiguos poseedores particulares, que se verán obligados a adaptarse a la nueva forma de explotación.
Todos los propietarios constituían la “Comunidad de Caballeros Herederos de las Reales Salinas de Añana”. Desde finales del siglo XII el Concejo y los Herederos de las Salinas de Añana tomaban parte conjuntamente en los pleitos; a partir de finales del siglo XVI será la Comunidad sola la que intervenga en todos sus asuntos.
En 1564 se incorporan todas las salinas, pozos y manantiales de agua salada a la Corona, estableciéndose una especie de monopolio real sobre el comercio de la sal. Con ello se buscaba una acertada distribución del producto, poniendo orden en los precios y liberalizando la venta y consumo. Con la ley del desestanco de la sal, en 1869, quedó libre cada propietario para elaborar y vender la sal que pudiese. La elaboración de la sal
La tarea comienza hacia el mes de abril con la reparación de las eras que han sufrido derrumbamientos o se han agrietado como consecuencia de las lluvias y heladas invernales.
La obtención de la sal mediante la evaporación de agua salada exige una serie de labores bien diferenciadas: llenar, revolver, regar, recoger y entrar la sal; este proceso requiere un ciclo aproximado de dos días.
Para que la temporada de explotación de la sal sea rentable es imprescindible que el sol –“el mejor obrero” según los salineros– y el viento aporten la fuerza necesaria para lograr la evaporación del agua y la cristalización. La villa de Salinas de Añana
El aprovechamiento de los manantiales de agua salada debió impulsar el establecimiento de población en una zona relativamente apartada de las principales vías de comunicación.
La población estaría repartida en pequeños núcleos en torno al Valle Salado. Ermitas y topónimos atestiguan diversos asentamientos antiguos: Villacones, Fontes, Olisares, Fuentes-Salinas, Orbón, Terrazos, Villanova...
En 1126 Alfonso el Batallador mandó poblar Salinas en el lugar que ocupa. En 1140 Alfonso VII de Castilla, confirmando los viejos fueros dados por Alfonso I cuando los mandó poblar, otorgó el fuero de población a Salinas de Añana.
En la segunda mitad del siglo XII la zona y el castillo de Salinas quedaron incluidos en el reino de Castilla. Los monarcas siguieron añadiendo términos y privilegios al concejo y vecinos de Salinas de Añana, favoreciendo siempre el establecimiento de población y evitando la disminución de las rentas de la corona.
En 1370 Enrique II entrega el señorío de Salinas de Añana a su sobrina Leonor de Castilla; a partir del matrimonio de ésta con Diego Gómez Sarmiento, el linaje de los Sarmiento irá dominando las principales rutas salineras, gracias a las donaciones de los monarcas con los que mantenían estrechos vínculos y para quienes desempeñaban altos cargos en la corte.
En 1460 Salinas de Añana se incorporó a la Hermandad de Alava, a instancias del Conde de Salinas. Formó parte de la Cuadrilla de Vitoria hasta 1840, año en el que se creó la Cuadrilla de Añana, pasando Salinas a formar parte de la Hermandad de Valdegobía. El núcleo fortificado
En el año 865 la primitiva fortaleza fue destruida en una de las aceifas de los árabes.
En el siglo XII la población se concentró sobre el cerro. El desaparecido templo de San Cristóbal, situado en el extremo occidental, reforzaba las defensas que suponían las murallas.
Actualmente se conserva, en parte, el trazado urbano del antiguo recinto amurallado, que constaba de tres calles principales, que recorrían longitudinalmente la cima, y algunos cantones transversales que las ponían en comunicación.
Además de la visita a las salinas (que deben contemplarse desde fuera del Valle Salado, caso de no contar con el adecuado acompañamiento), esta villa conserva un buen número de elementos de épocas pasadas.
La Iglesia de Santa María de Villacones se reconstruyó, en su mayor parte a finales del siglo XV y principios del XVI, sobre otro templo medieval del que conserva algunos restos. Alberga en su interior varias imágenes medievales y un retablo mayor del siglo XVI.
Cerca del antiguo recinto amurallado se encuentran la Plaza del Mercado y el rollo con el escudo de los Sarmiento que nos recuerdan la importancia de Salinas de Añana en la Edad Media.
Junto con otros restos de casas solariegas y buenos ejemplos de arquitectura popular, la casa de los Ozpinas y la de los Herrán son dos buenos ejemplos de arquitectura doméstica barroca.
El Monasterio de San Juan de Acre perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén o de Malta. Su capilla es una construcción barroca que alberga un retablo del siglo XVIII dedicado a San Juan Bautista.
Los habitantes de Salinas de Añana han sabido rentabilizar una tierra árida y tortuosa, tienen a sus espaldas una historia singular y privilegiada y mantienen viva la huella de una actividad inmemorial; han forjado un carácter laborioso y tenaz, amable, acogedor y capaz de reírse de sus propias dificultades y de las de los demás con fino humor.