505 Zenbakia 2009-10-23 / 2009-10-30
Andrea Moch (Paris, 1879-Buenos Aires, 1953), conocida en la Argentina por su relevante trabajo en la revista La Baskonia durante más de dos décadas, ilustró sus obras con un importante volumen de paisajes vascos. Las notas, y varios de sus libros, reproducen pueblos, caseríos, el mar Cantábrico, montañas, romerías y escenas costumbristas. La pintora había estudiado en la École des Beaux Arts de Paris con los maestros Luc Olivier Merson, Paul Alexandre Leroy y Antonio de Lagándara uno de los cuales vaticinó su condición de impresionista. Admiradora de Velázquez, Goya, Sorolla, Álvarez de Sotomayor, el antillano Camille Pizarro, su primo, la obra de esta artista se caracteriza por la representación de cuadros reveladores del arte impresionista: el paisaje como tema principal, el contacto con la naturaleza, el agua, las montañas, la nieve y el hielo entre otros.
La artista en su estudio.
Como se sabe, esta artista radicada en la Argentina desde fines de 1908, se desempeñó en la revista éuskaro americana en calidad de “corresponsal artística” de acuerdo a la designación anunciada por su director José Rufo de Uriarte en marzo de 1909. A partir esta presentación la tapa de esta publicación fue ilustrada con el óleo “Desgranando maíz” y en su interior, tres pinturas más, entre ellas “Bailando el chun-chun”. Su presencia fue permanente e intensa. En los números siguientes, las portadas reproducían óleos que la artista trajo de Europa como el óleo El alarde de Fuenterrabía, con nota descriptiva de esta tradición
Andrea Moch, cuyo nombre Andrée castellanizó a poco tiempo de llegar, reflejó en las páginas de la mencionada revista el conocimiento de la tierra vasca donde vivió varios años, compartió la vida del caserío y aprendió a hablar el euskera. De ése tiempo pintó acuarelas, óleos y dibujos a pluma del paisaje observado a diario en sus recorridas, y que a partir de su radicación en el país, fue difundido ampliamente en exposiciones y en la prensa de la época.
La primera exposición de su obra en la Argentina – diciembre de 1908 – fue en la Galería Witcomb con una importante muestra. El diario La Nación elogió en extensa reseña la muestra auspiciada por el mecenas José de Artal. La nota decía entre otras cosas:”Mlle. Moch reputada pintora y escultora francesa muy celebrada por la crítica parisiense y también por la prensa española e inglesa en más de una ocasión en que ha expuesto sus obras en Madrid y en Londres”. Después del verano, en marzo de 1909, expuso en los salones del Laurak Bat, cuadros de temas vascos con gran éxito de público y de ventas.
Esta entrada triunfal a la colectividad euskara, le permitió acceder a quienes verían, tal vez con curiosidad, reflejado en los lienzos el paisaje de su tierra, no sólo por una mujer ajena a esa cultura, sino llamativamente hablando en español, francés o euskera.. El floreciente poder adquisitivo de muchos inmigrantes, constituyó un buen presagio de tal modo, que no sólo vendió varios de sus cuadros, sino sumó interesados en retratarse de acuerdo a los cánones de la época. A escaso tiempo de su llegada fundó una Academia de Pintura y Escultura a donde concurrieron alumnos de diversos orígenes, en particular con apellidos vascos y prestigio social. A ello se agregaron como discípulas, dirigentes socialistas, amigos y amigas de Andrea Moch, entre los que sobresalió como cronista en la revista Unión y Labor.
La Baskonia.
Pero es el paisaje euskaro – tan exaltado en su obra – donde destacó, no sólo con ilustraciones de su creación, sino con descripciones minuciosas. El desempeño de Andrea Moch en la revista fue permanente, no sólo como pintora o dibujante, sino en crónicas de pintores vascos que visitaban el país, la reproducción de sus cuadros y otras notas de arte entre ellas la escultura y la música. Con el tiempo, muchos de sus dibujos a pluma fueron utilizados como viñetas alusivas en notas sin mención de autor, antiguos caseríos, el puente de Baigorry y Algorta, y otras imágenes reveladoras de los lugares donde vivió. El transcurso del tiempo, los cambios producidos en la dirección y el personal, dejaron en el olvido el nombre de la pintora, no así los dibujos, que con firma o sin ella, eran parte de su legado.
Los primeros paisajes los reprodujo en su libro “Del Cantábrico al Plata” (1909) uno de ellos con título sugestivo: “Mansión aldeana de la pintora”, y otros, “Costas de Baskonia”, “Una calle del País Basko”, “Puente viejo de Baigorry”, el pastel “Crepúsculo de Arrigunaga”, “Cielo y mar de invierno”, “Calle y Campanario” en Ciboure, y la acuarela “La romería de Loyola”. Dedica un capítulo a “Recuerdos Euskaros”, algunos fechados en 1907, como “Caseríos y Montes” de Ciboure, “Viejas Casas Euskarianas”, “Caserío en el monte”, la acuarela “El patio de Manchini”, en Algorta y “Una senda”, todos, fiel testimonio de los días vividos en el País Vasco.
Estas acuarelas o dibujos a pluma, ilustraron repetidamente las páginas de La Baskonia, algunas de ellas con los nombres cambiados, otros, como se dijera, ilustraron notas de diferentes temas. En 1910, con motivo del XVIII aniversario de la revista, una carátula “en tricromía” reprodujo el lienzo “Paisaje guipúzkoano”; tiempo después, el óleo “Un día de invierno en Roncesvalles (Nabarra), “Las hogueras de San Juan” y el dibujo “Cumbre baskona del Norte Pirenaico entre muchas otras. Importante número de sus trabajos fueron tapa de la revista, y algunos reproducidos en los Almanaques de La Baskonia.
El paisaje, como representación gráfica de su sensibilidad artística, constituyó una de sus mayores recursos pictóricos manifestado igualmente en crónicas de la revista con descripciones de sendas, callecitas, iglesias o costas marítimas de la tierra vasca. En la Argentina, Chile, Brasil, las Antillas y otros destinos de sus viajes, pintó la tierra urbana y rural con maestría y gran producción de obras. Destacan paisajes de la ciudad y la provincia de Buenos Aires, Ushuaia, del Estrecho de Magallanes, el Canal del Beagle, Río de Janeiro, jardines botánicos y escenas marítimas El retrato
Simultáneamente a la reproducción de los paisajes que llamaron su atención, Andrea Moch cultivó el retrato desde la primera juventud. Uno de ellos fue el de su único hermano, pintado en Londres (1901) titulado “Joven con sombrero de paja”. Este óleo, conservado a lo largo de su vida, fue el recuerdo permanente de la temprana muerte de aquel en la Primera Guerra Mundial y evocado por ella en crónicas, poesías y otras alusiones al retrato que lo representaba. En Europa pintó a hombres y mujeres de los ambientes que frecuentaba, como “Miss Evans Gordon” - hija del vicegobernador de la India- , “Olga pintando en los Alpes” o “Mañana de invierno” - retrato de miss Walker en las estribaciones escarchadas de la Rhune. Otras pinturas de aquellos años fueron “Violinista”, el músico Jesús Guridi y algunos autorretratos presentados en salones de San Sebastián y de Madrid. La mención de estos retratos es realizada por la pintora en distintos libros y algunos de ellos con observaciones de las circunstancias en que los pintaba o conocido a sus retratados.
Daniel Lizarralde.
En la Argentina, particularmente dentro de la colectividad vasca, Andrea encuentra favorable acogida y pinta al óleo importantes figuras entre ellas la del ingeniero y baskófilo Florencio de Basaldúa, al médico y vice director de La Baskonia, Daniel Lizarralde, a Florencio Constantino, cantante lírico triunfante en Europa y en América o al maestro Francisco J. López Figueroa compositor de música baska. Un óleo destacaría, el de José Rufo de Uriarte, difundido en la revista con motivo de su fallecimiento en 1932.
En 1913, en Buenos Aires, retrató a Luis Madinaveitía. “hermano del famoso médico de Madrid, del que Sorolla había pintado un retrato”, recordó en su libro Andanzas de una artista. A juzgar por las páginas de esta obra, su obra como retratista, fue intensa. Dedica un capítulo del mismo a contar sus inicios, influida por Ángelo Asti, cuando “era otra Andrea”, y trabajos posteriores en su larga carrera. Refiere entre recuerdos y anécdotas, haber pintado a diversas señoras, algunas criollas, a una madre de diez hijos y a grupos familiares en grandes lienzos de dos metros. Más adelante retrató a niñas de la sociedad, comerciantes o personajes populares como “El viejo Miguel” (1916), cuyas imágenes reproducían la revista, los almanaques o los libros de Uriarte: Los Baskos en el Centenario (1910) y Los Baskos y la Nación Argentina (1916).
En otras ocasiones, solía anunciar la preparación de cada una de esas pinturas o la presentación en algún salón como el retrato de María P.de Garat (1914), u otro con las palabras “Notable retrato” preservando la identidad de la persona. Esta modalidad, fue utilizada por Andrea en los libros cuando mencionaba a sus modelos sólo con los nombres y la inicial del apellido. En algunos escritos señalaba el nombre completo como el de Mary Lecubarry de Planas, Matilde B. de Cacciatore o Isidoro Aresti.
Andrea realizó varios autorretratos, algunos en España y otros en la Argentina, divulgados en revistas, uno de ellos en Caras y Caretas, o en sus libros como “La edición del domingo” donde se representa sentada cómodamente en un sillón de su departamento mientras lee el periódico, tal vez La Prensa, diario de su preferencia.
Los retratos ilustrativos de esta nota pertenecen a varios de sus libros, y otros, a los de Uriarte como se dijera, y en mayor medida, a los reproducidos en La Baskonia a lo largo de su trayectoria. Es de lamentar que a la fecha se ignore el destino de muchas de sus obras y quienes son los propietarios. Tal vez, la difusión de algunas de ellas, permita conocer nombres y lugares en que se encuentran. Andrea Moch ha permanecido casi en el anonimato, y el rescate y puesta en valor de sus trabajos merece el interés de quienes trabajan en la investigación y divulgación de la cultura vasca.
Fuentes y bibliografía:
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RATTO de SAMBUCETTI, Susana I.Los Monumentos del Centenario Revista Todo es Historia No. 454 mayo/2005.