497 Zenbakia 2009-07-31 / 2009-09-04

KOSMOpolita

Mexicanos en el País Vasco

LARRAÑAGA TORRONTEGUI, MC Ramón



Como país de cruce de razas, la nostalgia propia y prestada nos hace mirar hacia Europa, concretamente hacia el País Vasco. Estamos unidos a un pasado del que nos sentimos parte y nos sentimos orgullosos de pertenecer a esta raza, pero del que no participamos sino a través de gestos y signos que hemos heredado. Es una postura engañosa, que nos hace hablar de familias y recuerdos, cuando la última inmigración cesó allá en el tiempo que estuvo de presidente de México Lázaro Cárdenas del Río y nos dice ser vasco-mexicano, cuando lo cierto es que somos mexicanos como raza híbrida y sangre vasca.

Idealizamos un país que no es el nuestro y que recordamos y sentimos como si lo fuera. Un hilo casi mágico nos une a través de las generaciones y aprendemos su idioma, bailamos sus danzas y cantamos sus canciones. Nos conmueven, tanto como nos emocionan y a la vez, nos rabia el saber que nuestros jóvenes que van con la ilusión de estudiar los traten mal... En el esfuerzo por hacer prevalecer este tesoro dejado por nuestros antepasados, privilegiamos situaciones y permitimos actitudes que se contradicen con los valores que decimos proteger y olvidamos aquello que es verdaderamente nuestro, nuestro por lugar de nacimiento y no por adopción. Así lo entendieron nuestros abuelos que en su inmensa mayoría no llegaban desde la opulencia sino desde la guerra, el hambre y el dolor. Por eso tal vez fueron realistas en la apreciación de su presente y cuidadosos en la elaboración de su futuro. Un futuro que no incluía al país que habían dejado sino a la tierra que los había recibido. Supieron dejar sus nostalgias en los barcos que los habían traído y miraron hacia adelante. Y aportando las normas en que habían vivido, ayudaron a construir un país, no el de allá sino el de acá, el Sinaloa (Estado), el México (País). Los mexicanos de origen vasco somos una fuerza considerable. El orgullo de serlo, la importancia de pertenecer nos hace creer que los intereses ajenos son los propios. Aceptamos sin discutir y nos adherimos sin dudar.

Y es importante discutir y es importante dudar. Y, sin desconfianzas, poder plantear nuestros proyectos en un plano de igualdad, con la convicción de que serán considerados, en todo caso discutidos, pero nunca apropiados o desechados nada mas porque sí.

Foto: batega.

Sería absurdo desconocer o rechazar, no caemos en la cuenta que en ocasiones se usa la necesidad de otros para crear una imagen paternalista que ha dañado una relación que debe y debió ser de paridad. Se utiliza a las personas, como se utilizaron los valores, como se utilizaron las palabras, para seguir alimentando la fantasía con la imagen de una tierra que no es nuestra y que no nos engañemos, poco saben de nosotros.

México, por situaciones que no vamos a detallar aquí, se ha convertido de país acogedor a la vez en país expulsor. Nuestros jóvenes, ilusionados por un afuera mejor, nos dejan, se marchan a Estados Unidos. Pasan los años y regresan viejos, sin fuerza para reencontrarse con sus raíces. Otra generación se marcha a España con sus añoranzas en busca del lugar desde donde no hace tantas generaciones partieron sus abuelos. Con parecidas esperanzas y anhelos van en pos de expectativas creadas, aún desde organismos oficiales, y que no siempre se cumplen. Cuando se van no podemos menos que pensar en la generosidad de nuestra tierra que abrió sus brazos sin plantear condiciones. Aunque dudamos de que la entrega sea igual. Siempre fuimos una puerta abierta al mundo que olvida con demasiada frecuencia la generosidad de México. Un territorio que desde el descubrimiento, generó riquezas impensadas, no sólo en metales preciosos como el oro y la plata arrebatados a México y al Potosí, sino en los frutos comunes de la tierra como la papa, el cacao y el maíz.

A los que se dedican a tratar mal a nuestros jóvenes en la vieja España, les comento que no debieran olvidar que nuestro país recibió sin condicionamientos a los españoles afectados por la guerra civil y que habían perdido todo, incluso sus documentos. Esto no es un reclamo tardío. Simplemente, en este dar y recibir, tendríamos que pensar que el recibir no se interprete como una dádiva, sino como una devolución de todo lo que se dio voluntariamente y lo que se tomó sin justificación. Es tiempo ya de sincerarnos. Debiéramos apostar a una relación adulta, que deje de lado conveniencias transitorias y actitudes “políticamente correctas” y distinga por fin la diferencia entre ser útiles y ser utilizados.