Personaje pintoresco, si los hubo, fue el donostiarra Fernando Asuero, famoso al aplicar un insólito método terapéutico para todo tipo de enfermos. Su llegada a Buenos Aires en 1930 provocó una verdadera convulsión.
La estadía del médico, especialista en otorrinolaringología –aunque muchos dudaban que fuera ambas cosas– del vasco Fernando Asuero y Saenz de Cenzano en Buenos Aires abarcó tan solo 67 días y en ese periodo de tiempo la sociedad porteña vivió una historia singular en torno al método aplicado por este donostiarra para curar males como la parálisis, artritis, sordera, dolor de muela y de cabeza, hemorroides, úlceras, várices, piorrea y estreñimiento.
Por lo visto y a simple vista, la Asueroterapia, (como de ese modo se denomina) era una verdadera maravilla y una solución para muchas enfermedades, y así lo creían los miles de partidarios que defendían al doctor Asuero. Éste asegura muy convencido, que “el nervio trigémino era el provocador de todos los males corporales, y que bastaba tan solo punzarlo con un estilete introducido por las fosas nasales para que los efectos sanadores fueran completos e inmediatos”. Así de sencillo.
Lo cierto es que el nombre de Asuero comenzó a conocerse en la Argentina en 1929 y la controversia sobre el médico vasco –que en su juventud había sido arquero de la sucursal del Athletic de Bilbao en Madrid– lo precedió, tal vez montada en el prestigio de sus detractores como Ortega y Gasset –“es un charlatán irresponsable”–; Pío Baroja –“curandero poco digno de atención”–; Santiago Ramón y Cajal –“es una vergüenza medieval”, entre otros. No obstante, Fernando Asuero llegó a Buenos Aires el 24 de abril de 1930 y la ciudad fue un caos. La gente se reunió frente al hotel Español de la Avenida de Mayo provocando que el tránsito se cortara varias veces, lo que se dice, un verdadero revuelo.
Pasaron los días en la capital porteña y Asuero sólo disfrutaba de los placeres de la fama, comiendo y bebiendo muy bien. Recién al sexto día aplica sus estiletes en la nariz de un pariente suyo. No obstante, un médico, discípulo de Asuero –los hubo muchos en medio mundo– comienza a tratar pacientes en una clínica de la calle Azcuénaga. Cientos de personas esperan horas allí para ser atendidas y la polémica se multiplica y un juez recibe una denuncia por “ejercicio ilegal de la medicina” contra Asuero, a la par que los gestos de reconocimiento hacia el médico vasco se multiplica. El 14 de junio Asuero es recibido por el propio presidente Hipólito Yrigoyen, cuando el médico sale de la Casa Rosado, es detenido y llevado a una celda. El vasco se queja amargamente: “estoy preso luego de haber curado a cinco ministros de este país”.
Dos horas después lo liberan gracia a la intervención de un alto funcionario gubernamental, pero el escándalo es imparable y el donostiarra abandona el país en el vapor Asturias rumbo a España. Mientras el barco se alejaba del muelle, Asuero saluda a la multitud que lo despedía, arrojando la boina y gritando: “¡viva la Argentina!”.
Al tiempo, y como consecuencia de la estadía de Asuero en Buenos Aires, nace un tango titulado: “Operáte el trigémino” compuesto por Manuel Coliminas y grabado por la orquesta de Minotto di Cicco con el cantor Antonio Buglione, también, se estrena una obra teatral de tono picaresco, llamada “Nena, tocame el trigémino”, e incluso, circuló un charlestón referido al método de Asuero y hasta hubo un programa en radio Belgrano llamado “La hora de la Asueroterapía”. Una visita, la de don Fernando Asuero, que indudablemente, no pasó desapercibida en aquella Buenos Aires que estaba a punto de ser escenario del primer golpe militar del siglo XX.
Artículo publicado en el Boletín Beti Aurrera N.º 86