42 Zenbakia 1999-07-16 / 1999-07-23

Gaiak

La simplificación de la identidad cultural en la historia de la Guerra Civil Española

COBB, Christopher H.

La simplificación de la identidad cultural en la historia de la Guerra Civil Española La simplificación de la identidad cultural en la historia de la Guerra Civil Española Christopher H. Cobb Texto publicado en VASCONIA Cuadernos de Historia Geografía de Eusko Ikaskuntza Sociedad de Estudios Vascos, nº 27 (1998), pp. 245 251 Resumen La euforia reinante tras la muerte del Dictador condicionó la idealización de la producción cultural de los republicanos durante la Guerra Civil. Sin embargo, ocultó a la vez las contradicciones y simplificaciones inherentes en algunas de estas obras. En este contexto los actuales críticos de la cultura como Hobsbawm y Williams nos pueden facilitar una visión de aquellos años más matizada donde se enfrenta con el peligro de la manipulación de la cultura por el estado, pero sin olvidar la extensión de la práctica cultural a un más amplio sector de la población. Laburpena Diktadorea hil ondoren nagusi zen euforiak errepublikazaleek Gerra Zibilean sorturiko produkzio kulturalaren idealizazioa baldintzatu egin zuen. Nola nahi den, halako obra batzuek berekin zeramatzaten kontraesanak eta sinplifizikazioak ezkutaturik geratu ziren. Testuinguru honetan, kulturaren egungo kritikoek, hala nola Hobsbawm eta Williams, ñabardura gehiagoko ikuspegia bidera dezakete urte haietaz. Izan ere, estatuak burutu kulturaren manipulazioaren arriskuari aurre egiten zaio, populazioaren sektore zabal bati hedaturiko ekimen kulturala ahaztu gabe . Résumé L'euphorie qui reignait après la mort du Dictateur conditionna l'idéalisation de la production culturelle des républicains durant la Guerre Civile. Pourtant, elle cacha en même temps les contradictions et les simplifications inhérentes à quelques unes de ces oeuvres. Dans ce contexte, les critiques actuels de la culture tels que Hobsbawm et Williams peuvent nous donner un apect plus nuancé de ces années où il fait face au danger de la manipulation de la culture par l'état, mais sans oublier l'extension de lapratique culturelle à un plus vaste secteur de la population. Entre la muerte del dictador en 1975 y el 50 aniversario de la II República y la Guerra Civil muchas publicaciones iniciaron la tarea de levantar el telón sobre un pasado prohibido sea la imagen del régimen proyectada y severamente controlada por los mismos franquistas o sea la silenciada República. Entre los muchos títulos sobre ésta última se puede notar, con cierta sorpresa, la parte importante dedicada a temas culturales: M. Aznar, Pensamiento literario y compromiso antifascista de la inteligencia española republicana (1978), M. Bilbatúa, Teatro de agitación política, 1933 39 (1976), J. Brihuega, La vanguardia y la República(1982), F. Caudet, Las cenizas del Fénix. La cultura española en los años treinta (1993), V. Fuentes, La marcha al pueblo en las letras españolas, 1917 1936 (1980), M. A. Gamonal Torres, Arte y política en la Guerra Civil española. El caso republicano (1987), C. Grimau El cartel republicano en la Guerra Civil (1979) R. Marrast, El teatre durant la Guerra Civil espanyola (1978), S. Salaun, La poesía en la Guerra de España (1985), G. Santonja, La novela revolucionaria de quiosco, 1905 1939(1993), R.Gubern, La guerra de España en la pantalla (1986). Presentando el libro de Fuentes con su título tan de la época, La marcha al pueblo en las letras españolas, Tuñón de Lara destacó uno de los aspectos más significativos de estos trabajos: la recuperación de un pasado reciente y la reintegración de una memoria escindida e incompleta. Esto se aplica a sendas antologías de textos como las de Aznar, Brihuega y Gamonal Torres y a las reediciones, por ejemplo, la serie de obras rescatadas por Ediciones Turner, Cuadernos para el diálogo y Laia: Arconada, La turbina, Río Tajo, Carranque de Ríos, La vida difícil,Rafael Alberti, Numancia, Noche de guerra en el Museo del Prado, Juan Gil Albert, Mi voz comprometida entre otros muchos. Sin embargo, cabe subrayar el hecho de que estas obras exaltando laépoca republicana aparecieron bajo las condiciones tan específicas de la transición a la democracia. La euforia colectiva de aquellos años inevitablemente iba a dejar sus huellas en ellas y todas, en un grado más o menos elevado, idealizaron el movimiento cultural de los años treinta. Con el paso del tiempo nos conviene examinar no solamente esta manera de concebir la cultura y sus relaciones con las distintas capas de la sociedad española sino también su manipulación durante la Guerra Civil. Para lograr este fin, podría resultar provechoso contrastar estas concepciones con el profundo debate de la segunda cincuentena del siglo a través de Europa y EE.UU sobre una serie de nociones relacionadas: cultura, cultura popular, identidad cultural, etc. En cuanto a textos sobre la República y la Guerra Civil producidos durante los años ochenta nos vamos a concentrar en el libro arriba mencionado de Victor Fuentes y la antología con el título La cultura y el pueblo que hice publicar en la colección Papel 451 de la Editorial Laia en 1981. En los dos casos hay ambiguedades en torno a expresiones como 'revolución cultural', 'la cultura reunía todos los valores que se defendían', 'la creación de una identidad popular', donde no se especifica las relaciones que pudieran existir entre, de un lado, el proletariado y, del otro, artistas y escritores. La intención es, pues, de cotejar estas definiciones de la cultura y examinar la naturaleza de la identidad cutural. Para algunos se trata, esencialmente, de un enfrentamiento entre una cultura 'alta' y otra 'baja', obrera o proletaria (todos términos con su propia problemática). Si el contundente rechazo de "la plebeyez del arroyo"( ) por parte de los redactores de Acción Española es un producto de la España de los años treinta, la defensa de los valores de la alta cultura esgrimida por Ortega se sitúa dentro de una perspectiva europea más amplia que incluye a Karl Jaspers y Leavis, el crítico inglés. Aunque muy de la otra acera, laobra de difusión cultural de las Misiones Pedagógicas igualmente proviene de la cultura admitida de estirpe liberal: otro tanto se puede decir de muchos aspectos de la reforma educativa de la era republicana. Las posibles contradicciones en estas actividades siguen vigentes y sin clarificación. Las definiciones contemporáneas de la cultura revelan concepciones muy distintas. La diferencia de apreciación de Raymond Williams y Richard Hoggart es resultado de su acercamiento antropológico a la cuestión. Para ellos, lejos de ser la reserva de adeptos, educados o militantes políticos, la cultura abarca todo un modo de vivir y se concentran en el comportamiento de la gente ordinaria. El elemento decisivo es el grado de interacción entre los miembros de la comunidad: la práctica cultural de cualquier grupo o etnía se fundamenta en la construcción y aceptación generalizada de significados tomados del marco de su vida diaria. Al resumir este debate, Stuart Hall, del Centro de Estudios sobre la Cultura Contemporánea de Birmingham, ha recogido todos estos elementos, definiendo la cultura como "todo un proceso por el que se construye socialmente y se transforma históricamente significados y definiciones"( ) . Hall confirma, pues, la importancia de considerar la cultura como un proceso, no una entidad fija; un proceso de reconocimiento de significados en constante evolución y que resultan de relaciones comunitarias. Estamos lejos de los significados creados y repetidos machaconamente por organismos gubernamentales y políticos durante la guerra, verbigracia, la interpretación de la historia española organizada alrededor de hitos como Numancia, la guerra de los Comuneros, la resistencia a la invasión napoleónica, etc. La importancia de la conciencia colectiva y la acción resultante destacan el papel primordial de la alfabetización para garantizar el acceso al diálogo entre los ciudadanos, la participación en la vida cívica y la cohesión de la población. Su influencia ha sido reconocidapor Anderson en su estudio sobre las comunidades imaginarias al notar la coincidencia entre el despertar del sentimiento nacionalista y el desarrollo de las campañas de alfabetización( ) . Sin embargo, este cuadro resulta demasiado sencillo y presenta la alfabetización y la cultura popular sin problemática. Harrison, en su estudio sobre la cultura oral, ha sugerido la posibilidad de que la demasiada insistencia en la cultura escrita haya podido desvalorizar la cultura oral, igualmente rica como medio de expresión de la creatividad popular ( ) . Siempre bajo el epígrafe de los factores que pueden clarificar nuestra comprensión de las actividades culturales durante la República y la Guerra Civil, tenemos que incluir las implicaciones de la filosofía linguística desarrolladas por los seguidores de Saussure. La relación establecida por éste entre lengua y cultura ha sido muy provechosa, indicando cómo la lengua organiza y construye la realidad así como las convenciones linguísticas condicionan nuestra manera de ver el mundo. La importancia de estas ideas fue destacada en el momento en que Louis Althusser empezó a restar importancia del determinismo económico (tan de moda en los años treinta) para subrayar el papel de los aparatos ideológicos estatales, tales como la ley, la educación, la familia, etc. De ahí en adelante se ha insistido en el poder determinante de los sistemas linguísticos que son capaces de formar e interpretar la realidad social. En este sentido la obra de Barthes, por ejemplo Mythologies, ha sido particularmente rica al identificar la manera en que connotaciones sociales se apegan a signos linguísticos. En cuanto al período de la historia española que aquí nos interesa, podemos reconocer en seguida la fuerza de estos signos y los valores culturales que conllevan como condicionantes que frenan los proyectos de transformación. Si para muchos, especialmente los activistas de izquierdas, el ambiente les parecía prerrevolucionario, tenemos que notar losecos persistentes de la producción cultural comercializada. Como microcósmico botón de muestra citaremos la verídica subcultura sostenida por José María Carretero Novillo, o sea "El Caballero Audaz", cuyas noveluchas incluían La virgen desnuda, Desamor, De pecado en pecado, El pozo de las pasiones, El divino pecado, Hombre de amor, A besos y a muerte, Una pasión en París, etc. Una indicación del éxito comercial obtenido nos es proporcionada por el hecho de que por lo menos dos de esta obras fueron adaptadas para el cine. Su cínica explotación del tema popular queda evidente en el folleto anticomunista que hizo publicar al llegar la República, cuyo título era Al servicio del pueblo. La dificultad de cambiar o transformar estos valores ha sido destacada por Manuel Aznar en su examen de las tentativas de establecer en España una literatura proletaria. Empezando con el número especial de la Gaceta Literaria titulado "Los obreros y la literatura"( ) , pasamos por la formación de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios, la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios, la Asociación de Escritores Proletarios Revolucionarios. Para Joaquín Arderíus esta última asociación iba a organizar la crítica de libros por la masa proletaria, mientras que varias otras revistas hacían llamadas por colaboraciones obreras( ) . Pero, a pesar de estos ardores revolucionarios, las fuertes limitaciones impuestas por la praxis cultural existente se revelaban punto menos que inmóviles. En palabras de Aznar: Ni estaba constituido un circuito de lectura obrera ni el mundo editorial encontraba un mercado literario entre un proletariado y campesinado alejado de la cultura y el libro( ). Igualmente reveladora fue la perennidad de la arcaica tradición de las veladas teatrales. Marrast y Bilbatúa han destacado la riqueza del teatro comprometido, de agitación y propaganda durante la Guerra Civil cuando individuos como Rafael Alberti, María Teresa León y César Falcón lanzaron susguerrilleros como portaestandartes de la revolución. Pero de nuevo constatamos la persistencia de las formas tradicionales, bien enraizadas en la mente del público. José Carlos Mainer, en su estudio magistral de la lectura obrera, publicado hace casi veinte años pero siempre de actualidad, destacó la dependencia que la literatura obrera tiene con respecto a formas literarias específicamente burguesas ( ) . Cuántas veces topamos en la prensa militar durante la guerra con notas como la siguiente sobre una presentación ante los milicianos de una escena con contenido revolucionario, El soldado, ante un telón con pinturas de la Giralda y el acueducto de Segovia y todo acompañado de cuplés, farrucas y extractos de zarzuelas ( ) . El fenómeno no se limita a las circunstancias tan especiales de la Guerra Civil: la historia del teatro obrero en España a finales del siglo XIX y principios del XX confirma la manera en que autores, actores y público se dejaban llevar inconscientemente por el formato de la tradicional velada teatral o literaria con sus orígenes en los círculos artísticos de la burguesía o en los patronatos religiosos. Así vemos cómo, a pesar de los esfuerzos de varias agrupaciones socialistas en Bilbao, Madrid o Santullán en poner en escena obras de contenido social, recayeron a menudo en puro teatro de consumo para distraer a su público ( ) . Este tipo de velada solía incluir juguetes cómicos, sainetes de costumbres andaluces, lecturas de poesía, discursos y hasta tómbola con reparto de juguetes. La otra temática que hemos propuesto examinar concierne la así llamada identidad cultural. En la antología La cultura y el pueblo hay numerosas alusiones que asumen el reconocimiento de un término unidimensional que se aplica y maneja con toda sencillez. Así en la página 97 se habla de "la creación de una identidad cultural popular" y en la página 42 se refiere a "la voluntad de Arderíus y Sender de establecer una nueva identidad cultural para España". Las múltiplesposibles implicaciones de estas referencias dan lugar a una total ambiguedad en la que cada uno puede crear su propia interpretación. Por aquel entonces dominaba una lectura político social. La creación de una identidad cultural popular se refería a menudo únicamente a la extensión de la presencia del proletariado en la temática artístico literaria o al rechazo de los valores de la cultura burguesa dominante. La confrontación con los fascistas no hizo sino subrayar para los republicanos la confianza en la superioridad de los valores que defendían y fue como consecuencia de este enfrentamiento que la cultura (en su sentido tradicional de un cuerpo fijo de obras artístico literarias) se convirtió en polo de atracción de la propaganda gubernamental para convencer la opinión internacional de la justicia y moralidad de su causa. Pensamos en algunas de sus iniciativas más espectaculares tales como el Pabellón Español en la Exposición de París en 1937 y el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas del mismo año ( ) . Todo lo cual reforzaba la concepción de la cultura como una aglomeración de creaciones para las que se cultivaba el respeto popular y que se utilizaban para identificarlas en sentido indefinido con la aguerrida República. Se nota en seguida la distancia entre estas formas y "la vida diaria de la gente ordinaria" expuesta por Raymond Williams ( ) . En sus esfuerzos para proyectar una imagen de la cultura popular que les resultase favorable al exterior y cohesionadora al interior los activistas de las campañas de agitación y propaganda tenían que confrontar una serie de contradicciones . En realidad se reproducía un escenario común a otros movimientos revolucionarios. Llegados al poder o luchando para alcanzarlo, el nuevo régimen se encontraba rodeado de los vestigios, monumentos y recuerdos de sus antecesores, en suma, todo el cuadro de la vida diaria formado lento y sólidamente durante siglos. En Francia en 1789 y en Rusia en 1917 la respuestafue la misma: barrer en lo posible estos restos y sustituirlos rápidamente por elementos creados en el seno de la nueva sociedad. Así, en Francia la Sociedad Popular y Republicana de las Artes exigió la colocación de representaciones de hazañas heroicas en todos los departamentos. En 1794 el Comité de Salud Pública emprendió una vasta campaña de renovación del contorno urbano, con edificios, parques, figuras y estatuas para comunicar el evangelio republicano a las masas ( ) . En Rusia Lenin propuso una campaña de propaganda por medio del arte monumental que formaría el decorado de las fiestas populares del nuevo calendario ( ). En España el modelo soviético ejerció una atracción poderosa, aun antes de la guerra. Con el estallido de las hostilidades apareció un sinfín de grupos de agitadores formados en los años precedentes y conscientes de la posibilidad de echar mano a medios culturales en sus campañas. Como consecuencia presenciamos la creación de numerosos coros revolucionarios y grupos dramáticos, de los que las Guerrillas del Teatro y el Retablo Rojo de Altavoz del Frente eran los más conocidos. De manera parecida se pedía la colaboración de artistas gráficos en la producción de "grandes monumentos colosales que impregnen a las multitudes madrileñas del coraje que abatirá al fascismo... Los inactivos y expectantes transeúntes se verán perseguidos por la continua visión de su enormidad, a través de los carteles murales. Altavoz del Frente pretende con este sistema fustigar duramente las conciencias poco firmes"( ) . Cita reveladora que expone claramente la utilización de estas actividades para condicionar al público. Como medios al servicio de la revolución pueden resultar muy eficaces en el calor del momento insurreccionario pero inevitablemente se desvanecen pasada esta circunstancia. Se trata de una técnica para la motivación de los ciudadanos, no la práctica cultural popular y espontánea cuya evolución es necesariamente más lenta e imprevisible. El propósitode realizar cambios profundos en la sociedad ("una nueva identidad cultural") explica el recurso al sistema educativo para lograr estos fines. En Italia, al final de la unificación, d'Azeglio señaló la necesidad de reforzar una identidad : "Hemos creado Italia: ahora tenemos que crear a los italianos" ( ) . En España, Rodolfo Llopis, el recién nombrado Director General de Primera Enseñanza afirmó que "la revolución que aspira a perdurar acaba refugiándose en la pedagogía"( ) . En un principio se trataba sobre todo de acabar con la hegemonía educativa ejercida por la Iglesia Católica pero había que sustituir otros valores y el Estado organizó "cursillos en todas las capitales basados en unas lecciones en que abundaban los temas políticos y económicos congruentes con el régimen político"( ) . Poco a poco se iba estableciendo (sobre todo entre los socialistas) el ideal jacobino de la hegemonía estatal. La simplificación de la identidad cultural en la historia de la Guerra Civil Española corriente independiente en la enseñanza española representada por la Institución Libre de Enseñanza expresó públicamente sus dudas sobre esta evolución hacia una nueva ortodoxia. El mismo ideario se hizo evidente en muchas de las iniciativas del Ministerio de Instrucción Pública durante la Guerra Civil. No sólo era cuestión de poner todas las actividades educativas al servicio de la consecución de la victoria ( ) , sino de orientar toda la campaña de agitación y propaganda cultural hacia la concienciación de la población: "Elevar la cultura del soldado significa fortalecer su conciencia política" ( ) . En el decreto ministerial del 30 de enero de 1937 creando las Milicias Culturales el programa de alfabetización fue presentado como parte de la lucha por la cultura del pueblo y la cartilla escolar antifascista indicó claramente el marcado cargo propagandístico. De manera tajante Viñao ha señalado "la conexión del proceso de alfabetización con la concienciación o proselitismo ideológicotras un proceso revolucionario" ( ) . La cultura, lejos de ser la expresión de la creatividad popular, se convierte en instrumento o medio para su manipulación. Esta desviación de la práctica cultural hacia el control social ha sido una constante en el mundo occidental durante más de 200 años. Autoridades como Schlesinger y Gellner han señalado cómo la formación de la nación estado se basó en la centralización de la revolución industrial que favoreció la evolución de una lengua estandardizada para la educación y formación de grupos culturales homogéneos ( ) . Se produjo como resultado una amplia congruencia entre estado y cultura oficial. Esta línea interpretativa ha sido plenamente desarrollada por Eric Hobsbawm en su estudio sobre la Invención de la Tradición ( ) donde identifica las invenciones que se han utilizado para simbolizar la cohesión social, la legitimación de la autoridad o la socialización de los ciudadanos, es decir, la inculcación de sistemas de valores. Con el advenimiento del liberalismo se habían aflojado muchos lazos tradicionales y la nueva burguesía dominante se dio cuenta de la importancia de estos sistemas en el mantenimiento de su control. Con este trasfondo de la historia europea y la irrupción de los poderes totalitarios el empleo de los medios culturales para cohesionar la sociedad española no debe sorprendernos. Lo que ha oscurecido este proceso ha sido el éxito de la campaña para proyectar una imagen favorable de la producción cultural en la zona republicana, identificándola con el gobierno y la población, sin especificar la naturaleza de esta relación. La sencillez y unidimensionalidad de este proceso se contrasta con la complejidad pormenorizada por especialistas como Schlesinger, Gellner, Smith y King ( ) , quienes, al hablar de una identidad cultural colectiva, subrayan la riqueza sobrecargada y entrecortada de la experiencia humana, compuesta de retazos traslapados, una identidad cuyo reconocimiento tiene que ser constantementerenovado. NOTAS 1) Acción Española, 16 de diciembre de 1933. ( ) 2) "The Question of Cultural Identity", en S. Hall, D. Held y T.McGraw, Modernity and its futures, Cambridge, Polity, 1992.( ) 3) London, Verso, 1983, Capítulo 5, "Old Languages, New Models".( ) 4) La cultura analfabeta, Barcelona, 1972.( ) 5) 15 de septiembre de 1928.( ) 6) "Una interviú con Joaquín Arderíus, el primer escritor español comunista", Nosotros, 1 de agosto de 1931. ( ) 7) Op. cit., p.61.( ) 8) "Notas sobre la lectura obrera en España (1890 1930)", en A. Balcells, Ed, Teoría y práctica del movimiento obrero en España (1900 1936), Valencia, F. Torres, 1977.( ) 9) Al Ataque, 28 de junio de 1937. ( ) 10) Sobre el caso de Santullán ver F. de Luis Martín, Cincuenta años de cultura obrera en España, 1890 1940, Madrid, Pablo Iglesias, 1994, pp.299 313.( ) 11) Ver F. Martín Martín, El Pabellón Español en la Exposición Universal de París en 1937, Universidad de Sevilla, 1982 y M. Aznar y L. M. Schneider, II Congreso Internacional de Escritores para la defensa de la cultura (1937), 3 tomos, Ed. Generalitat Valenciana, 1987. ( ) 12) Ver S. Hall, Op. cit. ( ) 13) Ver J. Leith, The idea of Art as Propaganda in France, 1750 1799, University of Toronto Press, 1965, Capítulo 5, "Revolutionary Plans to Mobilise the Fine Arts".( ) 14) Sobre esta campaña ver Anatoli Strigalev, "L'art de propagande révolutionnaire. L'agitprop" en Paris Moscú, 1900 1930, editado por el Ministerio de la Cultura de la URSS y el Centro Georges Pompidou, Paris, 1979, p.318. ( ) 15) Altavoz del Frente, No.2, 24 de octubre de 1936.( ) 16) Apud E. Hobsbawm, The Invention of Tradition, Cambridge, University Press, 1983, Capítulo 7, "Mass Producing Traditions".( ) 17) La revolución en la escuela, Madrid, Aguilar, 1933, p.9 ( ) 18) C. Alba Tercedor, "La educación en la II República: un intento de socialización política" en VV.AA, Estudios sobre la II República española, Madrid, Tecnos, 1975, p.67. ( ) 19) J. M. Fernández Soria, Educación y cultura en la Guerra Civil (España, 1936 9), Valencia, Nau Llibres, 1984, pp.36 7. ( ) 20) Cultura Popular, No.2, junio de 1937. ( ) 21) "Historia y educación en y desde Murcia. Un análisis contextual" en VV.AA, Historia y educación en Murcia, Universidad de Murcia, 1983, p.45. ( ) 22) P. Schlesinger, Media, State and Nation. Political Violence and Collective Identities, London, Sage, 1991, capítulo 8, "On National Identity II, Collective Identity and Social Theory". ( ) 23) Op. cit.( ) 24) Schlesinger, Op. cit., E. Gellner, Nations and Nationalism, Oxford, 1983, A.D. Smith, National Identity, London, Penguin, 1991, A.D. King, Culture, Globalisation and the World System, Basingstoke, MacMillan, 1991. ( ) Christopher H. Cobb.