401 Zenbakia 2007-06-29 / 2007-07-06
Corrían los últimos meses del siglo XIX en el extremo sur de la Patagonia Argentina. Hacia este confín se dirigía Ramón Gastelumendi con sus majadas. Al arribar a estos parajes inhóspitos, luego de un tiempo se estableció como empleado de la estancia que levantaron los hijos del misionero protestante, Reverendo Thomas Bridges1 allá por 1902 en Viamonte2, cordillera arriba. Un día de verano, recorriendo el terreno con gran cantidad de ovinos observó a un grupo de mujeres ona recolectando frutos en el bosque y cruzó accidentalmente su mirada con la de Kusanche, una joven y bella mujer. Con cierta intencionalidad, Ramón esparcía asiduamente los ovinos en aquella dirección esperando ver el rostro de Kusanche. Al cabo de dos estaciones Don Ramón Gastelumendi y Doña María Felisa Cusanchi (como le llamaron al bautizarla) eran marido y mujer.
Kusanche, si bien era joven, había enviudado de su primer esposo hacía ya un tiempo por culpa de una riña. Los dos frutos de aquel primer amor perecieron al volcar una pequeña barca. Selk’nams caminando en la playa.
Foto: Furlong, 1908.
Ona era la denominación que les asignaban sus vecinos, los yahganes (o yamanes) que eran nómades canoeros y significa en su lenguaje “gente del norte”. Los onas se llamaban a sí mismos SELK’NAM, que significa “hombres de a pie”. Los selk’nam habitaban la Isla Grande de Tierra del Fuego. Habían dividido este dominio en treinta y nueve distritos territoriales (llamados haruwen: tierra) separados unos de otros por mojones naturales tales como ríos, árboles, piedras, etc. Estos distritos se heredaban de padres a hijos y cada distrito podía sustentar hasta unas ciento veinte personas aunque lo usual era encontrar alrededor de no más de cincuenta miembros por clan. Se puede decir que una tribu o clan familiar habitaba un distrito y en raras oportunidades salían de su territorio para cazar. Sólo salían para hacer la guerra, torneos de lucha o saciar su espíritu con algún ceremonial concreto. No tenían jefes hereditarios. Sus líderes eran temporales y esa posición la alcanzaban al sobresalir por sus habilidades y de acuerdo a los objetivos inmediatos que se suscitaban. En su organización era notable el respeto hacia los kemal (ancianos consejeros, transmisores de su sabiduría) y a sus médicos (los kon). A su vez, tenían un posicionamiento social privilegiado los xo’on (chamanes) cuyo poder influenciaba a la caza y a la pesca, tenían facultades curativas y por ende participaban de todas las ceremonias; los lailuka que eran sabios, suerte de profetas, eran depósito de conocimiento mitológico milenario y carecían de poderes sobrenaturales y los k’mal (guerreros) cuya sabiduría basada en la experiencia y conocimientos en la tradición los acercaban al lugar de jefe y por lo general había uno por clan. Familia trasladando el campamento.
Foto: Alberto De Agostini.
Este pueblo nómada pedestre, aunque siempre migrando dentro de su territorio familiar, montaba sus hogares tras las huellas del guanaco. Sin embargo, para su sustento también cazaba una especie de roedor pequeño llamado tuco-tuco3 así como focas, patos, cangrejos, zorros y ballenas varadas (en este caso compartían la presa con sus vecinos yahganes, alkalufes y haush, lo que valía para estimular y consolidar lazos de amistad entre pueblos). También pescaban; pero nunca embarcados. Siempre desde la orilla y con marea baja. Generalmente construían sus tiendas con pieles de guanaco sin pelo, impermeabilizadas con saliva y barro conformando una estructura de techo plano o paravientos sostenida con palos. En menor número de ocasiones, la morada tenía forma de choza cónica y las pieles que la recubrían eran teñidas de rojo sin más detalles. Las mudanzas estaban a cargo de las mujeres quienes cargaban los pocos utensilios que utilizaban, los cueros de las tiendas y demás trastos, sin olvidar elementos como la pirita y la yesca para encender el infaltable fuego4. También eran ellas quienes estaban a cargo de los cuidados del hogar, el tratado de los cueros y la confección de la vestimenta, así como la recolección de frutos silvestres, hongos, semillas y mariscos. Los hombres se encargaban de alimentar a sus respectivos clanes. Sólo ellos empuñaban el arco y la flecha siendo los dueños de una sofisticada y milenaria arquería. Los cazadores y guerreros eran iniciados en su temprana infancia en el arte de estas armas y lograban cuando adultos disparar flechas a una distancia media de ciento setenta metros. Los arcos eran fabricados con la madera del lugar (ñire, lenga o maitén) al igual que los astiles de las flechas (construidas con madera de calafate) cuyas puntas eran de piedra. Las cuerdas de los arcos eran hechas con tendones de guanaco. Los cazadores lucían un tocado cefálico triangular de piel de este animal conocido como kóschel, el cual favorecía la caza del antílope. Familia cobijándose en su choza de tipo “paravientos”.
La indumentaria selk’nam consistía en largas capas de piel de guanaco con el pelo hacia fuera. Las mujeres la ataban con tiras en el pecho mientras que los hombres la sujetaban bajo el brazo derecho, asegurándola con la mano. Calzaban mocasines de piel llamados jumni.
La familia era poligámica aunque era muy raro que un hombre tenga más de dos mujeres. Por lo general, la primera mujer allanaba el camino hacia la segunda, ya que sería su “socia” en el arte de trasladar el campamento. La altura promedio de los hombres selk’nam era de 1,80 metros, con físicos de fuerte constitución. Se alimentaban lo suficiente como para no engordar. Debían exhibir una imagen atlética, de ágil cazador. En cambio las mujeres eran de menor estatura y de tendencia obesa. Es que si el marido era un excelente y fornido cazador, ella tendría alimento más que suficiente y debía lucir de ese modo para encajar de la mejor forma posible en la sociedad ona. La pintura corporal era de relevante importancia entre los selk’nam. Se tatuaban los brazos, depilaban las cejas y las pinturas en los rostros indicaban estados de ánimo, la participación en determinados acontecimientos sociales o el desempeño en una determinada tarea. Los rostros pintados con líneas amarillas se leía entre los selk’nam como “estoy triste y no deseo ser molestado”.
Doña Enriqueta Gastelumendi. Transcurría 1907 cuando la familia de Ramón y Kusanche (voz ona que significa “cara ancha”) se establecía sobre el Río Fuego, muy cerca de una misión salesiana. En este contexto nace la menor de sus hijos, Enriqueta Gastelumendi, la última selk’nam de descendencia directa, un 15 de julio de 1913 completando una prole de cinco. La infancia de Enriqueta transcurrió en un entorno idílico, descubriendo los detalles de la naturaleza que la rodeaba contenida por el amor de sus padres. Ella recordaba, tal como lo expresa en el video documental “Enriqueta, La Ultima Selk’nam”5, a su padre vasco con desbordante amor. Fue la etapa más feliz de su vida y la que ocupaba sus memorias en momentos de desesperanza. A sus cinco años migró junto a toda su familia cruzando la cordillera a la estancia Harberton. Posteriormente se trasladaron a la estancia Moat (propiedad de los Isorna) donde aprendió a leer y escribir con un catálogo de juguetes demostrando su innata capacidad autodidacta por entonces. Fabricaba sus propios juguetes con leños, ramas y materiales que hallaba por ahí. Incluso elaboraba sus propias herramientas. Poco a poco y con sólo observar su entorno, las manos de Enriqueta tomaban un trozo de lenga y de ellas salía arte que por lo general representaba la fauna del medio, sobre todo guanacos.
Era una dulce niña que recorría los campos cazando, pescando, sembrando, ordeñando y alambrando, mientras advertía los más mínimos detalles de las formas naturales en su entorno.
Una mañana Enriqueta se llevó un susto terrible que no olvidó por el resto de sus días. Tres guerreros selk’nam concurrieron a la estancia a visitarles. Eran los suyos, su gente con quienes había tenido hasta entonces escaso contacto. De ahí en más Kusanche le transmitió gran parte de la cultura de su pueblo.
El Reverendo Thomas Bridges y su familia en 1880. La más pequeña, Alice, aún no había nacido. Este capítulo feliz en la vida de Enriqueta no duró mucho tiempo. Su padre, el vasco a quien tanto amó por su bondad y entrega a ella, a su madre y hermanos, falleció por un accidental disparo de escopeta en 1918.
Pasado este episodio, el encargado de la estancia Moat, un español de nombre Jesús Varela se convierte en el padrastro de Enriqueta y sus hermanos. Este hombre bruto y despreciativo de los aborígenes se convierte en marido de Enriqueta cuando tenía tan solo 13 años obligada por su misma madre. A partir de este momento, la vida de esta niña se convierte en un calvario. Entre otras peculiaridades, Varela (“el hacedor de todos sus males”, según la propia Enriqueta) se enfurecía cuando al llegar a la casa le encontraba tallas de lenga o virutas. Tomaba las piezas de arte y las arrojaba al fuego vociferando en los alrededores luego que su mujer estaba demente. Enriqueta Gastelumendi y Jesús Varela comenzaron su descendencia6 en Moat y la continuaron en Fagnano, lugar al que se mudaron más tarde. Las angustias en la vida de Enriqueta la llevaron muchas veces a las orillas de las aguas del fin del mundo para terminar con su vida; pero siempre encontró una señal en la naturaleza que le animaba a seguir, las formas de las ramas y palos en la costa le indicaban figuras para tallar haciéndole sentir que en un futuro los pesares culminarían. Fin de la primera parte. 1 Reverendo Thomas Bridges. Pastor anglicano que arribó a Tierra del Fuego junto a su esposa, la Sra. Mary Ann Varder y una hija, Mary Ann Varder Bridges, en 1871 procedente de las Islas Malvinas. Nació en Bristol, Inglaterra, en 1842. Tan pronto como arribó edificó su casa sobre el canal del Beagle estableciendo la primera misión anglicana en el lugar. La misma, hacia 1886, se convirtió el el casco de la estancia Downeast que prontamente pasó a llamarse Harberton en honor al poblado de Devonshire donde nació su esposa. Harberton fue la primera estancia en tierra fueguina y Thomas Bridges el primer europeo en establecerse en tan vasto territorio. Allí dio cobijo a los aborígenes en dramáticas circunstancias. Es autor del diccionario Yámana - Inglés. El reverendo y su esposa tuvieron cinco hijos más: Thomas Despard, William Samuel, Bertha Milman, Alice Couty y Stephen Lucas (Lucas Esteban) quien continuó con la tradición literaria de su padre escribiendo “El último confín de la Tierra”. Pronto se convirtió en un clásico de la literatura y la mejor obra jamás escrita sobre Tierra del Fuego. La narración apasionante de Bridges que abarca casi un siglo, constituye una mezcla de crónica de viaje y exploración, biografía familiar, historia y relato antropológico. 2 Estancia Viamonte. Establecida por Will, Despard y Lucas E. Bridges. Lucas eligió ese nombre en honor al general argentino de origen italiano. Cuando los selk’nam del norte de la isla le invitaron a vivir con ellos, nació la estancia en la cual Lucas les brindó protección. 3 El tuco-tuco (Ctenomys magellanicus), es denominado de esta forma haciendo referencia al sonido que produce al comunicarse. Pertenece a un grupo de roedores que se caracteriza por vivir en cuevas subterráneas y está representado por más de 56 especies en todo el continente Sudamericano desde el sur de Brasil hasta Isla Grande de Tierra del Fuego. Estas especies viven en los más variados terrenos, desde grandes altitudes que alcanzan los 4000 m de altura en la Puna hasta valles deprimidos al oeste de Argentina y desde zonas costeras y semiáridas hasta lugares con mucha vegetación, donde también se los conoce con otros nombres vulgares como coruro, tunduque, ocultos o tucu-tucu. El tuco-tuco fueguino, a diferencia de otros roedores como el castor y la rata almizclera que habitan la isla, es una especie autóctona, y ya los Selk’nam, que denominaban a estos animales “apen”, los utilizaban para complementar su dieta aprovechando también sus pieles. 4 En octubre de 1520 Hernando de Magallanes con su flota llega al estrecho que heredó su nombre. Desde las embarcaciones divisaron grandes fogatas lo que derivó en llamar “Tierra del Fuego” a la isla. Las fogatas eran encendidas por los selk’nam dada la rigurosidad del clima. 5 Enriqueta, la última Selk’nam. película documental de Valdivia, Manuel. Año 1996. Duración 30 minutos. Ushuaia, Argentina. 6 Hijos de Enriqueta Gastelumendi y Jesús Varela: Angela, Dionisia, Isabel, Enriqueta, Amanda, Celestino, Jesusa, Jesús y Esther.