396 Zenbakia 2007-05-25 / 2007-06-01
Alguien dijo que Santiago de Chile en Febrero es un pequeño paraíso, con un cielo azul encantador, una brisa perfumada, una cordillera majestuosa y muy pocas personas visibles; eso debe haber pensado Don Pedro de Valdivia cuando hace exactamente 466 años nos fundó, después de haber atravesado más de mil kilómetros de desierto a pie.
Don Pedro, veterano capitán de las guerras de Italia y de Flandes, hidalgo extremeño, parado sobre un pequeño cerro llamado Huelén por los nativos, funda la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo. Siguiendo el manual de Fundación de Ciudades que entregaba la Corona a sus Capitanes y Adelantados, le correspondió al Alarife Pedro de Gamboa (vizcaíno supongo) mensurar y dividir la futura ciudad en manzanas, que luego se dividirían en solares asignados. Me lo imagino rodeado por su soldadesca proveniente de todas las provincias y reinos gobernados por Carlos V; los recién conquistados navarros y granadinos, escribanos y esclavos respectivamente, soldados y navegantes vizcaínos y guipuzcoanos, extremeños y andaluces, otros europeos provenientes de los reinos alemanes y del norte de Italia, esclavas y esclavos moros que cocinaban, barrían y lavaban y los africanos y quechuas que cargaban con los bártulos necesarios para formar un campamento y dar origen a un asentamiento definitivo. Esta heterogénea multitud incluía también ñustas, ex Vírgenes del Sol del Incanato, que fueron tomadas en matrimonio por los europeos, previo bautizo con un nombre cristiano y, por supuesto, a nuestra Inés de Suárez, viuda extremeña y hembra brava, compañera del capitán Valdivia y única mujer europea presente. Todos siguiendo el viejo ritual latino de fundaciones, arando los contornos del nuevo hábitat donde iría la empalizada de defensa e invocando en este caso, al Dios de los Católicos. Y el que estaba pensando en algún otro Dios, quedándose bien callado para diluirse en el anonimato y empezar una nueva vida. Fundación de Santiago del Nuevo Extremo.
Entre los matorrales los observaban inquietos, los indios autóctonos, Promaucaes, quiénes todavía creían que los jinetes eran centauros invencibles, y veían con miedo como estos seres extrañísimos y hediondos se iban quedando y quedando.
No creo que ninguno de ellos pudiera tener idea de que el pueblo que estaban fundando iba a resultar en una mezcla de todos ellos, pero diferente, nueva... una creación nueva de la naturaleza que teniendo parte de todos sería distinta y un día llegaría en que ignorara y renegara de todos ellos en aras de su nueva identidad de chilenos. Nosotros de españoles nada o de indios nada o de africanos, según fueran las conveniencias políticas del momento.
Todo esto iba pasando por mi cabeza cuando me dirigía al correo a pie y con mucha energía, a enviar mi muestra de ADN para que un laboratorio de Texas me lo analizara y así participar en un gran proyecto genográfico que busca los ancestros y los remotos parientes a través del ADN. En el caso de las mujeres, se determina la filiación por línea femenina de hija a madre a abuela materna y así sucesivamente. Y en mi caso como descendiente por línea de abuela materna de la heterogénea soldadesca de Pedro de Valdivia, los resultados pueden ser muy variados y muy divertidos, pienso yo.
Lo mismo le va a pasar a muchos descendientes de conquistadores que hicieron fortunas en América y se radicaron en España con sus mujeres de linaje criollo. Entre ellos, por ejemplo, están los descendientes de los banderizos guipuzcoanos y vizcaínos, Martín García Oñez de Loyola, Gobernador de Chile, pariente de San Ignacio, que casó con Beatriz Clara Coya, inca peruana y también nuestro Gobernador Martín Ruiz de Gamboa, natural de Durango, que casó con una mestiza hija de Rodrigo de Quiroga y los del Marqués de Estella, Primo de Rivera que tiene varias retataraabuelas guaraníes aportadas algunas de ellas por Don Antonio Larrazabal y Basualdo de Guecho, quién casó con una rica dama criolla en Buenos Aires.
Martín García Oñez de Loyola junto a su esposa. Ocho gobernadores vascos y navarros tuvo este país en 250 años, que seguramente trajeron a sus sobrinos y parientes en medio de un nepotismo galopante (del cual se han escrito varios tratados históricos), y que al igual que el Obispo Zumárraga de México, casaron o trataron de casar a sus sobrinos, campesinos de Vizcaya, con ricas hembras ibéricas o criollas dotándolos con fortunas obtenidas en América, aprovechando la condición de “hijosdalgos vizcaínos” para subir en la escala social.
Iba riendo para mis adentros, al pensar las sorpresas que muchos de los habitantes de la Península Ibérica van a tener cuando descubran su conexión genética con indios americanos, ya que estos proyectos genográficos están invadiendo el mercado y son la última palabra para refutar o avalar descubrimientos históricos y arqueológicos y desarmar mitos de pureza de razas. Más de algún iluso “new age” va a echar a rodar una teoría migratoria con una conexión “atlante” para justificar estos genes indios en España, sin pensar que los conquistadores fueron conquistados.
En eso pensaba yo mientras entregaba la carta con la muestra en Correos, cuando de repente, escucho una voz proveniente de una anciana pequeñita en la fila del lado, que con un fuerte acento de las orillas del Cantábrico solicitaba su carta certificada. Como la letra no era muy legible la dependienta preguntó en qué provincia quedaba el pueblo que ella mencionaba. La anciana meditó y dijo “En el País Vasco” Yo le dije entonces ¿por qué no pone usted Euskadi? “Ay hija, es que entonces no me entienden. Esos nunca nos entienden”. No ahondé en quienes eran “esos” y le pregunté que cuándo había llegado a Chile, “¡68 años en Chile, y echando de menos, Ay!” y suspiró despidiéndose con un fuerte ¡Agur! que retumbó en la sala.
Yo le contesté con otro ¡Agur! y un joven moreno bastante criollo que estaba detrás de la anciana me pregunta “¿Usted habla euskara?” Al ver mi cara de sorpresa dice: “Yo también soy vasco. Me apellido Oñate” y la única otra clienta del correo tercia: “Yo también, porque soy Yrarrazabal” y menos mal que no había más gente en el correo, que si no, se forma un orfeón.
Parece que en este caso la soldadesca de Don Pedro de Valdivia estaba un poco cargada hacia el norte. El joven de Oñate me dice: “¿Sabe usted que el 20% de los chilenos lleva un primer apellido vasco?” Si lo sabré yo, que me di el trabajo de analizar la letra A de la Guía de Teléfonos de Santiago y llegue al 22%. Después de despedirnos efusivamente me quedé pensando en que siempre me sorprende la fidelidad de los descendientes de vascos esparcidos por el mundo con la tierra de sus lejanos ancestros. Ahí estábamos tres chilenos reunidos por el azar reconociendo nuestra filiación en un apellido. Esto es bastante excepcional, porque en general nadie aquí recuerda que tiene filiación con la península Ibérica en un espacio público y con extraños, excepto los que llevan un apellido vasco. Supongo, que o lo dan por sentado o no les interesa para nada.
A la hora de la cena vino a visitarme un sobrino, hijo de un primo. Ahí pude ver de nuevo el mismo fenómeno. Este chico lleva un primer apellido vasco que heredó de su bisabuelo y el resto es una mezcolanza de Castellano, Portugués, Irlandés, Inglés y quién sabe qué más. Y ahí lo tienen, ha estado tres veces en Algorta con toda su familia visitando a nuestro tío que es primo de su abuelo, ha comido y cocinado en los txokos y lo más probable es que si le piden que se identifique, se reconozca como de origen vasco, sin pensar que es sólo 1/8. No sé si las leyes de Nuremberg calificaban de judío al que tenía esa proporción. Pero estas no son leyes de odio sino de amor; porque amores porfiados como éstos que perduran con tanta fuerza, son casi dignos de psicoanálisis. Y yo me pregunto ¿serán correspondidos? Me da la idea que a los vascos de Euskadi les toma un poco de sorpresa esta familia extendida que muchos ignoran, ya que tengo la impresión de que a las nuevas generaciones les está costando mucho trabajo encontrar una identidad positiva. Los percibo en una búsqueda confusa por ser lo que nuestros abuelos fueron naturalmente sin ningún esfuerzo y sin dar explicaciones a nadie: Vascos. Y para ser vasco no creo que haya que tener la cabeza de una o de otra forma, ni haya que tener un certificado de residencia de 35.000 años, ni RH Negativo, ni una vértebra sobrante, hay que tener amor por el país, amor por ese idioma que puede ser heredado de otros o inventado por nuestros antepasados (vaya uno a saber), pero que sí es el idioma de la casa, el del amor de familia, el del cantar en conjunto es el idioma de uno. Y solamente la seguridad en lo que uno es, permite amar a los parientes desperdigados por el mundo sin exigirles nada especial, sólo ser. En el negocio de los amores creo que no cabe el desperdicio, el desestimar el amor que recibimos gratuitamente, sobre todo en este siglo, en que se está extinguiendo la visión romántica de la vida y hasta los niños de pecho están más interesados en los ricos y poderosos, sean países o personas, que en lo más pequeño y simple. Me da la impresión de que muy luego el tener un antepasado chino o japonés va a ser tan bien visto, que las operaciones a los ojos van a ser al revés, simulando oblicuidad y todos van a empezar a cultivar la palidez asiática y el idioma mandarín. ¿No sería entonces, saludable, simpático, y astuto, celebrar el día del emigrante vasco, así como los americanos celebran el Día de la Patria, el de San Ignacio y San Miguel de Aralar? Hermoso sería que así como nosotros nos reconocemos tan espontáneamente vascos, ustedes se reconocieran primos de los americanos y les abrieran sus brazos en vez de pensar que son sudacas molestosos. Si hasta en la televisión chilena se han visto muestras de patriotismo ancestral. El año pasado la prima donna de una teleserie de gran sintonía, Carolina Arregui, insultó a su marido en la novela, Zabaleta, prometiéndole una patada en el “ipurdi” si seguía molestándola. ¿No es esto una muestra de un patriotismo subidísimo? Medítenlo.