375 Zenbakia 2006-12-22 / 2007-01-05
A comienzos de diciembre de 1879, cuando parecía que los últimos estertores de las guerras carlistas habían quedado en un recuerdo para la mayoría de los bilbaínos, desde el rotativo El Noticiero Bilbaíno se daba la bienvenida al último mes del año, que con sus fiestas de Gabon y Gabonzar llenas de encanto e ilusiones, despertaba en el corazón de los niños y de los ancianos el presentimiento de la proximidad de esas celebraciones. En efecto, para el 21 de diciembre de este año el bullicio que acompañaba a las Navidades estaba en pleno apogeo. Los salones de baile, como el de La Amistad, solicitaban a la autoridad civil permiso para ampliar su horario de apertura durante el periodo festivo. Al mismo tiempo, en las plazas de abastos y los mercados la actividad era notable, con gran concurrencia y abundancia de viandas, en particular en la Plaza del mercado de la Rivera, sin olvidar, claro está, el mercado llamado de Santo Tomás.
En las vísperas de Nochebuena de este año 1879, desde los periódicos de Bilbao, los pasteleros y confiteros de la villa recordaban al público la proximidad de las pascuas de nacimiento. Estos industriales no podían, por menos, que confesar que todos sus establecimientos se esmeraban a porfía por presentar en sus escaparates gran variedad de golosinas, capaces de satisfacer al más caprichoso aficionado a los dulces. Y como estas fechas no eran solamente una excusa para darle solaz al cuerpo, desde los periódicos bilbaínos también se recordaba a los fieles de la villa las solemnes misas que tendrían lugar en los distintos centros de culto. Se anunciaba, por una parte, la Misa del Gallo que se celebraría en el Hospital de Begoña y, también, las misas del día de Navidad, que se estaban preparando en la Santa Casa de San Mamés y en la Parroquia de San Antonio Abad. Todas estas celebraciones estarían amenizadas con audiciones ejecutadas por aficionados bilbaínos, bajo la batuta de eminentes profesores. De este modo, los bilbaínos ya tenían una buena excusa para acercarse a estas celebraciones religiosas, donde se conjugaba el sentir religioso con una agradable velada musical. Feria de santo tomas en Bilbao
Pero, ¿era esta forma de pasar las Navidades en Bilbao la común al resto de los vizcaínos? Bilbao, vanguardia en cierto modo de la modernidad de la época, no dejaba de ser en torno a 1880 una pequeña villa en la que las tradiciones aún perduraban. En 1881, desde El Noticiero Bilbaíno se hablaba de la Nochebuena como de la gran festividad de la religión y de la familia en el mundo cristiano. Así era, dentro de la religiosidad de la época, las Navidades eran ante todo la celebración de la unidad familiar, de la familia como grupo social, del que nadie podía excluirse por muy lejos que estuviese. De este modo, las familias se reunían y aquellos que no podían tomar parte de esta reivindicación de la familia recibían regalos y noticias de sus seres queridos. Este fue el caso de un dependiente del comercio de Madrid, que oriundo de Galdames, recibía por estas fechas, además de los regalos enviados por sus padres y hermanas, una carta en la que se le contaban cómo había pasado la familia estas fechas tan señaladas.
Gracias a esta misiva, nos podemos hacer una idea de cómo trascurrían estas celebraciones en el mundo rural. Era costumbre que los labradores en los días previos a Navidad visitaran a los propietarios de los caseríos para pagarles la renta anual. De paso, unos y otros se intercambiaban regalos. En el caso de los de Galdames, los inquilinos regalaron a los arrendatarios dos pares de gallinas muy grandes y gordas y otras cosillas de fruta y miel de los ovales. Por su parte, los propietarios respondieron con una pieza muy grande y blanca de tejido de Escocia, un botellón de sidra de los que ellos hacían y algún que otro detalle más.
Los de Galdames también relataban a su hijo cómo había transcurrido la cena de Nochebuena. Para comenzar se rezó el rosario, con la consiguiente congoja por parte de las mujeres de la familia ante la lejanía del hijo, deseando que pasara la noche tan bien y tan alegre como todos ellos. La cena, contaba el padre en la carta, fue muy buena y abundante y los motiles se alegraron más de lo regular. Lo mismo pasaba en todas las casas y para las nueve de la noche no había por todas las partes más que tiros y panderetas, además, en todas las portaladas se velaban lumbreras. La mayor parte de los que se encontraban fuera, regresaron a hacer la cena con los suyos. La gente joven, después de cenar salió delante de las casas a hacer una hoguera y a bailar. Parecía, finalizaba su carta el padre, que estos días estaban hechos para juntarse padres e hijos.
No lejos de Galdames, en la zona minera de Gallarta, los campesinos vascongados marchaban a sus casas a pasar las Navidades junto a sus familias y, cómo no, a degustar la tradicional cena de Nochebuena, compuesta de besugo, compota, intxaursalsa, todo ello regado con unos buenos tragos y seguido de la fogata y del baile en torno a ella. Los que se quedaban en la zona minera también pasaron estas fiestas con gran bullicio y algazara, a lo que se unieron las salvas de armas de fuego, los inmensos petardos y los cartuchos de dinamita, que hacían una auténtica temeridad salir de casa.
Mientras tanto en Bilbao se seguía con la dinámica navideña de costumbre, sin que nada cambiase la tradición. En 1882, dos días antes de Nochebuena, los pasteleros ya informaban a sus clientes que los escaparates de sus establecimientos estaban atestados de turrones, de cajas de mazapanes y otras mil golosinas, además, de unas señoras anguilas, congrios por sus dimensiones, que portaban los consabidos tarjetones anunciando la consiguiente rifa de manjares navideños. A todo esto, los capones inundaban Bilbao y comenzaban a comerse los primeros chorizos de la matanza del año.
Por estas fechas navideñas, todos los años aparecían en la prensa bilbaína artículos en los que se subrayaba la naturaleza de la Navidad, como la fiesta de la religión y de la familia. La Santa Gabon era una fecha doblemente sagrada, porque se aunaba el culto a Dios y a la Familia, es más, se identificaba y se confundía la Natividad con los recuerdos y afectos de la unidad familiar entendida como un linaje protector. Por esta razón, en la Navidad se rendía un sentido recuerdo a los ausentes que no podían recibir este consuelo familiar.
Durante la segunda mitad de la década de los ochenta, aunque Bilbao comenzaba a tomar ciertos visos de metrópoli industrial y los trenes, ejemplo de modernidad, ampliaban sus horarios con motivo de las fiestas de Navidad, las tradiciones pervivían. Se acercaban las Navidades del año 1890, y los pasteleros y confiteros de Bilbao arreciaban su campaña publicitaria, eso sí, con una oferta cada vez más variada como consecuencia de ese cosmopolitismo que se vislumbraba en la villa. En el anuncio de la Confitería Navea, situada en la calle de la Cruz del Casco Viejo bilbaíno, además de mencionar su finísimo mazapán, hacían saber que estaban recibiendo diariamente exquisitos géneros de dulces para los regalos de Navidad, de Fin de Año y de Reyes: piñas frescas de la Habana, ciruelas de Burdeos, ovos molhes de Brasil, galletas extrafinas Palmers y dátiles de Persia, sin olvidar el gran surtido que ofrecía esta pastelería de objetos de fantasía, frutas y dulces de París y caramelos de Suiza. La Confitería de la Gran Vía, tampoco se quedaba atrás con su publicidad, y anunciaba su inmenso surtido en turrones de sabroso mazapán, anguilas, caprichos, cajas de todos los tamaños e infinidad de artículos variados propios de esa temporada.
Comunicaba, además, su especialidad en turrones de guirlache y de gramúa, y también panecitos pequeños de turrón, de nieve, miel, etc.
Pero, ¿hay algo más tradicional en Bilbao que el mercado de Santo Tomás que se celebra aún hoy el 21 de diciembre? El origen de este mercado se encuentra en la llegada a finales de año a Bilbao de multitud de inquilinos a traer las rentas de los caseríos y a cambiar los tradicionales regalos navideños con los arrendatarios. De paso, muchos de estos baserritarras también traían productos que vender. De este modo, el mercado de Santo Tomas fue aumentando en importancia con los años, pasando de ser un mero mercado a convertirse en un referente inexcusable de las Navidades bilbaínas. En 1890 este mercado ya desbancaba en volumen de negocio a la Plaza del Mercado de la Rivera, ofreciendo ambos una amplia y abundante oferta de géneros. La Nochebuena de 1890 pasó en Bilbao con calma y sosiego. Las familias se reunieron para cenar en la tranquilidad del hogar, algunos jóvenes recorrieron las calles cantando y se celebró con toda solemnidad y recogimiento la Misa del Gallo. Aún quedaba por venir la desacralización de estas fiestas, la lotería, el aguinaldo, los turroneros, los pantagruélicos banquetes... pero tampoco habría que esperar mucho, puesto que con el cambio de siglo también vino el cambio de las costumbres.