357 Zenbakia 2006-07-21 / 2006-07-28

Gaiak

El investigador y la fiesta

AGUIRRE SORONDO, Antxon



En estas fechas en que la FIESTA ha estallado entre nosotros, en la que nuestros barrios y pueblos buscan excusas para hacer ferias, mercados y fiestas, creo que puede ser interesante el reflexionar sobre nuestra posición (la de los investigadores) ante ellas.

Es por ello que me he atrevido a traer a Euskonews&Media un artículo que publiqué en 1989 en la Revista Dantzariak nº 46.

Y es que a pesar del tiempo transcurrido no diré que su contenido es actual, sino que se está agudizando tanto que aquello que decía en 1989 se ha “quedado corto”.

Y sin más entro en tema.

La FIESTA es la expresión más perfecta del sentido cíclico que el ser humano atribuye a la existencia. El Universo entero parece describir un perfecto círculo vital. El movimiento de la tierra alrededor del sol produce el día y la noche, las estaciones del año, primavera, verano, otoño e invierno, indefectiblemente unidas al mundo agrícola, pues señalan las épocas de siembra, abono, cosecha y trilla. La luna con sus períodos semejantes al ciclo menstrual humano, y su influencia en las consecutivas bajamares y pleamares. El tiempo, en suma, muestra todos los signos de una circularidad que llega hasta el infinito, como el hombre durante milenios pensó, a pesar de que las teorías «lineales» se han impuesto en las sociedades modernas.

Hay que considerar que el primitivo sentido de la FIESTA no era la simple diversión, sino la ejecución de una serie de ritos paganos directamente relacionados con el tiempo y sus deidades, a quienes se honraban para la defensa de las cosechas, las familias o la prosperidad de la sociedad. En este esfuerzo por calmar las indomables fuerzas de la naturaleza, se crearon ceremonias cada vez más ricas y vistosas, con música, danza, recitados... Hoguera de la víspera de San Juan, en San Sebastián.

La iglesia católica, en su política de sincretismo que aspiraba a incorporar las tradiciones paganas, creó sus propias fiestas sacras haciéndolas coincidir con el calendario solsticial. Así tenemos que mientras en todo el mundo oriental el 25 de diciembre se celebra la fiesta del sol (solsticio de invierno), la cultura cristiana instauró en tal día la fiesta del nacimiento del hijo de Dios. En la festividad del solsticio de verano se celebra la festividad de San Juan, aunque en ese caso permanece patente, a través del rito del fuego, el sustento precristiano.

Pongamos un ejemplo actual de este tipo de asimilaciones. En nuestra sociedad todas las bodas se celebraban dentro del rito religioso. Tras la ceremonia venía la comida y algunas veces el viaje de novios. Al secularizarse esta ceremonia se sustituye la iglesia por el juzgado, pero se mantiene la comida y, variablemente, todos o algunos de los demás aditamentos. Un extremo de estas pautas modernas de comportamiento, es el caso de unos padres que no deseaban que su hijo hiciera la primera comunión, pero que para evitarle un disgusto (pues otros compañeros sí la hacían) decidieron vestirle un día con sus mejores ropas, le obsequiaron lo que más deseaba y organizaron una comida familiar. Esto es hacer "una comunión sin comunión”. Tenemos, por tanto, que se mantiene lo superficial, lo estético, y se vacía de contenido el rito. Lo que antes era el motivo central pasa a ser accesorio y viceversa.

Hecha esta introducción sobre el ritual y la fiesta, entremos de lleno en el asunto que aquí nos trae, que no es otro que la investigación de temáticas festivas.

Cuando un investigador accede a un ambiente distinto al suyo propio para efectuar un estudio, lo primero que debe comprender es que el objeto de su atención -sea una fiesta, un rito familiar o una actividad laboral- no puede ser alterado por su presencia, pues ello desvirtuaría de raíz la naturaleza del hecho.

En los actos festivos, cuanto menor es el número de sus integrantes, cuanto más íntima es dicha celebración, mayor peligro corremos de alterarla con nuestra presencia. La influencia que con nuestras cámaras y nuestros flashes podemos tener en las fiestas de San Fermín en Pamplona, no puede compararse con los trastornos que podíamos ocasionar en la celebración del día de difuntos en una comunidad rural como la de Amezketa, pongamos por caso. El encierro de San Fermín en la cuesta de Santo Domingo.

Hemos de considerar que en la actualidad existen dos grandes grupos de fiestas: la FIESTA-PARTICIPACIÓN y la FIESTA-ESPECTÁCULO.

La FIESTA-PARTICIPACIÓN es en sí misma la forma más primitiva de fiesta. Se trata de una serie de ritos y actos realizados por una colectividad para sí misma. Todos los presentes actúan como agentes ejecutores del acto. No hay espacio en ella para los mirones o extraños. En este grupo de fiestas podemos clasificar por ejemplo las procesiones religiosas en pequeñas comunidades (procesión del Santo Entierro de Amezketa), algunas romerías (como la del Viernes Santo en el monte Hernio, o el Vía Crucis por Pagoeta), los rosarios de la aurora, los auroros navarros, etc. Como se aprecia, son actividades generalmente religiosas, aunque no únicamente. En este mismo apartado entrarían las fiestas que celebran los labradores, entre ellos el día de San Isidro, los campeonatos de toca en algunos pueblos donde todos los presentes participan (ya sean hombres, mujeres o niños, como en Albiztur), las tan numerosas reuniones de quintos, etc.

Las FIESTAS-ESPECTÁCULO se distinguen de las anteriores porque, a diferencia de aquellas, una parte del colectivo realiza una serie de actos para divertimento, enseñanza u otro fin, de los espectadores. Así, podemos clasificar como FIESTA-ESPECTÁCULO a los autos sacramentales del medievo, las pastorales que de tanta popularidad gozaron en Euskal Herria, los concursos de bertsolaris, o ciertos carnavales como el de Tolosa o Donostia.

Por último tenemos que considerar un tercer grupo o tipo de fiestas, las que combinan en su desarrollo elementos de la FIESTA-PARTICIPACIÓN y de la FIESTA-ESPECTÁCULO. Por ejemplo la fiesta del Corpus Cristi de Oñati, la fiesta de la Kutxa en Hondarrabia, o los carnavales de Lanz, Ituren y Zubieta. No obstante, hay que constatar que no estamos tratando sobre una ciencia exacta, y que en consecuencia esta clasificación puede variar en función de la forma particular de cada una de las fiestas.

Pues bien, así como en la FIESTA-ESPECTÁCULO al investigador, al fotógrafo, no se le exige otra cosa que un poco de sensibilidad y un mucho de educación a la hora de realizar su trabajo (no ponerse en primera fila tapando la visión a los demás, evitar una posición que impida a otras personas sacar fotos sin que aparezca el investigador en todas, no molestar a los ejecutantes de la fiesta, etc.), en el caso de la FIESTA-PARTICIPACIÓN la actitud del investigador, fotógrafo o cineasta tendrá que ser distinta. Tenemos que pensar que nuestra simple presencia en estos casos está rompiendo, en mayor o menor medida, la misma esencia del acto. En consecuencia, o nosotros participamos como los demás, o con nuestra actitud estaremos favoreciendo que esta FIESTA-PARTICIPACIÓN se convierta en FIESTA-ESPECTÁCULO. Pondremos algunos ejemplos. Cartel del carnaval donostiarra de 1900.

Si en una misa de una pequeña comunidad rural vamos nosotros con nuestras máquinas de fotos, video, cine o magnetófonos y los ponemos en funcionamiento durante toda la ceremonia, es evidentísimo que, lejos de integramos, estamos restando concentración a los allí presentes, que estamos interfiriendo el normal desarrollo del acto. Quizá nadie nos diga nada por educación, pero sus voces, cantos, rostros, el mismo ambiente, no será exactamente igual que si nosotros no hubiéramos estado presentes.

Nuestra posición ideal como investigadores tendría que ser la de pasar como invisibles. No alterar el rito para poder observarlo en toda su intensidad y para no ser nosotros mismos causa de interferencia, aunque lo hagamos con la mejor voluntad del mundo y en aras de la cultura.

Pero dado que, por el momento, no está al alcance de nuestra mano el hacernos invisibles cuando se nos antoje, tendremos que procurar por todos los medios confundirnos en lo posible con los demás participantes del rito. Si ellos suben a pie al monte donde hay una romería, nosotros también lo haremos. Si la mayoría es de edad y viste con prendas llamémosles clásicas, así o parecido vestiremos nosotros. No podemos acudir a una iglesia en traje de playa, como nadie va a una verbena con esmoquin. Si en misa se canta, se sienta o se levanta, así actuaremos nosotros. ¿Y si queremos sacar fotografías? Pues buscaremos películas de alta sensibilidad si el lugar es oscuro, o las haremos desde el coro de la iglesia, pero siempre procurando que nuestra presencia pase lo más desapercibida posible para el colectivo.

En días pasados coincidí con un buen amigo mío y mejor fotógrafo en una romería. Estábamos presenciando el rito de la bendición de semillas y frutos. Pues bien, como las “etxekoandres” no abrían sus bolsos para sacar los frutos, pues consideraban que bastaba con la bendición del sacerdote aunque sus productos estuvieran ocultos dentro de la bolsa, mi amigo convenció a una señora para que fuera sacando los productos y mostrándolos poco a poco. Es evidente que las fotos que tomó eran estupendas, pero quien las vea podría sacar la conclusión de que en tal ceremonia las mujeres sacan sus productos y los muestran al sacerdote para su bendición, lo que está muy lejos de la realidad. Por otra parte, a causa del tiempo que entretuvo mi amigo a la señora, ésta entró en la iglesia cuando ya se encontraba totalmente repleta, lo cual a la mujer -que a la sazón había acudido con cierto tiempo de adelanto para tomar sitio- no debió hacerle ninguna gracia. Luego, mi amigo entró en la iglesia, y tras pedir paso a unos y a otros, ocupó un lugar en el centro de la nave desde donde empezó a disparar su flash como si de una ametralladora se tratase. Desde el punto de vista fotográfico quizá se comportó correctamente, pero desde el antropológico en ningún caso podemos aceptarlo. Fiestas de Santa Magdalena en Errenteria (Gipuzkoa). Juego de las herradas. Julio de 1912.

En un determinado pueblo de Navarra, con motivo del carnaval, llegan tantos cámaras y fotógrafos, que los mozos del pueblo han adoptado la costumbre de «ir a por ellos» para impedirles por las malas, más que por las buenas, su labor. Con ello han conseguido que los que pretenden sacar fotos, video o cine, esto es, los «extraños a su fiesta», ya no estén en la calle. O no acuden, o tendrán que tomar las imágenes desde los balcones de las casas. Quizás estos mozos no tengan la razón-moral, la razón- educativa, pero sí tienen la razón-antropológica de la fiesta. Si su fiesta es de PARTICIPACIÓN, ¡pues que todos participen!

En Cintruénigo, por carnaval la costumbre manda regarse unos a otros con agua teñida de añil, o con harina en abundancia. Fui yo a sacar unas fotos y tomar notas del rito, pero, como no podía ser de otra manera, salí, teñido. Cuando lo conté a unos amigos y me preguntaron por mi actitud, les contesté que de no ser así, si me hubieran excluido del rito por respeto a mi labor, los de Cintruénigo me habrían defraudado ampliamente.

Aún diría más: considero que la educación y la consideración hacia los demás están poniendo en peligro (cuando no han matado) muchos de los festejos populares, caracterizados por su participación. ¿Alguien cree todavía que las fiestas carnavaleras de nuestros días en Ituren, Zubieta, Altsasua, o Lanz, por ejemplo, son iguales que cuando todos los vecinos eran participantes activos? Todos eran agentes activos: los jóvenes en tanto que protagonistas directos, los vecinos contribuyendo con sus obsequios (chorizos, huevos o gallinas), pero donde no había lugar para el moderno mirón. Siguiendo la misma línea argumental, ¿no es sustancialmente distinta la antigua «azeri-dantza» de Hernani -en que sólo participaban mozos jóvenes, que con vejigas en la mano corrían delante de los restantes participantes- con la actual, en que son tantos los curiosos y mirones que ya ni los mozos apenas pueden correr?

Bien es cierto que esto no tiene fácil solución, porque a nadie puede negársele el derecho de presenciar una fiesta pública u obligarle a participar. Lo que ya no es discutible es que aquel que se siente investigador, o aquel que simplemente ama la fiesta en toda su esencia y pureza, deba ser extremadamente puntilloso a la hora de observar su propia actuación ante el rito. Aprender sin alterar ni herir, no tanto el festejo en sí, sino la tradición que está incluso por encima de las mismas personas que hoy ejecutan el rito; ésta, a mi juicio, debiera ser la aspiración fundamental de aquellos. Alarde de Antzuola (Gipuzkoa). Por otra parte, los mismos responsables de estas FIESTAS de PARTICIPACIÓN tienen que analizar muy seriamente la evolución del festejo, deteniéndose no tanto en sus formas externas o rituales, sino -y aquí es donde queríamos lIegar- en cuanto al espíritu del mismo, al objeto de ver si las influencias externas favorecen o perjudican la pervivencia del festejo en su más pura esencia.