344 Zenbakia 2006-04-21 / 2006-04-28

KOSMOpolita

Las imágenes del pasado. Dos escritores argentinos de estirpe vasca y el peso de los recuerdos heredados. Leopoldo Marechal y Arturo Jauretche (I de II)

ROSAS VON RITTERSTEIN, Raul Guillermo



“Pero eso lo supe en el País Vasco y no intenté aclarar más porque la explicación era en francés y se me hacía difícil pues cuando querían mejorarla la daban en vasco y entonces empeoraba.”1 “La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo/...

...no ha de ser para nosotros/

nada más que una hija y un miedo inevitable,/

y un dolor que se lleva en el costado/

sin palabra ni grito.//

Por eso, nunca más hablaré de la Patria”2

L Leopoldo Marechal. eopoldo Marechal Beloqui y Arturo Martín Jauretche Vidaguren fueron, cada uno en su campo, dos destacados personajes de la vida intelectual argentina contemporánea. Como muchas veces suele suceder, no disfrutan aún de un merecido reconocimiento, siendo esto resultado de los efectos del profundo y doloroso debate político en el que constantemente se encuentra envuelta la sociedad de su país desde antes todavía de aquel momento, a principios del siglo XX, cuando un visitante extranjero definiera a sus gentes como un pueblo “envuelto en una irritada introspección”3. Precisamente esa irritación, que en más de una desgraciada ocasión se ha derramado en forma de alteraciones de su orden político, es lo que ha tenido que ver con dicho grado de relegamiento de ambos autores y sus obras, todavía a la espera de una mayor difusión más allá de los ámbitos especializados4.

Los dos compartían, aparte del grado de contemporaneidad (Marechal había nacido en la ciudad de Buenos Aires en el año 1.900, Jauretche en 1.901, en Lincoln, por ese entonces un pequeño pueblo de campo al Norte de la provincia de Buenos Aires), y de la afiliación adulta, tras diferentes escarceos juveniles, al movimiento político de masas encabezado por el luego tres veces presidente de la nación, Juan Domingo Perón, la herencia sanguínea y cultural de antepasados de Euskal Herria, y siempre se hicieron cargo de ella. Con todo, los condicionamientos propios de las circunstancias de la vida de cada uno, dieron un color peculiar a sus intentos de comprensión de lo vasco, y es en esos puntos, tal y como los expresan en sus obras, que buscamos ahondar para rescatar las imágenes que dan título a esta nota.

Martín Jauretche. Precisamente en ese título está resumido en cierta forma el aspecto principal que determina las visiones de estos dos miembros conspicuos de los círculos culturales y políticos de su país y que les integra, hasta cierto punto, en un imaginario compartido con la inmensa mayoría de descendientes de inmigrantes en las primeras generaciones, “las imágenes del pasado”. Como con gran precisión indica “Bernardo Atxaga”5: “...en Argentina, o quizás también en Estados Unidos, la imagen, el sueño que queda puede ser muy diferente a la realidad.” Lo interesante de todo esto se hace notorio principalmente cuando es a partir de dichas imágenes que se intenta analizar la realidad contemporánea o recrear los lazos de identificación, volver sobre aquel “temps perdu” para sentirse finalmente parte de algo y a partir de allí tener una base para erigir lo nuevo. Este es el proceso que, cada uno a su modo, buscan llevar a cabo Jauretche y Marechal. El efecto de piedra de toque que la realidad ejerce sobre sus visiones es muy difícil de ser medido, en especial porque, como sabemos, las ideologías que nos envuelven nos permiten ver apenas trozos seleccionados del mundo que nos rodea, con lo cual la práctica de separar el discurso entre lo real y lo imaginario se vuelve algo confusa. Es en fin de cuentas un mecanismo de autodefensa que opera cuando, como dice Atxaga, se tropieza con la realidad. Veamos entonces cómo enfrentaron ese tropiezo estos dos autores argentinos de orígenes vascos.

Diferentes caminos les llevaron a uno hacia la docencia y la literatura, hacia el foro y luego a la militancia política abierta al otro, pero dada la coincidencia de su toma de posición frente a los problemas de la Argentina de aquel momento, convergirían los dos luego, como ya hemos dicho, en ese complejo y en general todavía muy poco comprendido fenómeno que fue el movimiento político social peronista a lo largo de la vida de su creador, derivando tal vez ambos hacia posturas más radicalizadas en el tramo final de sus vidas. Así, Marechal fue entre 1.944 y 1.955 Director de Cultura del ministerio de Instrucción Pública, Director General de Enseñanza Superior y Presidente de la Comisión Nacional de Tradición y Folklore. Esos antecedentes contribuirían luego a ubicarle en cierta forma en el limbo de los innombrables, pese a la alta estima en que se tenía su producción, que podemos sintetizar en las palabras que a su respecto y en su defensa dijera alguna vez otro vascoargentino de importancia mundial, Julio Cortázar: “Estamos haciendo un idioma, mal que les pese a los necrófagos y a los profesores normales en letras que creen en su título. Es un idioma turbio y caliente, torpe y sutil, pero de creciente propiedad para nuestra expresión necesaria. Un idioma que no necesita del lunfardo [argot barriobajero de Buenos Aires, n.d.a.] (que lo usa, mejor), que puede articularse perfectamente con la mejor prosa "literaria" y fusionar cada vez mejor con ella pero para irla liquidando secretamente y en buena hora. El idioma de Adán Buenosayres vacila todavía, retrocede cauteloso y no siempre da el salto; a veces las napas se escalonan visiblemente y malogran muchos pasajes que requerían la unificación decisiva. Pero lo que Marechal ha logrado en los pasajes citados es la aportación idiomática más importante que conozcan nuestras letras desde los experimentos (¡tan en otra dimensión y en otra ambición!) de su tocayo cordobés.6 [subrayado nuestro].”7

Leopoldo Marechal. Jauretche por su parte, tras cursar abogacía en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires y ocupar asimismo diversos cargos en el poder judicial y, más tarde, llegar a director del Banco de dicha provincia, una de las más importantes entidades financieras estatales del país, se haría conocer a partir de 1.955, luego de unos cinco años de permanecer apartado por mantener ciertas diferencias8 con las vías que iba tomando el partido al cual adhiriera, como uno de los más brillantes polemistas y publicistas en favor de la ideología que caracterizó al gobierno derribado en ese año, con una extensa serie de libros profunda y lúcidamente críticos del proceso que a partir de ese momento comenzó a vivir la Argentina, y sus antecedentes mediatos. No hacía con eso más que retomar su combativa inclinación juvenil que le había llevado a participar activamente, hijo de padres conservadores, como militante del opositor partido radical en algunas fallidas intentonas contra el sistema de cuño conservador que volvía a gobernar tras el éxito del primer golpe militar de la Argentina contemporánea, en Septiembre de 1.930, en contra del presidente Hipólito Irigoyen. Precisamente la comprensión de Jauretche acerca del agotamiento de la opción que en su tiempo representó el radicalismo, nacido por 1.890 como vía de expresión de los miembros inmigrantes de la nueva sociedad argentina, numerosos vascos entre ellos, aliados con parte del viejo partido federal perdidoso tras la caída en 1.852 de su principal representante, el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel Ortiz de Rozas, le llevaría a fundar junto con intelectuales de la misma afiliación y otros independientes, la Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina -FORJA-, un importantísimo núcleo de acción política la mayoría de cuyos integrantes al surgir el peronismo se diluiría en sus filas9, no sin antes haber configurado un grupo de efectos destacadísimos dentro de la agitada política argentina de la década de 1.940.

Merced a su contacto constante con la realidad del país, iniciado ya en su niñez en el medio rural, pudo Jauretche transformarse en tal vez el mejor sociólogo no profesional que jamás haya tenido Argentina, y los descarnados y a veces dolorosísimos análisis que hace del tiempo que le tocó vivir no perderán jamás el puesto de primera línea que en verdad merecen.

Jauretche moriría en 1.974, cuatro años más tarde que Marechal, habiendo sido por corto tiempo director de EUdeBA, la Editorial de la Universidad de Buenos Aires.

También Marechal viviría un proceso similar, que ha quedado reflejado con claridad en las diversas etapas de su obra literaria, desde las épocas iniciales, en las cuales, entre otras cosas merced a la poca población que cubría el extensísimo territorio, las aguas de la vida política y social argentina no se habían separado con tanta nitidez, hasta la agitada década del 60. Es precisamente a una de sus obras de ese último y desengañado período en el que por momentos le pareció ver en la revolución cubana de Fidel Castro una opción viable para el futuro, a la que pertenecen los versos que seleccionamos para encabezar esta nota. Así, no resulta sorprendente el hallar que en aquellos primeros tiempos, menos movidos y contestatarios del orden impuesto por la formación liberal de la Argentina moderna entre 1.852 y 1.928, una figura como el famoso Jorge Luis Borges que, más allá de su mérito literario indiscutible se transformaría casi naturalmente andando el tiempo en el referente10 intelectual inevitable de la reacción conservadora ante la irrupción de las masas en la nueva escena política del país, esas masas que iban precisamente de la mano con las ideas que, desde sus posiciones, defendían nuestros dos autores vascoargentinos, Jauretche y Marechal. El famoso Borges, decíamos, fuera compañero de Marechal en las actividades del grupo literario “Martín Fierro” que tanto impulso habría de dar a las letras argentinas de la década del ‘20, o aún que prologara elogiosamente una aventura literaria de Jauretche en verso gauchesco, “El Paso de los Libres”, acerca de la intentona de contrarrevolución radical de 1.933 en la cual tomara parte nuestro autor.

Leopoldo Marechal y familia. Diario La Nación. Tales fueron en suma, algunas constantes compartidas de la vida de ambos escritores, dignas de ser aclaradas por mor de una mejor comprensión de la relación profunda que establecieron, como tantos otros descendientes de inmigrantes, pero muy especialmente los vascos, con la tierra que acogió a sus familiares cercanos.

Nuestro tema es empero aproximarnos un poco al mundo de conceptos, como decíamos más arriba a la herencia cultural de estos personajes, al imaginario recibido de sus familias con respecto a la tierra que sus abuelos habían dejado atrás y a cómo lo expresan aquí y allá en sus obras. Debemos tener en cuenta al respecto, y en esto es muy claro Jauretche en sus autoanálisis retrospectivos, en particular los publicados en su primer y único volumen de memorias, interrumpidas por la muerte, que la afluencia de inmigrantes a la Argentina desde mediados del siglo XIX -en el caso de los vascos podemos hablar con seguridad de aún una o dos décadas más atrás, es decir en coincidencia con el final de la primera Guerra Carlista-, representó con el tiempo un serio e inesperado problema para el sector dirigente del país. A la imagen ideal liberal del elenco gubernativo de aquella época no escapaba que era necesario poblar las extensiones argentinas, si bien los motivos profundos de la idea estaban por desgracia más relacionados con la supuesta necesidad de terminar con los aborígenes, los mestizos y los descendientes de la vieja colonización española, tenidos por aquel entonces como personas de segunda clase, o aún peor11, antes que con ideas realmente progresistas. Y para ello se buscó de diversos modos fomentar la llegada de inmigrantes de, como sostenía uno de los ideólogos de la Argentina moderna, “los países donde cae la nieve”, refiriéndose principalmente y de segunda mano a Inglaterra o a su ingrata colonia del Norte de América12. En vez de ello, llegaron al país independiente numerosísimos italianos y españoles y el sueño de una nación poblada desde la nada por ingleses que hablaran francés, parafraseando una broma común en la Argentina13, derivó en una preocupación impensada, que obligó entre otras cosas al desarrollo de mecanismos de “argentinización” para esos grupos ingentes que, además, en la mayoría de los casos, no habían hallado, ni lo harían en largo tiempo, la tierra de oportunidades que imaginaban para superar la desgraciada situación que vivían en sus patrias de origen. Algo similar sucedía en los EEUU, el otro gran país de inmigración, pero a diferencia con aquel, el proceso argentino pareció comprender que era necesario, para la integración de los nuevos ciudadanos, cortar de raíz sus vínculos culturales con las tierras europeas merced a un afinado aparato cultural cuyo primer baluarte era la escuela primaria obligatoria con sus diversos ritualismos sin mayor substancia.

Es justamente a ese tipo de enseñanza que se refiere Jauretche cuando utiliza el refrán italiano “anche io sono pittore” para indicar que él mismo resultó afectado por sus influencias y debió pasar gran parte de su vida desde la adolescencia resistiéndose a la influencia de normas internalizadas, a modos de ver el mundo muy alejados de la realidad cotidiana. Una realidad que, en especial en el medio rural se hacía muy notable, pero era oficialmente negada por aquel entonces. De esas irrealidades y su efecto nos da un ejemplo claro la idea prevaleciente en Argentina desde los tiempos de la guerra de la independencia en cuanto a que ningún extranjero sabía andar bien a caballo, en la cual se embanderaba el mismo padre de Jauretche, hijo de emigrantes: “...tan difícil de explicar como el hecho de que el vasco, mi abuelo, después de 50 años de andar a caballo, seguía siendo una bolsa de papas, mientras los hijos salían todos jinetazos y, más aún, sin comprender que no se lo fuera.”14 Es algo difícil aplicar esto a lo que Marechal nos cuenta de su abuelo, como hemos de ver más adelante, pero al mismo tiempo nos da una buena muestra precisamente del poder de las imágenes, de los estereotipos vigentes en el momento.

Martín Jauretche. Resulta lógico concluir que, ante ese marco dedicado a crear una nueva tradición nacional que llevaba muchas veces a exaltar modelos y prototipos “argentinos” que, o no habían existido jamás, o de argentinos tenían precisamente muy poco, la herencia cultural de los inmigrantes, en una gran mayoría pertenecientes además a sectores poco favorecidos de sus países de origen, sufriera un serio ataque enderezado a hacerla desaparecer y, lo peor de todo, sin ofrecerle a cambio nada digno del sacrificio, como, justamente, descubriría Marechal. De tal modo, el ámbito familiar se redujo por décadas al único espacio en el cual podían supervivir recuerdos, modos, formas, traídas a través del mar y, dados los efectos negativos de la distancia y el tiempo, aún esos mismos bastante fragmentados -los “sueños”, al decir de Atxaga-, de forma tal que se fue creando un acervo de imágenes que lentamente se iba alejando de la realidad o la teñía de un color muy distinto del real, y además desfasado en el tiempo.

Como veníamos diciendo, las posibilidades de resultar inmunes a los efectos de la maquinaria cultural enderezada a la fabricación serial de argentinos modernos a partir de los inmigrantes, eran ínfimas. Jauretche diría muchos años después: “Se practicaba el desprecio de la realidad presente en función del futuro y la extirpación de todas las características propias para adoptar las prestigiadas desde afuera”15. El resultado final sería una mescolanza de recuerdos desvinculados, confusiones, en fin una creación de tópicos diversos que luego serían tenidos como “las” características definitorias de los abuelos y de sus tierras que pervivirían en los descendientes. Esos estereotipos persisten aún en el país para categorizar a cada colectividad, algunos son bastante peyorativos, como es el caso de los referidos a los gallegos, los turcos o los judíos; los vascos, por su parte, aunque favorecidos por los conceptos a su respecto, no se evaden de los mismos. Lo atractivo del tema es indagar cómo reaccionaron nuestros descendientes de vascos al regresar en algún momento al país del cual habían salido sus mayores y hasta qué punto aplicaron o no lo que sobre el mismo habían aprendido en Argentina. Veremos que la idea adquirida de antemano en cuanto a las tierras vascas opera en ellos como un cristal que tiñe la visión de otra realidad que en parte se les escapa. A su vez, y esto es especialmente destacado en Marechal, la confirmación de haber visto lo que de hecho deseaban ver y no otra cosa, tendrá ciertos efectos negativos sobre su toma de posición posterior. 1 Arturo Jauretche: “De memoria. Pantalones cortos”, Peña Lillo, Buenos Aires, 1.973, p. 91. 2 Leopoldo Marechal: “Heptamerón II-La patriótica-Descubrimiento de la Patria”, en: “Poemas de Marechal”, Eudeba, Buenos Aires, 1.973, pp. 77-81. 3 El historiador Arnold Joseph Toynbee, tras haber visitado el país. Pierre Drieu la Rochelle, coincidiendo con el tema de la “introspección”, decía en la misma época, en una carta a la escritora argentina Victoria Ocampo, promotora de muchas visitas de autores internacionales a la Argentina, que: “Me habías dicho que la Argentina estaba llena de vida, de fuerza, etc. No, yo no he encontrado allí sino tu vida de mujer y una cierta fermentación en las profundidades que existe también en París, en el arroyo. Hay fuerzas en el pueblo argentino, como en todo pueblo, pero tal fuerza está detenida...” (En: “Sur les écrivains”). 4 Poco tiempo atrás ha sido instituído, en recuerdo del nacimiento de Jauretche un 13-XI, el llamado “Día del Pensamiento Nacional”, signifique esto lo que signifique, para dar a conocer su obra en especial en la enseñanza secundaria, pero la difusión del mismo tampoco supera por ahora círculos muy restringidos. 5 “Atxaga, Bernardo” (José Irazu Garmendia): “La cultura vasca en el imaginario social de la diáspora.” Prosigue Atxaga señalando el peso de la brecha cultural abierta en el momento de la separación del emigrante, que lleva a crear una especie de imagen cristalizada de cómo era aquel lugar del cual partiera. Para el caso de nuestros dos autores, descendientes de vascos de la primera gran inmigración a la Argentina independiente, esa imagen estaba casi obligadamente teñida de un ruralismo que a la larga se volvería utópico y a la par, reforzado por el espacio que el campo bonaerense le brindaba, adquiriría una fuerte vida propia. Atxaga cuenta en su nota un caso personal que le ocurriera en Holanda con dos hijos de padre holandés y madre vasca, sorprendidos ante la irrupción del euskera en un ambiente, el “culto”, con el cual no lo asociaban: “Ellos hablaban euskara porque era la lengua con que conversaban con su madre. Les parecía realmente extraño que un escritor en la feria del libro de Amberes presentara un libro escrito completamente en euskara, idioma que ellos asociaban al mundo de su madre, un mundo probablemente sin libros.” Algo similar sucede con Jauretche y Marechal y su visión descontextualizada de la tierra de sus abuelos. 6 Se refiere Cortázar a otro gran escritor argentino y maestro del idioma castellano, Leopoldo Lugones, aquel que fuera autor, en su ”Oda a los ganados y a las mieses” -una no muy memorable loa al país productor primario de principios del siglo XX-, de unos versos que se han hecho cuasi proverbiales y contribuído a fijar la imagen del inmigrante vasco del momento y dicen: “...¡Oh alegre vasco matinal que hacía, / con su jamelgo hirsuto y con su boina, / la entrada del suburbio adormecido / bajo la aguda escarcha de la aurora! / Repicaba en los tarros abollados / su eglógico pregón de leche gorda / y con su rizo de humo iba la pipa, / temprana bailoteándole en la boca, / mezclada a la quejumbre del zorcico / que gemía una ausencia de zampoñas. / Su cuarta liberal tenía yapa / y su mano, leal y generosa, / prorrogaba la cuenta de los pobres / marcando tarjas en sus puertas toscas”. Este “vasco matinal”, incólume en las imágenes de tantas generaciones, nada tenía de ficticio en realidad salvo que, quizás, al verdadero no le hubiera agradado que algo suyo fuera calificado de liberal, aún en el sentido que le da Lugones. El mismo Jauretche recuerda que “La de vaca [la leche. n. d. a.] la traía el ágil vasquito que la volcaba del tarro a la olla desde el estribo del charret...” 7 Esta nota de Cortázar, publicada en la revista argentina “Realidad” de Marzo-Abril de 1.949 con motivo de la aparición del libro “Adán Buenosayres” de Marechal, es digna de ser leída por entero y puede ser hallada en Internet en la dirección http://lamaquinadeltiempo.com/cortazar/marechal.htm 8 A Marechal le ocurriría algo similar por haber sido rebajado su cargo al acentuarse las luchas internas en el partido gobernante. Pero recibió en 1.951 el apoyo personal de Eva Duarte de Perón quien admiraba su obra. Su adhesión al peronismo le hace firmar sus trabajos, tras la revolución de 1.955, como “el poeta depuesto”, parodiando la calificación que de Perón hacían los revolucionarios como “el tirano depuesto”. 9 Jauretche precisamente es quien firma como presidente la disolución de FORJA en 1.945, luego del estallido popular del 17 de Octubre de ese año que liberó al entonces coronel Perón de su prisión militar y abrió el camino a su candidatura presidencial, autorizando a los miembros a adoptar la posición que fuera de su agrado en consideración a que el surgimiento del nuevo movimiento político parecía en ese momento cumplir las expectativas fundacionales de FORJA. 10 En esa línea, y como tantos otros intelectuales, Borges, más allá de su obra literaria se destacaría por su abierta posición política conservadora y opuesta casi a muerte a las innovaciones en lo social que jalonaron el siglo XX en su país. Haciendo gala para ello de opiniones extremas y altamente provocativas, sería prácticamente el único defensor de una trinchera de primera línea desde la cual disparaba a diestra y siniestra boutades como decir por ejemplo: “¿Vasco? Yo no sé cómo alguien puede sentirse orgulloso de ser vasco. Los vascos me parecen más inservibles que los negros y fíjese que los negros no han servido para otra cosa más que para ser esclavos.” (cf. Rodolfo Braceli: “Borges-Bioy. Confesiones, confesiones”, Sudamericana, Buenos Aires, 1.997.) 11 “No es cierto que le haya dicho que a juicio de los grandes pensadores modernos, la raza española sea una raza en decadencia. Díjele algo peor, que he repetido en mis escritos: que es una raza de mente atrofiada, que no da esperanzas de mejora.... Pero cuando yo digo raza española, hablo de nosotros mismos como parte de ella.” Domingo Faustino Sarmiento, “La condición del extranjero en América”, Obras Completas, T. XXXVI, Luz del Día, Buenos Aires, 1.953, p. 166. 12 Ralph W. Emerson citado de segunda mano por Jauretche: “En los lugares en que cae la nieve, allí es donde suele haber libertad civil.”, Obras Completas, t. VII, pp. 25-6. No conocemos la cita original, pero el determinismo geográfico del autor norteamericano es de sobra conocido. Baste por ejemplo citar su Ensayo nº 7, “Prudence”: “The hard soil and four months of snow make the inhabitant of the northern temperate zone wiser and abler than his fellow who enjoys the fixed smile of the tropics.” (“Essays, First Series”) 13 “La Argentina es un país poblado por unos señores italianos, educados por franceses y que quisieran ser ingleses”, se decía por aquel entonces. 14 Arturo Jauretche: “De memoria. Pantalones cortos”, p. 203. 15 Arturo Jauretche: “De memoria. Pantalones cortos”, p. 241.