342 Zenbakia 2006-04-07 / 2006-04-14
Durante marzo el arpista, de quien la prensa decía “era uno de los artistas más extraordinarios que había visitado” México, siguió presentándose en una sala que ya no se daba abasto para recibir a tanta gente, como describía Eduardo Pallares, periodista y catedrático de la Universidad Nacional. “Hay que hacer mención de las pésimas condiciones de la sala [chica] del Palacio de Bellas Artes, donde se acumula la respiración, el calor y la presión espiritual de cerca de quinientas personas en apretada reunión. Nunca como entonces aparece claro que las almas pesan, gravitan las unas sobre las otras, se oprimen y hieren espiritualmente. El ejecutante pierde en parte el dominio de sí mismo con tal proximidad absurda, y ese calor de invernadero. En algunos momentos el sudor empapa su frente y sus manos no tienen ya completa seguridad de su ejecución”.
A pesar esos elementos en contra, el arte del joven Nicanor Zabaleta siguió imponiéndose “de manera decisiva” en la Ciudad de México, uniendo a todas su cualidades musicales “un poder de sugestión tal, que subyuga a su auditorio y lo hace cada vez más y más suyo”, como lo comprobaba, en palabras del cronista musical de El Nacional, “el éxito en crescendo” que había obtenido en el poco más de mes y medio que llevaba en esta ciudad. En concordancia con sus colegas, el mismo cronista sugería una vez más que los conciertos del arpista se trasladaran a un espacio más amplio, “como la Sala de Espectáculos de Bellas Artes”, y, para terminar, preguntaba cuántas sillas de más habría necesidad de poner para el próximo concierto de Zabaleta. Programa del recital de Nicanor Zabaleta en el Palacio de Bellas Artes el 1 de abril de 1936. Y las puertas cedieron
Debieron de pasar dos meses exactos, desde su primer recital en México, para que las autoridades culturales accedieran, presionados por el público y la crítica musical, a que Nicanor Zabaleta ofreciera el primer concierto de arpa en la historia de la Sala de Espectáculos del Palacio de Bellas Artes, considerada desde su inauguración, el 27 de septiembre de 1934, como el máximo recinto cultural del país.
Para algunos de los funcionarios nombrados por el presidente Lázaro Cárdenas del Río para educar y orientar musicalmente al pueblo mexicano, el arpa “casi [resultaba] una señorita aristócrata en un medio proletario” y desentonaba con las necesidades y anhelos de una educación popular, como diría el Licenciado José Muñoz Cota jefe del Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública. Apenas en enero Muñoz Cota había echado a andar la Oficina Directiva de Alta Cultura Artística y es muy probable que los críticos Manuel Barajas y Carlos del Castillo, directores de Cultura Estética y de Conciertos Clásicos de esa nueva institución -y que desde la prensa se habían desbordado en elogios para Zabaleta- hayan jugado un papel importante en el seno de esa dependencia para que al arpista vasco se le permitiera presentarse en la “Sala Grande” del palacio de mármol.
Los preparativos publicitarios para el primer concierto del arpista en el Teatro del palacio de Bellas Artes fueron mucho mayores y mejor planificados que para los recitales anteriores, apareciendo anuncios desde cinco días antes en El Universal Gráfico, El Universal y El Nacional.
En este esperado concierto, efectuado el 1 de abril de 1936, no sólo se ejecutaron piezas para arpa sola en la primera y tercera parte del programa, sino que Zabaleta ejecutó, en la parte intermedia, las Danzas Sacra y Profana de Debussy e Introducción y Allegro de Ravel.
Fue sin duda esta parte del programa la que más llamó la atención de los críticos musicales, por ser la primera vez que Zabaleta interpretaba estas obras durante su gira por nuestro país, mereciendo comentarios favorables en el Excélsior y en El Nacional, donde se pedía que en los conciertos venideros del arpista se repitieran las obras de los compositores franceses.
En ese concierto, el Cuarteto Clásico Nacional, reforzado por el contrabajista Cruz Garnica, acompañaron al arpista, en la ejecución de las Danzas de Debussy. En el septeto de Ravel el flautista Agustín Oropeza y el clarinetista Martín García se sumaron al arpista y al cuarteto de cuerdas.
Sobre el resultado de esta primera colaboración entre el músico vasco y sus colegas mexicanos, Manuel Barajas escribió en “Orientación Musical”, de El Nacional: “Todo comentario resulta pálido al intentar describir lo esencialmente puro y noble de la obra realizada por Zabaleta y el conjunto de sus colaboradores en esta segunda parte del programa, en la ejecución de la cual nuestros maestros supieron elevarse y enmarcar debidamente la labor del insigne arpista vascongado. Lo hecho por todos es merecedor del mayor elogio que pueda atribuirse a artistas de primera fila.
Su siguiente actuación en el mismo recinto se realizó a las 11:30 de la mañana del domingo 19 de abril. En este concierto matinal Nicanor Zabaleta volvió a tocar las obras de Debussy y Ravel. Con “La Argentinita”
En esta empeñosa y paciente búsqueda de espacios y contratos en la Ciudad de México, Zabaleta alternó con “La Argentinita”, la aclamada bailadora de flamenco, coreógrafa y musa de la Generación del 27, en un espectáculo a beneficio de la artista en el Teatro Fábregas el sábado 4 de abril de 1936. En las inserciones de la prensa capitalina se anunciaba que se contaría con “la actuación especial y gentil del notable artista Zabaleta”, quien interpretaría varios “números selectos de música española”, en tanto que “La Argentinita” bailaría, en esta misma velada en colaboración con otros artistas, obras de García Lorca y Albéniz.
Al día siguiente el Redondel consignaba que sólo “un Zabaleta, artista de pies a cabeza y por añadidura español podía agregarse al espectáculo” ofrecido por “La Argentinita”. El anónimo autor de esta nota añadía que “el gran arpista prestó su cooperación para el mayor lucimiento del beneficio de Encarnación López y la función resultó redonda”, ya que los números todos fueron de tal manera gustados, que al terminar cada uno de ellos el público prorrumpía en cálidas ovaciones. En el Teatro Arbeu
A finales de abril, Nicanor Zabaleta fue contratado para presentarse en uno de los recintos de mayor tradición en la vida musical capitalina: el Teatro Arbeu. Aquí el arpista ofreció tres conciertos el 29 de abril, el 2 y 16 de mayo de 1936. Anuncios de estos recitales fueron publicados por el El Nacional, Excélsior, El Universal y El Universal Gráfico. Programa del recital de Nicanor Zabaleta en el Teatro Arbeu el 2 de mayo de 1936.
Para José Barros Sierra, una de las más brillantes actuaciones que ofreció Zabaleta en México ese año, fue el primer concierto en ese teatro, 29 de abril, donde el artista “se encontró en uno de esos momentos en que los grandes intérpretes se superan a sí mismos. Por ello lamentaba que el público haya sido poco numeroso.
Manuel Barajas, que al igual que otros colegas suyos había llegado cuando Zabaleta finalizaba la primer parte de su recital, comentaba que la magnífica acústica que siempre había tenido el Teatro Arbeu, fue sin duda uno de los elementos que ayudaron a apreciar mejor la gran gama de posibilidades técnicas y matices del arpa durante esa noche.
Entre las obras interpretadas en este recital por Zabaleta, figuraron: Preludio para piano o arpa de Prokofieff, Arabesco No. 1 de Debussy, dos obras de Salzedo, otra de Scarlatti, y tres de J. S. Bach.
En el tercer y último concierto de Nicanor Zabaleta en el Teatro Arbeu, éste estuvo acompañado por el Cuarteto Ruvalcaba y los flautistas José Molina y Conrado Rivera. Con éstos músicos el arpista vasco interpretó el Concierto para arpa y orquesta en si bemol mayor de Haendel, que figuró por primera vez en los programas ofrecidos por el arpista vasco en México. En esta ocasión “el portentoso” arpista también tocó obras de Rousseau, Salazar, Chavarri, Granados, de Falla y Tournier. Silvestre Revueltas y la Sinfónica Nacional
La noche del 19 de mayo de 1936, poco antes de despedirse de “La Ciudad de los Palacios” y partir rumbo a Río de Janeiro, Zabaleta coronaba los casi tres meses y medio de ardua labor en nuestro país: no sólo había logrado acceder al Teatro del Palacio de Bellas Artes, sino que además concluía gira actuando como solista con la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), de la cual Silvestre Revueltas acababa de ser nombrado director titular.
El interés por escuchar a la OSN se conjuntó con la expectación por oír a Zabaleta, publicándose del 16 al 19 de mayo de 1936, en por lo menos cuatro diarios capitalinos, anuncios del segundo concierto de la temporada de la OSN, auspiciado por las principales instituciones artísticas mexicanas.
En días previos a este concierto, el Excélsior se reportaba que la demanda de boletos para este concierto era muy intensa.
Poco antes de salir al escenario, mientras la orquesta ejecutaba obras de Haydn, Dukas y Miguel C. Meza, el arpista conversó con una mujer, a la que el arpista le contó de sus estudios en París y sobre sus conciertos en España antes de venir a América. También, a pregunta expresa, habló de Chávez, Revueltas y del público mexicano.
En esta misma conversación Zabaleta, además de halagar al público local que era, según había podido comprobar, “uno de los más cultos, […] muy sensible y muy justo”, el arpista hacía referencia a sus lecturas y algunos aspectos de su vida personal. Pasados varios minutos de la conversación ella le preguntó:
- ¿Y qué diría si esta plática se convirtiera en entrevista?
- Encantado Indiana; la autorizo para que diga todo lo que quiera- respondió complaciente el arpista con la caballerosidad que lo distinguiría toda su vida.
Indiana era el seudónimo de la periodista María Esther Nájera Arriaga (1906-1975) -sobrina del poeta Gutiérrez Nájera y del legendario asaltante Chucho el Roto - que desde 1928 había comenzado a escribir en los diarios de la Ciudad de México. Esta entrevista es importante y significativa no sólo porque, al parecer, es el único documento publicado por una mujer sobre Zabaleta en esa época, sino porque en ésta el arpista aborda temas de los que raramente hablaría durante toda su carrera, tales como el matrimonio en la vida de un artista y el feminismo.
En este concierto Zabaleta volvió a interpretar las Danzas Sacra y Profana e Introducción y Allegro, ante un público compuesto por “miembros y representantes de todos los sectores sociales: trabajadores, estudiantes, industriales, profesionistas y empleados”, quienes recibieron con entusiasmo la obra de Ravel, no así las Danzas de Debussy.
Las críticas publicadas en los siguientes días coincidían en que Revueltas había dirigido de manera “correcta” aunque “sin el espíritu” que había puesto en otras ocasiones y la orquesta, se dijo, no habían llegado a la altura de su concierto anterior. Incluso Kahan llego a afirmar que por las obras en las que había intervenido Zabaleta se había salvado el concierto, y en el Nacional Barajas calificó al arpista como “el héroe de la jornada.
Con un amplio reconocimiento de la crítica y la aclamación del público, Nicanor Zabaleta se despidió de México, país al que no regresaría sino hasta quince años después. La carrera profesional de Nicanor Zabaleta y sus prolongadas e intensas giras por Latinoamérica habían comenzado. El arpista donostiarra Nicanor Zabaleta en México (I de II)