316 Zenbakia 2005-09-30 / 2005-10-07

Gaiak

Ha fallecido Jose Mari Uranga

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

GARMENDIA IARTZA, Koro



El 21 de septiembre fallecía en Arrasate Jose Mari Uranga, poco después de que las campanas de la torre de su querida parroquia anunciaran la llegada del mediodía. En esos instantes, Arrasate perdía a uno de sus hijos más ilustres y algunos de nosotros a un gran y buen amigo. Cuando me dispongo a escribir estas líneas –pocas horas después de haber recibido la noticia de su fallecimiento- me veo abatido por una honda tristeza pero, al mismo tiempo, por una sensación tranquilizadora al comprobar que la muerte le ha liberado del sufrimiento. Y es que Jose Mari pasó sus últimos años de vida sufriendo, no sólo físicamente, sino también de forma espiritual, imposibilitado como estaba para acercarse al ambiente popular de su Mondragón, hecho que le marcó profundamente.

Tuve una relación muy estrecha con Jose Mari, ya que fuimos vecinos de la misma casa, puerta con puerta, desde mis ocho años. Más tarde, llegamos a trabajar en la misma empresa, en la Unión Cerrajera, donde permaneció hasta alcanzar él la jubilación. Por si todo eso fuera poco, compartíamos, además, una misma pasión: la historia. Le dediqué mi libro “Nire haurtzaroko Arrasate” llevado por la gran amistad que nos unía y mi deuda hacia él. Su partida me ha entristecido.

Portada de su libro. Jose Mari era uno de esos auténticos cerrajeros, al igual que la mayoría de los mondragoneses de su generación. Nació el último día del año de 1915, y, tras su paso por las clases del maestro Francisco Urrutia, comenzó a trabajar en la Unión Cerrajera cuando no era más que un chaval, a los catorce años de edad. Allí realizaría toda su carrera, hasta obtener, al cabo de cincuenta años y cuatro meses, la más que merecida jubilación. Estudió dibujo de la mano del ingeniero de la fábrica, Lafitte, y aprendió geografía, gramática y matemáticas por su cuenta. Por aquel entonces Mondragón aún no contaba con escuela profesional, por lo que obtuvo su título de maestría en el Seminario Real de Bergara, con los dominicos. A propósito de este tema, y dando hacia adelante un gran salto en el tiempo, cabe señalar que en los años cuarenta del siglo pasado Jose Mari mostró a otro Jose Mari –que no es otro que Arizmendiarrieta- el testamento redactado por Pedro Viteri, en el cual se indicaba que si algún día llegaban a cerrarse las escuelas que el filántropo mondragonés había construido con su dinero, éstas pasarían a ser de propiedad pública. Así es cómo Arizmendiarrieta pudo emprender en esas viejas escuelas el innovador proyecto de una Escuela Profesional, la que años más tarde se convertiría en Mondragon Unibertsitatea.

A los quince años de edad Uranga se afilió al “jaimismo”, y durante la guerra de 1936 conoció varias prisiones. Con la entrada de los franquistas en Bilbao fue liberado y regresó a su villa natal. Habiéndole diagnosticado una dolencia pulmonar, fue eximido de acudir al frente. Integrado de siempre en movimientos religiosos, fue designado presidente de la Congregación de los Luises, y poco después presidente del recién fundado Club Deportivo Mondragón. Durante aquellos años, Jose Mari trabajó por mejorar el ambiente post-guerra y trató de lanzar puentes entre las dos partes.

En 1958, abandonó sus responsabilidades deportivas para tomar parte en la gestión municipal en calidad de concejal, cargo que ocupó durante nueve años y al que dedicó grandes esfuerzos. La actividad de Jose Mari en el consistorio fue realmente ejemplar. En el mismo mes en el que fue nombrado concejal, se dirigió con estas palabras al Conde de Monterrón, ante la insistencia de éste por imponer su voluntad en determinadas cuestiones urbanísticas: “Como consecuencia, lo que el señor Conde considera “incomprensión” de la Villa hacia su persona y gestión se funda en la indiferencia pública hacia conceptos e ideas caducas ya en la actualidad, agravados por unos hechos en todo momento impopulares y mucho más en personas que se consideran “padres de la comunidad” y “pontífices de la magnanimidad”.

Ocho años más tarde, volvía a recriminar al Conde, esta vez en defensa de los derechos municipales: “Que los Condes de Monterrón incumplen desde hace varios años el compromiso testamentario o de cesión de bienes impuesto por el cedente D. Vicente Marcelino López de Berrosteguieta a los antepasados y sucesores de dichos Condes, al transmitirles la casería de San Cristóbal y que consiste en la entrega anual de diez fanegas de trigo al Asilo o santo Hospital”. ¡Fíjense qué tiempos eran aquéllos!

Pero no sólo eso. En el mismo año en que fuera designado concejal, y con motivo de diversos puntos negros que entreveía en el área de urbanismo, tuvo la osadía de encararse con el propio alcalde y, junto con otros tres concejales, redactó un escrito en el que declaraba: “por la falta de seriedad y de firmeza con que reiteradamente ha dado muestras el Sr. Alcalde en el ejercicio de su cargo, con evidente desprestigio para la Corporación y daño a los intereses del Municipio... decidimos apartarnos de las tareas inherentes a nuestros cargos”. ¿Y qué decir sobre la misiva que en 1953 enviara a Franco, mostrando su malestar por los desorbitados precios que el constructor pretendía fijar a las nuevas viviendas del barrio de San Juan? “El Sr. Contratista, con aprobación de la Obra Sindical del Hogar, ha presentado al Instituto Nacional de la Vivienda un presupuesto final de obras que ha asombrado a todo el pueblo por su excesiva cuantía”. La carta fue suscrita por varios ex-cautivos, siendo la primera de las firmas la suya. Uranga basaba su quehacer publico en la máxima de que “la política no es poder”, y subrayaba que, en aras de alcanzar el bienestar, había que llevar el barco por el rumbo adecuado y actuar con sinceridad.

La trayectoria de Uranga, y no sólo la política, bien puede resumirse con esas mismas palabras. Siempre actuó con una gran rectitud, incluído el ámbito de la investigación, con un convencimiento que pocas veces he tenido ocasión de apreciar en otros investigadores. Jose Mari Uranga (02-02-2005).

Su temprana afición por la lectura le condujo hacia los trabajos de investigación. En los años previos a la guerra, llegó a completar un excelente archivo, formado básicamente con documentación sobre deporte y con datos históricos que él mismo obtuvo en los archivos de la villa y otros. Desafortunadamente, al incendiarse su casa de la Avenida de Navarra, todo ello se perdió. Pero no por ello se desanimó. Reemprendió su trabajo, con más viveza si cabe, y poco a poco su archivo fue creciendo. Como buen lector que era, albergaba en su biblioteca libros de todo tipo. Su intelectual favorito era Jaime Balmes y, no sin cierta ironía, afirmaba ser capaz de recitar varios capítulos de su obra “El criterio” de memoria, a sabiendas de que una postura balmesista no era considerada precisamente progresista.

Lo que más le atraía era la Historia, y, dentro de ella, se especializó en la de Arrasate. En 1970 publicó el libro titulado “Mondragón. Trayectoria y anecdotario”, y escribió docenas de artículos en diarios y revistas. Seguramente hubiera publicado muchos más, pero con frecuencia trataba de frenarse a sí mismo. Como si tratara de mostrarnos que lo que realmente le gustaba era la labor de animador, jamás se cansaba ante nuestros ruegos y preguntas. ¡A saber cuántas personas pasamos por su casa recabando de él algún que otro dato! En lo que a mí respecta, en la penúltima visita que le hice al Hospital Aita Menni, el día 9 de septiembre, charlamos sobre uno de los artículos de un número de la revista "Aunia" que yo le había llevado, y que contenía un dato a mi parecer erróneo sobre el Amboto. En mi segunda y última visita, realizada tres días antes de su muerte, le hablé sobre Jesus Trincado, un amigo común, mondragonés de 97 años residente en Montevideo, al que conocía desde sus días en la Unión Cerrajera, y con quien había yo hablado por teléfono la víspera. Tras la muerte de Jose Mari, la última de las fuentes caudalosas sobre la historia de Arrasate que me queda con vida es Trincado. Hoy mismo le he informado, apenado, sobre la desaparición de nuestro amigo.

Puedo asegurar que Jose Mari jamás dio un dato por cierto sin antes probar su veracidad, actitud ésta que no hacía sino ensalzar su labor, máxime en estos tiempos en los que la gente, con tanta ligereza, concede credibilidad a cuantas leyendas y cuentos de bar escucha. Había que ver, por ejemplo, cómo se indignaba Uranga al escuchar e incluso leer que los mondragoneses habían adquirido los terrenos de Zaldibar en una partida de doke contra los oñatiarras. Se dedicaba con el mismo esmero al estudio tanto de la historia medieval como la contemporánea, y, lejos de conformarse con meras copias y suposiciones, siempre recurría a las fuentes, es decir, a los documentos.

Durante varios años, Jose Mari ostentó la presidencia de Acción Católica, y también en este ámbito mantuvo una modélica actitud. Convencido de la importancia de las ideas escritas, durante las fiestas de San Juan de 1963 y 1964 editó la revista “Mondragón”, donde, entre otros, de forma anónima constaban entre sus páginas pensamientos de Jose Maria Arizmendiarrieta. Las almas de ambos Jose Maris congeniaban. Pero la religiosidad de Uranga no era óbice para actuar con sentido de la responsabilidad junto a la sociedad civil. Sólo así se pueden entender las palabras que escribiera en 1968: “Después de tantos años de serle fiel descubro mi discrepancia con los que quieren para el Centro unos tutelajes que no van ni con la personalidad ni el espíritu de la Sociedad, formada al servicio de la iglesia y sus socios católicos laicos. He llegado al convencimiento de que aquella plena entrega a la jerarquía eclesiástica, renunciando a su histórica personalidad, fue el gran error, el disparate histórico de nuestro Centro”.

Cuando afirmo que Jose Mari llevaba en el corazón su lugar de nacimiento no lo digo por decir. He ahí, de muestra, el estudio lingüístico que realizara sobre el euskera de Mondragón. Sé que no tenía conocimientos teóricos de experto, pero, gracias a su habilidad para plasmar sus conocimientos en papel, preparó magníficos esquemas sobre, entre otras cosas, la declinación del verbo en el euskera mondragonés. Quiso, además, determinar la estructura típica del dialecto local, partiendo de la práctica diaria. Solía lamentarse, con razón, del tratamiento que con frecuencia recibe el euskera desde análisis pseudo-científicos de laboratorio. He escrito estos recuerdos apresuradamente. Jose Mari Uranga ha muerto, pero para muchas personas que llegamos a conocerlo sigue estando vivo. ¡Hasta siempre, Jose Mari!