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Pioneras del montañismo vasco
En los inicios del siglo XX, Bilbao y su entorno estaba experimentando una transformación brutal. La expansión desmesurada de las industrias mineras, navales y metalúrgicas en las márgenes de la ría había atraído a miles de emigrantes, que vivían y trabajaban en condiciones extremadamente penosas. Al surgimiento de grandes barrios marginales en los que se hacinaba el nuevo proletariado, le siguió el deterioro de las condiciones medioambientales que se extendían y afectaban hasta la propia capital.
En este contexto de metamorfosis social iba a surgir en Bilbao un movimiento que propugnaba el retorno a la naturaleza como medio para recuperar la calidad de vida erosionada en la urbe por los humos y olores que emanaban las grandes industrias asentadas en la periferia. Aralar 1935. Un grupo de mujeres participó en las primeras competiciones de esquí que se organizaron en Aralar.
(Foto: Archivo Kutxa)
El núcleo de esta corriente regeneradora se encontraba en la sede del elegante Club Deportivo Bilbao. Esta exclusiva sociedad, fundada en 1912 como centro de cultivo del cuidado físico entre la burguesía urbana, se impuso como objetivo desde el inicio de sus actividades la popularización del montañismo en la capital vizcaína. Surgieron así las primeras ascensiones colectivas a Pagasarri y a Gorbeia entre los años 1912 y 1919 en las que participaron centenares de excursionistas.
Ya en estas actividades iniciales del excursionismo vasco se puede apreciar la presencia de algunas mujeres. Sin embargo, el Deportivo de Bilbao, siguiendo los patrones de los clubes británicos en los que estaba inspirado, no contemplaba en su reglamento la pertenencia de mujeres entre sus socios.
A pesar de esta limitación, en 1923 los directivos del Deportivo de Bilbao convocaron el primer concurso de montaña dirigido a “señoras o señoritas que estén unidas en parentesco de primer grado con los socios y vayan acompañados de estos”. Era un primer paso en la incorporación de las mujeres al movimiento alpino.
Los esquemas iban a evolucionar con rapidez. Cuando en 1924 se registraba en Elgeta la fundación de la Federación Vasco Navarra de Alpinismo, los cronistas reflejaron la presencia de numerosas mujeres en el acto. “Qué cantidad de muchachas y qué formidablemente guapas todas ellas”, reseñaba adulador el diario bilbaíno Excelsior, en tanto que su colega el periódico nacionalista Euzkadi hacía una reflexión de mayor calado sobre esta numerosa asistencia femenina: “Ya nuestras mujercitas van hallándole a la vida alicientes más agradables que el caminar diurno por la Gran Vía, Correo o Arenal”. Clubes y mujeres alpinistas
Junto a las bilbaínas, otras mujeres empezaron también a acudir a la montaña desde Eibar, Tolosa y Gasteiz. En 1927 eran ya 33 las chicas que habían concluido un concurso alpino y muchas de ellas acudían a la montaña en grupos de amigas, sin la hasta entonces preceptiva presencia de sus padres, hermanos o maridos. Montañeros en el monte Oiz en 1923. En las primeras excursiones al monte no faltaron las mujeres. (Foto: Archivo A. Bandrés)
Ante esta consolidación del nivel de actividades de las mujeres, el cronista vizcaíno Antonio Ferrer propuso una iniciativa singular: “¿No se podría formar un club alpino femenino o que todas las sociedades tuviesen una sección femenina de montaña?”.
No fue precisa la puesta en práctica de esta iniciativa. Los clubes de montaña en Euskal Herria fueron adecuando progresivamente sus reglamentos para abrirlos a la admisión efectiva de socias de pleno derecho. Ya desde su fundación en 1924, el Bilbao Alpino Club había contemplado en sus estatutos la inclusión de mujeres; el Club Deportivo Eibar abrió esta posibilidad en 1933 y el Club Deportivo Fortuna de Donostia lo hizo dos años después.
Esta aceptación generalizada de las alpinistas vascas contrastaba con el rechazo que había generado su presencia en los grandes países alpinos. El histórico Alpin Club, fundado en Londres en 1858, no admitió a mujeres como socias hasta 1974. Un caso similar fue el planteado en el Club Alpin Suisse en el que hasta 1979 las damas no pudieron figurar como miembros de pleno derecho.
Pero las mujeres alpinistas de esos países no estaban dispuestas a permanecer al margen del movimiento asociado en su deporte. La respuesta fue la fundación en Londres en 1907 del Ladies´ Alpin Club. Un año más tarde nacía el Ladies´ Scottish Climbing Club y en 1918 del Club Suisse de Femmes Alpinistes.
La actitud abierta de los montañeros vascos hacia la práctica femenina del montañismo era elogiada en 1926 por la escritora Maria Rosa Urraca. “En el espíritu libre, amplio y profundamente religioso del hombre de la montaña no puede darse la estrechez de criterio, el egoísmo mezquino que frecuentemente condena a nuestro sexo a la abstención de goces espirituales y materiales que el hombre poco cristiano y poco social cree, con el petulante orgullo de la ignorancia, son privativos suyos”. Mujeres Eibartarras en Elgeta 1935.
(Foto: Amos Ruiz Archivo C.D. Eibar)
La presencia habitual de chicas en las excursiones introdujo un cambio en las actitudes de los montañeros, “porque sirve de maravilla para evitar en los muchachos licencias de lenguaje y expresión que la existencia de damas reprime”.
También se utilizaba la inclusión de mujeres en las salidas montañeras como un atractivo para atraer a participantes masculinos. En Gernika, en 1924 se aseguraba que “aquellos que asistan bajarán encantados, pues entre las inscripciones hay una veintena pertenecientes al bello sexo”.
Sin embargo, las relaciones entre chicos y chicas en la montaña tenían que respetar las limitaciones sociales vigentes en el momento. En una excursión a Urkiola en 1927 se advertía que “para evitar que el deporte degenere en romería, no habrá baile al agarrao”.
En los refugios de montaña también se mantenía estrictamente la separación de sexos. En el refugio de Urbia se publicitaba en 1926 que disponía de “cuartos separados para señoras y señoritas pirineistas”. De la romería a las alturas
La escasa entidad de las cimas de Euskal Herria posibilitaba a las mujeres la práctica de un montañismo poco selectivo, muchas veces fronterizo con la romería, a diferencia de la audacia y fortaleza de la que habían tenido que hacer gala sus antecesoras en los Alpes.
Las excursiones de las pioneras del montañismo femenino vasco se limitaban a las cimas próximas a su entorno habitual. En ningún caso se aventuraban a cumbres pirenaicas, en las que ya menudeaban las incursiones de sus colegas masculinos.
Sin embargo, muchos años antes, una mujer había adelantado en sus actividades casi medio siglo a sus compañeras de aficiones. Se llamaba Pilar Larrañaga, era de Tolosa, y entre los años 1915 y 1920 llevó a cabo varias incursiones en las montañas del Pirineo en compañía de su marido, Jenaro Ruiz de Arcaute. En ese periodo se asegura que Pilar ascendió a la cumbre de Balaitous, lo que le convertiría en la primera vasca en superar una cima de tres mil metros.
Raimunda Royo, la primera mujer que acabó el concurso de los Cien Montes, en Arrate en el año 1930, entre dos mitos del alpinismo vasco: Andrés Espinosa y Antxon Bandrés. (Foto: I. Ojanguren. Archivo A. Bandrés) Tendrían que pasar todavía unos años más para que otras mujeres se atreviesen a abordar empeños de mayor compromiso. En 1935, el citado cronista Antonio Ferrer reseñaba algunas ascensiones meritorias protagonizadas por mujeres: “Han realizado la ascensión a Mugarra por la arista sur, reputada como una buena escalada. Otro ejemplo lo tenemos en la travesía de Alluitz al collado de Larrano, llevada a cabo felizmente en varias ocasiones por alpinistas de Bilbao y Donostia”. Y el que fuera pionero del periodismo alpino en la prensa vasca, añadía: “Solamente estas ascensiones y travesías acreditan a la mujer moderna como admirable compañera para las excursiones montaraces que podemos realizar en nuestro querido País Vasco”. Un reconocimiento a esta trayectoria ascendente se concretaría en el Homenaje a la Mujer Montañera, que se programó en el contexto del II Congreso de Alpinismo celebrado en Bilbao y Urkiola en mayo de 1936. El enaltecimiento se personalizó en dos mujeres pioneras: la eibarresa Carmen Iza, impulsora de este deporte en la villa armera, y la vizcaína Raimunda Royo, primera mujer que concluyó el concurso de Cien Cumbres. Fue el último acto de una forma de entender el montañismo y el propio papel de la mujer en este deporte. Tan sólo dos meses después se iniciaba el levantamiento militar y el mundo que surgiría tras guerra iba a ser muy distinto para todos y también para las mujeres montañeras.