280 Zenbakia 2004-12-10 / 2004-12-17
Como bien es sabido, uno de los elementos persistentes y más característicos de la historia de Euskal Herria ha sido, entre otros, el desarrollo de seculares procesos migratorios. Por esa razón, en el marco de las más recientes investigaciones historiográficas, los flujos emigratorios vascos que caracterizaron la Edad Contemporánea – es decir los que se dirigieron en su mayoría hacia América – no han sido interpretados como un acontecimiento “extraño, aislado o rupturista, sino como una peculiaridad fuertemente imbricada en la propia complejidad social vasca”1.
Familia de emigrantes vascos en Uruguay, finales del siglo XIX. Archivo Familiar Loutegi. Ahora bien, a pesar de que ya exista una gran y consolidada bibliografía sobre la historia de las migraciones vascas, durante los últimos años se ha hecho más patente la necesidad de interpretar novedosa y críticamente estos particulares fenómenos de movilidad. El estudio de la presencia y actividad de los vascos más allá de sus fronteras, de hecho, sigue siendo considerado algo necesario e imprescindible para una más compleja y profunda comprensión de lo que han sido y, por supuesto, de lo que son, hoy en día, los vascos. Estas necesidades están empujando a las nuevas generaciones de investigadores e historiadores hacia la interpretación de fuentes y conjuntos documentales que, hasta ahora, no se habían aprovechado completamente.
En este sentido, la imagen fotográfica, ofreciendo interesantes perspectivas de análisis microsocial, ha dejado de ser utilizada simplemente como ilustración y, sin embargo, empieza a destacar como una de la fuentes más útiles –digamos privilegiada– para el desarrollo de novedosas interpretaciones historiográficas.
En el caso concreto de la historia de las emigraciones contemporáneas, además, no se puede pasar por alto un dato evidente y de relevante interés: durante el siglo XIX la difusión de la fotografía fue un fenómeno europeo que se desarrolló en contemporaneidad con el de las migraciones masivas hacia América. La historia de este poderoso medio de comunicación, y a la vez de reproducción de la realidad, arranca efectivamente en 1829, es decir, cuando el francés Joseph-Nicéphore Niepce, aprovechando de una larga tradición de estudios de óptica, logró una manera de fijar imágenes utilizando la acción que la luz ejerce sobre sustancias sensibles ante ella. A partir de entonces la imagen fotográfica, paralelamente a su rápida evolución técnica, ha comenzado a desarrollar una multiplicidad de funciones trasformando, no solo la técnica de la obra de arte, sino también los modos de expresión y de comunicación humanos. La fotografía iba, pues, configurándose como un medio de comunicación de masas desde el principio de su historia, en el mismo momento en que toda Europa vivía el desarrollo de otro fenómeno masivo, el de las migraciones. Podríamos hasta afirmar que era históricamente imposible que los dos fenómenos no coincidiesen.
Esta “coincidencia” temporal se pone, pues, como punto de arranque fundamental para el desarrollo de una Historia Fotográfica de las migraciones contemporáneas. Fundición Taller mecánico Euskalduna, Uruguay principios del siglo XX. Archivo Familia Arin-Carrau.
Desde hace casi dos siglos, por lo tanto, las fotografías forman parte de la vida cotidiana y familiar, es por eso que hoy en día, independientemente de sus calidades estéticas, vienen consideradas testimonios oculares, puntos de vista particulares que nos sitúan, en cierta medida, frente a la historia.
A pesar de eso, el uso del testimonio de las imágenes fotográficas nos plantea numerosos problemas y, si por un lado nos proporcionan informaciones acerca de aspectos concretos de las realidades sociales, por el otro no reflejan una realidad, sino que la distorsionan. La comunicación fotográfica, de hecho, como la de todo tipo de imágenes, está caracterizada por un doble nivel denotativo (lo que está representado) y connotativo (el significado simbólico, metafórico, etc.) que la imagen asume más allá de lo que está materialmente representado. Así que, si por un lado todo el mundo puede entender lo que está representado en una imagen gracias al proceso de significación primaria, pero por el otro, para comprender completamente una fotografía, es necesario además que se estudien todas aquellas implicaciones culturales que caracterizan el proceso de significación secundario que, dentro de un determinado contexto histórico-social, son absolutamente convencionales, es decir, creadas por tradiciones culturales específicas. Izamiento de la Ikurriña el 6 de agosto de 1933 en la sede del centro Euskal Erria de Montevideo.
Las imágenes pueden, entonces, asumir significados diferentes según el contexto en que se encuentran, hasta no ser entendidas para nada si las tradiciones culturales de los “lectores”2 no están acostumbradas a lo que ven representado en ellas. Esta afirmación nos impone una reflexión: no se pueden interpretar históricamente fotografías que han sido realizadas en épocas y contextos distintos del nuestro estribándonos en la que es nuestra cultura visual, y nuestras categorías interpretativas vinculadas a ésta. Si queremos entender el significado original de las fotografías productas durante la experiencia migratoria contemporánea, en cierta medida, tenemos que despojarnos de la que es nuestra cultura visual para acercarnos a lo que era el punto de vista de la época. De hecho, si los códigos primarios constituyen un punto en común entre dos épocas distintas, los códigos secundarios de ambos momentos (el presente y el siglo XIX) son completamente distintos. La nuestra es, de hecho, una sociedad colapsada por todo tipo de imagen, mientras que la del XIX era una sociedad que experimentaba, con gran velocidad, las potencialidades del nuevo medio de reproducción de la realidad. Por eso era, sin embargo, una sociedad caracterizada por una sensibilidad distinta de la nuestra. Muchas de las imágenes que hoy en día no nos cuentan nada, simplemente porque estamos acostumbrados a una gama de imágenes mucho más grande, tenían por entonces una fuerza de impacto mucho mayor. Cancha de pelota en Uruguay, 1937.
En fin, otra motivación que empuja las nuevas generaciones de historiadores hacia una interpretación analítica de los conjuntos documentales fotográficos es que, aunque exista un gran cantidad de material fotográfico relacionado a la experiencia migratoria, son muy pocos los trabajos de historia fotográfica que tengan como objeto las emigraciones contemporáneas y, menos aún los que inciden en el marco de Euskal Herria. El riesgo de que gran parte de estos documentos pueda desaparecer es, pues, evidente y real.
Hoy en día, gracias a un uso cuidadoso de las nuevas tecnologías informáticas, junto al desarrollo de precisas obras de restauración de los materiales delicados, se nos ofrece la posibilidad de no perder definitivamente estas fuentes privilegiadas para la reconstrucción de la memoria histórica que son los archivos y los álbumes familiares Las fotografías, al constituir una referencia a los acontecimientos cotidianos o excepcionales, que afectaron a las vidas de los protagonistas de entonces pueden aportarnos todavía mucha información para profundizar nuestro conocimiento de la experiencia migratoria contemporánea. Grupo de vascos en Uruguay, años 50. Archivo Familia Bengoa-Tejería. No hay que desperdiciar esta posibilidad que se nos brinda. 1 ÁLVAREZ GILA, Óscar y ANGULO MORALES, Albero; Las migraciones vascas en perspectiva histórica (siglos XVI-XX), Bilbao, UPV, 2002, pág. 10 2La palabra “lectores” se refiere a la frase de Roland Bathes en la que afirmaba: “Leo textos, imágenes, ciudades, rostros, gestos, escenas, etc.” citado por Peter BURKE en Visto y no visto, Barcelona, 2002, pág. 145.