280 Zenbakia 2004-12-10 / 2004-12-17
L Oskorri 1978 cartel gira aleman. a mayoría de los habitantes del País Vasco entre 90 y, probablemente, 9 años habrán vivido -o, por lo menos, oído contar acerca de- la feroz represión contra el euskera que siguió a la victoria de los sublevados fascistas en la guerra civil española de 1936 a 1939. Una situación que, según versiones, se prolongó hasta el año 1965, cuando el régimen, debilitado, progresivamente acorralado por su entorno europeo y por una creciente disidencia interna, pareció dar menos importancia a esas cuestiones.
A esas fuerzas disidentes no fue ajena, en absoluto, la intelligentsia vasca que, emergiendo de una especie de semiclandestinidad -o muchas otras veces de una clandestinidad sin ninguna clase de paliativos-, fomentó la creación de ikastolas -en las que habrán estudiado muchos de los “oyentes” de esa historia, todavía demasiado oral, de la represión y el renacimiento de la cultura vasca- o bien la recuperación del folklore propio. En ocasiones con un espíritu muy similar al que se vivía en otras partes de Europa en ese momento, fusionándolo con una bienvenida y desenfadada modernidad que podrían haber hecho suya “Gwendal” o “Steeleye Span” -como demuestra la existencia actual de un grupo como “Oskorri”, que ya más que un conjunto musical es un fenómeno social muy singular - y en otras -que muy a menudo no excluían la primera modalidad- con una fuerte carga social y política, afín a la representada en Cataluña por Lluis Llach o el ya mítico Raimon, e igualmente combativa y movilizadora contra el acorralado pero todavía letal franquismo.
Sin embargo, dejando para otro día y quizás para otro formato esa nuestra más reciente historia social y cultural, que todavía podemos ver, oír, recordar, casi volver a sentir de manera cotidiana, cada vez que subimos a un desván o abrimos un álbum de fotos de familia, hay unas cuántas preguntas sobre esa cuestión -la del arrinconamiento o, simplemente, supresión oficial del euskera- todavía sin respuesta satisfactoria. Como, por ejemplo, cuándo empezó todo aquello, si fue una singularidad propia del franquismo o bien éste se limitó a continuar una situación propia de eso que Joseba Zulaika llamó el pasado mítico intemporal. Ese curioso espacio en el que la Edad de Piedra se confunde con, por ejemplo, los años de la última guerra carlista de finales del siglo XIX, insertando en algún momento en mitad de ambos hitos alguna que otra frustrada -y, por eso mismo, imaginaria- invasión romana derrotada por invencibles várdulos, admitidos a la nobleza de la Ciudad Eterna en calidad no de pueblo conquistado sino de muy admirados y bienvenidos aliados, tras perpetrar alguna hazaña digna de una de las más famosas películas de Stanley Kubrick o, más recientemente, de una de las más recordadas de Ridley Scott.
Ha habido notables esfuerzos por investigar la cuestión de manera documentada y tratando de obviar cuestiones políticas que en nada contribuyen a un esclarecimiento mínimamente objetivo y, por lo tanto, útil, de esas preguntas. Ese puede ser el caso de algunas obras del recientemente desaparecido José María Jimeno Jurío sobre el euskera en Navarra. En ellas se habla de las medidas represivas -el famoso anillo, tan extendido durante el siglo XIX y en la época más azul oscuro del franquismo- o de las ordenanzas de los déspotas ilustrados a mediados y finales del siglo XVIII y el retroceso paralelo del euskera.
Sin embargo quizás todavía falta por saber qué ocurrió a partir de finales del siglo XV, cuando la nobleza banderiza renuncia a componer más cantares de gesta en euskera -calcados de los modelos del ciclo artúrico y otros similares que traían hasta sus cortes de bandoleros feudales los trovadores errantes por toda Europa- como los que con tanto trabajo recopiló en su día Juan Carlos Guerra, cerrando así las puertas al desarrollo del euskera como lengua escrita y vehículo de la alta cultura europea que parecía haber sido hasta ese momento. Justo cuando otras se van a consolidar y a fijar canónicamente. Caso de la castellana, la francesa, la alemana -gracias a la Biblia de Lutero- o, incluso, la catalana, minorizada pero conservada entre los estratos superiores de esa sociedad como lengua de relación no sólo con los segmentos inferiores de la misma -como ocurría en el País Vasco- sino incluso con un fastidiado poder central que se veía obligado a traducir mucho de lo que se le enviaba desde el Principado.
Lo cierto es que, por razones que, como vemos, aún no han sido suficientemente explicadas -no desde luego desde una perspectiva científica que prescinda de una fácil y mal documentada lectura política del fenómeno- todo apunta a que el euskera es olvidado a partir del siglo XV como idioma escrito.
La Toponimia, como puede observarse en trabajos como los realizados bajo los auspicios de la Real Academia de la Lengua Vasca-Euskaltzaindia, o minuciosas recopilaciones de datos que han pervivido en el nivel oral -caso, por ejemplo, de trabajos como el Atlas elaborado bajo la dirección de Fermín Leizaola-, contribuyen a recordar ese olvido en el que cae el euskera justo después de haber recibido su espaldarazo como lengua escrita, homologada con el resto de las europeas, gracias a los cantares de gesta que replican la más cuidada poesía europea del momento.
Excepciones de mediados del siglo XVII, como el “Gero” y otros productos de la llamada escuela de Sara o los devocionarios destinados a los clérigos que debían instruir en los fuegos de la Contrarreforma tridentina las almas de los “simples” que únicamente dominan el euskera, sólo vendrían a corroborar ese olvido de la “lingua navarrorum” en el nivel escrito a lo largo de los siglos de la Edad Moderna. Uno de los grupos escolares de la Federación de Escuelas Vascas en los años treinta.
Sin embargo el euskera se siguió utilizando y hablando cotidianamente, a pesar de haber sido privado del alto status que había alcanzado al filo de los últimos años del siglo XV. Un vistazo a una obra como la dirigida por Patri Urkizu, en la que se recopilan, como su título indica, las diversas facetas de la Historia de la Literatura Vasca, es una excelente prueba. Incluso hubo casos, a comienzos y a mediados del siglo XVIII, en los que fue empleado para componer poesía satírica de gran calidad y rimada además con una notable habilidad o para usos comerciales que una cierta tradición actual había creído imposibles. Incluso inadmisibles para ella, quizás enamorada de un pasado mítico intemporal, cortado según el patrón de las Bucólicas de Virgilio adaptadas al entorno rural vasco, donde no podía -o, probablemente, no debía- tener cabida semejante posibilidad. Algo que tuvieron la suerte de poder explicar, con nuevos documentos a la vista, Xabier Alberdi Lonbide y el que estas líneas escribe.
Es en ese terreno nebuloso de los documentos judiciales donde surgen indicios y fragmentos, casi sistemáticos aunque sin seguir una pauta cronológica demasiado clara, en los que el euskera olvidado reaparece escrito.
En efecto, el vestigio más antiguo alude en una causa elevada ante el corregidor de Gipuzkoa a cierta bruja, consignada sobre el papel con la palabra vasca destinada a ese efecto -“sorguina”-, que salió a relucir en el año 1562 en una pelea verbal entre vecinas de Pasai Donibane. Una que bien podría haber hecho compañía a otra “sorgyna” que aparece en un proceso remitido ante la corte del corregidor vizcaíno unos cuantos años antes, en el de 1556.
Con posterioridad a esa fecha, a lo largo de la mayor parte del siglo XVII parece que experimentamos cierto retroceso en los deseos de los jueces y escribanos que instruyen esas causas -perfectos conocedores en su mayoría, exceptuando a algunos corregidores, de ese idioma olvidado- de escribir las palabras que fueron pronunciadas en euskera. Así, después de la mención del insulto “borrero” en la Hondarribia de 1600, veremos como esa tan cargada palabra, que arroja sobre el injuriado la calidad del entonces infame oficio de verdugo, es escrita sólo en castellano. Como ocurre en otro proceso llevado ante el tribunal de esa misma localidad guipuzcoana en el año 1733.
De ese modo podremos leer transcripciones literales de expresiones privativas del euskera, que incluso han sobrevivido hasta nuestros días, como los insultos “sasikumea” o “artaburu”, traducidos groseramente al castellano como “hera naçida en sarsales (sic por “zarzales”)”, como ocurre en la Hondarribia del año 1660, o bien “caueza (sic por “cabeza”) grande loco”. Como sucede en esa misma localidad en el proceso ya aludido del año 1733. Fotograma de La conquista de Albania, de Alfonso Ungría.
Sin embargo, y dejando aparte ese último caso, que constituye una notoria excepción, la mayor parte de los procesos que se celebran desde comienzos del siglo XVIII ante cortes de justicia guipuzcoanas, empezarán a mostrar una línea discontinua pero casi constante de indicios y fragmentos escritos en ese euskera olvidado desde el siglo XV.
Así podemos encontrar en el tribunal municipal de Hondarribia expresiones como “a farragarria” (por “barregarria”), traducido como “objeto de risa” y equivalente a mujer de mala fama pública, en el año 1705. O bien alusiones a cierta “cara de mono”, consignadas como “hosico de chimio (sic por “chimino”)” en el año 1737 o, diez años después, sin alejarnos demasiado de Hondarribia, frases enteras en las que uno de los implicados acometía a los otros explicándoles que los iba a hacer pedazos, además de considerarlos casta de demonios, tal y como el escribano lo apuntó en sendas frases, a saber : “Banatu biur saichustet” y “Besegesteguisutela suec casta milla Demonioac”. Afortunadas coincidencias que se prolongan en el año 1871 con otra notable frase, extraída de otra pelea en la que se lanza este largo improperio que mezcla castellano y euskera: “Arrayua valdu eta iriqui espasu atea etziren sartuco onera cosete puñetero arrayua oripec”. Motivado por un exceso de alcohol en el cuerpo de algunos de los implicados en aquella bronca tabernaria, uno identificado también por medio de la expresión euskérica, “gosiac daude”. Traducida como estar “ de hambre”.
Éstas no deberían llevarnos a olvidar palabras sueltas tan interesantes como “legarra” o “biçia”, utilizada en la villa de Segura del año 1762 para identificar el mal -cáncer- que devoraba la lengua de un animal o bien expresiones como “guantesiquin”, traducido como “manos sucias”, empleada como insulto en el mundo del pequeño comercio de la ciudad de San Sebastián tan sólo dos años antes.
¿Todas estas precisas anotaciones del euskera olvidado pero aún así hablado, fueron debidas, como intuía Xabier Alberdi Lonbide en 1998, a un interés entre los hombres cultos del País Vasco por el folklore y lo “vernáculo” similar al que experimentan todas las demás élites europeas a partir del siglo XVIII. Uno, por cierto, muy parecido en algunos aspectos al que se verá renacer en la sexta década del siglo XX?. Es difícil afirmar nada. En cualquier caso, por ahora sólo podemos agradecer, y explotar sistemáticamente, esas nuevas fuentes aún poco conocidas que nos ofrecen el euskera hablado de esa época en la que, salvo fragmentos como éstos, tan olvidado estuvo. Unas que a veces, nos “regalan” incluso una larga carta escrita en ese idioma en la que se describían acontecimientos de tanto calado como la Machinada del año 1766. Como nos ha hecho saber algún trabajo reciente firmado por Juan Carlos Mora y David Zapirain. :: El euskera olvidado. Nuevos fragmentos, nuevos indicios, nuevos documentos (1769-1774) Artículos relacionados