273 Zenbakia 2004-10-22 / 2004-10-29

Gaiak

Toros en Bilbao, el resurgir de la fiesta (1875-1876)

MACÍAS MUÑOZ, Olga

Universidad del País Vasco



Bilbao había gozado desde la edad moderna de un afamado renombre en lo que se refiere a las actividades taurinas que se organizaban en esta villa. Siempre había alguna excusa, bien con motivo de diferentes celebraciones o bien dentro de las fiestas en honor a la Virgen de Begoña en la tercera semana de agosto, para preparar una novillada o una corrida de toros. Los avatares en los que se vio inmersa Bilbao en el siglo XIX como consecuencia de las diferentes contiendas carlistas, influyeron negativamente en el devenir de las representaciones taurinas, objeto del deseo de una cada vez mayor afición. La 3ª Guerra Carlista dio comienzo en 1868, de febrero a mayo de 1874 tuvo lugar el asedio de Bilbao y, dentro de este contexto bélico, dio comienzo en enero de 1875 la publicación del rotativo bilbaíno que de un modo mas exhaustivo dio fe de la pasión de sus convecinos por el arte de varas. Bilbainos yendo a los toros en omnibus (1909).

Este periódico, El Noticiero Bilbaíno, recogía a mediados de marzo de ese año la noticia de que se estaba preparando para el Domingo de Pascua una novillada en la plaza de toros de Bilbao, con el objeto de aumentar la suscripción a favor de las familias de los muertos o heridos en la sección del Regimiento 26. Es más, se reseñaba que se intentaría que toreros y ganado fuesen de lo mejor, atendiendo a la situación que nos encontramos, en clara alusión a las dificultades con que se podrían topar los organizadores ante el conflicto armado en el que se vivía. No hubo noticia alguna de la celebración de esta novillada, pero un mes después, se aseguraba que en el aniversario de la liberación de Bilbao, el 2 de Mayo, se celebraría una gran novillada a beneficio de los muertos y heridos en las últimos combates e, incluso, se afirmaba que se había adquirido ya el ganado a una acreditada ganadería. Por causas que no se citan, se cambió la fecha de esta novillada al jueves 6 de mayo, día de la Ascensión. En ella, se lidiarían tres bravos novillos, que serían picados, banderilleados y muertos a estoque por varios jóvenes de la localidad. La función estaría amenizada por la banda militar del Regimiento Saboya y, para finalizar, se correría un novillo para los aficionados. Los productos del festival estarían destinados a favor de los heridos de las tropas liberales y también de los asilados en la Santa Casa de Misericordia de Bilbao. A pesar de la expectación sembrada con este espectáculo, el Gobernador Civil decidió suspender la novillada. Según palabras de esta autoridad, se tomó esta medida para evitar alguna desgracia que pudieran ocasionar los carlistas, quienes se complacían en disparar a personas indefensas.

Este fracaso no logró hacer desistir a los bilbaínos de celebrar una novillada, aunque no fuese más que de un modo testimonial y sin el conocimiento de las autoridades. Así, el 26 de mayo varios bilbaínos aficionados al toreo y personas de buen humor, corrieron un novillo en la Plaza de los Campos Elíseos. Tomó parte de esta novillada el siempre célebre Asau, que montado en un burro imitó a un picador. Para finalizar, uno de los aficionados mató al novillo con todas las reglas del arte.

Tales eran las ganas que los bilbaínos tenían de disfrutar de una corrida de toros, que con motivo de las Fiestas de Santander del 24 al 27 de julio de 1875, dentro de las que tendrían lugar importantes novilladas, se fletó el vapor Primero de España, que saldría directamente desde su fondeadero del Arenal el sábado 24 de julio a las 8 de la mañana. Regresaría el martes 27 de julio, partiendo de Santander a las 5 de la madrugada. Los precios eran los siguientes, cada billete de ida y vuelta costaba 60 reales en popa y 40 en proa. Y por si los expedicionarios deseban dilatar su estancia en la capital cántabra, los billetes servirían para volver en cualquier viaje que realizase el vapor hasta el 10 de agosto. Corrida de toros en la Plaza Vieja de Bilbao, según Manuel Losada.

En febrero de 1876 comenzaron a retirarse las tropas carlistas y el mismo día que Estella calló en manos de los liberales, el 19 de dicho mes, El Noticiero Bilbaíno recogía los rumores de que ese año se proyectaban celebrar las tradicionales corridas de toros que tenían lugar en la tercera semana de agosto durante las fiestas en honor de la Virgen de Begoña en la capital vizcaína, y que tanta animación proporcionaban al pueblo de Bilbao. Durante algunos años estas corridas habían sido interrumpidas con motivo de la guerra, y finalizada ésta a principios de marzo, se palpaba la impaciencia y la expectación de los bilbaínos por la celebración de este tipo de espectáculos. Llegó a haber quejas porque las autoridades no dieron la suficiente publicidad a una novillada que tuvo lugar en la plaza de toros de Bilbao de tres de los afamados novillos de Orozco. El malestar llegó a tal punto que, según la opinión del público en general puesta en palabras del Noticiero, se consideraba que para el pueblo de Bilbao ningún acontecimiento podía haber de tantísima importancia como el que se desearía celebrar (las corridas de toros) y que, además, le era debido ante las difíciles circunstancias pasadas y por la afición de que siempre había hecho gala.

Por fin, a mediados de marzo se recogía la noticia de que se había acordado la celebración en Bilbao de las tradicionales corridas de toros de agosto. A principios de abril se comentaba que se debían de haber ajustado ya los toros que se lidiarían esas fiestas. Es más, se aseguraba que sería la reputada ganadería de Veragua las que se encargaría de abrir el periodo de las tradicionales corridas de Bilbao. También se hacía referencia a que en mayo tendría lugar una buena novillada, puesto que ya se había contratado a una cuadrilla de Madrid, de la que el segundo espada era el conocido diestro Antonio Pérez (a) Ostión. Con los días, se concretaron más detalles sobre esta corrida del 2 de Mayo. Se correrían en la plaza de Bilbao cinco toros de tres años, de una acreditada ganadería de Navarra. Cuatro de estos toros serían lidiados y muertos por una cuadrilla formada por dos picadores, dos espadas y cuatro banderilleros. La quinta res sería un torete, banderilleado por dos diestros, llamados los Niños lidiadores, de 13 y 14 años de edad.

A medida que se acercaban las Fiestas de Bilbao, la empresa de la plaza de toros de esta villa se afanaba en solventar los inconvenientes con que tropezaba para ofrecer al público un espectáculo variado y que, al mismo tiempo, sirviera de preliminar a la inauguración de este acreditado local taurino. Una vez que se solucionaron aquellos problemas que se pudieron plantear, El Noticiero Bilbaíno consideró su deber preparar a los aficionados para que pudiesen calibrar los esfuerzos de la empresa taurina, detallando en lo posible, cuanto se relacionase con esta clase de fiestas desconocidas hasta el momento en Bilbao, a juzgar por los elementos de que se componían. Coches de caballos esperando el fin de la la corrida de toros (comienos de siglo).

Mientras las corridas de agosto se acercaban, los bilbaínos calmaban sus ansias taurinas asistiendo a las novilladas que tenían lugar en distintos puntos de la provincia y en las anteiglesias aledañas. Famosa fue la novillada que tuvo lugar el Orduña por los Ocho Mayos, y no fue menor la expectación que se levantó con la novillada que se celebro en la vecina localidad de Deusto por la festividad de San Pedro. El alcalde de esta anteiglesia, llegó a plantearse suspender la novillada anunciada ante la excesiva aglomeración de animados concurrentes que acudirían a Deusto. Al final, se celebró la romería de costumbre, corriéndose en ella los novillos que estaban anunciados.

A principios de julio ya estaban acordadas oficialmente las corridas generales que tendrían lugar en la plaza de toros de Bilbao el siguiente mes de agosto. Tendrían lugar cuatro corridas de las siguientes ganaderías: dos del Duque de Veragua, una de Vicente Martínez y otra de Justo Gómez, de Colmenar Viejo. Las cuadrillas contratadas eran las del conocido diestro Arjona Reyes (a) Currito y la del no menos afamado en las lides taurinas, José Campos, conocido con el sobrenombre de Cara-ancha. Los toros serían conducidos hasta la plaza a la antigua usanza, es decir pedibús andando, nada de nuevas tecnologías como el ferrocarril, que podían desvirtuar el verdadero sentir de la fiesta. En Bilbao, las conversaciones comenzaban a tratar sobre este tema, siendo extraordinaria la animación que reinaba entre los aficionados. Además, se comentaba que la empresa taurina preparaba varios festejos para el tercer día de corridas, en obsequio del público. De nuevo, El Noticiero Bilbaíno se comprometió a informar a sus lectores de todo particular que sobre este asunto concerniera. Por las mismas fechas, llegó la noticia de que los días 16 y 17 de julio, con sendas corridas, se inauguraba la plaza de toros de San Sebastián, a cargo del diestro Frascuelo y con toros de Saltillo, Lafitte y Carriquiri.

El Noticiero fiel a su promesa, comenzó a dar detalles de los preparativos de las corridas de agosto. Al finalizar la primera semana de julio, los toros emprendieron su pausada marcha en dirección a Bilbao, siendo considerados todos ellos como modelo de bravura y feroz comportamiento. La verdad es que los aficionados bilbaínos no tenían motivo de queja: había toros en San Sebastián, novilladas en Marquina y corridas en Bilbao, sin olvidar alguna que otra novillada improvisada para cuando terminase la temporada de verano. Los taurófilos bilbaínos esperaban con impaciencia alguna noticia relativa a la pausada marcha emprendida por los toros. Se calculaba dónde se encontrarían en ese momento los bichos, y el no saber nada cierto sobre su paradero, hizo que se desataran los más dispares rumores sobre alarmantes desgracias ocurridas en el camino e, incluso, la fuga de algún toro. Mientras tanto, se comunicaba desde San Sebastián la gran animación que había entre los aficionados de esta ciudad ante las corridas de agosto en Bilbao. El Noticiero no podía cuanto menos que expresar: Esperamos con verdadera ansiedad la visita de nuestros queridos paisanos y convecinos. Cartel de toros, original del pintor Arrue, para las corridas bilbaínas del año 1909.

A mediados de julio, la empresa de la plaza de toros de Bilbao repartió un prospecto en el que detallaba con todo lujo de detalles las corridas generales que tendrían lugar en agosto. Con el permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impedía, se celebrarían los días 20, 21, 22 y 23 de agosto cuatro corridas generales, y para que en nada desdijesen de las que en épocas anteriores se venían verificando en esta plaza, se lidiarían en cada corrida seis toros de las ganaderías anteriormente citadas, sin duda alguna, las más acreditadas de Castilla. Además, las dos cuadrillas que se había contratado eran de las de mayor reputación de España. Para agasajar al público, el día 22 por la mañana se celebrarían varios y divertidos entretenimientos, y por la noche se quemarían vistosos fuegos artificiales. Los precios, desde los 380 reales del palco de doce asientos a la sombra, hasta los 9 reales de tendido al sol. Amenizarían la función una gran banda de música, alternando con la de tamborileros del país. La plaza estaría adornada con banderas y gallardetes, y se usarían banderillas de flores, cintas, plumeros y otros caprichos. La Compañía del Ferrocarril de Tudela a Bilbao, dispuso para los días de las corridas viajes para toda su línea a precios sumamente módicos. Para finalizar, la banda de música contratada por la empresa, se situaría en el quiosco del arenal los cuatro días de lidia, de doce a una y media del mediodía y de ocho a once de la noche, tocando piezas escogidas.

Los ánimos entre la afición se iban calentando, y desde El Noticiero Bilbaíno se recomendaba la mayor mesura a los asistentes a las corridas para que no olvidaran las buenas formas con la gente lidiadora. Se quería evitar que volvieran a repetirse espectáculos como aquellos en los que, en épocas pasadas, ante el descontento del público y al grito de ¡A la cárcel! más de uno de los integrantes de las cuadrillas toreras terminaba en la casa galera. Al mismo tiempo, iban llegando noticias de los toros. Los que habían partido andando se encontraban a finales de julio en Aranda del Duero (Burgos). Los pertenecientes a la ganadería de Vicente Martínez, serían conducidos en ferrocarril hasta Bilbao, dado su estado de robustez. Tanto este ganadero, como el duque de Veragua habían asegurado su presencia en las corridas de agosto. Indicios, a cuenta del redactor del Noticiero, que hacían confiar mucho en el buen éxito de las mismas.

El furor taurómaco creía cada vez más en Bilbao, comparable al que hacía muchos años no se despertaba en esas lides. A principios de agosto, el afán de los numerosos aficionados era tal, que algunos se proponían a salir al encuentro de los toros antes de su llegada el monte de San Roque en las inmediaciones de Bilbao. Se aseguraba que para el 15 de agosto llegarían sin falta los bichos a las yerbas de Amurrio (Álava), y hacia allí querían ir no pocos taurófilos para poder constatar, si era verdad la afirmación de que los buenos mozos habrían de llamar la atención de propios y extraños en el albero bilbaíno. Al mismo tiempo, el abono de la plaza de toros excedía en mucho a los de años precedentes, lo que hacía suponer que las corridas de ese año en Bilbao iban a ser de las más frecuentadas hasta el momento. Además, circulaba el rumor, que al final tomo visos de realidad, de que la Compañía del Ferrocarril de Tudela a Bilbao, como había sido costumbre y uso, estaba preparando un tren extraordinario para el día 15, a fin de que los aficionados pudiesen salir al encuentro de los toros en Amurrio.

La organización de las corridas seguía. La empresa de la plaza de toros de Bilbao dio a conocer al público que por causas ajenas a su voluntad no le había sido posible contratar la música del pueblo, es decir, los txistularis. Y para animar más aún si cabe el ambiente, el 10 de agosto se nombró en el Salón del Teatro de Bilbao una comisión de 12 individuos, entre lo más granado de la burguesía bilbaína, con el fin de organizar los festejos que se pensaba obsequiar a nuestro hermanos los vasco-navarros que honrarían con su presencia las próximas funciones de toros.

Para el 17 de agosto los toros llegaron al monte de San Roque en las cercanías de Bilbao. Durante toda la tarde de ese día no cesó la gente de atravesar el camino que conducía a ese punto. El criterio era unánime, todos cuantos habían podido contemplar al ganado hacían un gran elogio de su presencia. Los toreros también iban llegando a la villa y, para el día siguiente, se esperaba la llegada del diestro José Campos (a) Cara-ancha con su cuadrilla en el tren correo de la tarde. Al mismo tiempo, había comenzado un movimiento desconocido de carruajes, vapores y vehículos de todas clases, imprimiendo una animación inusitada en Bilbao, propia únicamente de época de festejos públicos.

El día 20 de agosto dieron comienzo las Fiestas de Bilbao. Los paseos estaban adornados con vistosos gallardetes; las músicas, el tamboril y los gigantes recorrían las calles, arrastrando tras sí un inmenso gentío; los vendedores ambulantes pregonaban con afán la lista y nombre de los toros de la corrida del día y en palabras de El Noticiero Bilbaíno, las bellas y encantadoras bilbaínas se disponían a recibir cual se merecían a los alegres hijos de la tierra donostiarra. Al mediodía, se embarcó en el vaporcito Luchana la comisión que había de recibir a los vecinos de San Sebastián, acompañada de una banda de música. Era tal la afluencia de forasteros que para ese día no quedaban en Bilbao habitaciones donde cobijarlos, llegandose a buscar alojamiento hasta en el Establecimiento de Baños de Mar de Las Arenas.

Para atender la demanda de diversiones durante las Fiestas de Bilbao se organizaron diversos bailes para todos los gustos y disposiciones. Los más populares, los del salón de La Tómbola. Los más selectos, los de la Sociedad Bilbaína, cuya comisión suplicó a ellos y ellas que prescindieran por esa vez de ciertas etiquetas que tal mal se avenían con la ocasión festiva que se celebraba. Entre los festejos públicos anunciados se encontraba el regateo a la sirga y las cucañas horizontal, perpendicular y giratoria. Por la noche, los fuegos artificiales eran del agrado de los millares de personas que los presenciaban.

Las corridas de toros se realizaron con la mayor normalidad y lejos de cualquier tumulto que, ante acontecimientos cercanos en la mente de todos, podría acontecer. Es más, no faltaron en la plaza de toros cartelones alusivos, casi todos, a la unión y fraternidad cada vez más fuerte que seguía reinando entre las cuatro provincias vasco-navarras. Hubo algún altercado a cuenta de ciertos sujetos que fueron detenidos en la plaza de toros por haber bajado al ruedo durante la lidia. El asunto se solventó con la detención y reclusión en la cárcel de los mismos hasta pasadas las fiestas. Otra cuestión relacionada con las corridas de toros fue el decomiso de las entradas a los revendedores. El dinero sacado con su venta fue remitido a la Santa Casa de Misericordia de Bilbao. El mismo día 23, finalizadas las fiestas, comenzaron los forasteros a regresar a sus pueblos. Riojanos en tren, donostiarras en vapor, poco a poco Bilbao recobraba la normalidad tras cuatro días de jarana. Aún así, ya se pensaba en las próximas romerías, como las de Burceña y las de Ondiz. Los aficionados a los toros bilbaínos tenían todavía cartuchos en la recámara, puesto que a principios de septiembre se iba a celebrar una importante corrida de toros en San Sebastián; y para los días 21 y 22 del mismo mes, las ferias de Logroño contaban también con sus consiguientes espectáculos taurinos, a lo que había que añadir, como un aliciente más, los precios especiales en los billetes de tren. En un plano estrictamente local, la autoridad gubernativa autorizó en octubre a un empresario bilbaíno para correr en la plaza de toros de esta villa todos los domingos y días festivos novillos embolados y encender fuegos artificiales. Estos espectáculos contaron con una gran concurrencia que, complacida, integró de nuevo y con toda naturalidad a sus hábitos de ocio la antaño reconocida afición bilbaína por los toros.