241 Zenbakia 2004-02-06 / 2004-02-13

Gaiak

Las mujeres non sanctas de Bilbao (1877-1903)

MACÍAS MUÑOZ, Olga

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2004/02/06-13 Las mujeres non sanctas de Bilbao (1877-1903) Olga Macías, Universidad del País Vasco Y ¿cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga,

la que peca por la paga

o el que paga por pecar? Sor Isabel de la Cruz

R Bilbainas del siglo XIX, según Manuel Losada (Museo Arte Moderno de Bilbao)

ameras, callejeras, señoritas non sanctas, mujeres de mal vivir, mujeres de vida alegre, mujeres de vida airada, mujeres públicas, queridas, mancebas, pupilas… tantos modos de llamar para definir una realidad que no por ello dejaba de estar menos presente en la sociedad bilbaína de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Por estas fechas, la prostitución se presentaba en Bilbao con toda la crudeza y en todas sus variantes. Desde las callejeras de bajo vuelo que recorrían ciertas calles de Bilbao a altas horas de la noche, pasando por las pupilas de las casas de lenocinio ubicadas en la calle de Miravilla, hasta llegar a las mantenidas con casa puesta por sus protectores. Este tipo de comercio requería de otros personajes que actuaban con la aquiescencia de elementos presentes en todos los órdenes de la sociedad bilbaína. Corredoras y alcahuetas, que para el caso eran lo mismo, las propietarias de las mancebías, chulos, clientes y protectores formaban parte de este engranaje, que tampoco estaba exento de las duras críticas vertidas desde los ángulos más dispares del Bilbao decimonónico. Desde la prensa conservadora de la villa se atacaba la prostitución siempre y cuando ésta se mostraba a los púdicos ojos de la buena sociedad bilbaína y pudiese enturbiar su virtuosa imagen e íntegra moral. La prensa de signo contrario criticaba esta actitud, que calificaba de hipócrita, y vertía sobre sus páginas continuas denuncias de una situación que, lejos de mejorar, entraba en una dinámica cada vez más espinosa y problemática que requirió la intervención tajante de las autoridades.

La visión más realista de la prostitución en Bilbao la presentaba el rotativo La Lucha de Clases. Este periódico, portavoz de la Agrupación Socialista de Bilbao, describía en 1894 un desgarrador panorama, no exento de duras críticas hacia la buena sociedad bilbaína a la que tildaba de mojigata, hipócrita y redomada. Este semanario consideraba que la prostitución en Bilbao era un asunto peligroso, bastante peliagudo y que pasaba de castaño oscuro. Retrataba la prostitución reglamentada, aquella que para el redactor no tenía importancia, puesto que no servia para medir el vicio de los bilbaínos. Este tipo de prostitución oficial, contaba en esta villa con más de treinta casas abiertas de distintas categorías. Aún no siendo Bilbao una de las ciudades que menor número de este tipo de establecimientos mantenía, el número de prostitutas matriculadas que ejercían sus actividades en las llamadas casas de lenocinio era mucho menor que el de las que ejercían esta profesión en privado, burlando la ley, gracias a los burgueses empingorotados de la capital vizcaína. Consideraba el periodista que la prostitución oficial era una prostitución de desecho, sobras de la otra prostitución de buen tono, la que ejercía la clase alta. A pesar de estas afirmaciones, la prostitución reglamentada contaba con una clientela saneada que permitía su buen desenvolvimiento dentro de un sutil equilibrio entre la legalidad y la marginalidad. Las principales mancebías se encontraban situadas en las calles de Miravilla, las Cortes y en torno a la Plaza de La Cantera, en la confluencia del Ensanche de Bilbao (residencia de las clases acomodadas bilbaínas), del distrito de Bilbao la Vieja (receptáculo de lo más variado del populacho bilbaíno) y de las estaciones ferroviarias y paradas de carruajes de punto, cercanas a los muelles de embarque de pasajeros del Arenal. Público durante un concierto en el Arenal. Agosto 1909.

El otro tipo de de prostitución tradicional, la callejera, apenas sí era recogida por la prensa bilbaína. Si los periódicos se hacían eco de los problemas planteados por este tipo de prostitución era a través de pequeñas noticias en las que se clamaba la intervención de las autoridades para frenar el indecoroso espectáculo que ofrecían estas mujeres a ciertas horas y en ciertos lugares para deshonra de un pueblo tan respetable e íntegro como Bilbao. Las zonas por las que se movían aquellas prostitutas que trabajaban la calle eran: Bilbao La Vieja, Altamira y el Arenal y, en particular, las calles de Urazurrutia, la Naja, Bailén, ciertas callejuelas que daban a los muelles de Uribitarte, además de los distintos puentes de la villa.

Sin embargo, para los rotativos obreros bilbaínos, la prostitución más sangrante que estaba teniendo lugar en esta villa era aquella que contaba con su arsenal en el enjambre de modistillas, planchadoras, sombrereras, cigarreras y tantas otras más obreras que atraídas, unas por las palabras de señoritos desvergonzados, otras por el deseo de vestir con elegancia y, muchas, quizás las más, buscando un suplemento al salario del padre o del hermano, formaban el paseo mujeril nocturno en la calle del Correo. El rotativo La Lucha de Clases acusaba abiertamente en 1894 a la buena sociedad bilbaína de proteger este tipo de prostitución oculta, de la que decía que en Bilbao estaba tan desarrollada como quizás en ninguna otra población. Se contaban escabrosas historias de violaciones y otros atropellos cometidos por ciertos personajes engalanados con los cargos más preeminentes, eso sí, de las que no se tenían pruebas. Por supuesto, la cuestión que se planteaba ante tales desmanes era cómo en Bilbao, un pueblo de marcada religiosidad, al parecer de rígidas costumbres, que se quejaba por las ligerezas de ciertas representaciones teatrales, se podían permitir estos desmanes. La contestación era simple, todo eso era pura hipocresía, claro, que también había excepciones. Se hablaba de moralistas de pega, que después de salir de sus escritorios o de sus establecimientos, cruzaban los puentes de Bilbao en dirección de los barrios altos, donde tenían a sus mancebas, instaladas en pisos que ellos pagaban. Incluso, se llegaba a afirmar que en Bilbao no había burgués que poseyese dos pesetas que no tuviera su arrimo correspondiente. Primer número de «La Lucha de Clases», Bilbao, 7 de octubre de 1894.

El modo de reclutar a las víctimas de este comercio era el llamado ojeo. En un artículo de La Lucha de Clases de 1895, se hacía un minucioso análisis de este proceso. No era un secreto que este tipo de prostitución encubierta la fomentaban más los hombres maduros y aún ancianos que los jóvenes, y que la mayoría de las muchachas caían en esta degradación empujadas por sus madres u otras alcahuetas, en virtud de contrato con algún señorón más o menos rico. Aún así, estas jóvenes bien sabían donde se metían y lejos de idealizar una situación con carga sentimentaloide o de deseo por artículos refinados, la cruda realidad no era otra que la de conseguir unos ingresos mayores que los que podrían ganar desempeñando otro tipo de actividades laborales. Se hacía hincapié en que había un buen número de respetables caballeros, de gran viso y significación, que se dedicaban al ojeo de muchachas pobres. Es más, se denunciaba que había calles en Bilbao, donde una casa sí y otra también, estaban habitadas por las queridas de los personajes bilbaínos más respetables y conspicuos. Estos, ojeaban a una muchacha y la compraban, con frecuencia a su madre. Pero, aquí es donde surgía la paradoja, retiradas del camino de degradación, o recogidas en casas o conventos, estas jóvenes recibían los consejos y exhortaciones de las mujeres de aquellos que las corrompieron. A pesar de que se denunciaba el ojeo, por la calle todo el mundo señalaba a los principales mantenedores de este comercio, éstos se defendían aludiendo a su derecho a preservar su vida privada. Nada se hacía para paliar esta situación. Los unos por envidia, los otros por aquiescencia y los más lo excusaban y justificaban, ante el halo de respetabilidad e influjo que estos corruptores emanaban.

Cuando se hablaba de las prostitutas, toda la demagogia y carga social rezumaba por los artículos de la prensa bilbaína. Típicos y tópicos afloraban lejos de una realidad que se hacía más pragmática. Desde la famosa afirmación la prostitución es la salvaguardia de la familia, se hablaba de mal social en contraposición con personas honradas y mujeres decentes. La prostituta aparecía como aquel ser degradado, la desdichada mujer, que se entregaba al goce por temperamento, por vicio o por capricho. Se reguló su situación, se le impuso una legislación especial con lo que se hizo de ellas una casta a parte dentro de la sociedad. Su reinserción no era fácil, ¿Quién la iba a admitir en la servidumbre de una casa, junto a señoras de intachable moral y niños a los que educar por el buen camino? En Bilbao, había instituciones que se dedicaban a intentar paliar la situación de aquellas muchachas que habían caído en desgracia. Conocidas eran las actividades de Los Ángeles Custodios, congregación fundada por Rafaela de Ibarra, y también destacaba en éste ámbito el convento de recogidas de Begoña. Aún así, el porvenir que les esperaba a las prostitutas era una vejez prematura y, en el mejor de los casos, la cama de un hospital sufragada por la caridad de aquella sociedad que les relegaba a un ínfimo plano.

En Bilbao, las prostitutas eran recogidas en una sala especial para mujeres públicas del Hospital Civil de esta villa. Durante el primer tercio del año 1890 el incremento de las ingresadas en estas salas fue espectacular. El 9 de enero de dicho año ingresaron 39 mujeres en el Hospital y los ingresos, lejos de descender, fueron en aumento. Tal situación llevó al alcalde de Bilbao a llamar la atención del Ayuntamiento acerca del considerable aumento que habían sufrido los gastos de la sala de mujeres públicas del Hospital Civil, a consecuencia del elevado número que de éstas ingresaban en la citada institución. El alcalde suplicó a la comisión de Gobernación que, unida al médico higienista, buscase la manera de evitar tanto gasto, procurando el menor ingreso posible de enfermas.

Dentro de esta vertiente sanitaria de la prostitución, las autoridades estipulaban la periodicidad de unos reconocimientos médicos que tenían que cumplir todas aquellas prostitutas que estuviesen registradas en Bilbao. El centro destinado a reconocimiento de las prostitutas bilbaínas se encontraba enclavado en la calle de las Cortes. Particulares y vecinos se quejaban de la presencia de este dispensario, además, se hacía necesario dotarlo de una mayor amplitud, por lo que en marzo de 1890, en pleno del Ayuntamiento de Bilbao, se propuso que su traslado, con carácter provisional, a uno de los barracones de Mena. Por el momento esta solicitud no prosperó, aunque en septiembre del mismo año se aprobó la mudanza del dispensario al antiguo Hospital de Abando. Este cambio soliviantó los escrúpulos de los vecinos del antiguo hospital, para quienes era un escándalo ver presentarse a las prostitutas, bien solas, bien en parejas e, incluso, en grupos, al reconocimiento semanal. Consideraban que no era un cuadro que se recomendase por su cultura y tampoco hablaba muy alto a favor de la moralidad pública. Hospital Civil de Bilbao. Litografía del S. XIX.

Una de las vertientes más oscuras de la prostitución en Bilbao era la industria que se generó en torno a ella y que consistía en fabricar y vender abortivos. El hecho salió a la luz en 1906 como resultado del fallecimiento de una prostituta a consecuencia de haber tomado uno de esos abortivos. Cleta, que era como se llamaba esta mujer, se dedicaba de niña a la venta de perejil en la plaza del mercado de la Ribera, joven de afamada elegancia, después de una ignominiosa seducción por parte del señorito de turno, pasó como meretriz a los salones de baile de las sociedades más encopetadas de Bilbao. Su fallecimiento destapó una red de parteras que se dedicaban a realizar abortos clandestinos y que suministraban aquellos productos que posibilitaran las interrupciones de aquellos embarazos no deseados. El peso de la justicia calló sobre los incriminados, pero la represión de las autoridades no había que buscarla solamente cuando uno de estos escándalos azotaba la sociedad bilbaína. Las quejas desde la prensa conservadora de Bilbao eran continuas, siempre y cuando la prostitución afloraba a los buenos ojos de la sociedad bilbaína. Cuando se demandaban medidas contra las prostitutas y se las multaba o detenía, era porque andaban por lugares transitados por la buena sociedad a primeras horas de la noche; formaban corrillos junto a las ventanas de la sala de mujeres públicas de el Hospital Civil, para hablar con las enfermas o pasarles comida y ropas, cosas todas ellas que estaban terminantemente prohibidas; y, también, porque montaban escándalos en plena calle. Además de aplicárseles con todo el rigor la ley cuando la infringían, generalmente por robar a sus clientes, cualquier mujer podía ser detenida ante la sospecha de que podía ser una prostituta por insinuarse a un hombre. No faltaban voces que acusaban de conveniencia a las autoridades de Bilbao con aquellos que fomentaba la prostitución. Desde La Lucha de Clases se llegó a denunciar en 1895 los arreglos que algunos integrantes de la Guardia Municipal llegaban a tener con alcahuetas par reclutar a chicas para los prostíbulos de Bilbao. A pesar de todas estas denuncias, la prostitución siguió siendo una de las lacras sociales que azotaban esta villa. Al decreto general de 1902 contra la trata de blancas, cuyo fin no era otro que encauzar la prostitución bajo la supervisión de Patronatos integrados por Juntas de señoras de íntegra probidad, autoridades civiles y eclesiásticas, se añadieron algunos conatos fallidos de controlar a las prostitutas por parte del Gobierno Civil y de las autoridades municipales. Se llegó al extremo, en enero de 1903, de prohibir a estas mujeres la salida de sus domicilios antes de la una de la madrugada para evitar el escándalo que con su sola presencia fomentaban en la sociedad bilbaína. La medida tuvo que ser retirada y la prostitución en sus más diversas variantes siguió siendo pasto de escarnio para los redactores de la prensa bilbaína.