228 Zenbakia 2003-10-31 / 2003-11-07
2003/10-31/11-07 El juego de la pelota vasca en el Peru Francisco Igartua
En los años treinta del siglo pasado, eso de llamar jai alai a la cesta punta hizo que se creyera que lo único vasco del juego era la cesta y sólo algunos historiadores de la época tuvieron conocimiento real del juego euskaldun. Al hurgar en el pasado encontramos la noticia de que muy poco después de la Conquista española, en el Perú se practicaba un juego con una pelota pequeña que los jugadores lanzaban, a mano, contra una o dos paredes: una al frente (frontón) y otra a la izquierda o derecha, según estuviera orientada la iglesia, pues todo indica que el juego lo introdujeron los frailes vascos.
Hace algunos años en una revista de un club deportivo Jon Guarochena escribía lo siguiente:
“El historiador Lohman Villena encontró documentación que prueba que en 1634 había en Lima un frontón de pelota vasca. Y una inscripción del Censo de 1635 hace referencia al lugar denominado “Juego de Pelota”. Pero hay indicios de la existencia de un frontón anterior que habían estado ubicado en una calle de la vieja Lima que hasta hoy es conocida por calle Pelota. Un poeta y costumbrista, José Galvez, se refirió a dicha calle sosteniendo que “antiguamente se practicó en ella el juego vasco de la Pelota, al que fueron muy aficionados los limeños”.
“El sabio viajero Tadeo Haenke anotaba en 1790 que en Lima “hay también casa pública de juego de pelota en donde se atraviesa mucho dinero”... Y el Mercurio Peruano del 13 de Enero del 1791 cataloga como los juegos de mayor arraigo en Lima: los toros, las peleas de gallos y la pelota vasca. Pero, al mismo tiempo, señala sus vicios y excesos afirmando que “La pelota, cuya casa es pública, ofrece un buen rato al espectador y un ejercicio provechoso a la salud del que juega; pero las apuestas que se hacen a favor de algún partido no debieran pasar de pocos pesos. El que atraviesa cantidad de onzas de oro da a conocer que va allí a buscar un juego ruinoso y no una honesta diversión”.
Guarochena continúa revelándonos que debieron ser estas las razones que impulsaron al Virrey Taboada al cierre del frontón vasco “motivo de pendencias y apuestas ruinosas”.
Pero toda la información que recoge Jon Guarochena de los historiadores peruanos se refiere al juego de la pelota en Lima, a un juego público. Y la verdad es que, con toda seguridad, el juego vasco como pasatiempo y sana contienda debió estar muy difundido en las serranías del Perú, zona en la que se instalaron conventos de frailes, en su mayoría vascos, desde el siglo XV. En uno de estos conventos, el de Ocopa, centro de partida para la evangelización franciscana de la selva amazónica, el juego de la pelota, ha gozado y goza de gran predicamento y se extiende por todas esas serranías, que son balcón a la verde llanura oriental (la selva) entrecruzada de ríos que todavía sirven de camino a escondidas tribus de indios salvajes. Y en Ocopa hay un viejo frontón de dos paredes (la de la iglesia y la del baptisterio), que es utilizado desde que se estableció el convento. Allí fue donde conocí en los años sesenta al hermano portero, un fortachón de Amorebieta que jugaba pelota con serranos que tenían tradición muy antigua del juego vasco.
Se trata de una tradición tan arraigada que aún subsiste y se practica, sin que muchos estén enterados, también en la ciudad de Lima, entre migrantes de zonas cercanas al viejo convento de Ocopa.
Hace algunos años, Niní Ghislieri, cronista de la revista Oiga (de la que yo era director) descubrió que la pelota vasca vivía en su expresión mas auténtica (a mano) y se practicaba regularmente en un barrio de Lima donde habitaba una fuerte migración huancaína. Se trataba de una tradición de siglos que sobrevivía vigorosa en los pueblos serranos de donde eran oriundos los jugadores del “Club Buenos Aires” en el antiguo Barrios Altos de Lima.
Niní Ghisliere entrevistó al patriarca del Club, Antonio Menacho, de 84 años, quién le relató que los partidos de “pelotaris” (así llaman al juego) se practican desde siempre en los pueblos de la sierra. “Yo he jugado en San Jerónimo de Tunán, donde nosotros éramos los mejores. Jugábamos tres contra tres, dos delanteros y un zaquero. Era un deporte diario en todos los pueblos de alguna importancia en el Valle del Mantaro. He jugado en Ocobamba, en Tarma, donde el frontón tenía pared izquierda, y en Andamarca, que se halla en la parte oriental de la cordillera”, en la zona cercana a la selva.
También fue entrevistado Javier Cosme, joven médico huancaíno, quien practica cada vez que puede el “pelotaris” y es el gran impulsor del Club Buenos Aires, el centro del deporte vasco en Lima. Refirió que todas las canchas que se hallan en los diversos pueblos de la sierra central “son de tierra apisonada y los campeonatos se realizan anualmente, coincidiendo por lo regular con las fiestas patronales de cada pueblo”, añadiendo: “Ver a los pelotaris huancaínos practicar la pelota vasca a mano es un espectáculo digno de admiración. La fuerza, pundonor y agilidad que despliegan podrían opacar a cualquier contrincante de las Vascongadas. Sus manos curtidas e hinchadas demuestran una práctica continua que todos los años culmina en una campeonato interno”.
Paralelo a esta invasión serrana del juego de la pelota a Lima, en Lima los limeños fueron tentando deportes similares que en un momento cuajaron con el yanquísimo nombre de “handball”. Comenzó a jugarse en los años treinta en el Club Regatas en las paredes libres de las actividades del remo y del “fulbito” a mano limpia y los pies descalzos sobre piso de cemento, con pelotas de tennis. Lo que significó ampolladuras en manos y pies. Más que deporte era una descarga de energías después de la tensión de las regatas. O sea se jugaba una pelota vasca un tanto primitiva y sin tener la menor idea de sus reglas ni de su existencia en el lejano País Vasco. Por la influencia de lo inglés en la sociedad peruana, se le llamó, como ya he dicho, “handball”.
Las magulladoras de manos y pies hizo que recurriesen a pelotas de goma, más pequeñas, y a zapatillas. Nunca, sin embargo, llegó el juego a ser de competencia oficial del club. Siempre se mantuvo a nivel de entretenimiento y de pugnas amistosas.
El paso del “handball” a deporte organizado comenzó con el fastidio de las ampollas en la mano. Se recurrió primero a guantes de cuero, luego a paletas semirectangulares construidas en el mismo club por un carpintero, el mismo que había levantado, pegado a la pared, el frontón de madera que sirvió para el “handball”. En los primero años de la década del 50 la paleta quedó institucionalizada en el Regata y en otros clubes de la alta sociedad limeña; y se dio al juego el nombre de “Paleta Pelota” y luego de “Paleta Frontón”, aunque más se le llamó y se le sigue llamando simplemente “Frontón”.
Por otro lado se modificaron las dimensiones de la cancha y se trató de hacer contacto con otros países sudamericanos que estuvieran practicando deportes similares. Y se dio con Argentina donde, dada la fuerte inmigración vasca, existía el frontón de tres paredes y la paleta reglamentaria. Pero no se adoptó la cancha sino sólo la paleta y siempre contra frontón de madera, aunque en lugar más ámplio, más apropiado para el desarrollo del nuevo deporte. Al frontón de cemento recién llega en 1970, pero siempre, como hasta ahora, con una sola pared y con su particular reglamento. Entrada de un club donde se anuncia un campeonato de Paleta Frontón. Por lo tanto, las huellas de la pelota vasca están más enteras que en los elegantes clubs de Lima en los pueblos de las serranías y en el club “Buenos Aires” del populoso y proletario Barrios Altos de Lima, integrado por serranos. En este caso las diferencias son menores y prácticamente ninguna en el mano a mano. Sólo se advierten en el piso de tierra y, en los dobles, porque los equipos son de a tres (un defensa y dos delanteros). La pelota es igual a la que se emplea en Euskadi. Y sobre este punto recuerdo que, hace unos años hacía pascana en la euskaletxea de Lima un dirigente de la sociedad vasca de San Francisco de California. Pasaba por el Perú cuando iba a contratar pelotas de frontón en Bolivia, donde seguramente sobrevive entre sus montes el juego de la pelota vasca que introdujeron los frailes euskaldunes por estos lares, junto al arte de armar pelotas; pelotas que para el amigo vascocaliforniano eran iguales o mejores que las de los frontones de Euskadi.