750 Zenbakia 2020-05-20 / 2020-06-17

Gaiak

Adaptación: la mayor lección del coronavirus

GONZÁLEZ SARRÍA, Ander SARRÍA URIGÜEN, Lourdes

Se dice que una imagen vale más que mil palabras, y en las últimas semanas hemos sido testigos de algunas imágenes aterradoras. El SARS-CoV-2, nombre oficial del que conocemos comúnmente como coronavirus, ha puesto en jaque a lo que representa una vida normal, privándonos de salud y de libertad. Pero este enemigo invisible no es el primero que atenta contra nosotros, ni será el último. La realidad es que, si ha llegado a ser tan conocido es porque presenta una gran diferencia con respecto a otras crisis sanitarias previas: ha llegado a todos y nos ha afectado personalmente.

Desde que se identificó el SARS-CoV-2 como el agente responsable de los casos de neumonía atípica en varios pacientes frecuentadores de un mercado de animales en una ciudad de China, hasta entonces poco conocida, investigadores sanitarios de distintos países han tratado de estudiar sus similitudes con otros agentes infecciosos. Por medio de la secuenciación genómica masiva, que permite conocer al completo la información genética de cualquier microorganismo, se sabe que se trata de un betacoronavirus, al igual que dos antecesores –el SARS-CoV-1 y el MERS-, que pocos años atrás fueron identificados como responsables de infecciones respiratorias similares en distintos países del mundo.

Con una información claramente insuficiente, negando una inquietante e inminente amenaza, se dijo que el SARS-CoV-2 era comparable a una gripe en formas y en consecuencias. Y se supuso ingenuamente que, al localizarse en China, a miles de kilómetros de nosotros, no nos iba a afectar de ningún modo. Pero fuimos testigos de la propagación real del virus, y de cómo provocaba graves consecuencias en cascada, como nunca antes habíamos padecido: un incremento exponencial del número de infectados, de enfermos y de defunciones, la saturación de los servicios de atención sanitaria, y la necesidad de un confinamiento y distanciamiento social que, con toda probabilidad, marcará a fuego el año 2020 en nuestra memoria como “el año del coronavirus”.

Sumándose a las graves consecuencias para la sanidad, con un colapso en la atención sanitaria y un retraso en la atención a otras patologías que requieren cuidados especializados y urgentes, estamos viviendo un claro ejemplo de cómo la propagación incontrolable de una enfermedad infecciosa puede amenazar, por mencionar algunos efectos colaterales, con el hundimiento de la economía mundial y la modificación drástica de los hábitos de vida y de interrelación social y cultural.  

El SARS-CoV-2, nombre oficial del que conocemos comúnmente como coronavirus, ha puesto en jaque a lo que representa una vida normal, privándonos de salud y de libertad.

Otras crisis sanitarias debidas a enfermedades infecciosas, acontecidas en las últimas décadas en otras áreas geográficas, principalmente en África, se han cebado con la población y con los limitados recursos con los que contaban. En los últimos brotes de Ébola –en Guinea, Liberia y Sierra Leona, entre 2014 y 2016, y en la República Democrática del Congo en 2018–  los esfuerzos sanitarios se concentraron en un intento de controlar y contener los casos registrados. Todo esto trajo como consecuencia el dejar a un lado la atención sanitaria y social de otras muchas enfermedades infecciosas –malaria, tuberculosis, VIH, etc.– y no infecciosas, resultando finalmente en altas tasas de morbilidad y de mortalidad, tanto en niños como en adultos, y una agudización de las ya precarias condiciones de vida de las personas.

Lo sorprendente es que, aunque recurramos a ejemplos de crisis sanitarias anteriores para responder a la actual, tengamos tan poca conciencia sobre la amenaza que suponen las enfermedades infecciosas, de las cuáles la imprevisibilidad es una de las principales características. Un microorganismo, como cualquier otro ser capaz de replicarse, tiene como objetivo primordial el hacer que su especie perdure en el tiempo. En un impulso colectivo y poco individualista, un virus como el SARS-CoV-2 se mueve a contrarreloj en busca de un entorno donde pueda conseguir dicha perpetuidad. Gracias a una gran adaptabilidad evolutiva, un microorganismo puede adquirir, mediante mutaciones genéticas, la capacidad de ampliar sus posibilidades de éxito para reproducirse en nuevos medios.

El desglose genético del SARS-CoV-2 nos ha revelado que el virus partía de infectar a ciertos animales –como los murciélagos– para luego, y de forma presuntamente natural, adquirir la capacidad de infectar a seres humanos. En lugares con alta densidad de población humana, como son algunas partes de China, al virus se le presentó un enorme buffet de futuras víctimas que, tal y como hemos podido ver, ha supuesto el inicio de una epidemia que ha dado la vuelta al mundo.

El término adaptación hace referencia a las modificaciones necesarias para perdurar en un entorno cambiante. Aprendiendo de este virus que, vistas las consecuencias sólo a día de hoy, podemos afirmar que ya nos ha ganado la batalla, nos deberíamos plantear de qué manera podemos adaptarnos nosotros, los humanos, a un mundo sobre el que pende la certeza de que, más temprano que tarde, una situación así, o quién sabe si peor, se va a volver a repetir.

El COVID-19 es un ejemplo evidente de lo que puede pasar cuando una enfermedad infecciosa se vuelve incontrolable.

España es uno de los pocos países de Europa –y del mundo– que no reconoce la especialidad médica de Enfermedades Infecciosas. El desarrollo de esta especialidad serviría, entre otras cosas, para formar a médicos internos residentes en el manejo adecuado de antimicrobianos –muchos de los cuales ven reducida su efectividad a causa de unas tasas de resistencias cada vez mayores derivadas de su incorrecta utilización–, en el correcto manejo de enfermedades emergentes (como la actual pandemia) y re-emergentes (como la tuberculosis), y también en el control de nuevas amenazas como son las fiebres hemorrágicas, los microorganismos multirresistentes, los virus transmitidos por artrópodos –como el Zika–, o los microorganismos utilizados como potenciales armas biológicas. Una formación especializada que debe incluir la educación y la formación práctica en el uso de equipos de protección individual (EPIs), algo que ayudaría también a reducir los casos de infecciones nosocomiales (las adquiridas dentro del entorno sanitario)-a resaltar, ya que, a finales de abril, España era el país del mundo con mayor número de contagios de SARS-CoV-2 entre el personal sanitario-.

El COVID-19 es un ejemplo evidente de lo que puede pasar cuando una enfermedad infecciosa se vuelve incontrolable. George Wells nos enseñó en su obra La guerra de los mundos que no somos los únicos habitantes del planeta, y que tampoco somos intocables. Muchos expertos a nivel internacional llevan años advirtiendo que las enfermedades infecciosas suponen una amenaza real y grave. Si algo bueno podemos sacar de una crisis sanitaria es que debemos adaptar nuestro sistema de salud de forma inmediata y dotarlo de la capacidad de actuar con rapidez, eficacia y, sobre todo, unión, para retrasar la siguiente pandemia lo máximo posible y estar más preparados cuando llegue. Porque llegará. De momento, ya vamos tarde.

Sugerencia de glosario:

SARS-CoV-2: Severe adult respiratory syndrome coronavirus 2.
COVID-19: Coronavirus disease 2019.


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