1.- Su capacidad para identificar bien lo que la mayoría piensa, por más que una minoría pueda hacer ruido y aparentar que representa y tiene más poder que los demás. Confía en el sentido común de la gente, aunque, en principio, ésta no se manifieste y más bien calle. Una cosa es la clandestinidad, otra la opinión de la gente; lo que, traducido a un mundo actual, significa: una cosa son las quejas, los discursos públicos y la crispación, y otra la respuesta final, pues el centro de gravedad social puede estar en otra parte. Ver lo que no se ve. Hay en él, a pesar de todo, una visión optimista de las personas.
2.- Lo anterior se concreta en una verdadera obsesión por mantenerse bien informado. Pero de una manera metódica. Es un hombre que escucha mucho, lo dice todo el mundo. Pregunta e indaga. Constantemente. Pero observo también que a los suyos les dice con frecuencia: quiero tus datos, no tus opiniones. Por tanto, escucha a quien, por lo que sea, sabe de lo que habla y tiene algo que decir.
3.- Qué fácil es, ochenta años más tarde, decir a otros lo que había que haber hecho y lo que no. Si algo caracteriza a los primeros días de la sublevación franquista y al trabajo político en clandestinidad posterior es la confusión, la carencia de información contrastada, el griterío de los extremistas y la irrupción agotadora de los sentimientos, intereses personales y familiares. Algunos luego no solo lo observan desde un cómodo despacho, sin peligro alguno, sino que se creen capaces de juzgar porque conocen el final. Eso es trampa.
4.- Ajuriagerra fue un perdedor, una y otra vez, a lo largo de más de cuarenta años, y, sin embargo, tenemos la impresión de que terminó ganando. Eso me hace pensar: ¿cuándo es el momento de efectuar los balances? ¿Tras la guerra, en 1951, en 1958, con la llegada de la democracia, a su muerte, diez, cuarenta años después?
Constantemente me surgía la pregunta: ¿qué hubiera hecho yo en su lugar? Tengo que reconocer que ha sido para mí una lección de humildad, pero también de constatación de la época privilegiada que me ha tocado vivir.
Juan de Ajuriagerra en la cárcel de Burgos.
5.- También he aprendido que hay muchos modos de liderar personas. Dicen que Agirre se hacía querer, y que Ajuriagerra se hacía obedecer. Pero hay más. Pocas veces se advierte tan claro que la autoridad moral, al final, pese a todo, funciona. Y más aún en las circunstancias en las que le tocó trabajar. Una cosa es tener autoridad y otra ser autoridad.
6.- Ajuriagerra está tomando decisiones en caliente en 1936, al final de la guerra en 1937, en la cárcel hasta 1943, en clandestinidad hasta 1951, en el exilio hasta 1953, de nuevo trabajando en el interior en los cincuenta, frente al enfrentamiento con EKIN en 1958, tratando de reorganizar lo poco que hay bajo el imperio de un franquismo triunfante en los sesenta, evitando más violencia y sufrimiento en los setenta, construyendo alternativas políticas al final del franquismo, e intentando llegar a acuerdos con la llegada de la democracia en España. Son 43 años de presencia activa en política, tomando decisiones, en situaciones siempre críticas. Solo por eso ya es alguien que no tiene, que yo sepa, parangón.
7.- Observo sus declaraciones a lo largo de los años. No hay gritos, frases necias, barbaridades. Piensa antes de hablar. Actúa en consecuencia. Pensar, hablar y hacer. En su caso, hay una coherencia entre las tres cosas. Y vuelta a empezar. Ese, y no otro, es el verdadero círculo de la excelencia.
Julio Caro Baroja me decía en cierta ocasión que, en la España del 36, había muy pocos demócratas. Ajuriagerra era uno de esos pocos. Los líderes de la izquierda española de aquel tiempo se han arrepentido luego de muchas de las acciones que protagonizaron. La derecha está aún por hacerlo.
8.- He tratado de estudiar día a día algunos de los avatares más difíciles, como el de la capitulación de Santoña, y he llegado a la conclusión de que, si fracasa es, en parte, por el afán de Ajuriagerra de no dejar en tierra a miles de evacuados y heridos, presa de exaltados que bien podrían haber cometido barbaridades en Santander.
Hay algo en su actuación que parece proclamar: vamos a intentar salvarmos todos, no uno a uno, porque lo que es bueno para todos también ha de serlo para uno. Si cada uno piensa en sí mismo, nos ahogaremos todos. Y tengo la impresión de que, mirado así, si bien no logró lo que pretendía, consiguió, una vez más, evitar aún más sufrimiento. Había que elegir, como tantas veces en la vida, por el sufrimiento menor.
9.- Me he preguntado varias veces a lo largo de la investigación: ¿qué hubiera sucedido si Ajuriagerra decide no volver, no ya en 1937, sino en 1953? Sinceramente, creo que el PNV habría perdido su liderazgo, la experiencia anterior habría sido olvidada y marginada, y los nuevos resistentes habrían comenzado de cero. Un verdadero desastre.
10.- Me llama la atención su austeridad. Monta empresas para no vivir a costa de su partido y gasta lo menos posible del dinero de los demás. Sí, de verdad, eran otros tiempos, aunque solo sea por una razón: porque se trataba de otro tipo de personas.
La guerra agranda las virtudes y los defectos de Ajuriagerra. Le marca definitivamente. Se convierte en un hombre cada vez más resolutivo, con más capacidad de escucha, más austero y sacrificado, más activo y aún más vital.
Al tiempo, es también más hosco, más seco y, como él mismo diría, aún más cacique. Pero los que tienen la suerte de tratarle en más de una ocasión, descubren también en él una ternura especial.
Koldo Mitxelena se refería a él como el Hermano mayor. Me ha gustado la expresión. Muy a pesar de que el tiempo termine por igualar a todos, dice Mitxelena, los suyos terminaron colocando a Ajuriagerra un poco por encima de los demás, como su Hermano mayor.