717 Zenbakia 2017-03-01 / 2017-04-05
No deja de ser curioso, y probablemente parecerá más curioso a medida que pase el tiempo, que el primer centenario de la Primera Guerra Mundial —que ha venido a coincidir en el tiempo con la capitalidad cultural de San Sebastián— ha pasado prácticamente de largo por esa ciudad en la que esos hechos (que sacudieron los cimientos de la sociedad occidental) tuvieron, sin embargo, un escenario privilegiado. Digno de atención.
Afortunadamente, gracias a las aportaciones financieras de la Sociedad de Fomento de San Sebastián y las de la Fundación Kutxa al estudio de la Historia donostiarra y guipuzcoana, la Asociación de historiadores guipuzcoanos, y el que estas líneas escribe, han evitado que el olvido haya sido completo, realizando diversos trabajos que han puesto en valor esos acontecimientos desarrollados en la ciudad entre 1914 y 1918.
Así —como es lógico en toda sociedad donde la Cultura sigue siendo algo que no se ha vaciado de Historia— podremos ahora recordar que esos grandes acontecimientos históricos tuvieron un extraordinario peso en la vida de esa ciudad y, de rechazo, en el “hinterland” industrial que se controlaba (por lo general) desde ella.
Exposición en Casa de Cultura de Ayete. Octubre de 2016.
Foto del autor.
El resultado de esas investigaciones y su divulgación por medio de un par de pequeñas exposiciones consecutivas, es lo que trataré de resumir aquí. Para que, al fin, sepamos ensamblar lo que sólo son rumores y anécdotas sobre la Historia de San Sebastián en la Historia general europea, de la que somos parte desde siempre. Incluso desde antes de que nadie hubiera pensado en algo llamado “Unión Europea”.
Partamos del hecho de que se habla mucho en San Sebastián de Mata Hari. De la espía, quizás, más famosa (pero no por eso más eficaz) de esa “Gran Guerra”. De hecho, tiene dedicada una suite en uno de los grandes hoteles de la ciudad, el de Londres e Inglaterra. Majestuoso superviviente de la justamente afamada “Belle Époque” donostiarra. Se habla, sí, todavía hoy, en la ciudad de que anduvo en hoteles como esos, de que se la veía con frecuencia en los casinos de la Bella Easo y en los de sus alrededores... Debió, por tanto, ejercer sus buenos oficios como espía en estas latitudes. ¿O no fue así?.
Buena pregunta, a la que el historiador que esto firma ha tratado de dar respuesta en este año de 2016 por medio de una investigación histórica sistemática.
Mata Hari, que fue detenida un martes 13 de febrero de 1917 (es decir, ahora hace cien años) y, desde ese momento, afronta un largo proceso que acabará con ella ante un pelotón de fusilamiento, se ha convertido, en efecto, en una especie de leyenda urbana. Donostiarra, y vasca por extensión.
Ha sido así desde la fecha de su detención, de hecho. Cuenta el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo que Louis-Jean Malvy, el ministro al que, supuestamente, habría espiado Mata Hari, le dijo que en San Sebastián —ciudad en la que dicho ministro veraneaba, junto a la élite europea— se contaba que, precisamente, Enrique Gómez Carrillo era el que había logrado que se detuviera a la famosa espía.
La historia no dejaba de tener su gracia: Gómez Carrillo habría invitado a la famosa aventurera holandesa a comer en uno de los exquisitos restaurantes donostiarras que servía a esos veraneantes tan ilustres y, tras hacerle beber más de la cuenta, le habría propuesto completar la tarde dando un paseo en coche... Hasta el Puente Internacional de Irún. Donde, antes de que ella pudiera darse cuenta, el perverso escritor la habría entregado en manos de agentes franceses, depositándola abruptamente en el lado de jurisdicción francesa del puente.
Todo ello maravillosamente melodramático —incluido un airado insulto de la espía a Gómez Carrillo en el momento en el que le ponían las esposas— pero falso, pues está bien demostrado que la detención de Mata Hari tuvo lugar en París.
Una foto poco conocida de Mata Hari. Imagen cortesía Biblioteca de la Diputación Foral de Gipuzkoa Koldo Mitxelena Kulturunea J. U. 3768
En realidad lo que se descubre gracias a la investigación —y ya trató de dejar claro el propio Enrique Gómez Carrillo por medio de un libro— es que Mata Hari frecuentó San Sebastián en aquellas fechas... Aunque bastante menos de lo que anduvo en otras capitales españolas como Vigo o Madrid. Tal y como nos lo cuenta la obra de los profesores Paul Aubert y Eduardo González Calleja, “Nidos de espías”. Donde documentan —de manera tan amena como exhaustiva— el negocio del espionaje en la España de 1914 a 1918.
¿Eso significa que en el magnífico San Sebastián de la “Belle Époque”, que aún podemos ver con sólo pasear por sus calles, no se despacharon intrigantes aventuras como esas que se asocian con la infortunada Mata Hari?.
Nada más lejos de la realidad. En el San Sebastián de 1914 a 1918, hubo muchos espías, como ya nos lo avisaba la obra de Javier Sada sobre este tema. Algunos muy conocidos como la propia Mata Hari. Otros algo menos. Y una gran mayoría, bastante menos glamourosa pero mucho más eficaz, que cumplió a la perfección con ese papel porque apenas podemos reconstruir algunos retazos de su actividad.
Bolo Pachá, J’ai Vu de 1 de mayo de 1918. Colección del autor.
Entre los menos conocidos que Mata Hari, deberíamos resaltar la figura de Paul Bolo, llamado Bolo Pachá. Un aventurero francés, millonario por matrimonio con una viuda rica, que ha sufrido una especie de discriminación por sexo pero a la inversa: en 1931 alguien pensó en Hollywood que la historia de Mata Hari sería más rentable en la pantalla que la de Bolo Pachá. Así, desde que la divina Greta Garbo interpretó a la famosa aventurera en esa película ya mítica (“Mata Hari”), la historia de Bolo Pachá no dejó de desdibujarse. Hasta ser conocida hoy día por muchos menos de los que conocen la de Mata Hari.
Eso no quita para que Paul Bolo, según se dijo en su acta de acusación, intentase en San Sebastián —y muchos otros sitios— ser un eficaz agente de la Inteligencia alemana. Espiando y, sobre todo, tratando de intoxicar, a favor de Alemania, a la opinión pública francesa, estadounidense o española por medio de periódicos generosamente pagados con el oro de Berlín. Ese que Bolo recibía a manos llenas, llevando así una lujosa y rutilante existencia de la que son prueba sus paseos por San Sebastián (donde trató de entrevistarse con el conde de Romanones, entonces presidente del neutral gobierno español) o su villa. Aún hoy día perfectamente visible en Biarritz.
La prensa donostiarra de la época —como otra mucha— también podría contar muchas cosas sobre espías. Tanto de los que pululaban en sus propias redacciones, como de los que lo hacían fuera de ellas o se debieron nutrir de las informaciones que esa prensa publicaba al dictado —más que probable, a veces evidente— de agentes como Bolo Pachá. Los mismos que prodigaban marcos de oro alemán o libras esterlinas donde correspondía, para que esa prensa hablase —o callase— de determinados asuntos o los contase como a Londres o a Berlín le convenía.
Es precisamente en periódicos publicados en San Sebastián en esas fechas, como el ultraderechista “La Constancia” (por supuesto enteramente obediente a los dictados de Berlín) o “El Liberal Guipuzcoano” (situado justo al extremo contrario), donde encontramos informaciones sobre agentes que se mueven por toda la Costa Vasca, o sobre el paso ante la ciudad de convoyes que cruzan el Atlántico desafiando a los submarinos alemanes. Los mismos artefactos navales que recibían en puertos supuestamente neutrales —como la Cartagena española— informaciones diversas.
Incluyendo numerosos recortes extraídos —minuciosamente— de periódicos como esos por agentes que, en lugar de llamar la atención como Mata Hari o Bolo Pachá, se dedicaban a leer discretamente esas páginas para sacar de ellas informaciones muy sustanciosas. Por ejemplo: hacía dónde marcaban el rumbo los convoyes aliados que iban de Estados Unidos a Gran Bretaña justo cuando pasaban a la altura de San Sebastián...
Villa “Le Manoir”, ex “Velleda”, residencia de Paul Bolo “Bolo Pachá” en Biarritz (Lapurdi), obra de Louis y Benjamin Gomez.
Es la suya una historia de sombras, de datos obtenidos a veces de madrugada en, por ejemplo, el solitario muelle de San Sebastián, a intempestivas horas. Incluso limitándose a radiotelegrafiar o redactar noticias en apariencia totalmente inocentes pero que, en las manos de un comandante de submarino alemán, podían causar verdaderos estragos. Como los que sufrió el pesquero bermeano Campo Libre, atacado —por error, o eso dijeron desde Berlín— por un submarino alemán, que lo hundió y mató a uno de sus tripulantes en agosto de 1917...
Sin embargo, historia de sombras o no, todo esto es Historia. La Historia del País Vasco durante la “Gran Guerra”. Cuando nuestras calles se llenaron de espías que buscaban saber cosas. Como, por ejemplo, qué hacían, cuánto hacían y en manos de quién acababa la producción de fábricas de productos químicos como Lizarriturry y Rezola o de automóviles como la que financiaba Elizalde y Compañía, o, por supuesto, las de armamento. Como el que fabricaba en Eibar Víctor Sarrasqueta.
Eso por no hablar de otros temas que difícilmente podían dejar indiferente a espía alguno. Como —también por ejemplo— la marcha, destino y utilización de los fabulosos inventos del ingeniero Torres Quevedo. Pionero de los sistemas teledirigidos, cuyas patentes eran administradas por la compañía de otro ingeniero —donostiarra para más señas— en esas fechas. Las mismas en las que, en una Europa en guerra, ya no se sabía con qué nueva arma definitiva y ultramoderna romper la línea de trincheras enemiga. Para así obtener una victoria final que —ahora hace cien años— se veía cada vez más lejos, exigiendo ingenuos chivos expiatorios que explicasen, o justificasen, aquella debacle sangrienta.
Como fue el caso de aquella rutilante y glamourosa visitante del San Sebastián de 1916: Mata Hari...