697 Zenbakia 2015-05-06 / 2015-06-03
Rafael Martín Infante (Larache, 1954). Vive en Donostia desde 1957. Ha expuesto mucho en bares, pero aún no como escultor. Fue alumno del pintor Ángel Perales, y gracias a él también comenzó a esculpir. La escultura antropomorfa de Rafael Martín Infante
Rafael Martín Infante trabaja la madera como nadie. Con madera que bien encuentra en la calle o bien consigue por otros medios (como madera de boj y roble) consigue extraer del tronco elegido aquello que previamente ha decidido extraer. Y con ello no le quiero dar un aura platónica a Rafael, ni conferirle una calidad de divinidad antigua, sino que lo que quiero decir es que es un escultor que tiene tanta entrega en su trabajo que hasta que no consigue devastar la madera hasta conseguir la obra que lleva en mente, no para en absoluto.
Huecos, espacios abiertos, sugerencias de abrazos, invitaciones a bailar, muestras de amor, cariño, afecto, solidaridad. Sugerencias que ayudan al espectador a centrarse en uno mismo, a perderse en un recuerdo, a recordar esa promesa o esa pérdida; o sencillamente, esculturas que alegran la vista, animan a pensar que no todo esta perdido (que también hay gente que da una nueva vida a madera ya no tan apreciada para llevarla a cada hogar, cada institución, cada santuario estético).
De Rafael Ruiz Balerdi Francisco Calvo Serraller decía que pretendía reflejar en su obra la “maravillosa naturalidad de la naturaleza”, y que su mano era tan persistente en su movimiento como un “oscilógrafo”. Balerdi de si mismo decía que quería “hacerse uno con la naturaleza”.
De Rafael Martin Infante digo que con la madera expresa sus emociones, anhelos, y recuerdos. Nos muestra devastando la madera esas emociones que aún mantiene (ya que las revive en muchas situaciones diarias) bien presentes.
Nos muestra sus anhelos haciendo adaptar a tanta madera movimientos que quiere realizar (los haya realizado o no previamente) que dan particular cuenta de su alegría de vivir.
Con maderas quizás más resistentes, labra recuerdos en ellas y les da quizás una estética más abstracta, ya que los recuerdos se perciben de manera distinta con el paso del tiempo.
Y pese a dicho paso del tiempo, Rafael prefiere dejar la madera trabajada, muy bien trabajada, pero no siempre tiene la necesidad de barnizarla (ya que en el caso de la madera de boj no es necesario barnizar). El es muy buen ebanista, y no tiene necesidad de conferirle siempre otra naturaleza a la madera sino dejarla en su propio ser de madera, en su sustancia, aunque sea con otra forma.
Así las cosas, con su habilidad para trabajar la madera, y su meticulosidad a la hora de representar lo que previamente ha decidido representar, nos retrotrae a tiempos en los que la palabra escrita (sea sobre papel o en ordenador) no era tan importante sino que lo importante era para quién habías dejado labrado algo en una corteza virgen de árbol, o con quien.
Y aparecen muchos quién en su escultura, aunque sea mucho más que antropomorfa: es sobre todas las criaturas grandes y pequeñas, doquiera que estén, sea cual sea su relación con el mundo.
Ramuntcho Robles Quevedo