688 Zenbakia 2014-08-06 / 2014-09-03
Ignacio Zuloaga y Cesáreo Bernaldo de Quirós, artistas con raíces eibarresas (I/II) II. Consagración y trascendencia
El argentino Cesáreo Bernaldo de Quirós y el vasco Ignacio Zuloaga, tras el éxito alcanzado por ambos en la Exposición Internacional del Centenario llevada a cabo en Buenos Aires en 1910, consolidaron su amistad en el París de preguerra, en buena medida gracias a la presencia de íntimos amigos comunes, y en especial al escritor Enrique Larreta, a quien Zuloaga retrataría en 1912 (Fig. 3). Pero en 1914, con el inicio de la contienda, el escenario se volvió turbio, sobre todo para los extranjeros. Zuloaga y Quirós retornan a sus tierras natales: aquél partió para Guipúzcoa y Quirós, quien había expuesto con suceso en la capital francesa hacía pocos meses, luego de tres años de residencia en Buenos Aires, se marchó a Gualeguay. Ignacio Zuloaga. Retrato de Enrique Larreta (1912). Óleo sobre lienzo, 188 x 213 cms. Museo de Arte Español “Enrique Larreta”, Buenos Aires. (Fig. 3)
Pero la etapa en París no había sido estéril para ambos: había significado un reencuentro espiritual con sus terruños natales. “De este estudio ha salido mi España dijo Zuloaga. Y no hubiera podido salir, tal como es, de un estudio español. De España yo venía con los ojos cargados de imágenes. Y al llegar aquí, en la soledad de este estudio parisién, a tantas leguas de España, advertía que, por contraste con el medio y con el estímulo de la añoranza, esas imágenes iban adquiriendo una intensidad, una emoción, un lirismo, que me sorprendían a mí mismo”.1
Muchos años después, Quirós evocaba aquél regreso a su patria chica: “luego de varios años y de dos viajes al viejo continente en los que me sentí lleno de vacilaciones y de dudas, pero siempre con deseos de trabajar mucho y mejor volví a mi tierra y me sentí por primera vez capacitado para entrar en el secreto de su belleza, y de su tradición. Recorrí mi provincia, la de Entre Ríos, donde repentinamente me sentí conducido hacia el deseo de fijar la vida pasada, la vida guerrera y romántica de esa provincia cuya historia había sido agitada por tantas y tan grandes pasiones. El gaucho se me presentaba a cada vuelta del camino, en cada pulpería surgían recuerdos de una airosa época que llenó los campos de ecos sentimentales y de rojas banderolas. Fue como una revelación en mí sentirme con ansias de aprender una cosa determinada con imperiosa necesidad y que no se parecía en nada a lo que había aprendido, a lo que había visto. Era la naturaleza, la voz de mi tierra, la que me sugería tales magnificencias, y la única por cierto que podía remar sobre todos los momentos de mi pintura”.2
El conocido crítico Cristian Brinton, al referirse a la forma de trabajar de Zuloaga, había señalado: “cuando vaga, estudiando tipos indígenas y paisajes de primera mano, ... no tiene consigo caja de pintor, ni pinceles, ni tubos, ni lienzos. Todo lo que lleva es un cuadernito encuadernado en piel, donde transcribe, con letra suelta y legible, algunas sugestiones que después traduce en línea, forma y color. ‘Mis dibujos los escribo’, dice...”.3 De similar manera, Quirós recorrió Entre Ríos a caballo, recogiendo testimonios como el que dio origen al cuadro Los degolladores, para el que un borracho, a quien se tenía por peligroso, le había confesado que él había tenido que degollar “porque las balas y la pólvora eran caras...”.
Cesáreo Bernaldo de Quirós. El carnicero (1926) (De la serie Los Gauchos 1850-1970). Óleo sobre lienzo, 146 x 120 cms. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. (Fig. 4)
Cuando Quirós presentó en Buenos Aires, en 1928, los treinta lienzos de la legendaria serie “Los Gauchos 1850-1870” (Fig. 4), público y crítica le situaron en un sitial de privilegio dentro del arte argentino. El escritor Leopoldo Lugones, en ocasión de un homenaje que se rindiera al pintor, declaró: “queremos que los veintitantos cuadros de la obra actual de Quirós queden juntos en el país y lo señalaremos como un gran acto del gobierno... Así lo deseamos para tener algo que mostrar a los extraños... como el núcleo de esta otra riqueza argentina... grande y luminoso amigo, la gloria es tuya, porque supiste ganarla. Sepa la Nación reconocerla conforme a su merecimiento”.4 De manera muy similar a como lo hiciera Lugones respecto de Quirós, Miguel de Unamuno hablaba de su compatriota: “Zuloaga nos ha dado en sus cuadros, llenos de hombres fuera del tiempo y de la Historia, un espejo del alma de la Patria”.5
En 1929 coincidieron las estadías en la península de Quirós y del arquitecto Martín Noel Yribas, hijo de madre vasca y presidente durante varios años del Centro Americano de Estudios Vascos, y que a la sazón se hallaba en Sevilla como delegado del gobierno argentino en la Exposición Iberoamericana, habiendo construído el Pabellón de su país para dicha muestra. Además de disertar en la inauguración de la exposición de Quirós en Barcelona, hizo referencia a la obra de éste en los siguientes términos: “su ideal pictórico cumbre de reacción argentina en el terreno macho de la cabalgata gauchesca representa en los modernos días una como resurrección varonil y espontánea del dramatismo plástico español”.6
Y seguía Noel: “descendiente directo de España, empapa instintivamente sus pinceles en la jugosa paleta de los maestros peninsulares: él no lo hace adrede, en su pintura no se descubre la voluntad exterior de tal propósito, su procedimiento no busca imitaciones ni semejanzas insólitas con los sonámbulos de Sevilla, de Extremadura, Aragón o Castilla; su parecido está por dentro, está en la entraña, está en la retina que fija la síntesis formidable de ese oculto dramatismo satírico y popular, que de antiguo ya se viera enunciado en la mueca mordaz de algún retablo aragonés, quizás en Huesca o en Jaca”.7
Quirós, luego de exponer en España, recorrió con su obra otros centros artísticos importantes antes de su definitiva instalación en la Argentina: Berlín, Londres, París, Nueva York, San Francisco, Washington y Boston admiraron y glorificaron sus “gauchos”. En Nueva York el sitio elegido fue la Hispanic Society of America, en donde Zuloaga había expuesto con suceso en 1909. Los años de madurez que se avecinaban no le hicieron bajar los brazos; muy por el contrario, al dejar Paraná para residir en Buenos Aires en 1946, afirmó estar buscando nuevos horizontes artísticos y su espíritu quedaba sintetizado en una frase: “tengo que empezar de nuevo...”.
Mientras Quirós se afincaba en Buenos Aires, allá lejos, en Madrid, el 31 de octubre de 1945, se apagaba definitivamente la vida de Ignacio Zuloaga. Sus últimos años habían sido vividos con esa misma intensidad artística que trasuntaba el maestro entrerriano; “trabaja ahora el caballero como en su mocedad. No pasa día sin que mueva los pinceles ocho horas...”8, contaba Azorín pocos años antes, luego de una visita a la casa que el pintor vasco tenía en Zumaya.
Los últimos años de Zuloaga no habían sido para nada felices. El rechazo de sus compatriotas se había acentuado y recién en 1941 lograba exponer sus últimas producciones artísticas en el Museo Moderno de Madrid, luego de mucho tiempo sin presentarse en la capital española. “Los más ardientes negadores del arte de Ignacio Zuloaga sostenían contra él el cargo de que desvirtuaba el verdadero espíritu de España. Su obra no destacaba la gracia ni la hidalguía, patrimonio orgulloso de los íberos. Sus torturados mendigos, los enanos deformes, las brujas y aún las gitanas que pintaba Zuloaga ofendían no poco el sentir de quienes gozaban más con el espectáculo brillante y festivo de una corrida de toros o con la policromía elegante de los mantones y abanicos de las majas. Pero esos mismos negadores olvidaban, al censurarle, el ineludible mandato del propio sentir del artista...”.9
Similar defenestración sufrió Quirós en la Argentina, siendo despreciado por adalides de nuevas tendencias, incapaces de hacer un análisis desde la apreciación de los valores históricos y artísticos de sus “gauchos”, los que en un notable gesto de desprendimiento había donado al Estado con la única obligación de ser exhibidos como conjunto en el Museo Nacional de Bellas Artes. El 29 de mayo de 1968, sin ver cumplido ese deseo, Quirós falleció en su casa de Vicente López. La dispersión de las obras desde dicha institución, con destino a los museos provinciales de bellas artes de Santa Fe y Paraná, complicó más la posibilidad de cumplir con el mandato de la donación. En 1991 volvieron a reunirse las obras para la gran muestra retrospectiva llevada a cabo en el Palais de Glace (Salas Nacionales de Exposición), en Buenos Aires. Algunas de las obras se exhiben hoy en la exposición permanente del Museo Nacional de Bellas Artes, aunque la mayor parte sigue en los almacenes de la institución o dispersa entre Santa Fe y Entre Ríos.Bibliografía consultada
AZORÍN. “El pintor de España”. La Prensa, Buenos Aires, 1º de octubre de 1939.
FERNÁNDEZ GARCÍA, Ana María. Arte y emigración. La pintura española en Buenos Aires, 1880-1930. Oviedo, Universidad, 1997, 2 vols.
FOGLIA, Carlos A.. Cesáreo Bernaldo de Quirós. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961.
GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo. Fernando Fader. Obra y pensamiento de un pintor argentino. Santa Fe-Buenos Aires, Instituto de América-CEDODAL, 1998.
GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo. “La pintura argentina y la presencia de Ignacio Zuloaga (1900-1930)”. Cuadernos Ignacio Zuloaga, Zumaia, Casa Museo Ignacio Zuloaga, 2000, pp. 27-46.
GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo. “El 98 y la “reconquista espiritual” de América a través de la pintura. La influencia de Ignacio Zuloaga en la Argentina”. VII Congreso Internacional de Historia de América (AEA), Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, 2000, pp. 396-412.
GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo. “Ignacio Zuloaga y Hermen Anglada Camarasa. Presencia en el Centenario y proyección en la Argentina”. En: El reencuentro entre España y Argentina en 1910. Camino al Bicentenario. Buenos Aires, CEDODAL-Junta de Andalucía, 2007, pp. 87-92.
GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo. “Arte argentino en tiempos del Centenario. Hacia una modernización posible”. En: MORENO LUZÓN, Javier; GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo (eds.). Memorias de la Independencia. España, Argentina y México en el primer centenario (1908-1910-1912). Madrid, Acción Cultural Española, 2012, pp. 114-135.
GUTIÉRREZ ZALDÍVAR, Ignacio. Quirós. Buenos Aires, Zurbarán Ediciones, 1991.
LAFUENTE FERRARI, Enrique. La vida y el arte de Ignacio Zuloaga. San Sebastian, Editora Internacional, 1950.
MAEZTU, Ramiro de. “El Arte de Zuloaga”. Prólogo del Catálogo de la exposición de Buenos Aires, firmado en Londres en marzo de 1910. Se incluyen también quince páginas con comentarios de varios críticos y artistas sobre la obra de Zuloaga.
MÁRQUEZ, Alejandro. “Anécdotas de Ignacio Zuloaga”. La Capital, Rosario, 15 de noviembre de 1945.
MARTÍNEZ SIERRA, Gregorio. Ignacio Zuloaga. Con textos de John S. Sargent, Cristian Brinton y Miguel de Unamuno. Madrid, Editorial Estrella, sin fecha.
NOEL, Martín S. “El mensaje pictórico de Quirós”. Síntesis, año III, núm. 35, abril de 1930, págs. 101‑106.
1 Azorín. “El pintor de España”. La Prensa, Buenos Aires, 1º de octubre de 1939.
2 FOGLIA, Carlos A.. Cesáreo Bernaldo de Quirós. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961.
3 BRINTON, Cristian. “Zuloaga at the Hispanic Society”. The International Studio. An illustrated magazine of fine and applied art, New York, abril de 1909.
4 “La demostración de anoche en honor del pintor argentino Cesáreo Bernaldo de Quirós”. La Prensa, Buenos Aires, 10 de septiembre de 1928.
5UNAMUNO, Miguel de. “La labor patriótica de Zuloaga”. Hermes, Bilbao, agosto de 1917.
6NOEL, Martín S. “El mensaje pictórico de Quirós”. Síntesis, año III, núm. 35, abril de 1930, págs. 101 106.
7Ibídem.
8Azorín. “El pintor de España”. La Prensa, Buenos Aires, 1º de octubre de 1939.
9“Ignacio Zuloaga. Falleció ayer en Madrid”. La Nación, Buenos Aires, 1º de noviembre de 1945.
Ignacio Zuloaga y Cesáreo Bernaldo de Quirós, artistas con raíces eibarresas (I/II)