687 Zenbakia 2014-07-02 / 2014-08-06

KOSMOpolita

Ignacio Zuloaga y Cesáreo Bernaldo de Quirós, artistas con raíces eibarresas (I/II)

GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo

Universidad de Granada

I. Formación y consolidación

A lo largo de su historia se constituyó el País Vasco en cuna de notables artistas, cuyas realizaciones trascendieron fronteras, convirtiéndolos en figuras de carácter universal. Dentro del ámbito de la pintura, es ineludible el papel jugado por Ignacio Zuloaga en la primera mitad del siglo XX, y, en particular, la impronta dejada por su praxis plástica en numerosos artistas argentinos, como hemos señalado en otras ocasiones.1 Entre ellos sobresale, por vínculos estéticos y significación el entrerriano Cesáreo Bernaldo de Quirós. Más allá de inclinaciones similares por el modo de sentir el arte, ambos estaban unidos por una raiz común: Eibar.

Dentro de la geografía vasca la guipuzcoana Eibar es conocida por sus industrias armeras, llegando inclusive a ser conocida como “la Toledo del norte”. Desde finales del siglo pasado se habló mucho de ella al ir logrando su hijo más pródigo, Ignacio Zuloaga, sus primeros triunfos a nivel internacional. Para el arte argentino también tendría una especial significación: de allí partió a mediados del siglo pasado, con rumbo a Buenos Aires, don Julio Bernaldo de Quirós, quien sería padre de Cesáreo.

Ignacio Zuloaga y Zavaleta nació en Eibar el 26 de julio de 1870.2 Era hijo del virtuoso orfebre Plácido Zuloaga, quien se destacó en el arte del damasquinado del acero, y sobrino del notable ceramista Daniel Zuloaga quien fue también Director de la fábrica de cerámica de Segovia. Su tatarabuelo Blas había sido armero del Cuerpo de Guardias de Corps; su abuelo Eusebio, grabador, armero y decorador fue el verdadero organizador de la Armería Real de Madrid. Como se ve, no le faltaban ejemplos a seguir en la familia.

Ignacio mostró desde niño el firme propósito de ser pintor, debiendo vencer al fin la obstinada resistencia paterna. Plácido no era rico y quería que Ignacio tuviera una profesión más lucrativa, que fuera empresario, ingeniero o arquitecto. Ignacio se rebeló y su padre lo puso a trabajar a fondo en su taller de ornamentación en metal. Habiendo viajado ocasionalmente a Madrid, conoció y trabajó asiduamente en el Museo del Prado copiando las obras de los grandes maestros. En 1888 se marchó a Roma con el objeto de estudiar las artes antiguas, pasando luego a París donde vivió una juventud bohemia, sostenida con precarios recursos económicos. Pasó después a Londres donde ejecutaría notables retratos. De regreso a España, se trasladó en primera instancia a Sevilla y a continuación a Segovia donde instaló, en la iglesia de San Juan de los Caballeros, un estudio amplio y sobrio del cual salieron varias de sus mejores obras. Antes, en 1892, se había afirmado su espíritu vasco, al ejecutar las decoraciones del Casino de Bermeo, en Vizcaya, obra que le valió ponerse en contacto con los tipos y costumbres del país.

Familia de linaje, los Bernaldo de Quirós tenían sus orígenes en el siglo IX, época en que un conquistador teutón llamado Bernardo fundó una comarca en Asturias denominada simplemente “Quirós”. La leyenda de su escudo, “Después de Dios, la casa de Quirós”, marcaría desde los tiempos de la reconquista española una tradición familiar que ya lleva más de diez siglos. Pues bien, pasaron muchas centurias hasta el momento en que los Bernaldo de Quirós decidieran extender sus raíces a América. Don Julio Bernaldo de Quirós, abogado, se radicó durtante la última mitad del siglo XIX, en la ciudad de Gualeguay, Entre Ríos. Allí contrajo matrimonio en 1877 con doña Carlota Ferreyra, desempeñándose a partir de 1880 como Intendente. El 28 de mayo de 1879 nació Cesáreo Bernaldo de Quirós.3

Desde niño, Cesáreo mostró sus inclinaciones hacia el dibujo, garabateando por doquier con un lápiz colorado, el tono que tantas satisfacciones le daría. La vocación se acentuó con la lectura de La Ilustración Artística, revista barcelonesa a la que don Julio estaba suscripto, y al observar en directo la labor del pintor italiano Brignole quien había llegado a Gualeguay para decorar el nuevo teatro. El paisaje y el río de su pueblo, más los duelos a cuchillo de los gauchos, tan habituales allí, formaron a su vez un espíritu tan entrerriano en Quirós como vasco lo era el de Zuloaga.

Al llegar la edad de las decisiones, debió Quirós, al igual que Zuloaga, defender ante su progenitor los deseos de dedicarse a la pintura, oponiéndose así a don Julio que quería hacer de aquél un abogado al igual que él. La muerte de doña Carlota en 1895, cuyo último deseo fue el de que Cesáreo se dedicase al arte, sensibilizó a Julio quien accedió a que su hijo se dirigiése a Buenos Aires a estudiar pintura. A poco de llegar, la temática gauchesca y las obras de gran tamaño del maestro valenciano Vicente Nicolau Cotanda atrajeron poderosamente a Quirós, influyendo decisivamente en su carrera. Luego de tres años de estudio en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, en 1899 obtuvo Quirós el Premio Europa, beca por cuatro años otorgada por el Ministerio de Instrucción Pública de la Nación.

La trayectoria posterior de Quirós tiene un notable paralelismo con la de Ignacio Zuloaga. Antes de dirigirse a Roma para iniciar sus estudios en septiembre de 1900, visita el Museo del Prado, en Madrid, donde copia las obras de su artista predilecto: Velázquez. Terminados los cuatro años de beca, esta no se le renueva y pasa a llevar en Nápoles una vida bohemia, en no muy buenas condiciones económicas. Un gran cuadro pintado en Amalfi, La vuelta de la pesca, y que hoy puede admirarse en el Comando en Jefe del Ejército, en la porteña avenida Paseo Colón, le permite en 1905 acceder a una Mención en la Bienal de Venecia. A fin de ese año retorna a la Argentina, exponiendo sus obras en 1906 en el Salón Costa de Buenos Aires.

En los primeros años Zuloaga y Quirós buscaron que sus obras fueran conocidas y consideradas en el exterior, ya que las mismas eran rechazadas en sus propios países. El Jurado de la sección española de la Exposición de París de 1900 desestimó una obra de Zuloaga, que sería adquirida posteriormente por el Museo de Bruselas. En 1903 y 1904 el artista fue premiado en el Salón de París y en la Bienal de Venecia, respectivamente; aquí, como ya hemos dicho, triunfó también Quirós al año siguiente. De Zuloaga se leyó en La Tribuna de Roma en 1903: “si un pintor puede llegar a sintetizar su arte, y si ese arte es el índice de la vida de un pueblo, ninguno puede hoy representar a España, como Ignacio Zuloaga... Zuloaga ha estudiado en París, pero su pintura sigue siendo absolutamente española”.4 De Quirós dijo, tras su poco exitosa muestra en Buenos Aires de 1906, el pintor Fernando Fader: “Quirós es un artista argentino y para no dejar de ser artista se va a París dentro de pocos días. Ya han dicho los diarios que no hay arte (istas) argentino (s) y el evangelio se debe respetar. Quirós será un artista argentino en París o en cualquier parte del mundo menos en la República Argentina...”.5

Se ha hecho referencia en varias ocasiones a Ignacio Zuloaga como continuador, dentro de la tradición del arte español, de El Greco, Velázquez, Murillo, Ribera y Goya. Por el primero de ellos sentía una admiración obsesiva; su estudio parisino de la rue Caulaincourt 54 albergó obras del autor de El entierro del conde de Orgaz, como así también innumerables objetos como joyas, armas y esculturas, etc. Esta afición fue compartida con su amigo Quirós, quien a lo largo de los años reunió valiosas colecciones de objetos de arte, los cuales pensaba donar junto a sus principales obras y a su casa de El Brete, en Paraná, a la provincia de Entre Ríos en los años cuarenta.

Además de aquellos históricos maestros, influyeron en Quirós otros artistas españoles, pero de los que estaban activos a principios de siglo: el Joaquín Sorolla de las playas valencianas dejó su huella en su etapa de Amalfi, como también lo hicieron los jardines de Santiago Rusiñol y las “manolas” de Hermen Anglada Camarasa cuando ya Quirós se hallaba establecido en Florencia, a finales de aquella primera década. Pero fue sin duda la figura de Ignacio Zuloaga y sus obras las que dieron un impulso vital a sus primeros años de artista. Albert Flament, del Journal de París, decía de Zuloaga en 1908: “...ha abandonado las caras empolvadas de señoritas de vida alegre y las señoras de mantilla, para irse a vivir meses enteros en medio de la gente ruda del campo”.6

Siguiendo idea similar, en aquel mismo año Quirós dejaba las comodidades de su casa en Mallorca para internarse en la peligrosa vida de Cerdeña, conocida a la sazón como “Tierra de la venganza”. Hasta en los colores marrones y rojos fuertes que dotaban a sus obras de un marcado tenebrismo, imitó Quirós a Zuloaga. Durante la década del veinte repetiría la experiencia, ahora entre los gauchos de su Entre Ríos natal. No obstante tal similitud, el acercamiento no fue absoluto: en aquellos años Zuloaga no simpatizaba con los colores azulados, mientras que en la obra de Quirós estos eran una constante; inclusive sus más acérrimos críticos no dejaron de señalarlo como un defecto cuando el artista se presentó en la Exposición Internacional del Centenario en 1910 y cuando realizó su muestra en el Salón Costa en ese mismo año.

La Exposición del Centenario realizada en Buenos Aires en 19107, tendrá a Quirós y a Zuloaga como figuras más destacadas, no sólo de sus respectivos países, sino de toda la muestra. Al argentino le fue conferida una sala especial para sus 26 pinturas, obteniendo además Medalla de oro por Carrera de sortijas en día patrio. Zuloaga, con 36 obras sobre 260 españolas, fue el artista más representado de la Exposición y buena parte de sus cuadros fue vendida en un santiamén, tras propagarse confusamente la noticia de la muerte del pintor, cuando realmente el fallecido había sido su padre Plácido. El marchante de Zuloaga debió salir a desmentir el rumor, además de ofrecer, a quien así lo demandara, la cancelación de las compras de las obras en esos días, en tanto algunos las habían hecho siguiendo impulsos especulativos. Más allá de este hecho fortuito, cabe consignar que el arte español tenía muy buenos compradores en Buenos Aires, ya desde fines del siglo pasado, época en que José Artal y José Pinelo organizaban anualmente exposiciones de la moderna pintura española.8

Concluído el gran acontecimiento de 1910 en Buenos Aires, Quirós regresó a Europa con el fin de “seguir estudiando y aprendiendo de los grandes maestros”. Como era previsible, estos serían nuevamente los españoles. Y Zuloaga entre ellos. Ambos coincidieron en París en 1914: mientras aquél había instalado su taller en la rue Saint Senoch, éste continuaba en la Caulaincourt. Allí se reunían los domingos junto al francés Edgar Degas, ya viejo y casi ciego, el japonés Foujita y el orfebre Paco Durrio, entre otros.

1 Ver nuestros estudios: “La pintura argentina y la presencia de Ignacio Zuloaga (1900-1930)”. Cuadernos Ignacio Zuloaga, Zumaia, Casa Museo Ignacio Zuloaga, 2000, pp. 27-46. “El 98 y la “reconquista espiritual” de América a través de la pintura. La influencia de Ignacio Zuloaga en la Argentina”. VII Congreso Internacional de Historia de América (AEA), Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular, 2000, pp. 396-412. “Ignacio Zuloaga y Hermen Anglada Camarasa. Presencia en el Centenario y proyección en la Argentina”. En: El reencuentro entre España y Argentina en 1910. Camino al Bicentenario. Buenos Aires, CEDODAL-Junta de Andalucía, 2007, pp. 87-92.

2 Es amplia la bibliografía sobre el artista, pero recomendamos particularmente: Lafuente Ferrari, Enrique. La vida y el arte de Ignacio Zuloaga. San Sebastian, Editora Internacional, 1950.

3 GUTIÉRREZ ZALDÍVAR, Ignacio. Quirós. Buenos Aires, Zurbarán Ediciones, 1991, p. 16.

4 “L'Esposizione Nova. Melanconie ed allegrezze pittoriche”. La Tribuna, Roma, 11 de junio de 1903.

5 FADER, Fernando. “Cesáreo Bernaldo de Quirós”. Artículo periodístico firmado en Buenos Aires el 26 de mayo de 1905. De un cuaderno de recortes del pintor, conservado por sus descendientes en Mendoza (Argentina). Cit.: GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo. Fernando Fader. Obra y pensamiento de un pintor argentino. Santa Fe-Buenos Aires, Instituto de América-CEDODAL, 1998, p. 67.

6 FLAMENT, Albert. “Le Salon de la Société Nationale”. Le Journal, París, 14 de abril de 1908.

7 Ver: GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo. “Arte argentino en tiempos del Centenario. Hacia una modernización posible”. En: MORENO LUZÓN, Javier; GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo (eds.). Memorias de la Independencia. España, Argentina y México en el primer centenario (1908-1910-1912). Madrid, Acción Cultural Española, 2012, pp. 114-135.

8 Ver: FERNÁNDEZ GARCÍA, Ana María. Arte y emigración. La pintura española en Buenos Aires, 1880-1930. Oviedo, Universidad, 1997, 2 vols.