654 Zenbakia 2013-01-16 / 2013-01-23

Elkarrizketa

Mertxe de Renobales Scheifler. Doctora en Bioquímica: Es inmoral que menos del 20% de la población del mundo consumamos más del 80% de los recursos del planeta

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

Mertxe de Renobales Scheifler nació en Bilbao en 1948. Tras pasar su infancia y juventud en la capital vizcaína, y una vez finalizados los estudios superiores de Química, se mudó a Los Estados Unidos de América, con intención de realizar un máster. Pero como las fluctuaciones de la vida son impredecibles, no volvió a Euskal Herria hasta 1988. Trabajó una breve temporada en Inasmet y en 1990 logró la Cátedra de Bioquímica en la Facultad de Farmacia de la Universidad del País Vasco. Desde entonces sigue ahí y, gracias a sus investigaciones, ha conseguido gran reconocimiento.

Me gustaría que charláramos sobre Vd. pero sin entrar aún en la vertiente profesional... Nace en una familia bilbaína que ha dado y sigue dando personalidades de renombre en el ámbito social, cultural y educativo del país...

Efectivamente, nací en Bilbao en 1948, hija de Carmelo y de Begoña, la mayor de once hermanos. Allí viví durante veinticinco años. En el mismo Bilbao fui a la Universidad —entonces Universidad Autónoma de Bilbao— y terminada la Licenciatura de Ciencias Químicas tuve la oportunidad de marchar a Estados Unidos. Allí hice el doctorado en Bioquímica. Conocía el ambiente norteamericano ya que en 1965 estuve 1 año con una beca de la American Field Service, a través de la Casa Americana, haciendo el último curso de Bachiller en California. Al acabar la carrera de Ciencias Químicas la familia con la que viví, con la que no había perdido el contacto, me ofreció la posibilidad de regresar y así lo hice. Fui a San Francisco con la idea de hacer un master en química, de un año de duración, y volver, pero las cosas no son como una las planifica sino como la vida se va presentando. Así sucedió que me casé en Estados Unidos, con Gorka Aulestia, a la sazón profesor de euskera de la Universidad de Nevada en Reno y nos quedamos a vivir allí. Hice el doctorado en bioquímica en la Universidad de Nevada, en Reno, donde permanecimos hasta el año 1988, en que regresamos definitivamente a Euskal Herria. Allá vivimos casi 14 años y allá nació también nuestro hijo Iker.

Vuelve a Euskal Herria, pero su primer trabajo no es en la Universidad del País Vasco...

Yo me incorporé a la que actualmente se llama Fundación Inasmet, en la recién puesta en marcha sección de biotecnología, donde trabajé utilizando enzimas para la obtención de distintos bienes industriales. Fue tras dos años que pasé a la Universidad del País Vasco, UPV/EHU. Saqué la oposición de Cátedra de Bioquímica en la Facultad de Farmacia del Campus de Alava y en 1990 nos instalamos en Gasteiz.

Comienza su carrera universitaria como investigadora, campo en el que su labor ha sido reconocida a alto nivel. Y conociendo su trayectoria, tengo la impresión de que hay que ser valiente para decir, como lo ha hecho Vd., que la agricultura transgénica es más sostenible que la ecológica...

Sí, yo he afirmado eso. Pero he de resaltar que no es una opinión original mía, sino que se encuentra extendida en determinados ámbitos científicos relacionados con la agricultura y con la biotecnología. Existen muchos datos contrastables que indican que tal afirmación es cierta. Los cultivos transgénicos que en la actualidad se dan en el mundo permiten reducir el uso de productos agroquímicos, tanto de insecticidas como de herbicidas, o utilizar productos menos tóxicos que los convencionales. Y aumentan mucho la productividad de los cultivos, de manera que en la misma extensión de terreno se obtiene más cantidad de cultivo. Estos datos nos muestran, en mi opinión, que la agricultura transgénica es más sostenible que la tradicional.

Sobre la agricultura ecológica quiero aclarar que, efectivamente, mejora mucho las características del terreno. En ese aspecto es muy positiva. En cuanto a rendimiento, sin embargo, puede ser hasta un 30% más bajo que el obtenido con la agricultura tradicional. Lo cual quiere decir que necesitaríamos ese mismo porcentaje de terreno extra para obtener la misma producción. Y es complicado saber de dónde vamos a sacar ese terreno. La deforestación no es una solución ecológica, ni es sostenible.

En mi opinión, la agricultura ecológica se podría beneficiar en gran medida de utilizar determinadas semillas transgénicas, si se consiguiera en la sociedad romper la barrera ideológica contra los cultivos transgénicos. Desde un punto de vista científico no hay ninguna dificultad para esa hipotética utilización de semillas transgénicas. ¿Cuáles? Teniendo en cuenta la filosofía de la agricultura ecológica, que no quiere usar productos fitosanitarios de síntesis, obviamente no va a utilizar semillas resistentes a herbicidas porque necesitarían utilizarlos. Pero las semillas resistentes a insectos podrían ser una posibilidad. O las resistentes a la sequía, que existen, y que tal como se está pronunciando el problema del cambio climático pienso que se debería tener en consideración tal posibilidad. Soy de la opinión de que tales cultivos no deberían ser anatemizados por la agricultura ecológica. Ahí están los cultivos resistentes a virus y a enfermedades, difíciles de tratar con productos agroquímicos —como las papayas— que en Estados Unidos se han recuperado después de una infestación que prácticamente eliminó el cultivo de este fruto en los años noventa del siglo pasado. En este momento el 50% de las papayas que se cultivan en Hawaii son transgénicas, resistentes al virus de la papaya. Es por ello que digo que si se superaran las barreras ideológicas, tendríamos una herramienta importante para cultivar lo que necesitamos. En este sentido, la Sociedad Internacional de Bioética-Junta General del Principado de Asturias concedió el premio de 2009 a mi trabajo titulado “Alimentos más sostenibles: algunas semillas transgénicas en la agricultura ecológica”.

Comenta que cada vez hay menos terreno cultivable. Pero la realidad en nuestro país y fuera de él nos deja a las claras que la agricultura como sector es menos importante cada día, y se están abandonando zonas hasta no hace tanto tiempo productoras...

No sé mucho de política agraria pero entiendo que está sucediendo así. Estamos viendo que en los últimos cuarenta años está disminuyendo la producción agrícola en Europa, existiendo, al menos en el sector agrícola español, una preocupación muy fuerte por la desagrarización progresiva en nuestro entorno. Se está trasladando nuestra agricultura a otros países. Y estamos importando. Por ejemplo, España importa el 50% del maíz que consume. Con la soja para los piensos de la ganadería pasa exactamente igual. Se calcula que en toda Europa, el alimento que viene de otros países ocuparía una extensión similar a la de Alemania. A mí me preocupa mucho el ver campos abandonados, o con cultivos realizados solamente para recibir una subvención, algo que, además, va a desaparecer.

Esa barrera ideológica a la que se ha referido entre los partidarios de lo transgénico y lo ecológico ¿no será debido a la desagrarización continua que menciona y a la consiguiente deslocalización de nuestra agricultura?

Entiendo que la política agraria es competencia de la Unión Europea. No tengo nada claro quién dicta a los que aprueban las medidas en este sector. Pero me preocupa mucho el hecho de que, en España en concreto y en Europa en general, cada vez se cultiva menos teniendo que importar más. La gente del campo emigra a las ciudades, lo que conlleva costes humanos y unos problemas sociales importantes. Un 50% de la población mundial vive en ciudades y se estima que podría llegar a un 75% en 2050. Ese es un problema muy serio.

En la actualidad hay tecnologías no transgénicas que introducen estos cambios. Por ejemplo, la irradiación con compuestos radioactivos. Se irradian las semillas con un compuesto radioactivo similar al que se utiliza en radioterapia y se siembran las semillas irradiadas para ver cuáles ofrecen las características que se están buscando.

Foto: CC BY - Agriculturasp

Creo que podría ser aplicable a esta situación que vivimos el dicho aquel de que a una persona es mejor enseñarle a cultivar que darle un fruto... ¿Cómo es posible que se estén prohibiendo prácticas agrarias y se prime la importación de alimentos?

Vuelvo a insistir en que no soy experta en política agraria. En mi modesta opinión, no es lógico lo que está sucediendo. Nuestra capacidad agrícola es superior a la que en estos momentos desarrollamos. Ello se puede aplicar al cultivo de los transgénicos. En Europa se puede importar una variedad de cultivos transgénicos; no muchos, pero sí algunos. Pero solamente se puede cultivar un determinado tipo de maíz, el llamado MON810 —resistente a insectos— de la empresa estadounidense Monsanto, y otro de patata, la denominada Amflora, desarrollada por la multinacional alemana BASF. Pero se pueden importar otro tipo de maíz, resistente a herbicidas, y soja de distintos tipos entre otros cultivos. Por lo que los agricultores y los ganaderos están solicitando a gritos el cultivo de una serie de variedades transgénicas más productivas, ya que se encuentran en una situación de competencia desfavorable, en comparación con productores foráneos. El sector algodonero de Andalucía, por ejemplo, tiene problemas importantes, y corre el riesgo de desaparecer, al no poder los agricultores utilizar semillas transgénicas resistentes a uno de los insectos plaga principales de este cultivo. Agricultores que luego deben hacer frente a la importación de algodón transgénico. Yo entiendo que esta política es un error grave. Pasa lo mismo con las cuotas lácteas, que han obligado a reducir muchísimo la producción de leche, pero el consumo aumenta por lo que hay que importarla; las cuotas vinícolas, habiendo sido obligados a arrancar y destruir vides; las del aceite de oliva, con la inutilización de millones de olivos... Repito que no llego a comprender el por qué de estas políticas. Es posible que beneficien al país de otras maneras que, para mí al menos, no son tan obvias.

Lo ha dicho Vd. en un artículo: “Desde un punto de vista estrictamente científico, en este mundo el riesgo cero no existe”...

Es cierto. El riesgo cero no existe, ya que si te encuentras en una situación en la que tu riesgo de que te suceda algo es nulo, estás muerto. Los alimentos, como todo en esta vida, también tienen su riesgo. Por ejemplo, cuando se introdujeron en España los kiwis en los años ochenta del pasado siglo, en este país no conocíamos absolutamente nada sobre ellos, y sólo algunas personas que habían estado en determinados países extranjeros los habían probado. Cuando su consumo se generalizó, se comprobó que algunas personas desarrollaron alergias a ese fruto. Con el tema de las alergias, si un alimento no está debidamente etiquetado y no se detalla lo que contiene, una persona alérgica que lo come puede tener problemas de salud. Otros riesgos relacionados con los alimentos son, por ejemplo, el de intoxicaciones alimentarias por contaminación del alimento con algún compuesto tóxico, o con microorganismos patógenos; o el riesgo de atragantarse (y morir ahogado). Y en otros aspectos de la vida diaria los riesgos son constantes. Pero los asumimos como si no existieran. Por ejemplo, el riesgo de morir en un accidente es muchísimo mayor si viajamos en coche que en avión. Esta percepción del riesgo está unida a lo que nos cuesta, en general, entender lo que son las probabilidades y nos dejamos guiar por la intuición, confiando en lo que conocemos y desconfiando de lo desconocido. Por ejemplo, en estos días un porcentaje muy alto de personas compra, y regala, lotería de Navidad. Según he leído recientemente, la probabilidad de que a una determinada persona le toque el gordo es bajísima, alrededor de 1 entre 10 millones. Es cierto que a alguien le tocará, pero que ese alguien sea Ud. es otra cosa.

¿Hasta dónde se remonta en el tiempo la cadena de las mutaciones en las semillas que nos sirven de alimento?

Hay mutaciones espontáneas, que simplemente se producen en la naturaleza por una serie de mecanismos. Pero desde que el ser humano, allá en la época del Neolítico, comenzó a seleccionar lo que quería cultivar, ya comenzó el proceso, gradual todavía y cuyos fundamentos científicos no se han conocido hasta muy recientemente, de seleccionar mutaciones genéticas interesantes. Se seleccionaba para cambiar, en teoría para mejorar: mayor tamaño de la parte comestible, que madurara antes de las primeras heladas, mayor productividad, que fuera más tolerante a las condiciones de cultivo, que la mayoría de las semillas de un campo germinaran y se desarrollaran más o menos en el mismo tiempo para facilitar su recolección, etc. Las mazorcas de maíz que conocemos no son iguales que las que cultivaban en un origen los mayas, y se parecen mucho menos a las que utilizaban sus antepasados. El grano se compacta alrededor de la mazorca y la planta puede alcanzar los dos metros de altura. Los antepasados del valle de Oaxaca domesticaron el originario “teosinte” que es una planta baja en comparación con el maíz actual, de muchos tallos, con espigas pequeñitas y ráquis flexible, de manera que cuando la semilla está madura la misma planta la lanza a una cierta distancia para propagar la especie en otro lugar.

En un principio, aquellos antepasados mexicanos -seguramente mujeres en su labor de recolecta de frutos- recogían las semillas que estaban desperdigadas y las utilizaban para preparar sus alimentos. Pero alguna se debió de dar cuenta que determinadas plantas no soltaban la semilla (esto es ya una mutación genética), es decir el grano, del ráquis sino que lo mantenían adherido. Y se le ocurrió sembrar aquellos granos. Tras muchas generaciones de plantas, todo el maíz había cambiado de aspecto y la recolecta se hacía más fácil, mejorando también el rendimiento. Obviamente, tras miles de años los cambios inducidos en todos los alimentos conocidos han sido profundos, siempre con la intención de hacer más llevadera la vida de los recolectores y de aumentar la cantidad de alimento producido. Los labradores tradicionales de hoy actúan de manera semejante, guardando las mejores semillas para sembrar. Esos cambios son en realidad mutaciones genéticas, y se han producido sin que científicamente se tuviera conciencia de la transformación.

Los antepasados del valle de Oaxaca domesticaron el originario “teosinte” que es una planta baja en comparación con el maíz actual, de muchos tallos, con espigas pequeñitas y ráquis flexible, de manera que cuando la semilla está madura la misma planta la lanza a una cierta distancia para propagar la especie en otro lugar.

En la actualidad hay tecnologías no transgénicas que introducen estos cambios. Por ejemplo, la irradiación con compuestos radioactivos. Se irradian las semillas con un compuesto radioactivo similar al que se utiliza en radioterapia y se siembran las semillas irradiadas para ver cuáles ofrecen las características que se están buscando. La mayoría de esas semillas tendrán mutaciones que las harán no viables, y la planta no se desarrollará con normalidad, pero habrá algunas que sí y que tengan la característica que nos interesa. Esta técnica introduce muchas mutaciones al azar, es decir, en lugares aleatorios y desconocidos de los genes y en genes desconocidos, por lo que la planta puede tener mutaciones de las que desconozcamos su efecto. Lo mismo sucede cuando tratamos las semillas con productos químicos mutagénicos, o cuando hacemos cultivos de células vegetales “in vitro” en el laboratorio. Por eso es necesario la selección y el seguimiento directo posterior. Estas técnicas son las que hemos utilizado, y lo seguimos haciendo, para mejorar muchas características de las plantas que nos sirven de alimento. En los años cincuenta del siglo XX, la FAO —Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura— puso en marcha un programa en colaboración con la Agencia Internacional de Energía Atómica, precisamente para la utilización de compuestos radioactivos en la mejora de los cultivos de los que posteriormente nos hemos alimentado. Existe en la actualidad una base de datos con más de 2500 variedades de plantas correspondientes a más de 150 especies diferentes que se han utilizado, o se utilizan para la alimentación mundial. Por ejemplo, los pomelos con carne rosa que vemos en los supermercados (y que son tan sabrosos) son el producto de mutaciones introducidas por radiaciones gamma, mientras que los pomelos tradicionales tenían la carne amarilla. En la literatura científica he encontrado cuatro casos de cultivos —un apio, dos calabacines y una patata— que se han desarrollado por estas técnicas convencionales no transgénicas, y que, tras comercializarse, se vio que eran nocivos para la salud. Se tuvieron que retirar del mercado. Y en este aspecto hay que decir que no existe en ningún país del mundo (que yo sepa) una legislación que obligue a testar, antes de su puesta a la venta, los alimentos surgidos de plantas mutadas por técnicas no transgénicas. Algo que no sucede con las transgénicas, que están muy estrictamente reguladas.

Por lo tanto, esa mutación natural de las semillas y plantas, a la que Vd. se refiere ¿tiene riesgo superior al transgénico?

Como ya he comentado antes, el problema está en que en ningún país del mundo, que yo sepa, existe ninguna normativa que obligue a estudiar, antes de su comercialización, las características nutricionales de los cultivos que se mejoran mediante técnicas no transgénicas. Si no se estudian estas características nutricionales, no hay manera de prever qué sucederá.... hasta que se comercializan y en algunos casos ha habido algún problema.

Por el contrario, en todos los países del mundo en el que se comercializan cultivos transgénicos existen normativas que exigen una batería de pruebas para determinar si el cultivo transgénico es, o no, comparable desde el punto de vista nutricional al correspondiente cultivo convencional que no lleva la mutación transgénica. Es decir, es necesario estudiar si el cultivo transgénico puede causar alergias, o ser nocivo para la salud, o incluso tener menor contenido de nutrientes que el no transgénico. En Europa estas evaluaciones las realiza la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA) que tiene competencias en toda la Unión Europea. En España es la Agencia Española para la Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN). Hasta la fecha, todos los cultivos transgénicos autorizados, tanto en Europa como en otros países, han pasado todas las pruebas nutricionales. Organismos internacionales como la FAO, la OMS y EFSA, las Academias de Ciencias de numerosos países, asociaciones de diferentes profesionales de la salud y la nutrición de muchos países han declarado que los cultivos transgénicos comercializados hasta la fecha son totalmente equivalentes a los convencionales desde el punto de vista nutricional. Es decir, son tan seguros, o tan inseguros (como se quiera ver), como los no transgénicos.

Me acerco a la ética: ¿Cómo se explica que las mayores empresa mundiales estén relacionadas con la alimentación y la producción de alimentos, ganando cantidades ingentes de dinero, y continentes enteros se muevan bajo el umbral de la pobreza, con poco o sin nada que llevarse a la boca, mientras sus propios países son cada vez más esclavos de esas industrias alimentarias?

Mis conocimientos del mundo empresarial de las multinacionales son muy, muy limitados. Es obvio que estas empresas (como cualquier otra), independientemente del sector en el que se muevan, lo hacen para obtener beneficios económicos, aunque muchas veces sean totalmente desmesurados. No son, por supuesto, asociaciones sin ánimo de lucro de ayuda al desarrollo, y en muchos casos tienen prácticas muy agresivas. Siempre se mencionan las multinacionales hablando del hambre del mundo, y raras veces nos fijamos en otras situaciones. Por ejemplo, los conflictos que en las últimas décadas asolan a los países de áfrica Central (Zaire, Kenia, etc.) y han causado tantas pérdidas de vidas humanas, violaciones de los derechos humanos más fundamentales y otra larga lista de atropellos, son debidos a la riqueza en materias primas estratégicas de estos países como lo es el coltán, absolutamente necesario para la fabricación de todo tipo de aparatos electrónicos. El 80% de las reservas mundiales de coltán están en esa zona de áfrica. Y todos tenemos móvil, varios ordenadores, tabletas, mandos electrónicos para el garaje, la tele, etc., amén de todo tipo de instrumentación, industrial o no, controlada por microprocesadores.... sin reparar en el coste humano de estas tecnologías que utilizamos habitualmente.

Creo que desde hace ya mucho tiempo, está muy claro que el problema del hambre del mundo es estrictamente un problema de voluntad política de los países desarrollados. Ahí están Los Objetivos del Milenio que se querían cumplir para el año 2015.... y no parece que se llegará ni siquiera al 50% de las metas que se fijaron a finales del siglo XX.

Colaboramos con el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Idiazabal para desarrollar el perfil sensorial del queso, entre otras cosas.

Foto: CC BY - chalo84

En mi modesta opinión es inmoral que menos del 20% de la población del mundo que somos los que vivimos en los países desarrollados consumamos más del 80% de los recursos del planeta. Esta tremenda desigualdad entre el Norte y el Sur (como se suele decir con frecuencia), que va en aumento y se está propagando dentro de los países desarrollados, no está causada por los cultivos transgénicos, sino por el apetito insaciable de materias primas y energía (entre otros factores) de las personas que vivimos en el primer mundo. La industria alimentaria, como parte del primer mundo, es partícipe de esta situación, obviamente.

¿Existe también mutación en el queso? Pienso que en ese campo de investigación está Vd. más cómoda que en el que hasta ahora hemos abordado de los transgénicos...

Llevamos más de veinte años trabajando con el queso de oveja, y concretamente con el de denominación de origen Idiazabal por proximidad geográfica, sobre todo. También hemos estudiado quesos de otras zonas como el Manchego, el Zamorano, y el Majorero de Canarias entre los de oveja, el de Murcia Al Vino, y el de Canarias de Flor de Guía entre los de cabra. Y respondiendo a la pregunta, diré que nuestro objetivo no ha sido las mutaciones, sino que nos hemos centrado en tratar de mejorar la calidad tanto tecnológica como nutricional de la leche. Además, por supuesto, de mejorar también las características sensoriales del queso que son las que los consumidores aprecian principalmente. Trabajamos mano a mano con el sector primario, ya que nuestra investigación surgió por una demanda específica de los más interesados, los productores. Y lo hemos hecho muy a gusto, tratando de resolver los problemas que se iban presentando en la medida en que nosotros hemos podido. Colaboramos con el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Idiazabal para desarrollar el perfil sensorial del queso, entre otras cosas. Esto permitió realizar los controles sensoriales oficiales que son obligatorios en orden a asegurar la calidad sensorial que garantiza el sello de la Denominación de Origen Idiazabal.

Igualmente nuestra colaboración con las Asociaciones de Productores, en concreto con las queseras —el 80% de la producción de queso artesano en nuestro entorno, y en otras zonas del estado español, está en manos de mujeres— ha sido total, para mejorar entre otros aspectos, los cuajos que utilizan. El País Vasco es uno de los pocos sitios en la Península Ibérica en que se ha mantenido la cultura del uso del cuajo tradicional en pasta, el “cuajo natural” que se suele decir, producido artesanalmente por las propias queseras. En la mayor parte del sector quesero mundial se utilizan cuajos industriales, preparados también a partir de los estómagos de corderos y terneras, por procedimientos algo diferentes a los artesanales. En el País Vasco en algunas regiones de Italia, Grecia, Egipto, norte de África, y en las Islas Canarias se mantiene el uso del cuajo artesanal de cordero y/o de cabrito en porcentajes importantes con respecto al uso del cuajo industrial. La preparación del cuajo artesanal lleva tiempo y en el resultado influyen diferentes variables, que pueden dar un producto final distinto, y modificar las características sensoriales del queso. Esto llevó a abandonar en buena medida el uso del cuajo artesanal en las últimas décadas del siglo XX, y también a que se perdieran (temporalmente) algunas características típicas del queso Idiazabal como es su sabor “picante”. Las queseras nos plantearon el problema que tenían, al no poder controlar como deseaban este “sabor picante”. Por ello, analizamos la cuestión y les pudimos dar una serie de pautas para la fabricación de esos cuajos que les permitieran controlar la calidad sensorial de los quesos con el grado de “sabor picante” a gusto de sus clientes. Desarrollamos asimismo un prototipo industrial para evitarles a las queseras el trabajo de preparar el cuajo. Últimamente estamos estudiando el efecto de la alimentación de las ovejas en la calidad nutricional del queso. Y hemos podido apreciar que varía mucho, según la composición de los piensos y concentrados, y que los animales tengan acceso a pasto fresco o no. Con el pasto fresco aumenta la concentración de una serie de compuestos que en el organismo humano parece que tienen efectos fisiológicos positivos. Estamos tratando de afinar bien los factores principales que pueden influir en la mejora nutricional, para posteriormente realizar recomendaciones al sector.

Por lo que sabemos, los resultados han sido muy satisfactorios...

Así es, y en dos ocasiones las asociaciones de productores nos han premiado por nuestra colaboración y contribución a la mejora del queso y, en definitiva, del sector.