593 Zenbakia 2011-09-23 / 2011-09-30
La sociedad está compuesta por personas que tienen muy diversos enfoques y conceptos de vida. La cohesión social requiere del establecimiento de unas mínimas normas de aceptación mutua.
Hay quienes piensan que la existencia humana se ciñe al período vital, desde el nacimiento a la muerte, y que el objetivo de nuestra vida es disfrutar, al máximo, de las oportunidades que nos ofrece. Su norma esencial es hacer la libre voluntad, matizada únicamente por mínimas condiciones de convivencia. “La vida es un momento de actividad frenética entre dos inmensos vacíos”. No existe un “antes” ni tampoco un “después”. No somos deudores del pasado ni tenemos obligaciones con el futuro. Todo lo que tenemos que hacer es disfrutar del presente. Se trata de una concepción hedonista individualista.
Hay otro enfoque que entiende que somos parte de una “gran cadena” de evolución humana. Desde los orígenes del universo se va caminando, de generación en generación, en el conocimiento y en el dominio de la naturaleza, poniéndolos al servicio de la persona. Cada generación recibe la herencia de los conocimientos acumulados del pasado a los que añade, mediante su esfuerzo, nuevos conocimientos que los ponen al servicio de generaciones venideras.
Desde los orígenes del universo se va caminando, de generación en generación, en el conocimiento y en el dominio de la naturaleza, poniéndolos al servicio de la persona.
Fotografía: CC BY - mikebaird
Esta corriente vital se siente solidaria con el pasado y pretende dejar lo mejor para el futuro aportando su labor creativa. El esfuerzo creativo, la solidaridad y la cooperación, son los valores imperantes y su objetivo vital es construir un mundo mejor. Tiene un objetivo que “trasciende” de su persona para trabajar por la sociedad y su futuro.
Hay otro enfoque vital que entiende que hay una realidad distinta de nuestra naturaleza terrena; un Ser Supremo que ha establecido el universo y que ha hecho al ser humano para que colabore en la tarea de la creación. A la idea de evolución social anterior, esta concepción añade la fe en una existencia espiritual, la esperanza de una vida futura y la oportunidad de participar en el amor de Dios hacia la humanidad.
Al afán constructivo, señalado en el caso anterior, le suma la gran oportunidad de ponerse al servicio de ese Ser Supremo, ofreciendo libremente su total colaboración. Su vida tiene un sentido que sobrepasa al natural, participando de lleno en un concepto espiritual y trascendente. Su compromiso social se nutre con su adhesión a Dios.
Estos distintos sentimientos y enfoques vitales, coexisten en nuestra sociedad que, a lo largo de las últimas décadas, ha evolucionado de forma notable. Desde una mayoría sobreentendida como creyente y practicante (¿nacional catolicismo?), se fue evolucionando hacia posiciones socialmente comprometidas, que nacen o se nutren de los movimientos cristianos avanzados. Es la época de la transición donde se van conformando los partidos políticos y las distintas corrientes, derivando lo religioso hacia posiciones laicas.
En los últimos tiempos, se van abandonando los principios y valores de compromiso y avance, para ir recalando en el puro individualismo hedonista y agnóstico. En el contexto social impera esta tendencia donde el disfrute del presente es la actitud dominante.
Es necesario que la sociedad se organice para que tengan encaje las distintas visiones vitales. Se puede reflexionar, aportar ideas, dialogar, nunca imponer, pero es preciso que se puedan vivir y compartir sin coacciones y dentro del máximo respeto, los enfoques distintos. Tengo la sensación de que, en la opinión pública actual, no sucede esto.
Hay otro enfoque vital que entiende que hay una realidad distinta de nuestra naturaleza terrena; un Ser Supremo que ha establecido el universo y que ha hecho al ser humano para que colabore en la tarea de la creación.
Fotografía: CC BY - flequi
Desde muy diversos medios se vienen vertiendo opiniones irónicas e hirientes sobre concepciones vitales, que no se corresponden con las tendencias imperantes. La solidaridad y la cooperación, así como los grandes relatos sociales que motivan la existencia de muchas personas, se consideran anacrónicos.
Es sentido de trascendencia y la religión es considerada como “los últimos vestigios de la edad media”. Por todos los medios se trata de ridiculizar, neutralizar y menospreciar determinadas concepciones vitales y las instituciones que las sustentan.
El reciente encuentro del Papa con la juventud mundial en Madrid, ha desencadenado una oleada de críticas y descalificaciones. Le han comparado como un símbolo equivalente al de la mascota de una de nuestras fiestas populares (¡no me atrevo ni a mencionarlo!), ridiculizando y minimizando su mensaje. Hay verdadera desprecio hacia todo lo que implique sentido de religión y de conceptos trascendentes.
Sin embargo, nos encontramos ante una sociedad en la que el exacerbado individualismo nos ha llevado a una injusta organización global y, al final, a una quiebra económica y de valores.
Desde concepciones minoritarias, sin complejos, aportando motivaciones y valores, es preciso salir a la opinión pública para testimoniar la visión del mundo y de la sociedad que conlleva presentar un modelo vital coherente con la historia de la humanidad. Ha llegado la hora de testimoniar planteamientos vitales.