573 Zenbakia 2011-04-01 / 2011-04-08
Hasta ahora se consideraba que la sociedad navarra de los siglos modernos se fundamentaba en la estabilidad social, así como en la ausencia de situaciones que perturbasen su tranquila existencia. Esta falsa impresión subsumía al reino tras la conquista castellana de principios del siglo XVI en un profundo letargo del que únicamente despertaba con el alzamiento carlista de 1833. Sin embargo, entre 1512 y 1808 la convivencia interna se vio puntualmente alterada en cada comunidad vecinal por la aparición de multitud de desórdenes públicos. Ante estas premisas la presente Tesis Doctoral se marcó como objetivo lograr ocupar un espacio que había permanecido prácticamente abandonado por la historiografía local.
Para responder de forma eficaz a los diferentes interrogantes que fueron surgiendo decidí recurrir a distintas fuentes. Entre todas ellas sobresalen por encima del resto los procesos judiciales relativos a desórdenes que fueron juzgados por los Tribunales Reales de Navarra y la Audiencia Episcopal. En total han sido analizados 336 sucesos que se encuentran depositados en el Archivo General de Navarra y el Archivo Diocesano de Pamplona. Bien es cierto que también se han examinado fuentes jurídicas para conocer la normativa legal existente contra este tipo de fenómenos, al igual que se ha profundizado en la doctrina de la Iglesia Católica gracias al estudio de sermonarios, constituciones sinodales y manuales de confesores. A su vez todo ello se ha complementado con el recurso a una abundante bibliografía especializada.
Lo cierto es que una de las primeras conclusiones que se han logrado entresacar ha sido el desigual reparto de los disturbios por la geografía navarra. A simple vista se ha comprobado que la mayor parte de los altercados se originaron en enclaves urbanos frente a las poblaciones más rurales, aunque ello no quiere decir que la violencia colectiva fuese un fenómeno eminentemente urbano. Junto a ello, llama poderosamente la atención la fuerte presencia que la conflictividad tuvo en las merindades de Olite y Tudela, pese a que fue la ciudad de Pamplona la que registró un mayor número de sucesos de esta naturaleza. Pero gracias a este estudio no sólo se constata su distribución geográfica, sino que también se aprecia la evolución que manifestó a lo largo de estas centurias. Un aspecto que nos pone de manifiesto dos elementos característicos de aquella sociedad. Por un lado se consigue acabar con la idea que imperaba hasta hace unos pocos años de que se trató de una etapa de nuestra historia dominada por la tranquilidad de sus habitantes, ya que se ha logrado atisbar que se experimentó una conflictividad constante, aunque también es cierto que ésta fue a grandes rasgos de baja intensidad. Y por otra parte esta investigación nos ha permitido entrever que los habitantes de Navarra acudieron a estas manifestaciones ante determinadas coyunturas.
Vista de la Ciudadela de Pamplona, según un óleo de Juan Bautista Martínez del Mazo de 1645.
No cabe duda que se trató de acontecimientos esporádicos en el tiempo. Es por ello que una de las características fundamentales de los desórdenes públicos fue que éstos se ocasionaron generalmente en momentos y lugares concretos. De esta manera se constata que existió cierta lógica en torno a la conformación de este tipo de sucesos, por lo que para poder llegar a comprender la naturaleza de los conflictos ha resultado preciso analizar su distribución temporal. Así se ha prestado una especial atención a su incidencia mensual, semanal y diaria. Apreciándose que el descanso vecinal se mostró como el instante más propicio para el estallido de altercados. Una situación que obedeció a distintos factores, caso del escaso control que las autoridades podían ejercer durante aquellas horas y a la impunidad que otorgaba a sus participantes la oscuridad. Junto a ello no debemos olvidarnos de los espacios en los que se originaron. Bien es cierto que pese a que se ha comprobado que estos sucesos se ocasionaron en la práctica totalidad de los ámbitos de la vida comunitaria, la calle se erigió como el espacio predilecto.
Al margen de estos aspectos el estudio ha pretendido entresacar quiénes fueron sus protagonistas y cuáles fueron sus pautas de comportamiento. Respecto a los personajes que tomaron parte en aquellos disturbios cabe destacar que se han diferenciado dos grupos, por un lado los que han sido denominados como los causantes e instigadores, y por otro los que se han catalogado como sus víctimas. Esto me ha permitido comprobar que la violencia colectiva no estuvo limitada en el caso navarro a un único grupo o clase social, aunque ello tampoco quiere decir que los distintos grupos sociales se encontrasen representados de un modo similar. No obstante, lo más interesante resulta apreciar qué instrumentos emplearon éstos para legitimar sus actuaciones no sólo ante el vecindario, sino también para tratar de infundir temor en sus víctimas y lograr protegerse de posibles represalias contra ellos. Puedo destacar entre los distintos útiles a los que recurrieron dos tipos: 1) comunes a cualquier desorden (desafíos y provocaciones en forma de injurias verbales y escritas, y el uso de armamento); 2) propios de ciertos altercados (comportamientos codificados, el gusto por el disfraz y el recurso a la música popular).
Pero, sin duda, uno de los aspectos más interesantes que ha logrado aportar esta investigación ha sido la enorme variedad de altercados que se desencadenaron en la Navarra moderna. Entre aquéllos se han vislumbrado cinco categorías: 1) cencerradas y matracas; 2) válvulas de escape de la comunidad (rondas nocturnas y festejos comunitarios); 3) rencillas y disputas vecinales; 4) movimientos contestatarios (motines de carácter antiseñorial y contra la nobleza local); 5) disturbios en torno al gobierno local (resistencias y desacatos contra las autoridades municipales). Aunque lo más importante es que todos ellos han sido contextualizados y comparados con los sucesos que se originaron en otros territorios del continente europeo. Gracias a ello se ha evidenciado que los mismos patrones que ha mostrado la violencia colectiva en el caso navarro se repitieron en otras zonas. No obstante, debo resaltar que este estudio también ha conseguido reflejar las distintas causas que desencadenaron cada una de las cinco tipologías encontradas. Constatándose que cada una de ellas resultó única e irrepetible porque contó con sus propias circunstancias y estuvieron rodeadas de un contexto específico.
Y para finalizar me he detenido en el análisis de las actitudes que manifestaron tanto las autoridades civiles como religiosas en su lucha contra la proliferación de disturbios. Para la consecución de este ambicioso objetivo se dotaron de distintas herramientas. Entre los diferentes mecanismos de los que se sirvieron se han diferenciado tres: 1) la legislación civil y la doctrina moral: a partir de estos instrumentos se comprueba la firme postura que adoptaron tanto las autoridades civiles como religiosas en su lucha contra la violencia colectiva; 2) los mecanismos que fueron empleados para reprimir la proliferación de desórdenes: entre los dispositivos que dispusieron nos encontramos con las rondas nocturnas y los pleitos judiciales; 3) las sanciones decretadas: se trató de un recurso destinado no sólo a castigar a los que perturbaron el orden público, sino que también pretendieron dar ejemplo al resto de la sociedad navarra. No obstante, igual de interesante ha resultado prestar atención a las distintas posturas que adoptó cada comunidad frente a estos sucesos. Para ello se ha prestado atención a las opiniones que defendieron no sólo sus causantes y sus víctimas, sino principalmente el resto del vecindario. Llegándose a comprender cuáles fueron las ideas características de la población frente a estos fenómenos.
En definitiva, considero que he logrado demostrar que el estudio de los desórdenes públicos y la violencia colectiva en la Navarra moderna nos informa sobre algo más que las grandes rebeliones y revueltas, ya que gracias a esta Tesis nos encontramos con disturbios de toda índole que a escala local nos permiten comprender el devenir de sus habitantes en sus respectivas comunidades. Revelándonos no sólo la enorme variedad de micro-conflictos que salpicaron la geografía navarra entre 1512 y 1808, sino que al mismo tiempo nos ayuda a realizar un ejercicio de historia comparada con lo que sucedía en otros territorios europeos de mayores dimensiones.