490 Zenbakia 2009-06-12 / 2009-06-19
Los dos, probablemente, desconocían la existencia del otro, pero en el enmarañado telar de la vida, el destino los citó en un punto determinado del Atlántico Norte, allí donde la tragedia acababa de dejar su sello de muerte, heroísmo y miseria humana. Gustavo Aguirre Benavides y Manuel Uruchurtu Ramírez, ambos mexicanos de origen vasco, tuvieron en común al célebre Titanic; el primero, testigo involuntario de lo ocurrido y el segundo, como uno de las víctimas mortales del naufragio.
Hervía México desde el año 1910 hacia adelante, sacudida, estremecida de norte a sur en sus conflictos internos de luchas y revueltas sin cuartel, etapa convulsa que nos llega a través de la historia como “La revolución mexicana”.
En los comienzo de 1912, la familia Aguirre Benavides despide a uno de sus integrantes que partía rumbo a Alemania, un chico de apenas 14 años de nombre Gustavo. La decisión del viaje venía impulsada por el temor a que la sublevación de Francisco Madero contra Porfirio Díaz, que ya había enrolado en sus filas a tres hermanos mayores de Gustavo, acabara por engullirlo también a él. El destino final era Berlín y la meta, una carrera de ingeniero electricista. La despedida estuvo cargada de emotividad, el joven dejaba atrás Parras, su pueblo natal rumbo a Galveston, puerto de Texas donde lo esperaba el buque Frankfurt que lo llevaría a Alemania.
Foto: cliff1066.
Del otro lado del Atlántico, Manuel Uruchurtu Ramírez, abogado de prosapia cuna mexicana y flamante diputado, se disponía a abordar el que en ese momento era la última maravilla en materia naval; el transatlántico Titanic, despidiéndose de este modo de las noches parisinas con amigos porfiristas exiliados. En los últimos días de su estadía en Europa, había aceptado la propuesta de un amigo de intercambiarse los pasajes y en la mano tenía el boleto del Titanic N.º PC 17601 a cambio de entregar el suyo a bordo del barco Paris. Se embarcaba, por lo tanto, Manuel, en el viaje inaugural de la nave británica más lujosa construida hasta entonces y que por su capacidad tecnológica, bien podía llegar a desafiar a la naturaleza y a los propios dioses.
Así, conducidos mediante los hilos de un destino caprichoso, tanto Gustavo Aguirre como Manuel Urruchurtu navegaban por las gélidas aguas del Atlántico Norte. Era la noche del 14 de abril de 1912, y el Frankfurt y el Titanic iban al encuentro de su particular historia.
Foto: bobster855.
Cerca de la medianoche el telegrafista del barco alemán recibe un mensaje que se repetía frenéticamente, eran los S.O.S lanzados por el Titanic, pedidos de auxilios que hace cambiar el rumbo del Frankfurt para acudir al punto del siniestro. El transatlántico acaba de chocar contra un témpano de hielo y se hundía irremediablemente.
Manuel Uruchurtu por su condición de diputado en visita oficial, logra subirse al atiborrado bote salvavidas número 11, pero entonces, la caballerosidad del político mexicano juega la última carta en el mazo de la vida. Ante el ruego desesperado de una dama de nombre Elizabeth Ramel Nye que implora ser incluida en el bote salvavidas, alegando que su esposo e hijo le esperan en Nueva York, y frente a la negativa de los oficiales por estar el bote al máximo de su capacidad, Manuel Urruchurtu cede su lugar, pidiendo tan solo un simple favor a la dama; que su familia en Veracruz sepa cómo fue el último instante de su vida.
Foto: Images of History.
Horas después, desde la cubierta del Frankfurt, Gustavo Aguirre observa acongojado la magnitud de la tragedia. Las aguas azules son el escenario donde los cuerpos congelados se mezclan con los innumerables objetos de los pasajeros, junto con sillas, maderas, manteles, trozos de hielos. Todos ellos flotando en un desorden apocalíptico, sobre el profundo silencio de la desgracia. Del Titanic, ni rastro.
Manuel Urruchurtu es uno más de los cientos de muertos en el hundimiento. Elizabeth Ramel Nye logra sobrevivir y años después cumple con la promesa dada a su salvado, acercando a la familia la versión de los hechos y la despedida hacia la muerte de Manuel, aunque llevando en su conciencia el hecho de haber mentido en esa noche de locura y horror, ya que ni era casada ni tenía hijo alguno. Gustavo Aguirre, por su parte, vivirá una larga existencia, hasta su fallecimiento ocurrido el 14 de abril de 1985, precisamente en el mismo día del naufragio del Titanic, una de las mayores tragedias de la navegación marítima y símbolo supremo de la vanidad humana.