437 Zenbakia 2008-04-25 / 2008-05-02

Gaiak

Un ejército surgido de la nada. La Guerra de Independencia en el País Vasco (1808-1814)

CONDE ALONSO, Asier RILOVA JERICO, Carlos



Con ocasión del bicentenario del 2 de mayo de 1808, deberíamos empezar este trabajo preguntándonos si existe alguna posibilidad, por remota que sea, de poder aportar algo verdaderamente nuevo, verdaderamente interesante, sobre el desarrollo de la llamada Guerra de Independencia en el País Vasco.

Existe la opinión, más o menos tácita, de que, en realidad, salvo recordar la obra de autores consagrados por el tiempo –aunque quizás también por la pereza mental– poco más se puede hacer para rendir homenaje a esas fechas en las que se cumplen, entre otras cosas, los 200 años del surgimiento de España como nación, o el hundimiento de las pretensiones de Francia como potencia hegemónica en Europa.

La realidad, cuando se recurre a la investigación histórica y arqueológica, es, sin embargo, muy diferente.

Así, documentos y yacimientos nos arrojan sobre la mesa evidencias contundentes, que despiertan, de entre las sombras proyectadas por esos doscientos años, objetos, hechos y personas tal vez peor conocidos de lo que se creía.

Es el caso, como comprobaremos a lo largo de este trabajo, de varios documentos del Archivo General de Gipuzkoa y del yacimiento Zarautz Jauregia de Getaria –al fin y al cabo una de las principales guarniciones francesas en este territorio–, puesto en marcha por la empresa de gestión cultural Zehazten –junto con las Universidades de Deusto y del País Vasco– para recuperar y dar a conocer la historia de esa villa con motivo de otro centenario, en este caso el 800 aniversario de su fundación, que se cumple en el año 2009. Hallazgos como los que se han realizado en él, esclarecen, en efecto, mucho sobre la Guerra contra Bonaparte en el País Vasco. Restos arqueológicos hallados en el yacimiento Zarautz Jauregia (Getaria, Gipuzkoa), contextualizados en la Guerra de Independencia española: botones napoleónicos de los regimientos 3, 24 y 120; botón con águila coronada de los Bonaparte; corneta de cazadores; dos dados de hueso; pipa de cerámica y abrazadera de fusil. Foto: Zehazten

Es cierto que, desde hace años, gracias a la biografía que el franciscano José Ignacio Lasa dedicó a Gaspar Jauregui, ya se conocían numerosos detalles sobre ese período, pero o las conclusiones del buen padre no quedaron demasiado esbozadas o es necesario reforzarlas con nuevos datos y reconstrucciones dada la unción con la que, parece ser, se sigue fomentando la creencia de que la guerra contra Napoleón se ganó en estas latitudes de la Europa meridional a base de navajazos de manolas y chisperos, emboscadas a punta de trabuco y, de tarde en tarde, cante flamenco. Todo ello repartido en dosis sabiamente medidas.

Las quejas de Francisco Vela a ese respecto en su reciente “La batalla de Bailén. El águila derrotada” y las destempladas afirmaciones de Fernando Martínez Laínez en su también reciente “Como lobos hambrientos. Los guerrilleros en la Guerra de Independencia (1808-1814)”, resumen, desde sus extremos opuestos, el estado de esa cuestión que también afecta al País Vasco.

Terciando en esa controversia puede decirse, para empezar, que lo que tuvo lugar en esos territorios, desde que comienzan a llegar allí las primeras noticias de lo ocurrido en Madrid y en Bailén, es una campaña militar en toda regla. Como las que arrasaron Europa entera desde el Moskowa hasta el Duero. El territorio entre las cuencas del Urola y del Oria no será, es preciso insistir de acuerdo a los indicios arqueológicos y documentales disponibles, ninguna excepción en ese aspecto.

Las tropas que se pusieron en pie allí entre 1808 y 1810 para hacer frente a Napoleón, como ocurre en Asturias, Galicia, las dos Castillas, Valencia, Extremadura, Andalucía... son grupos de insurgentes aislados, mal armados y peor uniformados que, según lo que ya sabemos hasta este momento, compondrán unidades de ocasión, abigarradas en su aspecto gracias tanto al saqueo y a la deficiente intendencia de un estado obligado por los invasores a la itinerancia, como a la presencia de numerosos desertores napoleónicos en sus filas. Un nuevo vistazo al historial de esos batallones, contenido en el documento del Archivo General de Gipuzkoa AGG-GAO JD IM 3 / 1 / 21 bis, lo confirma plenamente en palabras de la propia Diputación al Ministerio de Guerra.

Sin embargo, pasado el bienio 1811-1812, cuando las tropas francesas y los colaboracionistas españoles comienzan a ser empujados más allá de Madrid tras la batalla de Los Arapiles, las cosas cambian. Drásticamente. La administración del Estado, volviendo a tener una base territorial más firme sobre la que asentarse que la sitiada Isla de León, se reorganiza con energía y las fuerzas combatientes en el País Vasco, como muchas otras, son estructuradas, tanto en armamento como en uniformes como en oficialidad, de acuerdo a los parámetros militares de la época que, para desconsuelo de los amantes del casticismo, son muy similares a los imperantes en el resto de la Europa de 1808 a 1815.

Soldado del 2º Batallón de Guipúzcoa, compañía de cazadores. Ilustración: Carlos Rilova Además de lo que ya nos contó el padre Lasa, incluso uno de los géneros literarios más aburridos que existen –es decir, la factura– lo demuestra sobradamente con respecto a las unidades que combaten, por ejemplo, en torno a la zona de Getaria, vital por otra parte para abrir camino al ejército aliado hacia el corazón de Francia.

En efecto, reclamaciones como las que pueden leerse reunidas en el legajo AGG-GAO JD IM 2 / 9 / 11, presentadas por proveedores a la Diputación a Guerra -que administra los territorios guipuzcoanos liberados-, nos hablan, de manera inequívoca, de la creación de un ejército al uso de la Europa de 1800. La guerrilla que se ha fogueado bajo las órdenes de Renovales y Jauregui pasa así a convertirse en tres batallones uniformados. Desde las botas de montar y los zapatos y botines hasta los morriones, de corte troncocónico, a la inglesa, en cuero acharolado, y reglados por compañías de fusileros, cazadores y granaderos.

Las dos imágenes que adjuntamos representan a un capitán de la de cazadores del 2º Batallón guipuzcoano y a un soldado de esa misma unidad. Éste último lleva sólo el equipo básico, sin mochila o bolsa de lona blanca: fusil, de las fábricas de Plasencia generalmente, y correajes negros de origen inglés para bayoneta y cartuchera.

Ambos uniformes han sido reconstruidos, además de los indicios documentales hasta aquí citados, a través de las laminas de Knötel, que describen elementos comunes a todo el ejército aliado, y a las investigaciones de la obra de Ramón Guirao y Francisco Vela, “San Marcial y el paso del Bidasoa 1813”.

La presencia de tropas regladas como esas, próximas o de guarnición en la Getaria evacuada y destruida -el puerto es minado y volado- por los franceses en julio de 1813, está documentada en los legajos AGG-GAO JD IM 3 / 7 / 27 y 3 / 4 / 97 y AGG-GAO CO CRI 1813, caja 2, expediente 13.

Las cosas no podían haber sido de otro modo. Documentos como el legajo AGG-GAO JD IM 3 / 4 / 87 y excavaciones arqueológicas como las del yacimiento Zarautz Jauregia confirman la clase de enemigo con el que unidades como esas debieron enfrentarse. Ese documento de archivo alude al acantonamiento en Getaria de lo que las órdenes francesas de 17 de octubre de 1809 definen como “hombres aislados” reunidos en un batallón especial. El yacimiento confirma y expande esa primera, y escasa, noticia sobre la guarnición napoleónica en Getaria: en él han aparecido niveles esclarecedores sobre la Guerra de Independencia española en Gipuzkoa. Las Unidades Estratigráficas de época contemporánea presentan, en efecto, gran cantidad de evidencias del mundo militar de esas fechas. A pesar de que dichos niveles están en parte alterados por su superficialidad y los posteriores usos industriales del solar (canalizaciones, nivelaciones...), gracias a la secuencia estratigráfica, dataciones absolutas radiocarbónicas, datación relativa mediante materiales numismáticos y cerámicos y, finalmente, a su contraste con documentación archivística, se ha llegado a la conclusión de que gran parte de ellos pertenecen, inequívocamente, a la época de la Guerra de Independencia española.

Capitán del 2º Batallón de Guipúzcoa, compañía de cazadores. Ilustración: Carlos Rilova En esos niveles han aparecido frecuentemente botones militares pertenecientes a los regimientos napoleónicos 3, 24 y 120, lo cual evidencia que en Getaria, en efecto, hubo una guarnición francesa estable y bien abastecida. Pero no sólo eso, también se han extraído botones de los regimientos 20, 34, 63, 122, y de unidades de Artillería. Muestra evidente de la importancia de esta plaza como puerto y guarnición clave para el mantenimiento del dispositivo defensivo establecido en el Cantábrico guipuzcoano, cuya principal plaza era San Sebastián.

Todo ello, en conjunto, corrobora el constante vaivén de regimientos franceses que hubo allí, sumado a las tropas fijas de la plaza. Caso de las compañías francas cántabras leales a José I Bonaparte, que según José María Bueno estuvieron también acantonadas en Getaria. Dato que confirmaría el botón con la insignia de un águila imperial coronada que podemos ver en la fotografía y que, probablemente, perteneció a algún miembro de ese cuerpo. Aunque, quizás, dadas sus características, también podría atribuirse con mayor seguridad a efectivos de las numerosas y variadas unidades de la Guardia Imperial napoleónica, en transito por la provincia en febrero de 1810, según se deduce del documento AGG-GAO JD IM 3 / 7 / 21.

Además de esos reveladores efectos, en la excavación se han contabilizado la abrazadera de fusil que también mostramos en la fotografía y en torno a unas 25 balas esféricas de plomo para fusiles de avancarga, algunas impactadas -señal de combates en ese escenario- y otras intactas, así como restos de proyectiles de cañón y mortero. Los dados, botones y fichas de tablero fabricadas en hueso, y la gran cantidad de restos de pipas de cerámica (unos 50), vuelven a corroborar lo antes mencionado. Estos últimos restos son las evidencias materiales relacionadas con el descanso y el ocio de las tropas acantonadas en la villa, en sus dos variantes más comunes durante los siglos XVIII y XIX: el juego y el tabaco. Finalmente el aplique en forma de corneta que también se puede ver en la fotografía, confirmaría la presencia de compañías de cazadores en la zona.

Así pues, por unas y otras evidencias, se hace evidente la entidad de Getaria como una plaza militar francesa importante durante la Guerra de Independencia en el País Vasco. La variedad, cantidad y el contexto arqueológico de estos materiales, en interacción con los documentos históricos, así lo confirman. Nos encontraríamos, pues, ante unas tropas contra las que de nada hubieran servido, a la larga, manolas, chisperos, navajas, trabucos y guerrillas.

A la vista de datos como éstos, en las vísperas del bicentenario del 2 de mayo de 1808, ¿puede subsistir alguna duda respecto a cómo se combatió y se ganó esa campaña de las guerras napoleónicas desarrollada, fundamentalmente, entre el Urola y el Oria?

Los tópicos castizos carecen, como vemos, de base documental y arqueológica. Los guipuzcoanos de esa época debieron enfrentarse a tropas regulares y disciplinadas.

El único modo de vencerlas fue ponerse a su altura. Resulta absurdo imaginar a las unidades vascas que luchan en ese frente, como en su día se hizo, vestidos con unas anacrónicas “txapelas” –es a partir de esta guerra cuando la prenda se populariza, probablemente copiada a los escoceses de Wellesley– y calzados con abarcas. Un genero que en la época se reservaba para arar tierra y poco más, impensable para los oficiales, denigrante para la hipersensible dignidad de la Diputación que mantenía esas tropas y, además, casi inoperante para el combate frente a cuerpos como los regimientos napoleónicos acantonados en Getaria. Nada de lo dicho hasta aquí hace mejor o peor una guerra como aquella. Tan mala, en definitiva, como cualquier otra. Sólo más conocida. Y puesta al nivel al que siempre debió de ser explicada antes de que cayera en manos de pseudohistoriadores como M. Menéndez y Pelayo. A quien, incomprensiblemente, se continúa dando un crédito que en absoluto merece. Reescribiendo, una y otra vez, desde su viciado punto de vista –uno, por cierto, muy similar al de un personaje tan siniestro como Heinrich Himmler–, la Historia de la guerra peninsular contra Napoleón como la de un pueblo inculto, brutal pero noble, engañado por unos execrables dirigentes “ilustrados”, que se lanzó a la calle navaja en mano o al monte trabuco en ristre y pasmó a Europa entera con su guerra “alla rustica”. Olvidando –¿quizás intencionadamente?– que en realidad, más tarde o más temprano, guerrillas como la de Jauregui debieron ser convertidas en regimientos de línea iguales a los napoleónicos. Incluido, a título de detalle, un gran número de desertores en sus filas cuando la guerra fue llevada más allá del Bidasoa. NOTA: Excavación financiada por Diputación Foral de Gipuzkoa-Gipuzkoako Foru Aldundia y Getariako Udala-Ayuntamiento de Getaria