377 Zenbakia 2007-01-12 / 2007-01-19

Gaiak

El lino vasco, una historia a recuperar

AZPIAZU, José Antonio



La sola mención del lino en el entorno de Euskal Herria nos transporta automáticamente al escenario perfilado por las fotografías de nuestras abuelas, un mundo donde se retrata el vano intento de preservar una tradición artesanal ya caduca, anclada en el pasado. El lino también nos conduce a los trabajos etnográficos de Arín Dorronsoro y Alustiza, el poemario de Orixe, en concreto al capítulo Iruleak de su poema Euskaldunak, y por fin a las magníficas descripciones de Mogel y Larramendi. Este sucinto recorrido etnográfico e histórico queda impregnado por una sensación de decadencia, de fin de una época, y lo cierto es que responde a la realidad. Pero, ¿respondía también a lo sucedido en épocas pasadas, aquellas que anteceden a la descripción de Larramendi, de mediados del siglo XVIII? Recogiendo del río los haces de lino, en un caserío de Navarra. Foto del primer tercio del siglo XX.

Mi trabajo La historia desconocida del lino vasco (Ed. Ttarttalo) recorre la Edad Moderna, época que, en relación a lino, ha sido incomprensiblemente desatendida por la historiografía. Quizá hayan pesado negativamente, en los programas de los historiadores, los aspectos ya mencionados, y los investigadores se hayan dejado arrastrar por la tentación de proyectar al pasado la imagen trasnochada de las hilanderas de la moderna iconografía.

Sin embargo, y como contrapunto a esta visión renuente sobre nuestra historia textil, nos encontramos con la descripción de Garibay, quien no sólo ensalza las labores textiles de las mujeres vascas, sino que sitúa en el gran mercado ibérico las piezas “estrella” de su producción, las famosas beatillas. ¿De nuevo Garibay, tan sospechoso de chauvinismo en sus descripciones?, se preguntará más de uno. Yo contaba con la ventajosa experiencia de que el cronista mondragonés no sólo nos ofrecía una descripción sobre aspectos de la vida social y económica guipuzcoana equilibrados, sino que el autor pecaba de modesto. Lo comprobé con la descripción del acero de su villa natal, Arrasate, y me ha vuelto a ocurrir en el caso del lino, en cuyo caso me volví a encontrar con un Garibay no sólo veraz, sino morigerado en sus apreciaciones.

La presencia del elemento lino en la Edad Moderna de Euskal Herria es simplemente apabullante. Como punto de partida, nos encontramos que importantes compañías comerciales vascas tenían como principal objetivo la importación de linaza (semilla de lino) de Portugal, a donde nuestros mercaderes acudían para vender sus productos de hierro y volvían con cientos de sacas (sacones de 200 kilogramos) de estas semillas. El negocio era tan atractivo que en ello se empeñaban también mercaderes portugueses. Las lonjas de las villas marítimas y de nuestros puertos fluviales (pensemos en Altzola o en Bedua) almacenaban ingentes cantidades de linaza, a la espera de proceder a su distribución por los puntos geográficos más remotos. Batiendo el lino. Foto de principios del siglo XX

En el momento en que la linaza llegaba a las villas, barrios y caseríos, el proceso recaía exclusivamente en manos de las mujeres, muchas de las cuales organizaron su vida laboral, social y económica en torno al lino. Las amas de casa, o las muchachas casaderas, se afanaban en cubrir las necesidades familiares, aunque no eran ajenas las, llamémoslas así, “peligrosas” veleidades reivindicativas. Pensemos en las llamativas interpretaciones que se han formulado sobre las tocas cuneiformes que las mujeres se resistieron a desterrar, a pesar de las prohibiciones eclesiásticas. Pero el amplísimo colectivo de mujeres solteras generó, en torno a la confección de lienzos, una auténtica república que, amparada en un apreciable poder económico, consiguió una relevancia social inconcebible en otros contextos sociales. Tal fue el impacto de su presencia en una sociedad tradicionalmente controlada por los hombres que las instituciones se vieron forzadas a otorgarles una curiosa pero sugerente denominación, la de “mujeres libres”, que no tenía otro significado que el de “mujeres liberadas”, no sujetas al yugo del género masculino, como ya indiqué en Mujeres Vascas: Sumisión y Poder.

La pregunta clave y lógica versa sobre si esta actividad se revelaba como económicamente relevante, y no precisamente en el mercado interno, aspecto que en absoluto resulta banal, sino con vistas al escenario que marcaba las pautas de la economía vasca de la época, el de la exportación. Naturalmente, no cabe hacer comparaciones con el mercado del hierro, ni con el de las pesquerías de Terranova. Pero resulta sorprendente que, a finales del siglo XVI, sean las propias autoridades provinciales guipuzcoanas, hasta entonces reacias a dejar asomar la industria textil en su panorama económico, las que proclamen que la economía provincial se basaba en la fabricación de hierro y de lienzos. Este cambio de criterio podría, en parte, deberse a la intención de hacer frente a los tejidos ofrecidos por los portugueses; pero distintas fuentes nos demuestran que el mercado exterior de los productos textiles vascos, en particular el de la beatilla, era un hecho incontestable.

En primer lugar, el mercado ibérico: los centros mercantiles castellanos, andaluces, y mediterráneos más importantes reciben importantes cantidades de beatillas, que tras fabricarse en los hogares vascos se acoplan a lomos de mulas acogidas en grandes cajones. Toledo, Valencia, Sevilla, Medina del Campo, son destinos habituales de mercaderes vascos portadores de estas beatillas. Útiles para tratar el lino, conservados en el Museo Etnográfico (San Telmo) de San Sebastián: 4. Banco de gramadera (procedente de Arama); 6 y 7. Mazos para macerar el lino (proc. de Beizama y Legorreta, respectivamente); poyo de piedra sobre el que se golpea el lino (proc. de Alegría); 9. Agramadera para quebrantar la parte leñosa del lino. La pieza en forma de zanco sirve de apoyo a la que porta la cuchilla de agramar (proc. de Aizarna); 14. Pie derecho en cuya parte superior se coloca el lino para golpearlo con la espaldilla (Aizarna); 15 y 20. Espaldillas (Aizarna y Elosua); 16. Agramadera (Aizarna); 17. Cardadora (Legorreta); Agramadera de púas de hierro para desbrozar el lino de semillas y ramas

En segundo lugar, el mercado americano. Este es, sin duda, un ámbito por explorar, pero una mayor atención nos podría proporcionar, a no dudar, datos de gran interés. En el libro indico tres facetas que deben tenerse en cuenta: los envíos de particulares a sus propios familiares de lencería fina, probablemente para confeccionar camisas, sábanas o toallas; las cargazones “menores” que, por sus características, y por ir de relleno en envíos de herramientas de hierro, se tiende a no mencionarlas; y las solicitudes de vascos residentes en América de productos textiles de su tierra. El caso que aporto del obispo durangués Juan de Zumárraga, quien solicita desde México el envío de nada menos que 3.000 camisas de lienzo (lino) fabricadas en su tierra, asegurando la aceptación que habían de tener en el mercado americano es, cuando menos, significativo. En tercer y último lugar, otro dato correspondiente al año 1603 que se revela sintomático. Me lo encontré una vez que el libro se hallaba en la imprenta, y refuerza la hipótesis de que la fabricación de beatilla se hacía con vistas al mercado exterior, en este caso el europeo. Junta de Bidania, junio de 1603: la Provincia se queja al Rey de que sólo permite exportar hierro y acero, y exclusivamente a Francia, cuando, proclama, la provincia produce “sidra, piedras de molar y para molinos, arcos de palo”, y añade: “y lienzo que se hace en la Provincia”. Meses más tarde, en la Junta de Azpeitia, diciembre de 1603, la respuesta del rey permite exportar sidra, pipas (barricas) y, se dice textualmente, beatillas. No se sabe en qué grado, pero este escenario insospechado muestra una presencia consolidada de la lencería vasca en Europa.