349 Zenbakia 2006-05-26 / 2006-06-02

Gaiak

Las apuestas: pelota y traineras (1885-1897)

MACÍAS MUÑOZ, Olga

Universidad del País Vasco



Las apuestas eran, sin lugar a dudas, una de las vertientes más significativas de los retos que tenían lugar dentro de los deportes tradicionales vascos. Independientemente de la acción del desafío, lo que ya ponía de manifiesto el sentido lúdico de esta acción, dentro de un marco de confrontación en el que siempre había un vencedor y un vencido, se le añadía la vertiente de la apuesta concertada entre los mismos contrincantes y que era condición indispensable dentro del reto. Sin embargo, este aspecto de las apuestas no se circunscribía solamente a los competidores de estos desafíos, sino que también se expandía a todos los niveles de la sociedad por medio de las traviesas, es decir, las apuestas cruzadas por aquellos que no participaban en la prueba.

Según recoge el Diccionario de la Real Academia Española, las traviesas son, dentro de una primera acepción, aquello que se juega además de la apuesta, y dentro de una segunda acepción, aquella apuesta que él que no juega hace a favor de un jugador. Por otra parte, según este mismo diccionario, atravesar es cuando nos referimos al juego, poner traviesas, apostar alguna cosa fuera de lo que se juega. Por último, la palabra momio hace referencia a lo que se da u obtiene sobre lo que corresponde legítimamente, dentro de lo apostado, se sobreentiende.

Dentro de este artículo, haremos referencia a lo que fue el fenómeno de las apuestas dentro de dos de los pilares básicos del deporte tradicional, como la pelota y las traineras. En efecto, la pelota y las traineras han sido y siguen siendo hoy en día dos de los deportes más emblemáticos dentro del panorama deportivo vasco. Aunque en la actualidad este tipo de confrontaciones no se pueden considerar como deportes de masas, sí que lo fueron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX a tenor de la gente que movilizaban. En ambos tipos de deportes se medían las fuerzas de los contrincantes, era, por lo tanto, el factor humano lo que entraba en liza, con sus esfuerzos y limitaciones. Claro, que todo era cuantificable, incluso el tanteo de un juego como la pelota, o la resistencia y habilidad de los remeros en llegar los primeros. Y en este aspecto, se ponía precio al esfuerzo de unos y de otros mediante las apuestas. La implicación de estos participantes en las apuestas era muy variada y dependía de los tipos de partido que se desarrollase o del reto que tuviese lugar. La Pelota

Indalecio Sarasqueta "Chiquito de Eibar". Dentro del mundo de la pelota, eran las empresas concesionarias de los frontones las que tenían a los pelotaris en nómina. Éstos recibían, además de un sueldo inicial estipulado, una serie de primas en función de su buen juego. Por otra parte, estas empresas concesionarias organizaban las traviesas que tenían lugar mientras se jugaban los distintos partidos. Independientemente de este marco institucionalizado del frontón, a finales del siglo XIX, todavía quedaban resquicios de lo que había sido una práctica habitual dentro de las canchas. Nos referimos a los retos o desafíos que se lanzaban y que se recogían a modo particular, bien entre profesionales de este juego o, bien, entre amateurs.

Un buen ejemplo de toda la parafernalia que acompañaba a estos desafíos, en los que se apostaban entre los contrincantes importantes sumas de dinero, es el que apareció anunciado en diversos rotativos guipuzcoanos y vizcaínos en 1885. Ángel Múgica (el Vergarés) envío una carta a distintos periódicos por la que desafiaba a Indalecio Sarasqueta (Chiquito de Eibar), para jugar dos partido en el frontón de Vergara. En la citada misiva se recogían las condiciones de los dos partidos que habrían de realizarse, las cantidades de dinero que se pondrían en medio por parte de ambos jugadores, qué pasaría con este dinero sí se suspendían los partidos y, por último, dónde depositar este dinero. El Vergarés, en un alarde de reconocimiento del adversario, le decía a Chiquito de Eibar que hacía tiempo que se le consideraba como el rey de los jugadores de pelota y que, además, le llamaban el invencible por los muchos triunfos y victorias que había conseguido, tanto en los frontones vascos como allende los mares.

Acto seguido el de Vergara le proponía al de Eibar jugar dos partidos, el primero a modalidad libre, con pelota de Pamplona, el desafiante con cesta y el desafiado con pala, a sacar cada uno los cinco cuadros. En este primer partido se jugarían 2.500 pesetas por cada parte. El segundo partido, sería a cesta con habilidad libre, a 60 tantos, con las citadas pelotas de Pamplona, a sacar también los cinco cuadros. Esta vez, Chiquito de Eibar tendría que poner 3.000 pesetas, y el Vergarés, la mitad, o sea 1.500 pesetas. Dentro de las condiciones que éste último establecía para este desafío estaban las siguientes: partido principiado, debería ser concluido; aquel que suspendiese un partido perdería la cantidad que jugaba; únicamente el mal tiempo sería la causa legítima de la suspensión de estos encuentros; y, para finalizar, el dinero apostado entre los contrincantes se depositaría en manos del alcalde de Vergara en vísperas de los partidos, además, este compromiso se elevaría a escritura pública.

Ángel Múgica. El Vergarés apelaba al deseo de no disgustar ni a las autoridades, ni mucho menos al público, que estaba en su derecho de juzgar a ambos contrincantes con toda severidad, siempre que éstos no cumpliesen con lo pactado. Es más, solicitaba a su competidor que pusiese también por su parte para captar ambos las simpatías del público y, fuese cual fuese el resultado de la lucha, se dijese, al menos, que los dos habían cumplido como buenos y leales. Nada más se supo de este desafío.

En la primera mitad de la década de los 90 del siglo XIX, desde un plano ya profesional del deporte de la pelota, las empresas concesionarias de los frontones fueron consolidando un tupido entramado de partidos con sus consiguientes apuestas. Los anuncios de los encuentros que se iban a celebrar y las noticias de sus resultados eran continuas en la prensa. No se omitía detalle alguno del desarrollo de estos partidos, en parte, para disfrute de los numerosos aficionados que no podían presenciarlos, si bien, nada se decía sobre las apuestas paralelas que se atravesaban con motivo de estas competiciones. Ya hemos indicado que eran las empresas concesionarias de los frontones las que organizaban las citadas apuestas y que constituían realmente el auténtico negocio del juego de la pelota. Por su parte, los jugadores cobraban lo que mediante contrato la empresa les ofrecía, además de ciertas cantidades para los gastos que en sus desplazamientos podrían tener. Mientras tanto, al menos oficialmente, se silenciaba la posible participación de estos jugadores en el pingüe negocio que suponían las traviesas de los frontones.

Aún así, era de dominio público las nefastas consecuencias que este tipo de apuestas traían para muchos hogares. En 1895, en pleno del Ayuntamiento de Bilbao, los republicanos, ante la prohibición por parte de los gobernadores civiles de Barcelona y de Madrid de las apuestas, presentaron una moción para que este consistorio solicitase al gobernador civil de Vizcaya que suprimiese también las apuestas de los frontones. La discusión entre republicanos y tradicionalistas, éstos últimos a favor de que se continuase con las traviesas, se convirtió en un auténtico rifirrafe con duras acusaciones. A los tradicionalistas se les recordaba sus vinculaciones con la empresa concesionaria del Frontón de Abando. A su vez, éstos rebatían a los republicanos diciéndoles que no existía disposición legal alguna que prohibiese las apuestas, y que sí el gobernador suspendía las apuestas, faltaría a la ley, lo cual, añadían, era más inmoral que el juego mismo. Del mismo modo, los republicanos recordaban que no pocas personas habían dejado de asistir a los frontones por no oír pregonar escandalosamente las enormes cantidades de dinero que se atravesaban, a la vez que recordaban la obligación moral del Ayuntamiento de evitar los disgustos de las familias ante las fuertes pérdidas económicas que acarreaban este tipo de apuestas. La moción republicana fue aprobada en el pleno del consistorio, si bien, el Gobernador Civil no llegó a prohibir las traviesas en los frontones.

El cruce de acusaciones que tuvo lugar en el pleno del consistorio bilbaíno que anteriormente citábamos, se trasladó a la prensa. Los columnistas societarios acusaban de cinismo a aquellos periódicos que eran los portavoces de las empresas concesionarias de los frontones. Los primeros hablaban de poner un límite a las apuestas, mientras tanto, los segundos eran contrarios a que se prohibiesen las apuestas fuertes, como las de cuarenta a cien, ya que de seguir ese camino, decían, se llegarían a suprimir las traviesas de los frontones. Mientras tanto, la realidad tomaba otra vía, puesto que algunos miembros del Ayuntamiento de Bilbao, lo que en verdad planteaban, era la supresión de las subvenciones que esta entidad otorgaba a la empresa concesionaria del frontón Euskalduna, sin duda alguna, medida lejana a cualquier supresión de las apuestas.

Con la entrada de un nuevo Gobernador Civil en 1897, y ante las primeras medidas que éste tomó cerrando las casas de juego, se reanudó la campaña contra las traviesas de los frontones. A pesar del escepticismo generalizado, el recién llegado delegado del Gobierno aseguraba que también prohibiría este tipo de apuestas. En efecto, al final cumplió su palabra y prohibió la presencia de corredores de apuestas en los frontones. Esta medida llevo al concejal socialista de Bilbao Facundo Perezagua a proponer, en pleno del consistorio, que el Ayuntamiento acordase haber visto con gusto la resolución de la supresión las traviesas pelotísticas. Sin embargo, el señor Ugarte, concejal teniente de alcalde del citado cabildo, a la vez que accionista de la empresa que llevaba el frontón de Abando, el Euskalduna y otros más, defendió con saña la transparencia de la actuación de esta sociedad en la cuestión de las apuestas. Por el momento, la propuesta de Perezagua se tomó en consideración para su discusión en el siguiente pleno del ayuntamiento. Así se hizo, se retomó el tema, y de nuevo un concejal, Andrés Isasi, también accionista de la empresa concesionaria anteriormente citada, arremetió contra la prohibición de las apuestas, postura a la que también se sumó el alcalde. De este modo, tras una acalorada discusión se desestimó la propuesta del edil socialista.

Por el momento, al menos legalmente, las apuestas en los frontones estaban prohibidas, pero desde aquellos periódicos que eran la voz de los accionistas de las empresas concesionarias de los frontones, se acusaba que se seguían organizando apuestas clandestinas con motivo de los partidos de pelota. Aquellos rotativos contrarios a las apuestas consideraban que la estratagema de estas empresas concesionarias era clara, puesto que acusaban a otros de organizar estas timbas ilegales, para dar una imagen de irregularidad que llevase al gobernador civil a legitimar estas apuestas a través de las empresas oficiales. Aún así, la prensa societaria ponía en duda la existencia de las citadas apuestas ilegales. Las traineras

Tampoco el deporte de las traineras se vio ajeno al bullir de las apuestas. Uno de los ejemplos que mejor demuestra lo que llegó a movilizar todo este aspecto crematístico vinculado con el deporte del remo, nos viene muy bien explicado a través del reto que tuvo lugar el 30 de noviembre de 1890 entre donostiarras y ondarreses. No vamos a entrar ahora a describir los prolegómenos de esta prueba, ya que fueron sumamente arduos, llenos de requiebros por ambas partes. Con bastante antelación al desarrollo de esta regata, y mientras tenían lugar las gestiones entre las comisiones de los remeros de San Sebastián y los de Ondárroa para llegar a un acuerdo sobre el modo y el cuándo de este desafío, la expectativa popular sobre este evento iba en aumento. Buena prueba de ello fueron las traviesas que se cruzaron a favor de uno u de otro contendiente.

El dinero apostado oficialmente entre ambos bandos era de 25.000 pesetas, pero las cantidades atravesadas entre particulares excedieron con creces esta cifra. La prensa se hizo eco de este tipo de apuestas y cuando parecía que las negociaciones para llegar a un acuerdo para celebrar la regata iban por buen camino, los periódicos de San Sebastián recogían la noticia de que había un gran número de personas que estaban dispuestas a atravesar importantes sumas a favor de los remeros de esta ciudad. El 10 de octubre, a 42 días para la fecha que se había fijado inicialmente para la celebración de las regatas, ya habían comenzado a concertarse algunas traviesas. Había una señora que quería jugarse 20.000 pesetas a favor de los de Ondárroa y el dueño del Café del Norte de San Sebastián tenía 25.000 duros depositados para hacer traviesas a favor de los marinos donostiarras. Se calculaban en miles de duros las apuestas que se estaban realizando por esos días en la capital donostiarra a cuenta del regateo.

A medida que las negociaciones sobre las condiciones de la regata se estaban llevando a cabo, los ánimos se iban caldeando. No se cruzaban solamente apuestas a favor de quién quedaría ganador de la prueba, también se concertaron apuestas sobre el transcurso de la regata. Por ejemplo, hubo quien apostó a que en el primer tercio del recorrido los de Ondárroa no sacarían ventaja alguna a los de San Sebastián, e incluso a que éstos no llegarían a la meta. También se llegó a apostar en cuánto tiempo se haría la regata y qué tripulación era la que tenía un peso mayor.

Conforme se iba acercando la prueba, el afán por cruzar traviesas era cada vez mayor y la prensa donostiarra calculaba que se llegarían a concertar hasta 70.000 duros en apuestas. Los socios del club de la Sociedad “El Sitio” de Bilbao, enviaron a San Sebastián un telegrama interesándose en la cantidad que se estaría dispuesta a jugar en esta ciudad a favor de los donostiarras. Continuaban haciéndose importantes traviesas, abundando el dinero por Ondárroa pero, a pesar de ello, se iba enfriando un poco el entusiasmo por apostar.

Esta cuestión de las apuestas no se vio exenta de polémica por parte de la prensa y El Porvenir Vascongado de Bilbao acusaba a La Voz de Guipúzcoa de inflar las cifras que citaban sobre las cantidades apostadas. El periódico bilbaíno indicaba que habían salido de Ondárroa a San Sebastián más de 20.000 duros para ser cruzados, pero que no se encontró a nadie que quisiera atravesar una sola peseta. La Voz de Guipúzcoa le rebatió, diciendo que sólo en el Café de la Alameda se habían realizado traviesas por cantidad mucho mayor y que en el Café del Norte se habían atravesado 6.000 pesetas, además de otras apuestas realizadas en otros cafés y por otros particulares donostiarras y que hasta el momento ascenderían a 36.500 pesetas. Y todo esto, sin tener en cuenta lo que se jugaba en otros sitios como la Pescadería y pueblos de Guipúzcoa, de lo que no se tenía constancia pero que ascendía a importantes cantidades.

Las traviesas fueron incrementándose en cuanto se acercaba el día de la prueba. La mayoría de las apuestas eran a favor de los ondarreses y se realizaban hasta con momio (traviesas con interés añadido sobre la par). El Club Náutico de Bilbao envió a San Sebastián un delegado con 20.000 duros para jugarlos por los ondarreses. En Tolosa eran muy importantes las cantidades apostadas a favor de los vizcaínos, y se dieron casos reveladores como el de un pastor de Hondarribia que apostó también a favor de éstos una cabra, o de un pescador de San Sebastián que depositó en una taberna un cauchú para cruzarlo por de los donostiarras. Hubo también pescadores de San Sebastián que, a falta de otros bienes, llegaron a apostar sus colchones a favor de sus convecinos y otro de Ondárroa que llegó a jugarse el elástico (camiseta) por sus paisanos. En la proximidad de la regata, las apuestas se iban igualando en torno a los dos contrincantes, a pesar de ello, a última hora se buscaba con afán el dinero por Ondárroa para jugar a la par a favor de los donostiarras. Se calculaba que pasarían de 250.000 pesetas la cantidad que se había llegado a apostar a cuenta de la regata.

Los donostiarras fueron los vencedores de este reto, y la explosión de alegría y júbilo que siguió en San Sebastián a la victoria de sus remeros, desembocó en una inmensa algarada popular, en parte, por los importantes beneficios obtenidos por las apuestas. Sin embargo, las consecuencias de la derrota fueron nefastas para Ondárroa. Ésta quedó arruinada, y llegó el caso de mareantes que perdieron la lancha y las artes de pescar. La mala situación en la que quedaron los marinos ondarreses fue incentivo para que se abrieran distintas suscripciones a favor de ellos, la primera, la auspiciada por el Club Náutico de Bilbao. Por su parte, los remeros de Ondárroa cumplieron con la deuda de 20.000 pesetas que quedaba pendiente del reto con los pescadores donostiarras. Como consecuencia de este elevado desembolso, los ondarreses vieron acuciadas las penurias a las que ya estaban sometidos ante la deuda que todavía estaban pagando como resultado de los gastos originados por la última guerra civil. Con el tiempo se reanudaron las apuestas de los frontones bajo un férreo control de las autoridades. Por otra parte, con la generalización de las ligas de traineras, se fueron consolidando empresas que se especializaron en las apuestas vinculadas con este tipo de eventos. En la actualidad, ambos tipos de apuestas siguen teniendo lugar, formando parte consustancial del deporte de la pelota y del remo. Lejos quedan las formas arcaicas de traviesas en las que eran noticias constantes la quiebra de haciendas familiares y la indefensión de los parroquianos de estas timbas. Las autoridades, desde un paternalismo mal entendido, tomaron una postura salomónica que, sin llegar a la prohibición de las apuestas, con el consiguiente perjuicio para las empresas que se dedicaban a estos negocios, limitaron su cuantía. De este modo, todos quedaron contentos, las empresas continuaron haciendo negocio y sus parroquianos seguían apostando dentro de unos límites que las autoridades consideraban convenientes, sin riesgo alguno a escándalos sociales que soliviantasen más ánimos que aquellos de los sectores más críticos de la población.