323 Zenbakia 2005-11-18 / 2005-11-25
El hombre es la más bella conquista del aire.
Juan Larrea
E Félix Maraña Sánchez. s ya un sello de identidad en la obra ensayística de Félix Maraña el compromiso con todos los rincones desasistidos de la memoria. A menudo el trazo grueso con el que acostumbramos a dirimir la historia nos priva, en el más inofensivo de los casos, de saludables matices, y en el peor, oculta flagrantes olvidos, amnesias voluntarias que terminan por erigirse como el más efectivo de los sedantes con los que gestores y administradores de la cultura conveniente apaciguan las malas conciencias. Son muchos los estudios que Maraña ha ido publicando a lo largo del tiempo en diversas revistas y libros colectivos que, en su conjunto, componen una verdadera historia cultural, y merecerían ser recogidos en libros, posiblemente varios volúmenes, tal como ha sugerido el catedrático y académico vasco Henrike Knörr. Maraña, incluso en las páginas de pretensión más divulgadora que publica en los periódicos, hace estampas de visión cosmogónica y multipolar de los más importantes personajes y asuntos de la cultura vasca contemporánea.
Y este es el caso. Hilar fino y de forma esclarecedora, tal es la pretensión de Félix Maraña en la extensa conferencia que lleva por tentador título: “Juan Larrea y el exilio cultural. Su relación especial y la de otros vascos con Pablo Neruda”. Pronunciada en el Círculo de Bellas Artes (Madrid), el 26 de octubre de 2004, dentro de las Jornadas sobre Vascos Universales en el siglo XX, organizadas por la delegación de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, y editada ahora en libro por Biblioteca Nueva, bajo el título de Vascos universales del siglo XX.
Juan Larrea (1895-1980), uno de los máximos exponentes del exilio republicano de 1939; poeta, coleccionista, crítico certero, autoridad ética de su tiempo y de los que habrán de venir. Figura intelectual que Maraña rescata por principio y justicia, sumándose a las tentativas de José Luis Abellán o Secundino Serrano en su ánimo por destemplar la memoria colectiva oficial, incapaz de asumir como parte sustancial del patrimonio histórico propio el legado intelectual en el exilio.
Nos presenta Maraña un Larrea generoso, entregado, de amplio aliento humano y compromiso vital, atento y perceptivo a los cambios de su convulso tiempo, con un exquisito don para la transfiguración. Un Larrea camaleónico, regido por la siempre saludable intención de no traicionarse a sí mismo; decidido a abandonar la pálida inercia de los gestores, su trabajo de funcionario en el Archivo Nacional de Madrid en 1925, para vivir el mundo “poéticamente”. Asistimos a una callada y certera labor intelectual, que nunca habría de ceder a las intrigas y luchas de poder de su coetáneos: interventor de la vanguardia, propulsor del creacionismo, promotor y fundador de diversas y encomiables revistas literarias (Favorables-París-Poema, con Vallejo, España Peregrina, Cuadernos Americanos), introductor de Cesar Vallejo en España, primer editor de Neruda en Europa, recolector por cuenta propia del arte precolombino -honda pasión del poeta bilbaíno; en la cantera incaica sabrá reconocer los altos presupuestos de su propia poética- para su posterior donación al pueblo español en plena guerra civil, riguroso e incisivo crítico de Neruda, Picasso, y tantos otros. Generosidad que lo llevará en 1937 a una nueva transfiguración por la que verá disolverse su personalidad en favor de la tragedia colectiva, adoptando un ineludible compromiso con la causa republicana, y organizando el exilio de los vencidos en América.
Juan Larrea Celayeta. De especial interés resulta la consideración de los muchos desencuentros que el poeta vasco tuvo con Pablo Neruda a partir de la huida de éste último a España en 1934, cansado de las críticas de sus colegas chilenos, en busca de un incontestable reconocimiento; en París en 1937, o más tarde en 1941 en Méjico, donde Larrea trasladará junto con Bergamín la Junta de Cultura, verdadera embajada de la República en el exilio.
Desencuentros en los que no pasa desapercibido un tácito y mutuo respeto, sostenido de muy distinta manera, dada las dispares y encontradas personalidades de ambos poetas. Un Larrea introvertido y discreto, cercano a la invisibilidad, que en alguna ocasión le valió una nueva transfiguración, mudar ante quienes nada sabían de su obra en el seudónimo de su amigo Gerardo Diego. En frente un Neruda propenso a “la consideración propia y la exhibición”. “Neruda era torrencial y dramático, Larrea confidencial y dosificado”, nos advierte Maraña; ambos comparten un “inquebrantable amor por el sentido de la palabra: el verbo auténtico”, “pero lo que en Neruda era conciencia, historia y naturaleza, en Larrea era conciencia, historia, espíritu y visión. La poesía del chileno está envuelta en una corteza de realidad volcánica, y la de Larrea de surrealidad mística y teleológica”.
Episodios de una confrontación intelectual contenidos en el último libro de Félix Maraña Neruda y los Vascos de próxima aparición, donde asistimos a un Neruda airado, temeroso de la autoridad crítica de los adversarios que él mismo fue cultivando: Huidobro, Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego, el otro Pablo chileno: de Rokha, León Felipe, y el propio Larrea, quien prestó una amplia razón a la obra de Neruda, y favoreció, desde una inteligente oposición nuevos caminos a la solvencia de una gran voz. Rigurosa atención crítica que la ambición de Neruda, entretenida en un torpe cuidado de su buen nombre, nunca supo entender.
La figura de Larrea, su responsabilidad y sentido crítico, el rigor y catadura moral del intelectual vasco queda de manifiesto en la “Carta a un escritor chileno…”, donde tienen cabida un amplio sentido de la amistad y una elevada noción del quehacer poético, que lo llevará a no traicionar a Huidobro, su amigo y maestro, ante la tentativa de Neruda de convertir su llegada a Madrid en 1934 en un panfleto contra su rival chileno; tomar distancia de gran parte de los planteamientos vitales de muchos de los poetas del 27, denunciar su docilidad y profundo desconocimiento de los problemas del hombre; o prevenir a Cesar Vallejo y al mismo Neruda acerca del caro lastre que supone para la creación poética ciertos compromisos políticos.
Neftalí Reyes Basoalto (Pablo Neruda). Se completa este ensayo con unos breves apuntes acerca de la relación de Neruda con otros vascos: La influencia de Pío Baroja en la obra del joven poeta chileno, interés y admiración que lo acompañará toda su vida; la decisiva intervención de Ángela Figuera Aymerich en la interrelación de los intelectuales del exilio y del interior que llevará a Neruda a restablecer el abrazo con “Carta a los poetas”; la virulencia con que en la obra de Gabriel Celaya prende la voz de Neruda y Larrea. Breve anecdotario que por si mismo justificaría un nuevo ensayo que ahondara y esclareciera dichas relaciones.
Confluyen en estos retratos de vascos universales el habitual rigor histórico al que Maraña nos tiene acostumbrados, y la no menos hondura interpretativa del bagaje vital de dos grandes figuras del siglo XX. Vascos universales trata a su vez del entendimiento americanista singular de Larrea, escrito por Paz Cabello, directora del Museo de América, así como aporta el retrato de otro vasco de entendimiento universal: Ignacio Ellacuría.