315 Zenbakia 2005-09-23 / 2005-09-30
Cuando tenía prácticamente preparado la mayor parte de este breve artículo, en una de esas escasas incursiones personales visuales ante la pequeña pantalla, no fue tal mi sorpresa, al observar y, al mismo tiempo oír, la obra musical “El Caserío” en la versión en euskera “Baserri”, en la cual aparecen una serie de personajes, no tanto curiosos como exagerados, representados por actores y cantantes, supongo profesionales, o semiprofesionales.
La peculiaridad de algunos comportamientos, el decorado y apariencia del caserío Sasibill y, hasta cierto punto, la utilización de una indumentaria a tener en cuenta, recordándome todo ello a las pinturas de Arrue, no hizo más que reiterar, contextualmente, mi escrito cuasi finalizado, en relación a lo que se representa inundado, salvando las distancias, de un evidente halo “costumbrista”, producto de la, a veces, inconsciente fórmula de la no realización de una investigación o búsqueda de asesoramiento por falta de conocimientos previos. Los casos abundan en otros terrenos que no son los estrictamente teatrales.
Por lo tanto, no es de extrañar que durante varias décadas además de las estéticas desfasadas o carentes de base histórica, se lleven utilizando, o infrautilizando, ciertas palabras, acepciones o frases que en el fondo producen una cierta confusión en el mundo o parte de la sociedad en la que nos movemos o vivimos diariamente. Y no nos referimos a la diferencia ortográfica entre Folklore con “k” y Folclore con “c” y todo lo que abarca, es decir la tradición y lo actualizado a nivel de estudio, sino a la posibilidad de los variados significados existentes para cada sustantivo, que oscilan entre: la distancia temporal, el cambio idiomático, la diferencia interpoblacional o familiar, etc.
Folklore, tradición, costumbre, conocimiento popular... palabras tan llenas de expresión y esencia como vacías de sentido. Tan precisas como ambiguas. Tan supravaloradas como infravaloradas. Tan defendidas verbalmente como necesitadas de apoyo.
Aunque no estamos aquí para defender teorías acerca del propio derecho conceptual, sí creemos que se debe aclarar continuamente su necesario sentido consustancial al tiempo al que pertenece y circunscribir espacialmente cada aspecto modificado o susceptible de cambio. Y es en este punto donde la matización de posicionamiento y formas de actuar de cada sociedad abarcan los ámbitos lingüístico, de conocimiento, de pensamiento, de sentimiento y, porque no, de rivalidad e ignorancia. La incultura no sólo se encuentra al margen de la cultura, sino, a veces, en el interior de la misma.
Por un lado nos encontramos con la defensa que se realiza como productos verdaderamente propios, genuinos, únicos, mantenidos sin ningún tipo de cambios “desde tiempo inmemorial...” Como ejemplo, y para abrir boca, valga el supuesto origen del Carnaval, buscado denodadamente por diferentes investigadores, periodistas y colectivos, en un afán sin precedentes. Carnaval de San Sebastián de 1908. Carroza "La Construcción".
Quizás sea éste, el Carnaval, una de las celebraciones festivas que a lo largo de la historia haya ido modificando, no sólo en el aspecto de elementos que lo conforman sino, y además, el propio sentido y significados sociales, emergentes y divergentes en diferentes momentos y épocas. La resurrección del Carnaval en Euskal Herria, a partir de 1976 no ha sido, como se determina, “patrióticamente”, la instauración de las viejas formas. Y tampoco tiene porque ser así, pero no nos engañemos, ni engañemos; es la perspectiva actual, o actualizada, de un evento del pasado.
La defensa, a veces a ultranza, de un supuesto arcaísmo de los componentes de ciertos Carnavales no tiene otro resultado que el obtener un llamémoslo descrédito. Debemos recordar que entre 1936 y 1975 el Carnaval se encontraba prohibido por orden gubernamental y que, hasta entonces, había sufrido una transformación constante. Si bien es verdad que ciertas celebraciones se han mantenido a duras penas, y no de forma continuada; otras, consideradas como totalmente no trastocadas, se antojan, cuando no menos, curiosas. Los Carnavales de Lantz fueron recuperados en 1964, 28 años después de su última actuación, hecho éste producido por la realización de un documental dirigido por Pío Caro Baroja a instancias de su hermano Julio. Para ello se reunió a los jóvenes del pueblo, que no habían visto nunca los mismos, y a los ancianos que les condujeron con los patrones, suponemos, de antaño. A otro nivel, esto mismo ha sucedido con otras celebraciones carnavalescas, de orígenes geográficos diversos en tiempos pasados, y más concretamente entre las décadas de 1960 y 1970: Zalduondo, Salcedo, Abaltzisketa, Markina o Donostia, entre otros. En años posteriores, las vías de recuperación han ido variando: información de los ancianos del lugar, datos de publicaciones, asesoramiento diverso, etc.
Más complicado se hace el conocer una única palabra para definir el Carnaval en euskera. Junto a las presumiblemente oficiales, Ihauteriak o Iñauteriak, que en el fondo son locativas, también existen entre otras: Aratosteak, Ioteak, o sus derivadas, e incluso Karnabalak. Los jóvenes por una causa, y los ancianos por otra, asimilan lo que se convierte en “ley”, olvidando, mal interpretando y desterrando sus propios vocablos. Carnavalde Lanz (Navarra) Año 1969.
Como así sucede, también, y continuando con la celebración festiva carnavalesca de los Ioaldunak o Ioaredunak de Ituren y Zubieta, los cuales no habían sido conocidos por Zanpantzar (al parecer del francés Saint Pansard) hasta la anecdótica entrada en escena del periodismo, quizás confundido por los textos de alguno(s) investigadores. OTRAS ALTERACIONES EN EL CONTEXTO FESTIVO
Al margen de la gran cantidad de fiestas que han sido trasladadas en el calendario para su mayor participación vecinal: del invierno a fechas más excepcionales en su climatología menos adversa; a períodos donde los lugareños puedan volver desde sus respectivos lugares de trabajo a su pueblo natal; o, entre otros, como producto de atracción turística cercana o lejana; ciertas celebraciones, por diferentes motivos, sobre todo de origen carnavalesco, han sido mantenidas gracias a dicho traslado. Algunas de dichas variaciones: Kabalkadak de Luzaide al Domingo de Pascua de Resurrección; la Maskuri Dantza de Hernani, de Carnavales a San Juan, y actualmente en las dos festividades; las danzas de Carnavales de Lizartza, perdidas y encontradas varias veces y pasando de Carnavales a, esporádicamente, fiestas patronales de septiembre, para volver posteriormente a sus correspondientes fechas de Carnaval.
A este fenómeno de transformación, como puede observarse, no escapa la danza tradicional. Entre otras puntualizaciones, podemos apuntar la indiscutible trascendencia de: Cambio consustancial de realización según sexo. Muchas de las danzas tradicionales que eran ejecutadas por el sexo masculino con el tiempo han sido trasvasadas al femenino. Aspecto festivo. Aunque se sigue manteniendo a ciertos niveles el cargo que solían ostentar los jóvenes varones en la preparación y realización de las fiestas, ellas han entrado a tomar parte de forma activa. No sólo la danza tradicional ha cambiado de sexo, también de edad. Todo lo que tenemos asumido, hoy en día, como danzas infantiles, o de relativa procedencia, también en su mayor parte era ejecutadas por jóvenes: ciclo de Irri Dantzak, Makil Dantzak, etc. Las Maskaradak de Zuberoa, junto a otros elementos de la Cultura Tradicional, son las más evidentes exposiciones de la transformación: de la complejidad de danzas y actos; del trasvase generacional de muchachos y hombres a muchachas y niñas.
Al margen de los evidentes cambios acaecidos en la danza tradicional, la indumentaria se ha convertido en parte, sino imprescindible de actualización, sí al menos de cierta importancia. Se dice que cada danza debe llevar su propia indumentaria, pero ¿ésta cuál es?. En ningún momento se ha pensado que la asimilación de ciertas vestimentas con ciertas danzas, es casual, es decir que se tienen que corresponder obligatoriamente; tanto en el tiempo como en el espacio. Además, el referente del color blanco como tono marcadamente festivo es relativamente reciente. Makil dantza, ejecutado por el grupo infantil del C.D. de Eibar, en Usartza.
Lo mismo que algunos nombres de danzas se traducen a otro idioma, ¿por qué cuando se habla de música vasca tradicional y popular se quiere decir que debe tener letra en euskera o proceder de zonas vascófonas? ¿Olvidamos acaso que, si consideramos geográficamente Euskal Herria dividida en siete territorios, coexisten otras lenguas? Cuando interesa se “colocan” canciones en castellano y/o en francés. Estamos continuamente provocando una valoración cultural de base desequilibrada respecto de las tradiciones y el idioma. Ya es hora de que, desde las entidades, sobre todo las específicamente culturales, exhiban sus bases e imparcialidad.
Junto o en conexión a la danza, la canción o la música, las cuestaciones itinerantes han ido difuminándose en el tiempo, debido principalmente a la no necesidad de obtener productos en especie o dinero que escasearon en otros tiempos. No obstante, algunas se han consolidado provisionalmente: Santa Ageda/Águeda, Abendu, Olentzero... Unas en detrimento de otras: Olentzero solapando o tomando el testigo de los Marijesiak u otros “Aguinaldos” originarios del lugar correspondiente; representaciones festivas fuera de su lugar de origen, etc.
Sobre Santa Águeda apreciamos primeramente, que de los grupos de jóvenes, se han establecido los niños y niñas, y los de los quintos, con mayor funcionalidad y fuerza hace más de 50 años.
En cuanto a la canción, es apreciable el desconocimiento general que existe sobre la más antiguas letras y melodías, las cuales han caído en el olvido, en favor de otras como las incluidas en la bien conocida de “Aintzaldu”, la cual es, ni más ni menos, una conjunción de estrofas escritas por Evaristo Bustintza, “Kirikiño”, hacia 1912 aproximadamente, para las Juventudes Nacionalistas, que buscaban la instauración de la cuestación con canto incorporado en Bilbo. La consideración como canción y el apelativo de “coros” se ha ido extendiendo desde hace tantos años que la convierten en la única fórmula reconocida como evidencia del pasado. PUNTO Y SEGUIDO... POR SUPUESTO
Si bien la tradición oral de este país ha imperado a lo largo de su historia y el material escrito de archivo no es lo suficientemente contundente para llegar a mantener ciertas teorías, y sentar base en la tradición, la defensa y búsqueda al respecto de la antigüedad de danzas y otros elementos, no hace otra cosa que dificultar el ya de por sí conflictivo origen, buscado, manipulado y depauperado, principalmente a nivel periodístico y simbolista. No obstante, todo el mundo se presta a consensuar el nacimiento de una u otra danza, así como su inalterable coreografía, indumentaria o música. Se trata de otro aspecto identitario más. No tenemos que sentar base en su valor originario. Todo sufre, además de estar sujeto, a una transformación, unas veces inapreciable con el paso del tiempo y, otras, prácticamente visible en (mucho) menos período, pero al fin y al cabo transformación, resumido desde un punto de vista positivista, en “algo que está vivo” como aspecto creacionista.
Relacionado directamente con esta idea de la preservación de lo anterior, existen en el argot popular variadas fórmulas de expresión que se refieren a lo que se puede denominar tradición secular: “betidanik” o “betiko”, “(se hace) de siempre”, “desde siempre”, “por costumbre”, “es costumbre”, “siempre lo he conocido”, “siempre lo hemos conocido”, ”viene de mis padres”, “de los padres de mis padres”, “de los antepasados”, “lo marca la tradición”, etc. Éstos son tan sólo algunos ejemplos, pero realmente cuál es el verdadero mensaje y valor: ¿el del pueblo, el referente testimonial...?
En el lado opuesto, nos encontramos como algo definido folklórico obedece a un desprecio de la propia acepción de la palabra. No se sabe el por qué y desde cuándo, pero así es: “es una folclórica”, “¡qué folclórico!”, o “¡no seas folklórico!” El valor de un significado da un sentido negativo, o peyorativo, que adolece de un claro sentimiento de la mayor parte de la sociedad, hacia algo caduco, pasado o fuera de toda moda.
Por un lado, podemos encontrar el desacierto en la utilización de ciertas palabras: bien por desconocimiento, precedido de una relativa ignorancia; bien por necesidades de un guión partidista. Por otro, el ofrecimiento de información errónea de base o raíz, produce un desgaste reformulado por ciertos sectores que intervienen en ese abusivo término para concretar espacios y redirigirlos a su antojo.
Como apostilla de estas notas sueltas e inacabadas alrededor de la danza tradicional y el Carnaval, pero extrapolables a otros campos, desearía realizar una reflexión, apoyada en la pérdida potencial del referente festivo que busca una supuesta continuación con diferentes fines.
Desde una perspectiva global y aérea, la tradición se asienta sobre la base de una creencia compuesta por los ámbitos individual y colectivo, por separado y en conjunto. Entre ambos aspectos se intenta que no existan ángulos muertos o diferencias, pero las hay y no solo de fondo. Todo lo que se considera que abarca a una comunidad, de forma regular y temporal, está estructurado por pequeños y selectivos grupos que conforman ese todo, a veces en apariencia uno, solapándose inconscientemente. Las distintas definiciones y la amalgama de conceptos, el desconocimiento de la propia cultura pasada o el anclaje a ciertos hábitos, no tienen porque ser una disculpa para la futura modificación, o no, de lo que puede ser susceptible de cambio. La tonalidad del discurso engloba a unos y otros apartados, sin distinción de categorías, apuesta que se haya básicamente apoyada en la palabra, en la memoria... en una cultura.