272 Zenbakia 2004-10-15 / 2004-10-22
Sepulcros del siglo IX, en San Adrián de Argineta, Elorrio (Bizkaia). U n controvertido libro firmado por el medievalista Jacques Heers ha tenido desde hace algunos años la virtud de situarnos ante nuevas preguntas acerca de esa Edad Media que, según este experto, tanto mencionamos -sin mucho tino la mayor parte de las veces- y que, también según sus propias palabras, tan poco conocemos en realidad.
Así, en esta obra, dotada de un título tan sugerente como “La invención de la Edad Media”, se desmiente con mucha energía, y también con mucha erudición histórica, toda una batería de tópicos sobre aquella época que, siempre según el profesor Heers, fueron creados interesadamente por la burguesía triunfante tras la revolución del año 1789; empeñada en demostrar los negros horrores que habían precedido a su nuevo reinado político y de los cuáles, supuestamente, había librado a la Humanidad toda.
La conclusión general de esa obra es que aquellos siglos fueron algo más complejo que la imagen de miedo, atraso, peligro e irracional sumisión a poderes sobrenaturales que forjó minuciosamente la sociedad del siglo XIX dominada por una burguesía rampante y que, entre otras muchas cosas -algunas mejores y otras peores-, hemos heredado nosotros a través de la línea de tiempo que atraviesa todo el siglo XX.
Unos argumentos verdaderamente dignos de consideración. Sin embargo, desde la perspectiva de los documentos a los que tanto encarece acudir el propio Jacques Heers, ¿podría sostenerse siempre y en cualquier caso que la cosmovisión, la Imago Mundi, de los hombres de esa época, era tan poco terrible, tan “normal”, como él se empeña en señalar?. Y si era así, ¿ocurría otro tanto entre algunos de los más destacados representantes de la Europa de aquella época, como es el caso de los habitantes del País Vasco?.
Cierto documento del archivo familiar de un prócer decimonónico que murió hace exactamente 102 años para no volver a ser recordado hasta este día -casi igual que el más insignificante campesino reflejado en la “Gente medieval” de Eileen Power- plantea respuestas a esas preguntas que distan bastante de ser favorables a las teorías del profesor Heers. Demonio medieval cristiano. Capitel del palacio real de Estella.
Se trata del primero de los muchos que contienen una veintena de cajas donde se recoge el origen y el auge de la fortuna de los Rocaverde. Va fechado en el año 1401, justo, pues, en el comienzo del siglo XV. Faltaban por tanto 52 años para que cayera Constantinopla, y con ella el último resto del Imperio Oriental de Roma o 91 para que Cristobal Colón descubriese América, y, por ambas razones, se pudiera dar por finalizada esa Edad Media que el profesor Heers se ha empeñado en reivindicar.
En él, a despecho de las admoniciones de este autor, se nos habla de un mundo bastante hostil y, sí, dominado por ideas y temores que hubieran halagado el ego a cualquier diputado de las asambleas revolucionarias de 1789 y años posteriores empeñados en destruir -a veces en medio de una carnicería que superaba con mucho la peor de las Cruzadas- el mundo “gótico” que, según los mitos de aquella particular caverna liberal denunciados por “La invención de la Edad Media”, les había precedido.
En efecto, basta leer las primeras líneas de la trascripción de ese documento ordenada en tiempos de Felipe II para percibir esto. En ellas se señala que todo lo que se dirá a continuación es hecho “En el nombre de Dios y de la bienaventurada gloriosa señora Santa María su madre y de toda la corte celestial que vive por siempre jamás”. Símbolos astrales en la fachada de la casa torre medieval de Zerain (Gipuzkoa)
Una extraña introducción incluso en fechas posteriores, en los siglos que median entre 1500 y 1789 -en los que la desacralización de la sociedad aún no se ha completado-, y más aún para un prosaico contrato de cesión de una ferrería “maçonera” o “maçera” que pasaba de manos del concejo de la villa de Hernani a las de García Ramírez de Necola, vecino de la por aquel entonces también villa de San Sebastián. Alguien a quien el concejo hernaniarra aseguraba estar muy obligado y agradecido por diversos “buenos seru(i)cios e hobras”.
No es ésa la única afirmación a destacar en este documento. Más adelante hay una curiosa indicación que nos ofrece un nuevo indicio acerca de la visión del mundo de aquellas gentes. El dominio que tendrá el citado García sobre esos terrenos, casa y caminos será “desde los abismos fasta (sic) Al Cielo e del cielo fasta los abismos”. Toda una explícita declaración de hasta dónde llegaba el derecho de propiedad sobre determinado bien inmueble para aquellas mentes de la Edad Media y cuáles eran los nebulosos confines -teñidos también de connotaciones sobrenaturales- que ponían a su mundo.
Finalmente, aunque no sería éste el último detalle relevante de este documento, los redactores del mismo nos pintan un cuadro estremecedor acerca de su visión de lo que podría depararles el futuro. Una que de nuevo vendría a dar la razón a aquellos que tanto se empeña en censurar el profesor Heers.
En efecto, los redactores indican que el acuerdo y los términos que se establecen en este documento deberán ser respetados por ambas partes a menos que, por ventura, la tierra fuera devastada por “guerras, o por otras pestilençias, o ocasiones que ayan de acaeçer en el rreino, o en tierra de guipuzcoa lo que dios no quiera”. Documento año 1401. “Archivo de los Marqueses de Rocaverde (RASBAP), caja 1, expediente 1”.
Temor al futuro que, sin embargo, no es suficiente para desplazar en aquellos corazones, obedientes y enteramente sumisos -al menos sobre el papel- a los inescrutables designios del mundo sobrenatural, ciertas ilusiones acerca de que el fin de los días está aún lo bastante lejos como para que García Ramírez les pague todos los años 4 francos de oro -“en todo tiempo del mundo para siempre jamas”- por aquella cesión y para esperar que después de ellos habrá “he(re)deros” y otros que de ellos “venieren e descendieren” para hacer respetar aquel acuerdo en los términos suscritos bajo la atenta mirada de Dios, Santa María y la corte celestial en medio de aquellos temores a futuras guerras y otras “pestilençias” de los que esperan los libren esas mismas fuerzas.
Un perfecto punto final para terminar de dibujar esa visión del mundo dominante en las mentes de al menos algunos vascos de aquella época. Explicitada, como deseaba el profesor Heers, por medio de un documento de archivo.
A partir de este punto se abren nuevas interrogantes, desde luego. Como, por ejemplo, por qué razón hay una notable diferencia en las afirmaciones sostenidas por este documento del archivo de los Rocaverde y otros análogos. Caso de la carta suscrita entre el concejo de Azpeitia y el clan banderizo Emparan para explotar a medias ciertos molinos, fechada en 1319 y recuperada en un excelente volumen titulado “Los señores de la guerra y de la tierra” en el que diversos medievalistas vascos han reunido nuevas fuentes sobre las familias de bandoleros feudales que tantas guerras y otras “pestilençias” trajeron al País Vasco de esa época.
O, de modo aún más palmario, por qué volvemos a percibir esa misma diferencia en el convenio suscrito entre dueños de ferrerías y caseros del valle de Legazpi en el año 1412. Documento devuelto a nuestra época por la profesora María Rosa Ayerbe entre otros muchos del archivo municipal de esa localidad gracias a los ingentes esfuerzos que desde hace casi 20 años realiza Eusko Ikaskuntza para publicar fuentes medievales de toda Euskal Herria. Documento año 1401. “Archivo de los Marqueses de Rocaverde (RASBAP), caja 1, expediente 1”.
En los dos se alude a Dios de un modo mucho más tenue que el utilizado en el documento firmado por los hernaniarras pero al mismo tiempo se consideran los mismos límites marcados por éstos para las propiedades -de los abismos a los cielos- y se aguarda también un impreciso Fin del Mundo como fecha de vencimiento de esas obligaciones.
Una cuestión sin duda interesante ésta de llegar a determinar el porqué de esas diferencias de grado en el fervor religioso de instituciones tan similares. Unas, las de Hernani, tan próximas a una mentalidad monástica como la descrita por Paul Amargier en su memorable artículo para los “Annales” de marzo y abril de 1972 sobre la mentalidad monástica en la Provenza del siglo XI, y otras, las de Azpeitia o la de ciertos habitantes del valle de Legazpi, tan tibias que ni siquiera parecen propias de ese hombre vasco de la Edad Media cuya mentalidad, como muy acertadamente señalaron en su día José Luis Orella , José Angel García de Cortazar y Beatriz Arizaga, está habitualmente pautada por la religión. Parece ser que, pese a todo, aún nos faltaría algún trecho que recorrer para saber con exactitud cuál era la Imago Mundi de los vascos de esa época. Una a veces tan terrible como la que quisieron imaginar los burgueses triunfantes en el año 1789 y otras tan normalizada -por llamarla de algún modo- como aquella por la que tan firmemente ha postulado el profesor Heers en “La invención de la Edad Media”.