136 Zenbakia 2001-09-21 / 2001-09-28

Gaiak

El proceso de secularización de las fiestas carlistas

CASPISTEGUI GORASURRETA, Francisco Javier

El proceso de secularización de las fiestas carlistas El proceso de secularización de las fiestas carlistas Francisco Javier Caspistegui Gorasurreta Al carlismo se le ha considerado como algo propio de la historia política. Sin embargo, es evidente que no sólo es un partido, pues, de serlo, hubiera sido incapaz de sobrevivir si, junto a lo más estrictamente político, no se hubiese nutrido de un complejo entramado de ritos, fiestas y símbolos. Del carlismo hay que estudiar lo electoral, lo programático, lo organizativo; pero también la vivencia cotidiana de sus protagonistas. Para ello, las fiestas y el ritual festivo del carlismo sirven para profundizar en su dimensión vivencial y antropológica. La tesis básica de este texto es la necesidad de examinar la transformación carlista más reciente como un fenómeno en el que la secularización juega un papel de suma importancia, como un proceso mediante el cual se dejaron en segundo plano elementos hasta entonces centrales, especialmente el religioso. En este sentido, secularización no significa abandono o reacción contraria, sino una paulatina subordinación. Lo festivo sería, en este caso, índice de un proceso más amplio, un reflejo de la situación general. El carlismo se modifica, pero también pervive; se construye: los carlistas no "son", se crean, y para ello hacen falta elementos concretos. Quizá el más básico sea la familia, pero también otros que colaboran en el soporte de esa identidad, en el reclutamiento y afianzamiento de voluntades. Lo festivo permitía asimilar mejor los principios y reforzar la identidad. Entre la muerte de Alfonso Carlos (1936) y la adopción por Javier de Borbón Parma de la pretensión carlista (1952 7), se vive la pérdida de referencias simbólicas, impulsada por la configuración del franquismo. En los sesenta la transformación de la sociedad abarcó a una buena parte de sus fundamentos principales, pero también a aspectos aparentemente menores. Buen ejemplo de ello son las críticas a las fiestasde San Fermín en Pamplona, que acusan ese proceso de secularización: "Partiendo de un principio religioso, fue luego ocasión de regocijo popular y, más tarde, espectáculo «made in Pamplona» para uso de extranjeros, viniendo a acabar en inaguantable matiz de gamberrismo. ... Falta una auténtica religiosidad", dice el boletín eclesiástico pamplonés en 1968. En el fondo, constataba el final de una sociedad, los frutos de un cambio vertiginoso. Las fiestas carlistas son fiestas sociales por oposición a las fiestas naturales, en parte por no corresponder a las motivaciones de carácter estacional, agrícola ganadero o mítico de aquéllas. Estaríamos ante fiestas urbanas, ajenas al mundo reglado y estacional del campesino. Son actos vinculados a realidades sociales y a compromisos individuales, por cuanto implican de decisión voluntaria. La propia existencia del carlismo como movimiento está determinada por la aparición de nuevas formas de organización derivadas del mundo liberal. Su aparición es el resultado de la problematización del ser tradicional, una muestra de la alienación que afecta al mundo del Antiguo Régimen, que, para explicarse, ha de acudir a los modelos liberales. El carlismo sería un paso intermedio entre el mundo tradicional y el "nuevo", una transición de larga duración. Por ello, la secularización de las festividades carlistas constituiría una aceleración del ritmo lento que desde el XIX adaptó las viejas a las nuevas realidades. Las fiestas del carlismo pertenecen a una parte de la sociedad, y no porque no haya voluntad de que todos las compartan, sino porque se han restringido sus seguidores. Al organizarse, el carlismo opta por un modelo excluyente y por ello, la inserción en él no es automática, es voluntaria. Estamos, paradójicamente, ante un fenómeno de Nuevo Régimen. Pueden trazarse dos tipos de fiestas carlistas: las circunstanciales y las ordinarias. Antes de los sesenta destacaba su marcado componente religioso, que actuaba como elemento de cohesión.Entre las primeras sirven de ejemplo dos: 1) la organización de la Agrupación Deportiva Tradicionalista, deportiva, pero con un especial acento religioso, para la que es evidente que el deporte y la camaradería, formaban parte de un universo moral de valores religiosos dominantes. El objetivo del deporte en el tradicionalismo carlista era socializar su concepción del mundo, difundir una moralización que entroncaba con sus ideales; 2) en los funerales al regreso de los muertos durante la guerra civil se usó políticamente a quienes se consideraba los más dignos representantes del carlismo, sus nuevos mártires y representantes simbólicos a los que se sacaba del anonimato como referencia para los que se mantenían en la lucha. Entre las ordinarias, habría que destacar las romerías a Montejurra, nacidas en la tradición romera navarra. Desde su creación (1939) se insistía en lo religioso: el día elegido, el protagonismo clerical, el tributo a los muertos en la(s) guerra(s) civile(s). Tras el eje de los sesenta, y como pone de manifiesto Carlismo y música celestial, de Francisco Larrainzar, es evidente el rechazo desde las nuevas corrientes hacia lo más tradicionalista de un carlismo al que no identificaban con el auténtico. Sin rechazar el aspecto religioso, procedieron a una secularización del que ya comenzaba a llamarse Partido Carlista. El carlismo se declaraba aconfesional y se criticaba a la jerarquía eclesiástica por su pasividad hacia el régimen; declararon la compatibilidad del cristianismo con el socialismo y su cercanía a movimientos como la Teología de la Liberación. Distinguía la práctica popular y su interesada utilización por las oligarquías. Se rechazó la confesionalidad de los partidos políticos, y exijieron la separación de Iglesia y Estado. Estas ideas se tradujeron en celebraciones y fiestas marcadamente láicas. Así, por ejemplo, los nacimientos de los hijos de Carlos Hugo e Irene se convirtieron en actos de afirmación carlista, símbolo de continuidad yenraizamiento de las nuevas corrientes. También los cumpleaños de Javier de Borbón Parma, cuya celebración coincide con una declaración política, un documento o una decisión relevante. Pero quizá donde más resalte esa secularización sea en Montejurra, donde la transformación se hace evidente, lo que lleva a sectores tradicionalistas a pedir una "reconquista" de la montaña. Los mensajes y contenidos religiosos dejaron paso a una presencia de lo político muy acusada y, desde 1966, los discursos no volvieron a tener un eje religioso. También se ve el cambio en los funerales, y en este caso los realizados por los muertos en 1976. En las condenas destacaron algunos elementos: 1) la insistencia en la unidad del pueblo y de las fuerzas políticas: los que dispararon, el gobierno, eran el anti pueblo, el enemigo; 2) los fallecidos no sólo encarnaban al pueblo, sino a la verdad y a la propia libertad; 3) los muertos se convirtieron en mártires del nuevo carlismo. Eran los nuevos Mesías que proporcionaron al carlismo renovado su salvación, el paso hacia una nueva trayectoria. La transformación del carlismo en los sesenta afecta a lo ideológico, a las ideas y a sus manifestaciones políticas, pero también a las prácticas vinculadas con él. Lo que ocurre en el carlismo es el reflejo del mundo en el que se inserta, en radical transformación. En este proceso hubo tensiones, conflictos y lealtades maltrechas, pero también pervivencias, continuidades y elementos que relacionan unos y otros momentos. La religión jugó su papel, en retroceso, pero conservando algo, lejanos los días de su centralidad absoluta. Francisco Javier Caspistegui Gorasurreta, Dpto. de Historia. Univ. de Navarra Euskonews & Media 136.zbk (2001 / 9 / 21 28) Eusko Ikaskuntzaren Web Orria