110 Zenbakia 2001-02-09 / 2001-02-16

Gaiak

La fiesta, rito de celebración de las identidades

MARTÍNEZ MONTOYA, Josetxu

La fiesta, rito de celebración de las identidades La fiesta, rito de celebración de las identidades Josetxu Martínez Montoya Introducción La fiesta es un tiempo y un espacio de celebración de acontecimientos y de congregación de personas y grupos en orden a manifestar la identidad compartida. Es decir, los que participan en una fiesta comparten muchas cosas en común: un territorio (vecinos), un trabajo (auzolan), una profesión (campesinos), la familia (bautizos, bodas, cumpleaños), unos sentimientos (korrika, aberri eguna) o unas creencias (fiestas religiosas). La fiesta es pues la celebración de las identidades, es decir, del hecho de estar, vivir, trabajar, sentir y creer juntos. Esta celebración y congregación se logra mediante la ruptura del tiempo ordinario, entrando en un tiempo y en un espacio especial, en el que las normas de la vida cotidiana se trasgreden. Hay un tiempo de trabajo y otro de fiesta, un tiempo de rutina y otro de celebración, un tiempo de dispersión y otro de encuentro. Son dos ritmos distintos, ambos necesarios en la vida. La fiesta es el tiempo de la gratuidad, del exceso, del olvido y de la recuperación. Desde este punto de vista, el tiempo y el espacio de la fiesta son sagrados, separados, tiempos y espacios de la comunidad, es decir, de integración, de olvido de los rencores y las rencillas y de comunicación de proyectos. Son momentos de regeneración de la vida social y de construcción de la vida comunitaria. En la fiesta, renovamos nuestra pertenencia, reconstruimos nuestra identidad, reformulamos nuestra imagen, de forma cíclica, repetitiva y colectiva. Las fiestas tradicionales: La reproducción de la vida productiva En el pasado, la fiesta era una reproducción simbólica del ciclo cosmológico, es decir, un acompañamiento del ciclo de la planta. En invierno, cuando la planta está bajo tierra y el sol decrece, las fiestas privilegiadas son las del hábitat humano (doméstico y comunitario). El solsticio de invierno marca el inicio delas mascaradas carnavalescas que acompañan el despertar de la naturaleza. Con la primavera, la planta sale de la tierra. La fiesta, del mismo modo, sale a los campos. El agua, las rogativas, los conjuros y las bendiciones suceden a las cuestaciones, las comidas y las danzas y las mascaradas. Es decir, mientras la planta está en la tierra, se la espera. Ahora se la acompaña con ritos que la alimentan (agua) y la protegen (rogativas, santos contra la pedrea, conjuros, etc.). A nivel biológico, es un momento en que se celebran las fiestas de adolescencia (primeras comuniones, noviazgos). En cambio, en invierno, las fiestas más importantes son las de la niñez: San Nicolas, Olentzero, Inocentes. En verano, la fiesta es de celebración de la cosecha. Son fiestas de adultos, de acción de gracias, romerías de agradecimiento por los frutos recogidos. El sol es el astro por excelencia que acompaña y rige la bendición de los campos. Con el otoño, vienen las fiestas de la luz, de la muerte (el ocaso de la vida), de los difuntos, de la siembra. El ciclo se cierra y se vuelve a abrir. Como dice Durkheim, "las divsiones en días, semanas, meses, años, etc., corresponden a la periodicidad de los ritos, de las fiestas, de las ceremonias públicas. Un calendario expresa el ritmo de la actividad colectiva al mismo tiempo que tiene por función asegurar su regularidad" (Formas elementales de la vida religiosa). Realidades emergentes Este ritmo ya no es el de las fiestas actuales. Hoy se vive a un ritmo de fin de semana, de trabajo descanso, vacación estudio, que ha instaurado una nueva ciclicidad. Por otro lado, la vecindad ya no es la misma que en el pasado. La gente trabaja, vive y estudia en la ciudad. Las fiestas congregan no solo a los vecinos cuya actividad cambia en esos días. Es, además, un momento de encuentro de gente muy diversa. Especialmente, las fiestas son congregaciones de jóvenes que jalonan el tiempo de verano de verbenas y de festejos que les reúnen y les hacen celebrarsu pertenencia al espacio en una lógica distinta de la del pasado. Pero hay algo más que jóvenes en las fiestas. Si algo caracteriza a estos rituales comunitarios es su aspecto integrador (holístico). Es toda la comunidad la que celebra la vida que comparte. Sin embargo, y esto es lo novedoso, en estas celebraciones, se manifiesta una nueva realidad social, una lógica de relación con el espacio, por parte de la comunidad, diferente a la del pasado. Antes, lo que peligraba no era lo social sino lo natural/productivo que podía hacer que el campesinado no recibiera los frutos necesarios para la subsistencia. Estos, hoy en día, están asegurados. Lo peligroso es la dispersión social y la muerte de la comunidad. El proceso de modernización y de urbanización del territorio ha expulsado a miles de hijos de la tierra reubicandolos en la ciudad. El declive poblacional ha amenazado seriamente la permanencia y la continuidad de la comunidad y de la cultura local. Esta amenaza se conjura los fines de semana, en las romerías y en el estío festivo. Vivimos a tiempo estacional entre campo y ciudad. O sea, vivimos en un tipo de sociedad muy obsesionado por la vida natural que la economía depredadora de los 60 ha esquilmado y que se percibe como de alto riesgo. En los espacios naturales privilegiados por la sociabilidad veniega de nuestros días (montaña, romerías y celebraciones lúdicas) la sociedad conjura un doble peligro, la muerte de lo social y el abandono de lo natural. Los nuevos agentes y las nuevas presencias Al analizar los cambios sociales del medio rural se constata el papel que las asociaciones culturales estan jugando en la revitalización de la sociabilidad vecinal. Se puede decir que están ocupando el espacio de las antiguas cofradías y de las tradicionales formas de gestión del pasado. Es evidente que muchas fiestas actuales no existirían sin estas asociaciones y que ellas les han dado un cariz distinto al tradicional. Hay una preocupación de integración a las costumbreslocales, pero en cada pueblo la forma de plasmar esa sociabilidad está siendo diferente. Desde este punto de vista, los cambios con respecto al pasado son evidentes. Hay una mayor movilidad que hace que se viva a un ritmo estacional y que lo que parece medio muerto durante la semana y en invierno, se convierta en un hervidero los fines de semana, en verano, y especialmente los días de fiesta. Actividades febriles se hacen presentes en determinados momentos para desaparecer como fantasmas de la vida del pueblo al día siguiente de las fiestas cuyo único resto son las sucias y resbaladizas calles. Por otro lado, los jóvenes que se educan en la ciudad traen con ellos sus ideas políticas e inquietudes sociales. Los carteles de insumisos, de presos, de reivindicaciones ecologistas, sociales y comunitarias no dejan de estar presentes. Son nuevas realidades que emergen en el momento de la fiesta con fuerza ya que es su espacio de manifestación ritual. Es el momento de recordar a la comunidad que muchos hijos del pueblo están sufriendo y sienten la distancia de amigos y familiares precisamente esos días en los que afloran profundos sentimientos de pertenencia a una comunidad local. En fin, karaokes, disfraces, juegos, deportes y actos culturales vienen a jalonar un momento de diversión, pero sobre todo de participación activa en un tiempo en el que hay que recordar la vitalidad y la gratuidad de la existencia. Llenar los intersticios del ritmo comunitario con cohetes, sonidos de campanas, ruidos, txarangas, bailes, etc., refleja el deseo de vivir a tope, hilvanando un nuevo ritmo, el de la communitas, en ese tiempo de lo intemporal, de lo eterno y rejuvenecedor (lo no caduco) que es toda fiesta. La invitación a compartir y a festejar llena el espacio vecinal de múltiples actividades todas ellas orientadas a vivir el exceso de la fiesta lo mismo que se vive la penuria de la vida cotidiana, un exceso que desborda la usura, la codicia, la exclusión o la repetición degradadora delo cotidiano. Conclusión Se podría decir que el fenómeno festivo rural experimenta el mismo proceso que la sociedad en la que se da. Si a nivel sociológico podemos distinguir, en el medio rural, tres proyectos socio económicos, el campesino, el institucional y el residencial, las fiestas reflejan esta realidad. Las vecindades tradicionales conservan aún sus fiestas y sus ritmos cíclicos que los ligan a la tierra y a los fenómenos atmosféricos. La regulación social del hábitat sigue teniendo un ritmo semejante al del pasado. La misa dominical, el recuerdo de los difuntos y la cena de vecindad siguen congregando a los habitantes de los pueblos en torno a los espacios y a los tiempos del pasado. El proyecto institucional privilegia la construcción de una identidad rural comarcal, de zona, que haga aparecer planteamientos y soluciones económicas y sociales al declive agrícola. Las fiestas lo reflejan. Son un exponente de este nuevo espacio de interacción entre el medio rural y los nuevos agentes de la gestión económica de la comarca. En fin, los nuevos residentes se hacen presentes con inquietudes distintas, no muy definidas, pero caracterizadas por algo que domina la escena social de los años de bienestar: el consumo. Consumo de naturaleza, de sol, de diversión, de sociabilidad, al mismo tiempo que consumo de sueños, de proyectos y de deseos que sólo la fiesta realiza de forma imbólica. En el fondo, nos hallamos ante lo que podríamos llamar búsqueda de identidad. En el pasado, las fiestas eran la expresión de la vida comunitaria, de sus ritmos, cambios y necesidades de reciclaje y sobre todo de celebración del hecho de vivir, producir y alegrarse de los acontecimientos de la vida cotidiana (bautizos, bodas, etc.) Hoy, las fiestas no son exactamente la celebración de las gentes que comparten unos mismos espacios y tiempos vitales. Su carácter más definitorio es la búsqueda de identidad. Las fiestas, más que celebración de la vida de comunidad, son momentos privilegiadosde búsqueda de esa vida que se ha perdido (el reencuentro con el pasado, liberado de negatividad y recargado de sentido de pertenencia), en un espacio que ya no es el del nacimiento, estudios, trabajo y muerte sino el que se ha perdido (el locus de pertenencia o heimat) y se quiere recuperar en lógica de comunidad. Lo que se celebra, pues, es un proyecto de construcción de la comunidad y sobre todo se celebra la reidentificación. Romerías, ferias, fiestas comarcales e incluso vecinales son, para muchos, la inversión social en un espacio que identifica frente al vacío ciudadano. Hay mucha gente que no se ha integrado en la vida ciudadana. Nunca ha dejado la rural. Muchos de nuestros ciudadanos no son artesanos, intelectuales, mercaderes, etc.; son gentes salidas del campo que, a nivel cognitivo, nunca lo han abandonado. Por eso, pienso que espacio rural y espacio urbano se van constituyendo, en las últimas décadas, como un mismo lugar ritual, y por lo tanto como un proyecto social y comunitario que integra ambos espacios en lógicas complementarias. Las fiestas, los fines de semana y las vacaciones son momentos privilegiados de esta construcción social y cultural. La casa, no de campo sino del pueblo, los amigos, los familiares, los festejos y las celebraciones son el lugar en el que se construye lo comunitario, posibilitado por un bienestar que la industrialización ha aportado y por una cada vez mayor cercanía física entre la ciudad y el medio rural. La búsqueda de identidad es pues el nuevo nombre que define a las sociedades festivas de nuestros pueblos. Josetxu Martínez Montoya, profesor de Antropología, Deusto Fotografías: Egunkaria y Enciclopedia Auñamendi Euskonews & Media 110.zbk (2001 / 2 / 9 16) Eusko Ikaskuntzaren Web Orria