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Lucía LAHOZ
Si como sostenía Suger de Saint Denis: “La memoria de lo pasado es una manifestación de lo futuro”, la revisión historiográfica de los pioneros resulta indispensable para formular el panorama de la Historia del Arte. El artículo aborda la figura de Ángel de Apraiz, primer secretario y fundador de la Sociedad de Estudios Vascos Eusko-Ikaskuntza, si bien centrado en su literatura artística.
Apraiz es, sin duda, el iniciador de práctica de la Historia del Arte en el País Vasco en el sentido cabal del término, apartándose de la labor tan frecuente de aficionados y eruditos locales. De partida deslumbran los trabajos metodológicos. Un punto de inflexión aporta “La Historia del Arte en el País Vasco hoy” (Hermes, 1918), donde traza una reflexión aquilatada de la situación y expone un programa para su avance, la concreción de terminologías, el itinerario a seguir. En esa órbita gravita “Los problemas de la Historia del Arte en el País Vasco”, (Congreso de Oñate), momento extraordinario de la cultura vasca, que cristalizará en los iniciales pasos para crear una Universidad Vasca. Profundiza en la línea anterior, preocupado por la contextualización, por trazar las relaciones e influencias que explican los fenómenos artísticos, por los problemas terminológicos, por las tipologías. Su concepción del arte incluye el folklore, la música, las muestras artísticas populares, es decir lo amplía a todas las manifestaciones de la cultura.
En el campo teórico es relevante, dada la escasez de su cultivo en la bibliografía hispana, “Las disciplinas estéticas y sus métodos en la universidad”, el discurso coincide con la incorporación de la Historia del Arte como disciplina universitaria en España. Realiza un recorrido por las prácticas de aproximación a la obra de arte, pero también de sus fallos y fallas y expone su metodología, con profundas y continuas disquisiciones reflexivas. En ese ámbito también su prólogo a Marangoni: “Para saber ver, como se mira una obra de arte”, donde descifra sus débitos y sus avances; un auténtico ejercicio historiográfico, una labor crítica estricta, se apuran, incluso, los puntos en desacuerdo, y finaliza con las aproximaciones de la historiografía española.
El Románico, tanto en su proyección internacional como en sus aspectos locales, deviene para el autor eje prioritario. El Románico en Álava (1911) inaugura la trama. Ilustra sus tesis sobre su génesis y el desarrollo en la provincia, mal entendido le imputan la defensa de una escuela románica alavesa. Se amplía el corpus, se formula un mapa del estilo, básico para apurar posteriormente su catálogo completo. En un trabajo sobre la ermita de San Miguel de Zuméchaga (1925) sostiene la proximidad al románico alavés. En “Acerca del tímpano románico de Santurde” (1949), defiende la comunidad del Románico alavés con el del País Vasco, todo vinculado a la cultura de las peregrinaciones, interpretando correctamente la inscripción.
“La representación del caballero en las iglesias de los caminos de Santiago” será la publicación de mayor fortuna. Acepta las teorías de Mâle, algunas ideas las secunda Crozet, identifica el caballero con Santiago, su deuda con los caminos de peregrinación y el origen español del tema. Ruiz Maldonado replantea la hipótesis y Moralejo la matiza, testimonio de su alcance.
Para Armentia apuró nuevas interpretaciones iconográficas. En “La expansión de los temas decorativos del arte románico”, inspecciona el desarrollo de formas plásticas, se centra en el corpus de motivos formales y aborda obras europeas, que la historiografía nacional ignoraba.
La investigación sobre arquitectura civil —ya dirigida, ya propia— es pionera. En “La casa y la vida en la antigua Salamanca” domina el carácter divulgativo. El punto de inflexión lo articulan “Las casas góticas de comercio llamadas del ‘Portalón’ y del ‘Cordón’ en Vitoria”, donde define las tipologías, las funciones, apura las cronologías y la historia. “La casa Escoriaza-Esquivel en Vitoria”, completa estos escritos, proporciona la primera monografía, seguida por González de Zarate, Echevarría o Marías, aunque algunas ideas han sido superadas.
Como en el discurso intelectual de la época se interesa por el arte popular. En “El arte popular en la vida vasca” (Congreso de Vergara) reflexiona sobre la datación, la pervivencia de las formas y la esencia de la raza. “Siempre he pensado que el arte popular constituye la mejor expresión de la vida vasca”. Recoge las polémicas, formula los géneros, privilegia el caserío y las manifestaciones en la vida religiosa. Propone enfoques multidisciplinares. En “Los estudios sobre arte popular vasco” realiza una completa revisión historiográfica. Y con “La cerámica de Busturia” abre otro fructífero campo, al hilo del renovado interés por las artes decorativas desde el siglo XIX.
Retrato de Ángel Apraiz, óleo de hacia 1954, obra de José María de Ucelay Uriarte.
“Notas hispánicas sobre la cultura de las peregrinaciones”, inicia una trilogía sobre el desplazamiento religioso, que se cumplimenta con “La cultura de la peregrinaciones. Su historia su geografía y métodos para la investigación” (Congreso de Zaragoza). Se trata de un estudio integral del fenómeno de la peregrinación, con un despliegue metodológico impecable. Apraiz imbrica el arte con la literatura, con la geografía, con las costumbres, con el folklore. Se introducen aspectos hasta ahora inéditos, como la onomástica, la toponimia, la difusión de determinadas advocaciones, la hagiotopografía, básica para fijar las relaciones estilísticas, iconográficas y programáticas. Se concreta un modo de abordar la obra de arte bajo el fenómeno de la peregrinación de plena actualidad. Se notará la atención a manifestaciones artísticas de fuera de nuestras fronteras, al igual que el manejo de la bibliografía internacional. En algunas teorías privilegia en exceso el aporte nacionalista, caso de las iglesias Jesuitas para las que reivindica la influencia de las iglesias vascas, donde otorga una significación excesiva a lo local, nos enfrentamos aquí ante el problema de centro/periferia que en su caso ha de matizarse. Con todo, el estudio resulta modélico por su síntesis de lo conocido, por su enfoque metodológico y especialmente por su condición reflexiva. La temática se culmina con el discurso de la Universidad: “Salamanca, Camino de Oriente”, donde pormenorizadamente aborda y rastrea la incidencia de los caminos en la producción artística salmantina en las diversas manifestaciones, contemplado la pluralidad de ámbitos donde se vislumbra el fenómeno.
Como buen alavés su literatura se culmina con las investigaciones del gótico en Vitoria. En Vitoria en los Caminos de la Cultura, integra diversos aspectos de la catedral en la cultura de los caminos, tesis que los estudios actuales revalidan, si bien sus cronologías han de matizarse. También se ocupó de la parroquia de San Miguel, tanto del programa iconográfico como de la Virgen Blanca, subrayando su ascendencia Navarra y reivindicando el cometido político e histórico de su pórtico, retomando algunas de sus tesis hemos precisado el conjunto. Cierra la producción gasteizarra el trabajo sobre los tímpanos de la catedral de Vitoria, donde, a pesar de la inexactitud de algunas de sus identificaciones, articula el primer intento serio de la formulación de su programa iconográfico, que ha sido proseguido y revisado por Azcárate, Verástegui y Lahoz, manifestación de su trascendencia.
El profesor vitoriano tuvo el mérito de introducir en el circuito de la Historia del Arte aspectos que habían pasado desapercibidos. La amplitud de intereses y la multiplicidad de perspectivas determinan su labor. Apuesta por una Historia del Arte abierta y por una generosa relación con la historia íntegra, con la teoría y la estética, con la filosofía y la cultura toda. En esta breve revisión hemos querido abordar su trayectoria, dado que para recomponer el panorama es necesario precisar el alcance de estos pioneros, como decía Saramago, “somos la memoria que tenemos” y precisamente por todo ello Apraiz se convierte en un pilar fundamental de nuestra historiografía.
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