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Juan AGUIRRE SORONDO
“La vida de la monja, como el amor, la belleza o la verdad, desde el punto de vista económico son valores inútiles”. Palabras con que definen las Madres Bernardas de Lazkao el sentido de su vocación, aparentemente intempestiva en un mundo ahogado por mercancías y contabilidades pero marro de boyas espirituales.
Cualquier imagen preconcebida sobre la apesadumbrada austeridad monacal se desbarata visitando este convento. Alegría, intenso gozo de vivir, sociabilidad sin condiciones... son algunos de los hondos y razonados sentimientos que desde el primer instante nos contagian las religiosas. Todo rezuma sosiego en esta comunidad compuesta por un puñado de mujeres que han encontrado su lugar en el mundo: una existencia dignificante en un hogar cenobial y acariciadas por la estima de la una población de Lazkao.
Ilustración: Josemari Alemán.
El monasterio cisterciense de Santa Ana forma parte del impresionante conjunto arquitectónico erigido por el linaje de Lazcano entre 1620 y 1720 (palacio de Valmediano, iglesia de San Miguel, monasterio benedictino). En la iglesia conventual reposan los restos de María de Lazcano, su fundadora, junto a los del insigne almirante donostiarra Antonio de Oquendo y el hijo común Felipe. Su memoria habita en las más hermosas paredes de Lazkao y en la historia misma de la villa cuya poderosa estética es deudora de la iniciativa y gusto de aquellos señores.
“La vocación de la monja es una vuelta al núcleo de la vida y de las cosas”. Las Madres, herederas de la larga tradición religiosa de Lazkao, nos abren sus puertas y su corazón para enseñarnos a medir la longitud moral y la latitud espiritual de nuestros actos. Con sus obleas, fabricadas a la antigua usanza, más el entrañable astotxo, el burrito con la Sagrada Familia en su huida a Egipto que se representa cada mes de enero, y brindando albergue a quien busque unos días de íntimo recogimiento en su preciosa hospedería, las cistercienses muestran cuán fácil es transmitir amor con gestos sencillos. Al cabo, comprendemos que nada hay menos inútil que su misma presencia entre nosotros.
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