668 Zenbakia 2013-06-19 / 2013-07-03

Gaiak

Beethoven y la batalla de Vitoria

BOLINAGA, Iñigo

Historiador y escritor. Autor de Sinfonía Guerrera, novela histórica que entrelaza la batalla de Vitoria con la obra de Beethoven



El 21 de junio de 1813 tuvo lugar en la llanada alavesa el choque militar internacionalmente más señalado que ha acontecido nunca en tierras vascas. Vista con trazos gruesos, la de Vitoria dio el carpetazo definitivo al frente peninsular colocando a los aliados a un paso de territorio francés, y tuvo el privilegio de ser, por unos meses, la más festejada de todas las batallas habidas contra Napoleón Bonaparte. Londres, Viena, Berlín y Moscú celebraron la victoria de Wellington en nuestro suelo, organizando bailes y fuegos artificiales. El regocijo se adueñó de las cortes europeas, asfixiadas por el poder de un Napoleón cuyas tropas estaban siendo barridas de Rusia y la península ibérica, lo que dio nuevos bríos a la Sexta Coalición. Por tanto, al margen de su indudable trascendencia local, la batalla de Vitoria resulta un puntal decisivo en la historia bélica de las guerras napoleónicas, de Europa y, por extensión, del mundo. Como Lepanto, Austerlitz, Las Dunas o Stalingrado, forma parte de la gran historia. En realidad, y sin desmerecer el más arriba citado papel decisivo que jugó con respecto a la historia más cercana, es por esto por lo que es verdaderamente importante. Y se dirimió en Álava.

La batalla comenzó a primera hora de la mañana, cuando las más numerosas fuerzas británicas -78.000 hombres contra 64.000- atacaron sobre el frente de La Puebla de Arganzón, alcanzando el objetivo. Hacia el mediodía, se inició la ofensiva contra Durana y Gamarra, logrando cortar la huida hacia Irún de los imperiales. Mientras tanto, en el frente central, los aliados lograron cruzar el Zadorra por Trespuentes, guiados por un lugareño, José Ortiz de Zárate, que murió en la refriega. A mitad de la tarde de aquel día, los derrotados imperiales se transformaron en una abultada peregrinación de hombres que, sin demasiado orden y cerrada la ruta de Irún, intentaban alcanzar la frontera francesa por el camino de Pamplona. A partir de ahí, se hizo el caos. La Vitoria cercada y abarrotada de soldados franceses, buhoneros, aprovechados y aldeanos en busca de refugio inició un precipitado proceso de evacuación en el que lo más sobresaliente fue el kilométrico convoy de José Bonaparte. Más de 2.000 carruajes componían la caravana real, llena a rebosar de obras de arte, riquezas, informes, dinero y demás objetos de valor esquilmados de la Iglesia y la aristocracia española, además de los efectos personales de José Bonaparte, su amante vasca la marquesa de Montehermoso y sus seguidores, popularmente conocidos como afrancesados, mayoritariamente cultos y acomodados. La huida, sin embargo, no fue sencilla. La cantidad de personas que escapaban, así como la estrechez y el mal estado de unos caminos que no estaban preparados para tal despliegue provocaron una caravana que ralentizó la ruta. Finalmente, el carruaje de José I fue alcanzado, teniendo que escapar el rey y los suyos al galope dejando el vehículo y sus pertenencias a merced de los saqueadores no sin antes liberar las sacas del tesoro entre sus propios hombres, que se lanzaron a ellas ávidos de riquezas. Gracias al rico botín obtenido en el saqueo del convoy regio, Vitoria pudo salir indemne de aquel episodio. El general Miguel Ricardo de Álava y Esquivel, amigo de Wellington y miembro de su estado mayor, que había entrado en la ciudad al frente de la Kings German Legion y ordenado cerrar sus puertas, se aseguró de proteger la ciudad del más que probable saqueo que se hubiera intentado por parte de las tropas aliadas de no haberse entretenido con el rico convoy de José I.

El resplandor de la batalla de Vitoria fue muy pronto solapado por el de otras, más celebradas por haber resultado determinantes en la caída del imperio francés y haber acontecido en el corazón de la Europa continental, lejos pues del escenario peninsular, algo marginal debido a la posición periférica y el pequeño valor político internacional de España y Portugal, los dos reinos que por aquel entonces lo conformaban políticamente. La batalla de Leipzig (octubre de 1813) o la definitiva batalla de Waterloo (junio de 1815), que liquidó definitivamente la segunda intentona imperial de Napoleón tras retornar de Elba, se llevaron los laureles más frescos, dado el hecho de que supusieron el aldabonazo definitivo al primer imperio y al epílogo de los Cien Días, respectivamente. Pero los inicios del derrumbamiento del imperio napoleónico en los dos extremos de Europa —Vitoria y Moscú— nunca se olvidaron. Ludwig van Beethoven redactó una apresurada partitura titulada Sinfonía de batalla sobre la victoria de Wellington en Vitoria, que fue registrada como Opus 91 y cuya composición no le llevó mucho tiempo: la inició en julio de 1813, y a primeros de octubre se encontraba totalmente finalizada. La idea de crear una melodía visual, que lograra hacer evocar la batalla entre los espectadores, partió de una peculiar personalidad de la corte, Johan Nepomuk Mälzel. Este hombre de origen checo era el creador de un instrumento musical denominado panarmonicón, capaz de suplir a una orquesta entera. Aprovechando su amistad con Beethoven, Mälzel le propuso la idea de elaborar un tema que glorificara la victoria británica y que fuera muy fácilmente asimilable por el público. Lo primero se debía a los planes que habían hablado de instalarse en Londres y lo segundo, porque tenía que ser un éxito, como así fue. Mältzel le pidió que lo escribiera para panarmonicón; de esta forma lograba promocionar su artefacto musical. Beethoven tan solo redactó así la primera parte de su sinfonía. La segunda la dejó para una orquesta convencional.

La Victoria de Wellington, Batalla de Vitoria o Gran Sinfonía Guerrera, como también fue conocida la composición, se estrenó en el contexto de un acto benéfico a favor de los soldados heridos en la batalla de Hanau. Fue el 8 de diciembre de 1813 en la gran sala de la Redoute de la universidad de Viena. Para acentuar el evidenciado carácter descriptivo de la composición, la melodía fue teatralizada por una serie de actores vestidos de soldados, unos franceses y otros británicos, cuyos movimientos fueron rápidamente identificado por la audiencia, ya que Beethoven había asignado a cada bando diferentes y características melodías dentro de su sinfonía: Rule Britannia y God save the King, solemnes y muy representativas, simbolizaban a las fuerzas de Su Majestad, mientras que las del emperador Bonaparte tuvieron que conformarse con el no tan digno Mambrú se fue a la guerra, lo que daba la nota de cuál era la preferencia del compositor. Junto a ella también se estrenó la Séptima Sinfonía, pero fue la de Vitoria la que cosechó mayor éxito. Tales fueron las aclamaciones que obtuvo al final del concierto, que tuvo que repetirse el 12 de diciembre, el 2 de enero, el 27 de febrero y el 25 de marzo. La Batalla de Vitoria aportó a Beethoven reconocimiento, fama y dinero, produciéndose la irónica situación de que la composición que le dio a conocer verdaderamente a nivel mundial fue una obra facilona, de interés comercial, de la que poco tiempo después terminaría por renegar.