664 Zenbakia 2013-04-24 / 2013-05-08
Pese al dulce momento que vive hoy la agricultura urbana, no se trata de un fenómeno reciente. Los huertos urbanos han estado presentes en el nacimiento de las ciudades y su protagonismo ha variado durante el desarrollo de los núcleos urbanos. A lo largo de su historia, el auge de esta clase de huertos se ha visto estrechamente relacionado con períodos de crisis económicas o energéticas, guerras, hambrunas etc.; siempre bajo una perspectiva funcional dirigida hacia la producción de alimentos.
En el nacimiento de las primeras ciudades industriales, los huertos urbanos cumplían funciones de autoabastecimiento para toda una población que, venida del campo, paliaba las dificultades económicas mediante este tipo de prácticas. También cumplían con una serie de fines de tipo higiénico y asistencial. En ocasiones, las grandes fábricas cedían algunos terrenos para su explotación agraria por parte de los trabajadores. Así, los huertos urbanos se contemplaban como un complemento salarial de tipo social, ya que contribuían a la calidad de vida de obreros y barrios. Posteriormente, durante la primera mitad del siglo XX, la agricultura urbana se vio ligada a las guerras. Con una sociedad en completa reconstrucción, y bajo una perspectiva patriótica, los huertos urbanos cumplían esencialmente funciones de subsistencia, de autoabastecimiento y de colaboración, por extensión, a las economías de guerra. Más adelante, en la segunda mitad del pasado siglo, los huertos urbanos contemplaron diferentes posibilidades, como la educación ambiental, la regeneración urbana y la integración social; Iniciativas lideradas, en gran parte, por grupos ecologistas o asociaciones de desarrollo comunitario.
Actualmente la agricultura urbana vive un auge verdaderamente significativo. Los huertos colonizan azoteas, terrazas y balcones en las viviendas particulares; gestionados por asociaciones vecinales o promovidos por la administración pública, se instalan en solares abandonados y en los intersticios entre edificios. Incluso aparecen súbitamente en los lugares más insospechados como producto de nuevas formas de bio-guerrilla, lúdica y no-violenta. Sin embargo, la significación que demuestra el fenómeno actualmente contrasta con su carácter histórico. Mientras que su función principal a lo largo de la historia ha sido la producción de alimentos, en la actualidad este estímulo ha sido relegado a un segundo plano para beneficio de su práctica como actividad lúdica, y de su vivencia como una experiencia de ocio.
Los huertos urbanos han estado presentes en el nacimiento de las ciudades y su protagonismo ha variado durante el desarrollo de los núcleos urbanos.
Foto: CC BY - alice henneman
Así, desde luego, cabe preguntarse por algunas de las dimensiones más significativas que el fenómeno despliega en su carácter inédito; Y resulta interesante, para afrontar la comprensión de su esencia, abordar la naturaleza propia del juego que supone esta clase de agricultura en tanto actividad rural desarrollada en contextos urbanos. Para profundizar en ello, resulta especialmente nutritiva la concepción de urbanidad-ruralidad en el cuerpo teórico de Manuel Delgado.
En su obra, Delgado emancipa lo urbano de la ciudad, así como lo rural del campo. Desde su punto de vista, el campo y la ciudad son meras composiciones espaciales que no deben ser interpretadas como equivalencias de la ruralidad o la urbanidad respectivamente. Así, mientras “ciudad” y “campo” son los significantes que señalan espacios físicos de una realidad sensible, “urbanidad” y “ruralidad” identifican un conjunto de relaciones, estímulos, vínculos, hábitos, condiciones y representaciones sociales cualesquiera que a una sociedad y en un espacio se refieren.
De este modo, lo urbano quedaría definido como una urdimbre de relaciones deslocalizadas y precarias. Los nexos que establece lo urbano son flexibles y no vinculantes, líquidos, volátiles, temporales y disponibles, interpretables... Se trata de un espacio conceptual donde campa la incertidumbre y fluye la información. Por lo tanto, como dice Delgado:
Lo opuesto a lo urbano no es lo rural “como podría parecer”, sino una forma de vida en la que se registra una estricta conjunción entre la morfología espacial y la estructuración de las funciones sociales, y que puede asociarse a su vez al conjunto de fórmulas de vida social basadas en obligaciones rutinarias, una distribución clara de roles y acontecimientos previsibles, formulas que suelen agruparse bajo el epígrafe de tradicionales o premodernas. (Delgado, 1999, p. 24).
En este sentido, preguntarse por la urbanidad de un determinado fenómeno social (por ejemplo, los huertos de ocio) no consiste tanto en constatar la localización de su anclaje físico, como en describir la cualidad de las relaciones que (re)produce.
Así, independientemente de la naturaleza jurídica del suelo que habiten, los huertos urbanos constituyen una suerte de espacio público urbano en tanto suponen un espacio cognitivo de relaciones maleables, de construcciones sociales interpretables, de vínculos flexibles y de comunidades disponibles o temporales. Por lo tanto, y a pesar de que estos espacios y las comunidades que generan simulan las condiciones de ruralidad que lo identificarían como un fenómeno rural dentro de la ciudad, se trata de una producción netamente urbana.
La diversidad de usos que está implícita en el fenómeno de los huertos urbanos es amplia y motiva un interés transdisciplinar: experiencia lúdica, construcción identitaria, protesta política, cohesión comunitaria...
Foto: CC BY - urbanists
Nos situamos frente a un fenómeno que, nacido en el marco de la economía informal (e incluso marginal), es en el seno de las prácticas de ocio donde alcanza un potencial transformador de las prácticas y discursos sociales, sobre todo en cuanto estos conciernen al espacio público de la ciudad y a sus fines. La diversidad de usos que está implícita en el fenómeno de los huertos urbanos es amplia y motiva un interés transdisciplinar: experiencia lúdica, construcción identitaria, protesta política, cohesión comunitaria... Es la puesta en marcha simultánea, sobre el espacio urbano, de todo un conjunto de prácticas y discursos en transformación (otrora distribuidos en diversas esferas sociales, estancas entre sí) la que advierte de la novedad del fenómeno y obliga a su estudio.
Como señala la sociología del consumo, en las últimas décadas ha sido la solitaria relación del sujeto con las ofertas consumistas la que ha mediatizado mayoritariamente la experiencia de ocio, promoviendo estrategias de privatización del espacio urbano que han tenido trágicas consecuencias para la cohesión social. El fenómeno de los huertos urbanos permite intuir indicios de una reacción tímida a esta fase de mediatización consumista del ocio, aún contrapuesta al mainstream pero prometedora, que augura relaciones inéditas con el espacio público, donde la experiencia libre y gratificante del ocio sea factor y no impedimento de nuevas comunidades. Puede verse aquí el potencial político implícito en la profunda búsqueda de vivencias, lo que constituye el rasgo más característico de la sociedad tardo-moderna; búsqueda esta que hasta ahora se ha tratado de satisfacer en las dinámicas privatizadoras de un consumo exacerbado y que quizá pueda emprender caminos menos peligrosos para los fundamentos de la convivencia.
En la agricultura urbana es posible identificar el ejemplo de una corriente mayor de prácticas de tiempo libre que tratan de lograr una experiencia de ocio que, alentada por cierta nostalgia moderna, termina materializándose en actividades y maneras propias de una dinámica que camina entre lo moderno y lo posmoderno. Estas actividades de ocio retan, por lo tanto, la lógica de la urbanidad tardo-moderna, líquida y de consumo, en favor de la puesta en valor de otros usos y vivencias del espacio público: urbanos, desde luego, en su forma, pero caracterizados también por una apariencia de ruralidad en la que cabe vislumbrar la búsqueda de solidez, de un asidero identitario. Para lograrlo, el individuo idea dispositivos que reconstruyen un tejido de espacios cognitivos de sentido, consiguiendo así la re-producción de identidades. Y para articular precisamente esas dinámicas, el sujeto contemporáneo convierte en tecnología su propia experiencia de ocio.