521 Zenbakia 2010-02-19 / 2010-02-26

KOSMOpolita

Los escoceses y los godos en Euskal Herria, los suecos en Suiza (I/III)

ROSAS VON RITTERSTEIN, Raul Guillermo



Los escoceses y los godos en Euskal Herria, los suecos en Suiza (II/III)

Los escoceses y los godos en Euskal Herria, los suecos en Suiza (III/III)

“...si es la vida el ensueño de una siesta,

si la historia es leyenda o es patraña.”

(Unamuno, Soneto LIV, 1.925)

En los tiempos que corren, es comprensible que miremos con una tolerancia no exenta de cierto aire de superioridad trabajos como los que, en un esfuerzo por aclarar los aspectos obscuros de la historia del poblamiento de las tierras vascas, se escribían hace de esto unos cuantos siglos. Pero, bien analizado, no parece en realidad justificarse que siempre se haya de proceder así.

Para el caso del período medieval, aún hasta sus últimas etapas impregnado de una idea religiosa de carácter finalista, teleológico, se reservó durante mucho tiempo toda clase de calificaciones peyorativas, tal vez la más común de todas la que le atribuía haber sido el campo propicio a cuantos obscurantismos se pudiera imaginar. Y sin embargo, en sus descripciones y relatos, a veces más que fantásticos, late sin duda el mismo afán por saber, por conocer y, más aún, por dominar la realidad, que caracteriza a otros tiempos históricos, tanto anteriores como posteriores. Porque la esencia del conocimiento es el interés por el mismo, el buscar la explicación de lo que llama la atención. De allí a que la explicación sea la correcta, o por lo menos la aproximada, puede haber mucha distancia, de hecho la hay casi siempre, pero en estos casos, más que nunca, es la intención lo que vale.1 Y el conocimiento, lo sabemos, se construye de manera acumulativa, la mayoría de las veces sobre aproximaciones muy gruesas que el tiempo y los acercamientos posteriores se encargarán de ir refinando.

Y todo esto desde un punto de vista meramente abstracto, carente de intereses personales o grupales. Como en la realidad ese grado de apartamiento de los fenómenos a estudiar es directamente imposible, es claro que la situación habrá de complicarse en extremo. En otros términos, ningún cronista o historiador escribe por amor al arte, sino más bien motivado por intereses definidos, aún cuando muchas veces ni siquiera sea plenamente consciente de ellos. Todos somos hijos de nuestro tiempo y de nuestras circunstancias, tanto hoy como hace cinco siglos y medio o, si se quiere veinticinco siglos, o un día.

Por todo éllo, para poder arribar a una mejor comprensión de las razones y los motivos que generaron determinados trabajos en determinados momentos históricos, debemos considerar un marco bastante extenso. Y en ese marco es donde surgen de pronto coincidencias interesantes que, en último grado, no hacen más que confirmar un tema básico, las profundas similitudes en el accionar de las colectividades humanas y de los individuos, más allá aún de los límites normalmente autoimpuestos a las mismas. Decía Martín de Ugalde: “Es curioso el paralelismo que existe en la lucha de los pueblos por su lengua. Es que el fenómeno humano se reproduce en todas las latitudes de manera muy parecida [subrayado nuestro]”2 y como veremos, no solamente en los temas referidos al idioma surgen paralelismos llamativos que no hacen más que confirmar esas formas comunes de actuar que nos condicionan a todos y confirman nuestra pertenencia a la misma especie, nos agrade o no.

El “mito de los orígenes”, para llamarlo de una manera que ha venido imponiéndose en los últimos años, digamos como referencia aproximada desde la década del ’60 del pasado siglo, es un valioso ejemplo de lo dicho. Y para el caso vasco se reviste de una significación particular dadas por una parte las características peculiares de y por otra las sobreimpuestas a los euskaldunak a lo largo de su extensa historia cuyos orígenes aún buscamos.

Todos en mayor o menor grado hemos sido testigos o conocemos de los esfuerzos de un cosmos de investigadores por develar, de manera más o menos científica, el enigma de los orígenes del asentamiento humano en las tierras vascas. Desde unos principios que con justicia podemos calificar como muy inclinados a lo fantástico, hasta los actuales desarrollos, una polémica que mucho dista de encontrarse agotada, pero que hoy ya nadie puede disputar que pertenece al campo de lo que con gran generalidad consideramos precisamente materia científica. Pero hubo tiempos en que no fue así, y no nos referimos esta vez a las fabulosas creaciones de Xaho, Navarro Villoslada u otros personajes tan enamorados como ellos de esta tierra. El patriarca Túbal Caín y el padre Aitor quedarán entonces de lado y con ellos los años que median entre los siglos XVI y XIX. Debemos retroceder apenas un poco más en el tiempo y dedicarnos a echar de nuevo una mirada sobre la obra del cronista banderizo de Bizkaia, Lope García de Salazar quien, además de por su azarosa y asendereada vida, es más conocido por sus “Bienandanzas e Fortunas” que por la otra obra que hoy queremos mencionar en primer término, es decir la “Crónica de Siete Casas de Vizcaya y Castilla”, que le valiera a su autor el justo título de Primer Historiador del Señorío de parte de Sabino Aguirre Gandarias.3 No podemos dejar de lado, como decíamos más arriba, el tener en cuenta los intereses que subyacen en esta clase de construcciones ideológicas, que eso precisamente es lo que son. En este caso particular, el interés primordial por acreditar líneas directas de descendencia de determinadas gentes como argumento justificador de una específica situación de dominio sostenida a lo largo del tiempo, en especial en momentos de crisis y alteración de estructuras, como lo es paradigmáticamente la Baja Edad Media. Ese es en fin de cuentas el motivo fundamental de la creación de casi todas las historias y crónicas familiares de aquellos tiempos,4 que retroceden hasta personajes míticos, fundadores de la estirpe siempre en virtud de un acto que orilla lo milagroso, o por lo menos lo magnífico,5 en cualquier caso siempre un poco más allá de la normalidad de este mundo. No escapa al modelo García de Salazar, en cuanto que las mismas “Bienandanzas...” nos presentan constantemente las historias de tantos de los supuestos fundadores de los linajes.6 Y es que el material a disposición del autor vuelve una y otra vez a dejar huellas en sus obras. Pero existe un motivo, acerca del cual queremos hablar, que deja de lado los aspectos particulares de cada familia, cada linaje de Aundikiak y su respectivo Pariente Mayor original, y es el que hace referencia al grupo humano, a la clase señorial a la que pertenecía Lope como un todo, este sí en las “Bienandanzas...”

En esa afanosa búsqueda de los orígenes, que como vemos no es cosa de los tiempos modernos, la percepción de que algo había de disímil entre los vascos y sus vecinos más inmediatos sería el detonante, la justificación para la búsqueda del antepasado perdido. ¿De dónde podrían haber venido los primitivos ocupantes de las tierras agrupadas en torno al Pirineo “quemadmodum gallina congregat pullos suos”? ¿Quiénes habrían sido aquellos lejanos señores de los cuales se suponía -o se buscaba hacer creer7-, descendían en línea directa especialmente las familias principales que dominaban la Baja Edad Media vasca? Lope García de Salazar, y muchos otros con él, los hallaron pronto. Conocedores, casi diríamos en carne propia, de los efectos de los grandes movimientos de pueblos que estructuraron la nueva Europa tras la decadencia del Bajo Imperio Romano, dada su ubicación en unas tierras de pasaje obligado hacia o desde Hispania, principiando por vándalos hasta africanos y árabes -y en verdad mucho más atrás aún-, los hallaron con facilidad. Y en ese constructo se mezclan los escoceses8 cuya princesa emigrada sería la madre del Jaun Zuria9 con, como veremos, los godos escandinavos que habrían llegado para socorrer a sus parientes fuera ante la invasión mahometana, como dicen algunos, fuera ante la constante rebelión de los naturales, como señalan otros, conformando un interesante mosaico de préstamos culturales que hasta hoy brinda material a nuestras consideraciones.

La exposición de Lope García de Salazar acerca de los escoceses, tal como sale en la “Crónica...”, no hace por lo visto tampoco más que recoger historias que corrían hacía ya mucho tiempo entre los pobladores de la región que podían estar interesados en “elevar” -en ambos sentidos del término-, su ascendencia, remontándola a esos pueblos. En efecto y como veníamos diciendo, más de trescientos años antes de Lope era Aymeric Picaud quien, como experiencia de su viaje, consignaba algo similar entre sus diatribas contra los demoníacos y bestiales navarros y vascos:

“Suele decirse que descienden del linaje de los escoceses, pues a ellos se parecen en sus costumbres y aspecto. Es fama que Julio César envió a España, para someter a los españoles, porque no querían pagarle tributos, a tres pueblos a saber: a los nubianos , los escoceses y los caudados cornubianos, ordenandoles que pasasen a cuchillo a todos los hombres y que sólo respetasen la vida a las mujeres. Y habiendo ellos invadido por mar aquella tierra, tras destruir sus naves, la devastaron a sangre y fuego desde Barcelona a Zaragoza, y desde la ciudad de Bayona hasta Montes de Oca. No pudieron traspasar esos límites, porque los castellanos reunidos los arrojaron de sus territorios combatiéndolos. Huyendo, pues, llegaron ellos hasta los montes costeros que hay entre Nájera, Pamplona y Bayona, es decir, hacia la costa en tierras de Vizcaya y Alava, en donde se establecieron y construyeron muchas fortalezas, y mataron a todos los varones, a cuyas mujeres raptaron y en las que engendraron hijos que después fueron llamados navarros por sus sucesores. Por lo que navarro equivale a no verdadero, es decir engendrado de estirpe no verdadera o de prosapia no legítima.”10

El esquema que narra Picaud tiene, más allá de sus aberraciones históricas, demasiados puntos en común con la posterior descripción de Lope sobre la llegada de los godos a Santoña que insertamos más adelante, los suficientes como para permitirnos suponer que esas consejas -“es fama”, dice-, se mantuvieron casi iguales durante los siglos, puesto que no resulta verosímil el suponer que el cronista dispusiera de una copia del Códice Calixtino como fuente para su inspiración. Lope García de Salazar, cuyos orígenes familiares se remontan no muy lejos pero sí en lo que al espacio geográfico hace, más allá de las que tradicionalmente muchos entienden como fronteras históricas del País, puesto que provenían de lo que se ha venido considerando como Merindades de Castilla Vieja, de esas tierras que, como señala el Poema de Fernán González, eran en su lejano origen parte de aquel “...pequeño rincón, / era Montes d’Oca / de Castilla mojón...”, cuando la Castilla primitiva iba desde los Montes de Oca hasta el Pisuerga y, no curiosamente, un poco más allá se extendía la Tierra de Campos, es decir los “Campi Gothorum”, como les denomina el Albeldense, ha de haber recurrido entonces a ideas que eran moneda usual de cambio intelectual entre la nobleza rural de la zona, muy apegada a creer, puesto que le convenía hacerlo, en la presencia colaboradora de un nuevo asentamiento de godos o de normandos en la región en algún indefinido momento de los siglos VIII o IX,11 y a ver en esos supuestos aliados sus antepasados. Hasta aquí, las ideas normales mantenidas como autojustificación por los Parientes Mayores y sus seguidores a mediados del siglo XV. El mismo Salazar, cuya familia provenía de aquella región, como terminamos de decir, debía sentir al exponer la historia de la presencia de los godos de “Scançia”12 que hablaba de sus lejanos abuelos, tan reales para él como aquel su homónimo “Brazo de Hierro”.

Bibliografía:

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Vvaa: Liber Sancti Jacobi, “Codex Calixtinus”, Xunta de Galicia, Pontevedra, 1.992.

1 En un extremo, por otra parte, Roland Barthés se preguntaba al respecto si la narración de hechos históricos, sancionados por la “ciencia” y con la garantía de lo “real” se diferencia en algún rasgo pertinente de la narración de hechos imaginarios contenidos en la epopeya, la novela o el drama. (Barthés, Roland et al.: ‘Discurso de la historia’, en: “Estructuralísmo y literatura”. Buenos Aíres, 1972, p. 37.)

2 Ugalde, Martín de: “Unamuno y el vascuence”, Ekin, Buenos Aires, 1.966, p. 210. Ugalde suena como un eco de las palabras del geógrafo alemán Ratzel cuando señalaba que: “En donde la Tierra sea habitable para los humanos, siempre habremos de encontrar pueblos que son parte de una y la misma Humanidad. La unidad del género humano es por tanto el signo distintivo telúrico o planetario que ha conformado al más elevado nivel de la Creacíón. Hay solamente una especie humana, cuyas variaciones son muy ricas,pero jamás muy profundas.” (Ratzel Friedrich, “Geografía Humana”, Tomo I, Leipzig, 1.901. p. 8, traducción nuestra.)

3 Aguirre Gandarias, Sabino: “Lope García de Salazar, el primer historiador de Bizkaia”, Diputación Foral de Bizkaia, 1.994.

4 El conde Pedro Afonso de Barcelos, en su “Livro de Linhagens” (1.325-1.344), obra en la que, como hoy sabemos, abrevó Lope García de Salazar para su “Crónica de Siete Casas”, lo declara en negro sobre blanco al mencionar los fines del trabajo: “Contribuir a que los reyes reconozcan las mercedes que corresponden a los vivos por los méritos que hicieron sus antepasados.” À tout seigneur...

5 Georges Duby nos ha dejado al respecto un excelente trabajo en su: “Estructuras familiares aristocráticas en la Francia del siglo XI en relación con las estructuras del Estado”, en “El amor en la Edad Media y otros ensayos”, Alianza; Madrid, 1.990 pp. 121-127, estudio sobre la crónica de los condes de Guines en la cual, curiosamente —o no—, el linaje condal desciende de un vikingo. En “Las Bienandanzas y Fortunas” también se encuentran asimismo seres semimíticos, cuando no completamente fantásticos, en las raíces de muchos de los linajes mencionados por García de Salazar, que nada deben envidiarle a la fantástica relación entre la Melusine y la estirpe de Lusignan.

6 Una de tantas motivaciones del cronista es especificar las ascendencias de los linajes en relación con su control del diezmo de los “monasterios” vizcaínos, teóricamente fundados por los Parientes Mayores. Él mismo tomó parte en el pleito, que por ese entonces enfrentaba al Señor de Bizkaia y rey de Castilla con los cabezas de linaje. También aquí sigue el banderizo las líneas otrora marcadas por el noble lusitano, quien indicaba como otra de las causas de su redacción el poder dar a conocer a los vivos de qué monasterios son ellos señores naturales y benefactores.

7 Como hoy sabemos y en contra de anteriores supuestos, el sistema feudal, con rasgos particulares pero feudalismo al fin, también hizo de las suyas por las tierras vascas, y en un tiempo en el cual sentaba escuela en Europa aquello de “nulle terre sans seigneur”, el imaginario de todas las personas debía resistirse a suponer siquiera la posibilidad de otro modo de vida, más allá de los sacudimientos de diversos movimientos contestatarios condenados de antemano a la catástrofe y que miraban más bien hacia el campo de la pura utopía.

8 No sería excesivamente arriesgado hallar tras este mito de los escoceses una reminiscencia que también traen otros observadores que descubren similitudes sorprendentes entre las formas de vida de los vascos antiguos y los montañeses del Norte de la isla de Gran Bretaña. Naturalmente en casos como este sin duda tendría algo que decir el tan mentado determinismo geográfico... Pero a la vez, y como indicamos, ciertas comparaciones antiguas jugaban a favor de esta idea, como ya lo decía el conocido Aymeric Picaud en sus nada favorecedoras descripciones de vascos y navarros: “...se visten con paños negros y cortos hasta las rodillas solamente, a la manera de los escoceses...” (Liber Sancti Jacobi, “Codex Calixtinus”, Xunta de Galicia, Pontevedra, 1.992, p. 519). La época en que se escribía el “Calixtino...” es precisamente aquella en la que Escocia ve los primeros éxitos de las políticas de sojuzgamiento de sus pueblos libres bajo la implantación de las normativas y aún de la misma población anglonormanda por parte de sus reyes. De tal manera, es posible que la comparación de los vascos con los escoceses por parte del escritor sea aún más negativa de lo que puede parecer a primera vista.

Por lo demás, Engracio de Aranzadi, “Kizkitza”, señalaría en su “La casa solar vasca o Casa y tierras del Apellido”, (Editorial Vasca, 1.932), que, siguiendo a Macaulay cuando trata acerca de los rasgos propios de las gentes escocesas, puede compararse a ese pueblo con el vasco. Y en realidad Aranzadi continúa una línea trazada originalmente por Arturo Campión, ya que, como podemos leer en “La frontera de los malhechores”, pp. 414-15: “Entre esos salteadores de la montaña vasca que recuerdan a los Mac Donald, Campbell, Mac-Gregor y Camerón de la montaña céltica, sobresalen, los de Lazkano y Oñaz, cepa de muy calificada e insigne nobleza castellana; no de otra manera que los brigantes Mac-Callum More llegan a condecorarse con el ducado de Argyle y a aliarse matrimonialmente con la casa real inglesa.” Otro ejemplo de la misma idea nos proporciona don Arturo en su semblanza de Victor Hugo: “El combate del adolescente Jacobo con Lord Tifano, envuelto en las nieblas de las montañas célticas, le recuerda a las pugnas de agramonteses y beaumonteses, gamboínos y oñacinos, que tiñeron las praderas vascas. Ni la imploración de la vejez, la voz ascética del cenobio femenino o de la maternidad, logran evitar el trágico fin.” “Víctor Hugo. Semblanza”, pp. 27/9, citado por José Javier López Antón en: “Arturo Campión. Entre la Historia y la Cultura”, Iruña, 1999, p. 275.

9 “Una hija legítima del rey de Escocia arribó en Mundaca con unas naos y vinieron con ella muchos omes y mugeres. Y, quando llegaron á la concha de fuera, avia tormenta, que quisieron posar allí y bieron al agua que descendía de Guernica turbia, que venia crescida y dixeron aca munda. Ca heran todos gramáticos, que en gramática dizen por agua limpia aca munda, y fueron al rrío arriba y posaron dentro donde ahora es poblada Mundaca y por esto le llamaron Mundaca; y aquí se dize que esta donzella se preñó y que nunca quiso dezir de quien hera preñada y que la dexó en destierro del rreino su padre, y que la dexaron allí en Mundaca aquellas gentes que con ella vinieron y que se tornaron para Escocia con sus naos sino algunos que quedaron allí con ella. Y por otra manera dize la historia...” Lope García de Salazar, “Crónica de Siete Casas...”.

10 Liber Sancti Jacobi, “Codex Calixtinus”, Xunta de Galicia, Pontevedra, 1.992, pp. 521/22.

11 Esa zona de “media luz”, trasiego de gentes de distintos pueblos sobre lo que sería sin duda un substrato vasco, pero que acogió a miembros de tantos grupos llegados con posterioridad, de la cual dice Valdeón que estaba integrada por “...una compleja mezcla de cántabros, autrigones y várdulos. Aunque débilmente romanizada, el sometimiento de Cantabria por Leovigildo impulsó notablemente el proceso de germanización. Esto explica que el aporte de sangre goda en esta comarca de la futura Castilla fuera muy importante. Pero el elemento germánico que se mezclaría con las poblaciones primitivas de esta región era esencialmente popular, pues lo nobleza visigoda estaba muy poco representada.” Julio Valdeón Baruque: “El reino de Castilla en la Edad Media”, International Book Creation, Bilbo, 1968.

12 Estas fantasmagóricas islas de “Escançia” son un topos de la cronística hispana anterior a Lope, iniciado por el Toledano (arzobispo Jiménez de Rada) en su “De rebus Hispaniae” de principios del siglo XII. A partir de él haría carrera en trabajos posteriores.

Los escoceses y los godos en Euskal Herria, los suecos en Suiza (II/III)

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