461 Zenbakia 2008-11-14 / 2008-11-21
Nacido en el seno de una familia alavesa que se afincaría en San Sebastián, Antonio Ortiz Echagüe constituye junto a Ignacio Zuloaga y Joaquín Sorolla el trío de ases de la pintura costumbrista española del tránsito del XIX al XX. Los reconocimientos y premios internacionales que obtuvo (incluida la medalla de oro del Salón de París de 1923) así como la presencia de sus cuadros en destacados museos del País Vasco, España, Europa y América (uno en Italia y otro en Argentina llevan su nombre) dan testimonio de la extraordinaria relevancia de un pintor que supo conjugar como pocos la tradición con la modernidad.
Fue un artista cosmopolita y viajero, que se centró en la representación de escenas y tipos populares de los distintos países donde vivió (Italia, Holanda, Francia, Marruecos, Argentina...) tomados directamente del natural sin idealizaciones ni folclorismos, con un estilo que se caracteriza por su recio dibujo, sus densas pinceladas y su espectacular manejo de la luz y el color. A diferencia de sus contemporáneos, él pintó en clave de realismo ibérico a los personajes de otros países consiguiendo algo tan aparentemente contradictorio como la internacionalización del regionalismo característico de nuestra pintura de finales del ochocientos.
"La misa de Narvaja" ( 234 x 115 cm.) Narvaja, Alava 1900.
Su vocación artística fue muy precoz. A los catorce años marchó a París donde entró en la Academia Julian siendo discípulo de Jean Paul Laurens y Benjamin Constant, y un año más tarde ingresó en la Escuela de Bellas Artes francesa en el taller del pintor de Bayona Leon Bonnat, donde se forjó su gran talento como retratista.
A los dieciseis pintó su primer lienzo de envergadura “La misa de Narvaja”, realizado en el interior de la iglesia de este pueblo alavés donde pasaba las vacaciones de verano junto a su familia. A los dicisiete se trasladó a Roma; pintó en el estudio de su amigo Cocó Madrazo en la vía Magutta, y frecuentó la Academia española de Bellas Artes, allí conoció a su director José Villegas, y entabló amistad con los pensionados Chicharro, Benedito, y Álvarez de Sotomayor, discípulos de Sorolla. Se afianzó entonces su inclinación hacia los temas cotidianos, el realismo costumbrista, la pincelada abocetada, y el colorido intenso y luminoso. Los interiores con luz artificial que pintó en esta etapa permiten apreciar su virtuosismo cromático, especialmente en obras tan logradas como “El beso de la madre”, que se exhibe en la sala Ortiz Echagüe del Museo San Telmo de San Sebastián, junto al conjunto de lienzos que su viuda donó al museo donostiarra.
En 1902 regresó a España. En Madrid quedó fascinado por la obra de Velázquez y preparó las oposiciones para ir como pensionado a la Academia Española de Roma. En 1904 obtuvo la plaza, y una tercera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con “Las planchadoras”. En la de 1906 su cuadro “Lady Godiva”, obtuvo idéntica recompensa.
"Comida en Mamoiada" ( 218 x 180 cm.) Mamoiada, Cerdeña 1908.
Desde 1904 a 1908 residió en Roma. Desde la ciudad Eterna viajó a Cerdeña, donde fascinado por aquella tierra recóndita de costumbres ancestrales se instaló a pintar en los pueblos del interior plasmando en magníficas telas las gentes y los peculiares trajes de las mujeres de la isla. Su influencia en los artistas locales dio lugar a la creación de la llamada “Escuela de Atzara” (nombre de la localidad donde trabajó más tiempo, que le ha dedicado un museo). Uno de ellos “Fiesta de la Cofradía de Atzara” obtuvo Medalla de II clase en la Exposición Internacional de Munich de 1909, y Medalla de plata en el Salón de París de 1923. Esta obra se encuentra en el Museo San Telmo de San Sebastián.
Entre 1909 y 1914, a raíz de un encargo de retrato se instaló en Hilversum, Holanda, dedicándose a pintar cuadros de tipos populares holandeses. Uno de ellos “La Sra. Jansen y sus amigas” (donde se aprecia su admiración por Franz Hals) obtuvo segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1910. Su éxito como pintor de retratos de banqueros de Amsterdam y sus familias, le llevó a especializarse en un género que se convirtió en su principal medio de vida. Con este motivo viajó a Estados Unidos y Argentina, donde se forjó una amplia clientela que le obligará a regresar con frecuencia a ambos países.
Durante los años de la primera guerra mundial residió en el domicilio de sus padres en la calle Miracruz 5 de San Sebastián, y acabada la contienda contrajo matrimonio con una joven holandesa, Elisabeth Smidt, y pasó una temporada en Granada pintando temas andaluces como “La santera” (Museo de Bellas Artes de Pau, Francia) y vistas de los patios de la Alhambra, en los que combina el impresionismo con el luminismo.
“Faro de la plata” (53 x 62 cm.) San Sebastián, entre 1914 y 1918.
“Holandesas tomando café”. (135x149 cm.) Zeelandia, Holanda 1920.
Durante los años veinte residió alternativamente en Hilversum, París, Buenos Aires, y Madrid (allí instaló su estudio y residencia en la magnífica Quinta del Berro) sin faltar al veraneo donostiarra donde los lazos familiares —a través de su tío que era Ayudante de Campo de Alfonso XIII— le daban acceso al palacio de Miramar y a la corte. En la capital de España fue nombrado Presidente de la Asociación de Pintores y Escultores de Madrid, y retrató al rey “Retrato de Alfonso XIII” (Museo de Historia de Madrid) así como a destacados miembros de la aristocracia: “Retrato de don Alfonso de Orleans” (Museo de Aeronáutica del Ejército del Aire, Madrid). Junto a su hermano el célebre fotógrafo José Ortiz Echagüe recorrió las tierras de Castilla buscando rincones y personajes pintorescos que les sirvieron a ambos de inspiración.
Su cuadro “Jacobo Van Amstel en mi casa” (Museo Centro de Arte Reina Sofía, Madrid) obtuvo la medalla de oro del Salón de París de 1923, y la primera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, en 1924. Realizó exposiciones individuales en la célebre galería Georges Petit de París (1921), en el Museo Stedelikje de Amsterdam (1922), en la galería Van Riel de Buenos Aires (1924), y en el Palacio de la Biblioteca Nacional de Madrid (1926). El pabellón español de la XXVI Muestra Internacional de Venecia le dedicó una sala. El gobierno francés le concedió la Legión de Honor por sus méritos artísticos, y el español le nombró Caballero de la orden de Alfonso XIII.
Tras un viaje a Marruecos quedó fascinado por el exotismo oriental y se quedó en Fez por espacio de dos años (1930-1931), realizando allí las obras más brillantes de su ya espléndida carrera, en las que tomaba como modelos a los vendedores del zoco, a las mujeres bereberes, o a las negras de Senegal que pululaban por las callejuelas de la medina. “Mujeres azules de Tafilalet”, “Moro notable”, “Senegalesas de perfil”, “Mendigo ciego” “Chico con calabaza”, “Vendedora de pan” (Museo de Bellas Artes de Alava), son algunos de sus mejores lienzos. El sultán de Marruecos le concedió por ellas la Medalla Alauita, y su obra africana se expuso con enorme éxito en Madrid y París.
“Retrato de Encarna y su hija” (195 x 195 cm.) Madrid 1926.
En 1933, se instaló en su estancia de la Pampa argentina y el estallido de la guerra civil española le retuvo en América. En 1940 realizó una gran exposición individual en el Carnegie Institute de Pittsburg (USA) y recibió la noticia de su nombramiento de Académico correspondiente de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Poco después, a los cincuenta y ocho años (1942) fallecía prematuramente en Buenos Aires, víctima de un cáncer de pulmón.
Los lienzos de Ortiz Echagüe (que realizaba sus obras pintando del natural y reproduciendo los modelos preferentemente a tamaño real) constituyen un ejemplo muy significativo de la corriente artística que en el tránsito del siglo XIX al XX sustituyó la pintura de historia decimonónica por un realismo costumbrista o etnográfico, que enlazaba con los grandes maestros de la pintura española del XVII. Sin embargo su formación en París y Roma y su conocimiento de los movimientos artísticos europeos le llevaron a incorporar a su veta realista algunos aspectos del modernismo, del simbolismo, del impresionismo y hasta del fauvismo, como se evidencia en el decorativismo de algunos ambientes, en la soltura de la pincelada, en el valor que concede a la luz y en la utilización cada vez más atrevida y subjetivo del color.
Tras su muerte —y al margen de las exposiciones colectivas en las que se han incluido obras del artista— se han realizado varias Antológicas de Antonio Ortiz Echagüe: en 1984 en el Museo San Telmo de San Sebastián y en el Museo de Bellas Artes de Alava, en 1991 en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, y en el año 2008 en las Salas Boulevard de Kutxa en San Sebastián.
“Dos senegalesas de perfil” (150x198 cm.) Fez, Marruecos 1931.
“Retrato de la madre del pintor” (4ox 60 cm.) San Sebastián 1933.