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Lourdes DE LA VILLA LISO
Nuestro entorno es una construcción subjetiva que nunca excede nuestras capacidades perceptivas. Cuando éstas se dirigen a un objetivo investigador, aquel sufre una drástica restricción. El cambio necesario para ampliarlo es lo que nuestra actividad dentro de la investigación no tiene la facultad de provocar. En vez de ello nos pone en la paradoja de enfrentarnos a lo que supera nuestras habilidades para representarnos el mundo. La transformación a la que conduce la resolución de la paradoja, es la modificación de la estructura neuronal de nuestro cerebro. Pero ¿qué la ocasiona?
La actividad dentro de la investigación que representa el funcionamiento de nuestro cerebro es en nuestro caso la pintura, un arte visual. La habilidad representativa que resulta trascendida por nuestra propia función cerebral, pone en juego el mecanismo de nuestra visión. El sentido visual es la prueba de la invariabilidad preservada a través de la evolución de un proceso psíquico, en nuestra experiencia del mundo. Abrimos los ojos (después de un tiempo sin apartar la vista del soporte pictórico), y bien podría ser un sueño lo que vemos.
Acabamos de introducir las dos realidades a las que nos hemos asomado de la manera más indirecta posible en esta tesis: nuestro interés ha estado puesto tanto en conocer sobre el funcionamiento de nuestro cerebro como en saber acerca del papel de la pintura en las artes visuales. El género humano no se distingue por poder imponer una distancia entre su cerebro y sus representaciones, a pesar de ser el único animal que tiene la costumbre de representarlo todo en un soporte exterior a su cuerpo. El artista visual es un ejemplo.
El trabajo experimental de esta tesis se divide en cuatro niveles de representación. Cada representación está creada por un proceso específico que busca reflejar el proceso visual humano. La imagen muestra la cuarta de las representaciones (“Representación de la imagen”) Datos: “Secuencia imaginada. Nivel 4”, 2010, témpera sobre lino, medidas totales: 2750 x 350 cm.
Lo que hemos tratado es un problema general a la ciencia de la visión. Nuestro método ha implicado preguntarse por la validez de un modelo construido sirviéndonos de una visión trascendente como es la de la obra de arte, que relata lo que hay en un cerebro que no es anónimo como el que en general estudia la ciencia. El SN tiene la capacidad de evolucionar precisamente de esta forma: puede “relatar” los procesos que sigue para sí mismo. Nuestro cerebro se transforma por la consciencia. Como dice Lamberto Maffei, “el SN no es solo una interfaz con la realidad, no es solo instrumento de conocimiento, sino también todo nuestro conocimiento”1.
Nos hemos limitado a la visión para entender el cerebro. Construir así el mundo como si solo tuviésemos el canal sensorial de la vista, es un problema psíquico humano. La mecánica del nuestro SV no agota su explicación, más bien le da rienda. La explicitación de contenido mental que lleva a cabo toda obra de arte visual, excede la consideración de un sistema de procesamiento visual, tal y como le sucede a nuestro SN durante la aprehensión del mundo por el canal sensorial de la vista. La imagen que representamos es mental: contiene todo aquello que nuestro SV no puede procesar, tal y como le sucede a la imagen que representa nuestra visión durante la experiencia sensorial. Reúne todo lo que ha sido abstraído acerca del resto de los sentidos en el constreñido mundo visual.
Proceso del trabajo en el estudio.
Hemos buscado incorporar el punto de vista de un individuo concreto a un problema que fue expresado en el lenguaje matemático de forma paradigmática por el neurofisiólogo David Marr2. Cuando tocamos, parecería claro que el tacto es un solo evento que está en la mano. Para el artista visual, la mirada y la visión formarían parte del evento único de “ver”, que está en la retina. Lo que calcula nuestro proceso visual, es la distancia que hay que salvar para hacer coincidir las dos. Esta distancia es tiempo asentado en nuestra estructura psíquica. Ese es el error de base del cálculo natural que empleamos: es nuestra visión la que tiene capacidad de anticiparse, no nosotros como seres humanos. Utilizamos el lenguaje de nuestro propio SN. Y cuanto más nos entrenemos en el mecanismo de “ver”, más complejos niveles de actividad intelectual abarcará esta capacidad, más se desarrollará nuestro lenguaje. Si fuésemos músicos, nuestro lenguaje se desarrollaría de otro modo, pero el objetivo, seguiría siendo el mismo final lógico, no conocimiento. El problema que presenta la aprehensión del mundo a través de un canal sensorial, es un problema de representación irresoluble para nuestros cerebros. Por eso acabamos sintiendo. Podríamos decir que entonces es el propio cerebro el que ilumina el mundo.
Dice Diane Ackerman que “cuando queremos encender el mundo alrededor de nosotros, fabricamos lámparas”3. Añadiríamos que cuando queremos hacerlo desde el recorte de nuestro cuerpo, fabricamos imágenes. Muchos animales no lo necesitan. Como dice Ackerman, “son ellos los que se encienden”4 porque tienen luz biológica. Lo que nosotros con nuestras imágenes alumbramos, es algo que cuando nos miramos no cae bajo los sentidos. El soporte de nuestras representaciones internas se haya en nuestro cráneo, donde nuestro cuerpo está expresado por reducción a un símbolo. No es que la materia gris sea el soporte. Es nuestro cuerpo el que se aloja entre sus pliegues; es el fenómeno perceptivo en su presente con respecto al proceso visual, no como el hecho anterior (la visión) y posterior (la cognición) que conlleva. Diríamos que cuando vemos, también estamos haciendo una imagen. Solo que el soporte donde creamos su representación, es la superficie física del mundo. Esta imagen fluye como un río.
Detalle de uno de los cuadros.
Para que esta fluidez se mantenga a lo largo de la evolución, el constreñido mundo visual, se hace plural. En su presente con respecto al funcionamiento de nuestro cerebro, varias constricciones se superponen. Las imágenes que hacemos, nos permiten contemplarlas desde el punto de vista de nuestro SN, radicadas en él, donde la física del mundo desaparece. Estando en relación con el mecanismo de la visión, no dependen de su representación en el neocortex, por lo que son capaces de definir la función de este órgano durante la experiencia sensorial. Definirlas a ellas, ha supuesto adoptar un punto de vista experimental y uno histórico (conocimiento propiamente dicho), además del teórico (pregunta por el conocimiento). Analizarlas ha implicado separar en niveles su explicación. Para llegar a darnos cuenta de que ellas son lo que nos faculta para transformar nuestro propio cerebro, no para poner a un lado nuestro SN y a otro la representación del mundo. Como explica Maffei, la distinción entre estas dos cosas es difícil5. Nuestra función visual es simbólica por naturaleza, antes de que podamos utilizar la visión como un mero instrumento. Tenemos en la función del habla propia de los humanos, la capacidad de expresar la función del neocortex. Pero se diría que la posibilidad de ocasionarla, está en nuestra mirada, a la que hemos llamado técnicamente, la estructura del cálculo de nuestro SN durante la experiencia sensorial. Entre estímulo sensorial y respuesta motora se situaría el desarrollo de la notación del SN; la formación de una cualidad que lo está cuantificando.
A pesar de que el conocimiento no sea lo que dé sentido a la vida, resulta fácil encontrar una razón para querer seguir investigando. Si el SV es solo la lógica de nuestro sentido de la vista, la investigación es nada menos que la lógica de nuestra vida. Un camino al resguardo del cielo de nuestro cráneo.
1MAFFEI, Lamberto, Il mondo del cervello, Roma, Laterza, 1998, p. 5
2Ver MARR, David, Vision, San Francisco, Freeman, 1982
3ACKERMAN, Diane, Una historia natural de los sentidos, Barcelona, Anagrama, 1992, p. 291
4Ibíd.
5Ver MAFFEI, Lamberto, Il mondo del cervello, Roma, Laterza, 1998, p. 5
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