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Eduardo AZNAR MARTÍNEZ
Aunque conocida para el mundo erudito como mínimo desde fines del siglo XVII, la presencia del euskera como lengua viva en el territorio riojano nunca ha recibido la atención que se merecía, pues durante mucho tiempo fue un aspecto del que solamente se conocían datos dispersos.
No obstante, a lo largo del siglo XX se fue avivando el interés por el tema, especialmente a partir de los años veinte y treinta, cuando el descubrimiento de las Glosas Emilianenses y la difusión de la «fazaña» de Ojacastro pusieron sobre la mesa pruebas que demostraban con seguridad que una modalidad del euskera, en concreto de tipo “vizcaino” u occidental, había sido empleada durante la Edad Media en los valles del Alto Oja y Tirón, con extensiones hacia otras áreas riojanas.
Portada del libro “El euskera en La Rioja. Primeros testimonios”.
Durante las siguientes décadas del mismo siglo, destacó la figura de Juan Bautista Merino Urrutia, que dedicó buena parte de su vida a recolectar y divulgar amplias listas de toponimia riojana, mediante las cuales intentó demostrar que este idioma había sido utilizado en todo el territorio, y que debía de provenir de tiempos bastante antiguos, seguramente prerromanos.
Tales afirmaciones produjeron a veces cierta sorpresa, cuando no incredulidad, hasta el punto de que una larga lista de autores elaboraron distintas explicaciones para explicar el fenómeno, en general con el denominador común del rechazo a adjudicar fechas remotas a la presencia de la lengua, argumentándose que durante los siglos de la reconquista cristiana de la región, capitaneada especialmente por los reyes navarros, pudieron establecerse en La Rioja familias de pastores y campesinos del ámbito alavés, que serían los que habrían producido este conjunto toponímico, perdiendo el conocimiento del euskera en muy pocas generaciones. Otros incluso fueron aún más lejos, asegurando que estos elementos solamente procedían de simples fenómenos de infiltración léxica y contactos, sin que nunca llegase a emplearse como lengua viva.
Esta dinámica, que todavía se mantiene en la actualidad, empezó a resquebrajarse a partir de los años 80 del siglo XX, cuando empezaron a surgir en el área riojano-soriana diversas inscripciones sobre piedra, en su mayor parte en estelas funerarias, atribuibles sin duda a la época romana. Uno de los aspectos más llamativos del conjunto fue el hecho de que la mayor parte de los difuntos presentaban apelativos de tipo netamente indígena, en muchos casos pertenecientes a una lengua desconocida, y que aportaban pistas muy valiosas acerca de la situación étnica antes de la conquista.
A fines de los noventa algunos autores se atrevieron a sugerir que estos elementos onomásticos tenían relación con la lengua vasca, o al menos eran comprensibles en parte mediante sus raíces y componentes. Lo más interesante vino con la llegada del nuevo milenio, que nos aportó nuevos antropónimos, entre los cuales se encontraba uno tan transparente como Sesenco, que los autores de su descubrimiento, asesorados por el profesor Joaquín Gorrochategui, asociaron correctamente con el euskera zezenko = “torito, novillo, toro joven”. Efectivamente, la estela en la que aparecía presentaba en su base el grabado de un toro, que simbolizaba al joven difunto, fallecido a los 20 años. Pronto la mayor parte de las obras de carácter divulgativo sobre la historia de la lengua vasca a nivel general incluyeron el conjunto onomástico riojano-soriano como prueba de la presencia desde mucho antes de la Edad Media del euskera en La Rioja, idea que, no obstante, siguió siendo combatida por los defensores de las teorías repobladoras.
Los últimos años no han aportado grandes novedades, por lo que se hacía de alguna manera necesario realizar una exploración sistemática de todos estos aspectos, incluso asumiendo los riesgos de plantear nuevas propuestas sobre un tema del que se sabe más bien poco, y que se presta a teorías de corte diverso.
Dada la ausencia de textos de cierta extensión, El euskera en La Rioja como tal se centra en el análisis de todo el conjunto de restos de tipo indirecto (toponímicos, onomásticos, teonímicos, etc) de época anterior al siglo VIII d.C. que podemos documentar en territorio riojano con los medios actuales, junto a un repaso de los testimonios acerca de las poblaciones prerromanas que nos dejaron los escritores clásicos grecorromanos.
Estela funeraria con la palabra “Sesenco” grabada en ella.
De entre toda la “maraña” de información dispersa, parece muy razonable extraer la conclusión de la presencia como lengua viva de una modalidad arcaica del euskera sobre suelo riojano, incluso desde época prerromana, que continuaría en época medieval, y que habría dado lugar al enorme conjunto toponímico, onomástico y léxico vasco-riojano moderno. Especialmente significativos son los indicios en las zonas oriental y meridional del espacio, siendo un poco más complejo establecer este hecho en el espacio occidental riojano, debido a que la mayoría de elementos susceptibles de análisis desde parámetros paleoeuskéricos de esta zona concreta presentan cierta ambigüedad, y serían también interpretables desde parámetros indoeuropeos. No obstante, en este ámbito (que en época medieval incluía poblaciones monolingües vascófonas) algunos testimonios de autores como Estrabón, que indicaron que el área había sufrido una invasión de poblaciones célticas, impuestas después como élite sobre una masa indígena de identidad diferente, parecen hacernos pensar que también allí debieron de existir grupos preindoeuropeos de habla protovasca.
De hecho, las teorías que tratan de explicar la presencia de componentes euskéricos por repoblaciones o meras infiltraciones de elementos aislados resultan ser bastante inconsistentes, ya que normalmente en otros espacios donde se sabe con seguridad que se asentaron poblaciones vascoparlantes, nunca se desarrollaron conjuntos toponímicos tan amplios y complejos, por lo que la sola presencia del denso tejido de nombres euskéricos de La Rioja Alta implica por fuerza la presencia de comunidades firmemente asentadas desde antiguo, y no simples grupos itinerantes.
Finalmente, la exploración de los restos riojanos plantea al instante el problema de las relaciones de la lengua vasca primitiva con las hablas ibéricas del oriente peninsular contemporáneas a ella, aspecto que se revisa a nivel de tentativa en el apéndice al final de la obra, sugiriéndose nuevas vías para el conocimiento y reconstrucción de las características que pudo presentar el euskera prerromano.
Resumiendo lo dicho, con la gran cantidad de datos disponibles en la actualidad, y pese a las muchas dudas que genera el tema, parece razonable considerar que en La Rioja se habló durante milenios un dialecto vasco similar al antiguo vizcaino-alavés, que en un principio habría estado presente por todo el territorio, reduciéndose su extensión especialmente a partir de la conquista romana, pero perviviendo quizás hasta fines del siglo XV en los espacios de mayor altitud sobre el nivel del mar, como el área de Ezcaray y las poblaciones del Alto Tirón.
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