Nuestra Pequeña Historia: Emigrantes del Puerto Viejo de Algorta. Carta de Chile (II de II)Escuchar artículo - Artikulua entzun

Olga LARRAZABAL SAITUA

Hay casos divertidos como el de mi tío abuelo Santi Saitua. Este señor fue a Chile dos veces. La primera porque no quería estudiar y la estadía le duró el tiempo que necesitó para darse cuenta de que ser emigrante sin profesión y sin vocación de comerciante no llevaba a ningún lado y se volvió, con algo de chatarra, me imagino. Ahí estudió y se recibió de Piloto, pero en 1905 en el País Vasco no había trabajo. Volvió a Chile, encontró empleo y se embarcó, naufragando en el Golfo de Penas, en el extremo sur del país, en aguas heladísimas y tierras deshabitadas con escasas probabilidades de salvarse. Después de varios meses de desaparecido llegó a Santiago, de mendigo pidiendo limosna en la casa de mi abuelo muerto de la risa y disfrutando muchísimo del susto que les había dado. Ahí decidió trabajar en tierra, y mi abuelo le puso a él y a su cuñado chileno una fábrica de gaseosas para que enderezaran rumbo y se convirtieran en industriales respetables. A los seis meses quebraron porque el parcito se había tomado hasta el activo inmovilizado de la empresa y no precisamente en bebidas gaseosas. En ese punto Santi decidió que el capítulo de la emigración estaba superado, volvió a Algorta y aparentemente encontró empleo y navegó hasta su muerte en los años 30, siempre lleno de aventuras insólitas, naufragios, embarrancamientos y otras vicisitudes, teniendo hijos sumamente serios que se perpetuaron aquí y allá.

  Ani Larrazabal
Ani Larrazabal Francia 1939.
Pero el que podría llenar un culebrón completo es Augusto Bustingorri Líbano, nieto de nuestra tía bisabuela Francisca Ibarra Arteaga, una de las lenguas más irónicas del antiguo Puerto Viejo de Algorta, (lengua que se ha ido heredando junto con la propensión a los catarros), que en compañía de la Tuturrusca y la Ponchonchilla, otras dos beneméritas del lugar, le tomaron el pelo a medio mundo con una impertinencia exquisita. A la pobre tía Francisca no le salió nada bien en la vida, ni siquiera su nieto Augusto, que en vez de nacer con estrella, nació estrellado. “Pobre coitao, a ese con agua de bacalao lo han bautisao” dirían socarronamente las viejas del puerto. Las cartas de esa familia son tan tragediosas que su lectura le quitaba el buen humor a toda la familia.

Pobre Augusto, serio y melancólico, a él y a su esposa los mató la tuberculosis que contrajo él cuidando a un amigo en Bilbao. Yace en el Mausoleo de La Beneficencia Española de Santiago junto con su esposa, M.ª Luisa Basañes. No tuvieron hijos vivos, (me da la impresión de que el factor RH andaba haciendo de las suyas) y nadie ya lo recuerda, pero, misteriosamente, desde que yo les puse unas flores, el cuidador del Cementerio, que es borracho pero muy atento, decidió que era un ánima importante y les arregla la tumba. Esos pobres fueron los típicos representantes del fracaso. Una mala salud heredada de cientos de años de mar y neblinas, matrimonios equivocados, muchos hijos muertos al nacer o antes, desilusiones y una amargura crónica transmitida por generaciones de tragedias. Es decir, todos los ingredientes que pueden convertir la vida en un calvario. Pero, pensándolo mejor, me doy cuenta de que si se hubieran quedado en su tierra hubieran sido igual de desgraciados, porque el emigrar no cambia la personalidad que es a fin de cuentas lo que más influye en la felicidad y el éxito.

La rama de mi familia de la cual desciendo tuvo suerte considerando la dura vida que llevaban sus ancestros en Vizcaya; quizás ayudó el carácter alegre que lograron mantener en la adversidad y su gusto por la vida, quizás ayudó que Chile era un país amable, aislado y distante de los centros de poder donde se armaban las guerras. La parte más bella de su historia, es la relación que tuvo mi bisabuela del Puerto de Algorta, con su nuera (de familia chilena de 400 años y criada, como todos los criollos del siglo XIX, con muchos prejuicios contra los peninsulares a los cuales llamaban Godos en forma despectiva) y que es obra del amor que ambas sentían por la misma persona. Se escribían seguido y se trataban de Madre e Hija respectivamente, y esta correspondencia, que cayó en mis manos, creó un vínculo de familia tan fuerte, que cuando la rama de mi padre salió al exilio, todos llegaron a Chile a la casa de mi abuela chilena que acababa de enviudar de su esposo vasco y pudieron rehacer sus vidas con dignidad.

Mi abuelo Saitua que se vino a Chile a los quince años, en 1886, heredó un carácter jovial y bondadoso. A pesar de la dureza de la emigración, el país lo trató con afecto y él prosperó. Porque en aquel tiempo, el que llegaba por estos lados no tenía mucha esperanza de volver. Chile era una isla encerrada por los Andes al oriente, que se atravesaba en verano a lomo de mula, con alturas de 5000 metros divisando a su paso el Monte Aconcagua que tiene como 7000 m. El camino era la senda que tomaban los arrieros que desde tiempos antiguos llevaban ganado a Argentina, senda llena de acantilados y que desemboca en un valle cerca de Santiago. El desierto al norte, que ocupa más de 1000 Km y nos separa del Perú; el océano al poniente y la Antártica al sur. Difícil arrancarse. La construcción del Canal de Panamá a comienzos del siglo XX facilitó las comunicaciones, gracias a lo cual pudieron volver a visitar a su familia si es que habían juntado un poco de dinero para el pasaje, ya que ir, estar y volver era un cuento de por lo menos diez meses.

Gracias a Dios él lo pudo hacer y estuvo un año fuera, mientras nacía mi madre, y después mandó a su hijo, que iba a entrar a la Universidad a estudiar Ingeniería. Yo creo que estos viajes fueron las alegrías más grandes que esta buena gente del Puerto tuvo en sus vidas. Ver al hijo próspero y con gafas con montura de oro y reloj de esos con cadena, al nieto universitario, buen mozo y sobre todo cariñoso, era algo que superaba sus mejores sueños y pasados los años lo recordaban “cuando Juanito estuvo aquí con la abuela” y en las cartas dicen que la “abuela murió queriendo saber si a Juanito le había ido bien en los exámenes”. En este viaje mi tío Juan se convirtió realmente en vasco y sus hijos, nietos y bisnietos han vuelto a visitar Algorta con mucha ilusión, casi un siglo después.

Tres ramas de los Saitua
Tres ramas de los Saitua se juntan en Chile en 1939.

El abuelo trabajó bastante, tuvo un buen matrimonio y sus hijos y su mujer lo adoraban. Cantaba y repartía bastonazos en la misma proporción si era del caso, no se perdía la temporada lírica ni de teatro, leía mucho y de todo lo imaginable y participaba en todas las actividades de beneficencia de la colectividad. Tempranísimo compró un automóvil, que manejaban sus hijas y siempre buscaba parajes nuevos para conocer, ya que le encantaba la aventura. Amigo de medio mundo, acogió y protegió a sus parientes que emigraron posteriormente, y también a otros que no eran parientes.

A los inicios de su matrimonio, viendo que su esposa chilena no sabía cocinar y siendo él gran gozador de la comida, contrató una cocinera no sé si vasca o asturiana para que le enseñara, y ella, que era muy lista se convirtió en una maestra del tema y así aseguró la paz del hogar. Y todos los nietos conservan el recuerdo de lo bien que se comía en esa casa, de la salsa del pulpo y de los chorizos, de las salsas de pimiento y tomate que mi abuela ponía en conserva; y sus nietas, químicas, economistas, o lo que sean consideran este aspecto de vital importancia y cocinan con gracia, gusto y con mucho pimiento.

Han pasado 4 o 5 generaciones y estos Saitua chilenos se siguen sintiendo muy vinculados con el País Vasco aunque tengan mucho más ancestros chilenos que vascos, tanto así que sobrinos míos del lado chileno, han sido txistulari y dantzari en el Centro Vasco. Las vinculaciones afectivas que mantiene mi familia chilena con la vieja patria, tienen bastante que ver con la imagen de mi abuelo; para ellos el arquetipo de vasco es como era él y al estar su imagen sumamente idealizada también pasó a estar idealizada la imagen del pueblo vasco. ¡Poderosos los efectos del amor/odio que logran traspasar imágenes tan fuertes a través de las generaciones! Menos mal que éstas eran de amor.

Y así, en honor a este tema del amor, al gusto por la cocina y a los 120 años de la llegada de mi abuelo, organizaremos una gran fiesta, de la cual les mandaré una foto junto con el menú, para que coman con nosotros en forma virtual. Ah, y brindaremos por Uds. porque si algo han plantado los vascos en Chile ha sido viñas y de muy buena calidad.

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