Nuestra Pequeña Historia: Emigrantes del Puerto Viejo de Algorta. Carta de Chile (I de II)Escuchar artículo - Artikulua entzun

Olga LARRAZABAL SAITUA

Querida tribu:

Hoy quiero contarles mi versión de la historia de un clan que se formó a partir de una bellota del Árbol de Gernika que fructificó en Chile. Partió del Puerto Viejo de Algorta en el siglo 19, cuando todavía se navegaba a vela y pocos niños sobrevivían la infancia. ¿Por qué quiero contarles esta historia? Porque “ustedes”, como decimos los americanos en vez de ”vosotros”, son mi tribu de procedencia, son mis primos desconocidos y son objeto de mis afectos más entrañables.

Mi vinculación por el País Vasco empezó en la niñez. Rodeada de refugiados de guerra que masticaban incansablemente el destino que los había llevado lejos de su patria, rodeada de un idioma hablado con un acento extraño al país donde vivía, invadida por los miedos y añoranzas provocados por el exilio en mis mayores y transmitida sin recato a los descendientes, el País Vasco pasó a ser un lugar mitológico y verde, amable, conocido y desconocido a la vez, pero siempre ansiado.

Francisca Saitua  
Francisca Saitua de Larrazabal 1914 en Matanza, Cuba.
La música vasca llenó mi infancia y un año que pasé en Algorta de pequeña, me dio la vinculación de familia, esa que dura para toda la vida. Pero siempre me he preguntado; ¿Qué es lo que realmente me une a gente que ni conozco? No lo sé, pero al ver una iglesia en Getxo, restaurada por un tío mío, constructor, que tenía grabados los nombres de los antiguos caseríos del lugar y que correspondían a todos mis apellidos, me dio la impresión de que el suelo que estaba pisando estaba formado por los huesos de mis ancestros, y me bajó un afecto profundo por esa tierra, y todas las historias de la familia empezaron a ser mi historia, como si todos los de la misma tribu estuviésemos unidos por una cadena de recuerdos y de lealtades en una memoria colectiva. Con el tiempo esta memoria pasó a ser un espacio atemporal en que todos existimos simultáneamente a través de nuestras leyendas y mitos, nuestras fotos y nuestros escritos y ese espacio está conectado con el de la comunidad que nos dio origen. Así las pequeñas historias de mi familia son también parte de la historia del país de donde vinieron. Las historias de los emigrantes que han abandonado la tierra de los ancestros no deben perderse por muchas razones, siendo una de ellas porque enriquecen la experiencia colectiva al incluir comunidades geográficamente lejanas sólo vinculadas en lo afectivo, haciendo de la experiencia singular un patrimonio de una comunidad. Porque a los jóvenes de ahora repletos de bienestar, esos que nunca saben de dónde sale el dinero para sus vidas, les haría estupendo conocer que la comunidad en que viven no sólo se construyó a lomo de los que se quedaron sino también de los que se fueron, que mandaban sus ahorritos para levantar las hipotecas del caserío, para pagar la educación de los hermanos que se quedaron o para alimentar a la familia después de la guerra. Y algunos cedían sus herencias, su derecho a volver a la casa paterna a otros, por el afecto que se tenían, por lo importante que era la familia.

Y a los que se fueron también les hace bien saber de las penas y alegrías de los que se quedaron y tratar de comprender los rumbos históricos tomados y a través de la distancia, los motivos de sus acciones, que a veces no se entienden porque se conocen sólo a través de los periódicos.

¡Cuántos vascos murieron en la mar! ¡Cuántos murieron en la tercera clase de algún barco olvidado de algún país distante, tratando de lograr un poco de fortuna para enviar a sus padres, ya que alguna guerra estúpida de esas que nunca faltan, había destruido todo! ¡Cuántos fueron enviados siendo niños a tierras extrañas por padres desesperados que pensaban que cualquier cosa era mejor que vivir lo que ellos estaban viviendo! Porque Europa, ahora llena de bienestar, fue siempre un hervidero de guerras y de miseria que mandó a millones de personas al exilio económico. Y esta es la parte de la historia que sólo aparece en los libros como una estadística, a las que hay que rellenar de carne y espíritu para que tenga vida y nos cuente su verdad. Reviso la correspondencia de 120 años, miro los rostros en los centenares de fotos que he heredado y éstos me hablan, toman personalidad y los siento cercanos, como amigos. Las cartas dejan ver un estilo de vida duro en que la enfermedad y el invierno andaban de la mano con la muerte y la depresión económica. Ahora más que nunca me lleno de simpatía por ellos, admirando el que todavía tuvieran sentido del humor para reírse de muchas cosas, y por su sana capacidad de olvido.

Ellos olvidaban todo lo feo de su patria de origen, o lo tomaban a la broma para no solemnizarlo y así transmitieron una imagen bella y amable. Creo que eso es lo que los psicólogos llaman Resiliencia, o algo por el estilo, y que es la capacidad que tienen algunas personas, que a semejanza de los metales pueden volver a tomar su forma primitiva a pesar de flexiones, y torsiones y salir adelante. Y esta propiedad pasa por una suerte de alquimia de olvido que transmuta lo malo en bu

eno.

Mi familia está llena de esta alquimia, de historias y canciones de alegrías y de penas. Los zortzikos del siglo 19, planteaban muy bien esto de las penas y ansias de los emigrantes. Hay uno especialmente triste que siempre me impresionó mucho, es aquel que dice:

Hermosa patria mía, donde feliz nací,
Jamás olvido el día, que me ausenté de ti;
Solo y abandonado, sin dicha y sin amor,
Todo cuanto he soñado, se convirtió en dolor.

Y así sigue,

terminando con un:

Tristes los que vivimos, siempre agobiados por el sufrir,
Saber donde nacimos, pero ignorando donde morir.

  Raquel Saitua Toledo
Raquel Saitua Toledo.
¿Alguien se acordará de esta canción o se habrá ya desvanecido en la memoria colectiva? Recuerdo a mi tía Ani, con su vocecita de soprano y unos lagrimones cayendo mientras cantaba, pero a mí este canto desgarrador me producía pesadillas. Tuve que ejercitarme mucho para aprender la alquimia que permite pasar por sobre estas imágenes y sin olvidarlas, poder vivir feliz. Quizás escribir es parte de este proceso.

Tenemos en la familia varios casos de tragedias de emigrantes. El mayor de los Larrazabal de Barrika, hermano de mi abuelo, naufragó en Chile mientras trabajaba como Capitán para la Cía Sudamericana de Vapores, ya que era marino y fue el único entre los 13 o 14 hijos que recibió una profesión de mis bisabuelos de Gambe, quizás con los dineros enviados de Cuba. Todos los hijos mayores habían tenido que emigrar ya que el caserío Gambe estaba hipotecado y arruinado por las guerras Carlistas. Ahí se acabó el dinero y ¡Ala!, a emigrar se ha dicho. En el año 1905 los capitanes y pilotos estaban sin trabajo o ganaban una miseria y este tío ofreció sus servicios en Chile con tan mala suerte que murió a poco andar.

Mi abuelo Antonio, el tío José, la tía Pachique y el tío Miguel se fueron a Cuba. Otra partió a Uruguay; dos o tres más a Filipinas donde murieron en el barco antes de llegar, víctimas de alguna plaga horrenda. Los que fueron a Cuba, fuera de pelearse a muerte, porque los Larrazabal eran peleadores y discutidores por naturaleza y desheredarse a través de los continentes (me imagino que de las magras tierras del caserío) lograron llevar vidas normales y felices. Bueno, normales y felices hasta que el cambio de rumbo del gobierno de la isla los obligó a bajar de peso y en ciertos casos usar la balsa para emigrar esta vez a Miami.

Otro, hermano de mi bisabuela del puerto viejo de Algorta, se consoló de las penas de la separación con una chica de color y dejó numerosa prole en Cuba de un envidiable color tostado y creo que después de 1898 fue a morir a su patria, soltero. (Es notable como los hombres en todas las épocas se recobran de las penas y a otra cosa mariposa…)

Nuestra Pequeña Historia: Emigrantes del Puerto Viejo de Algorta. Carta de Chile (II de II)

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