La
frontera entre blancos e indios en el sur argentino fue siempre
una zona de sucesos increíbles y de dudosos contornos. Allí
se confundían indios, blancos, criollos, gauchos y cautivos
aindiados; contrabando, robo y comercio; diplomacia y soborno; guerra
y política; historia y leyenda.
La divisoria entre la zona dominada por los blancos y aquella controlada
por las distintas tribus que poblaban la parte austral del territorio
se extendía -a mediados del siglo XIX- a través de
una línea imaginaria que unía el sur de la provincia
de Buenos Aires, el sur de la provincia de Santa Fe y la cordillera
de los Andes.
Poco a poco esa línea fue llevándose cada vez más
lejos, ganando terreno al indio, mediante conquistas militares,
negociaciones y poblamiento. Los vascos estuvieron en la primera
línea de ese esfuerzo, instalándose en los márgenes
del mundo blanco.
El punto culmine de avance de los criollos fue la denominada "Conquista
de Desierto", concebida y comenzada por Adolfo Alsina en 1876
y -debido a su muerte inesperada- continuada por Julio A. Roca en
1879 y 1880.
Paradójicamente, la mayor parte de ese territorio que se
denominaba "desierto" se convirtió en la pampa
argentina, las mejores tierras de cultivo de todo el planeta, cuna
del "granero del mundo" a comienzos del siglo XX. En la
gestación de esa revolución agrícola los vascos
también fueron, naturalmente, protagonistas.
Sangre vasca entre los criollos Sin embargo, su presencia en estas tierras se remonta mucho
más atrás en el tiempo. Los
vascos estuvieron en América desde los primeros siglos de
la Conquista (sin contar, naturalmente a los antiguos
navegantes, anteriores a Colón).
Fueron nutriendo a los criollos desde lo más hondo de su
personalidad y de su sangre como uno de los elementos constitutivos
iniciales.
Hoy día se puede encontrar en cualquier parte del centro
y norte argentino un poblador apellidado Aguirre -por poner sólo
un ejemplo- con rasgos básicos occidentales y piel mestiza.
Y que, en muchos casos, desconoce sus ancestros, perdidos en la
memoria histórica del poblamiento...
Entre los núcleos criollos de actuación más
destacada en las diversas etapas históricas de cada región
de la Argentina, por otra parte, existen muchas familias de origen
vasco, cuya genealogía no ha merecido un estudio en profundidad.
Es el caso de los Baigorria, un apellido extendido en todo el territorio
argentino, que responde a las características expuestas.
En particular existe un núcleo en San Luis -quizá
ligado por el parentesco- que aportó varios personajes a
la vida militar y política, como Juan Bautista Baigorria,
el soldado que ayudó a salvarle la vida al General José
de San Martín en la batalla de San Lorenzo; Antonio (o Antonino)
Baigorria (1835-1916), coronel del ejército de extensa foja
de servicios y Manuel Baigorria, que centra nuestra atención.
Manuel Baigorria Nació en la provincia de San Luis en 1809 y toda su vida
se dedicó a la milicia, hasta que murió el 21 de junio
de 1875 en su provincia natal. Según el historiador Alvaro
Yunque, tuvo una vida en la que "hay poco que novelar para
hacerla novela", durante la cual fue protagonista en el
enfrentamiento entre unitarios y federales en los años de
búsqueda de la organización nacional.
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Coronel Manuel Baigorria.
Fotografía: Archivo General de la Nación (Argentina). |
Ingresó a la vida militar desde muy pequeño y actuó
bajo el mando del General José María Paz -uno de los
principales jefes unitarios-. Peleando al lado de Luis Videla -líder
cuyano- cayó prisionero después de la batalla de Rodeo
Chacón en 1831; y merced a la acción de un soldado
no integró una caravana de prisioneros que iba directo al
fusilamiento.
Luego de esa derrota -algo que se tornaría una costumbre
en su vida- y ante un clima general adverso por el dominio de los
federales, tomo una decisión que establece un quiebre en
su vida: al poco tiempo de pasar los veinte años decidió
refugiarse en las tolderías de los indios ranqueles.
En ese momento ya tenía los antecedentes necesarios para
ser protagonista en las peleas por el control de territorio en la
región de Cuyo y en las provincias del centro del país,
de modo que establecido entre los indios no dejó de participar
en la vida del otro lado de la frontera, convocado por distintos
jefes.
Su vida en las tolderías le valió el apodo de "el
indio". De hecho se estableció tan bien que al tiempo
se convirtió en uno de los caciques principales; y de ese
modo no sólo tuvo mando sobre tropas blancas (otros refugiados)
sino sobre indios que pelearon bajo sus órdenes en las luchas
político-militares durante dos décadas.
Yunque lo describe como un "hombre de tan pocas letras
como muchas agallas". El valor lo demostró en toda
su acción militar, no siempre exitosa. En 1838 dirigió
una invasión al norte de Buenos Aires y sur de Santa Fe en
la que fue derrotado. En noviembre de 1840 participó en una
revolución en su provincia y nuevamente derrotado volvió
a su vida entre los nativos. Pero Baigorria era un hombre con tesón:
en abril de 1843 fue repelida una acción de 600 indios bajo
su dirección; y en 1845 junto a 900 indios y otros blancos
refugiados con él en las tolderías inició una
acción del otro lado de la frontera que fue vencida, mediante
un ardid, por un capitán con 160 hombres; que le pudo arrebatar
25.000 animales robados.
No es fácil imaginarse la fuerza de esas sangrientas invasiones
de cientos de indios que avanzaban contra la población blanca
a grito y lanza, matando hombres, secuestrando mujeres y animales
y pillando cuanto encontraban a su alcance.
Tampoco es sencillo hacerse una idea de la huida del malón,
en medio de gran estruendo. Resulta impactante pensar en la fuerza
arrolladora de cientos de indios a caballo y decenas de miles de
animales robados cruzando el desierto de regreso a las tolderías.
Por ejemplo, el 2 de octubre de 1843 llegaron a San Nicolás
1000 indios al mando de Baigorria que se replegaron con "gran
arreo" de animales. Según testimonios históricos,
de ese arreo se pudieron recuperar 20.000 cabezas, que naturalmente
no eran ni por asomo el total del ganado robado.
Los malones, tal como se llamaban estos avances, imponían
el terror en la frontera y fueron utilizados por Baigorria para
ayudar a sus políticos amigos.
Ciertamente las lealtades de este coronel no parecen haber sido
del todo estables. Durante años peleó del lado unitario
y al lado de los indios, que lo habían cobijado en su escape
de la vida blanca. Al regresar a la vida activa en el mundo cristiano,
después de la caída de Rosas en 1852, se olvidó
de su vinculación con los indios y, destinado a la frontera,
realizó varias campañas contra ellos. Del mismo modo
participó en los dos sectores enfrentados en ese entonces:
la Confederación y las fuerzas de Buenos Aires. El cambio
de bando se produjo cuando recibió la orden de ponerse al
mando de un antiguo enemigo personal, ex unitario acogido a un indulto
otorgado por el jefe federal Rosas.
En sus últimos años asesoró al General Julio
Roca, introduciéndolo en los secretos de la geografía
del desierto y las costumbres de los indios.
El heredero Al regresar al territorio blanco dejó un heredero, de
modo de perpetuar el apellido Baigorria en el dominio de la pampa.
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"El Ranquel", obra del pintor McGrich.
Fuente: Archivo General de la Nación (Argentina).
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Tal como se usaba entre los nativos, Manuel Baigorria fue padrino
de un indio al que se le puso el mismo nombre y al que se apodaba
"Baigorrita".
Darle el nombre a un sobrino implicaba ponerlo bajo su patrocinio
para toda la vida; que el sobrino pasara del dominio del padre al
del padrino, obligado a quererlo siempre, a respetarlo en todo,
a seguir sus consejos y a no combatir nunca contra él, bajo
pena de provocar la cólera del cielo.
Su sobrino cumplió su compromiso. Cuenta Lucio V. Mansilla
que al internarse en territorio ranquel y en una entrevista con
Baigorrita le dijo a este último que Manuel Baigorria "no
era buen hombre, que había sido mal cristiano y mal indio,
que a unos y a otros los había traicionado"; y que
la respuesta de Baigorrita fue que no desconocía sus razones,
pero que al fin era su padrino, que llevaba su nombre y que no podía
dejar de quererle.
Este cacique fue un gran jefe que defendió a su indios estoicamente
y murió en 1879 peleando contra las fuerzas nacionales. Lo
sucedió su hermano menor, llamado Luis Baigorria.
La guerra no era todo No todo era guerra y malón en la vida del coronel Manuel
Baigorria durante los años transcurridos en el desierto;
que pasó junto a otros blancos, con los que conformaba una
micro sociedad cristiana entre los indios.
Pese al aislamiento, se conservaban ciertas costumbres. Baigorria
se había construido un rancho de barro y paja en sitio lejano
de la toldería, donde conservaba sus "instintos civilizados"
y consagraba su interés a la lectura de los diarios que le
llegaban y que lo mantenían informado de la política
argentina. Allí tenía una pequeña biblioteca,
entre cuyos libros conservaba un ejemplar del Facundo de Domingo
Sarmiento, al que le faltaban páginas, y que era su lectura
favorita pues trataba de sucesos en los que él había
participado.
Cuenta Zeballos que el coronel "revelaba un fondo de primitiva
cultura, que no lo había abandonado y, sobre todo, el predominio
del habla paterna sobre la lengua araucana que, como es natural,
conocía perfectamente". De esos tiempos, Baigorria
dejó unas Memorias muy interesantes.
Se narra en los apuntes del teniente coronel Santiago Avendaño,
cautivo de los indios entre 1840 y 1847 -y que conoció y
trató a nuestro personaje- que en el grupo blanco "palpitaba
un patriótico amor a la bandera argentina, y el coronel Baigorria
hacía celebrar con pomposos ejercicios militares y fiestas
hípicas el aniversario inmortal del 25 de mayo de 1810 [...]
había una vaga tendencia al bienestar y los más importantes
vecinos construyeron ranchos regulares y espaciosos, donde hospedaban
a las visitas y se daban bailes, que a veces terminaban a cuchilladas
antes de aclarar el día [...] Había también
un núcleo de mujeres notables, que por su belleza y posición
eran el mosto de aquella sociedad transitoria y singular. Conocí
-cuenta Avendaño- tres esposas sucesivamente del coronel
Baigorria. La primera fue una arrogante y fina mujer, cautiva en
una mensajería en el año 1835, cerca de la Esquina
de Ballesteros, posta del camino de Rosario a Córdoba. Cuando
yo la conocí tenía treinta y cuatro años y
era una belleza, no solamente notable entre los indios, sino también
en las ciudades. Su blanca tez ya percudida, conservaba, sin embargo,
un espledor melancólico, que no habían podido marchitar
las hondas amarguras de la prisión salvaje. Era una artista
dramática muy aplaudida en el Plata que viajaba a Chile cuando
el infortunio se desplomó sobre ella. El coronel Baigorria
que había ido en la invasión salvó la vida
y el pudor de la artista. Le fue difícil lograrlo porque
los indios se sentían atraídos y avasallados por aquella
espléndida mujer [...] el coronel la tenía lujosamente
vestida, con el mejor paño de estrella que vendían
a los indios los pulperos de frontera, y adornada con las costosas
joyas de oro y plata que fabricaban los artistas indígenas
en las platerías famosas de las lagunas de Trapal y El Cuero.
Ella parecía indiferente a todo. Con el corazón yerto,
vegetaba tristemente, y murió en 1845, sin haber querido
revelar a nadie su nombre verdadero".
En la frontera todo era posible En las frontera también las identidades perdían
un poco sus contornos; y, en la mezcla de indios al servicio de
líderes políticos blancos, y de perseguidos políticos
blancos refugiados entre los indígenas, los historiadores
no parecen distinguir con precisión al Coronel Manuel Baigorria
y a su ahijado indio apodado "Baigorrita".
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General Lucio V. Mansilla, quien se entrevisto
con Baigorrita.
Fotografía: Archivo General de la Nación (Argentina). |
Zeballos dice que el coronel Manuel Baigorria "era de pequeña
estatura, magro de carnes y rico de músculos; cara redonda,
más bien pequeña que grande [...] procedía
sobre todo su apariencia indígena del pelo negro y duro,
y de su cara casi lampiña; pero la boca, nariz y pómulos
se ajustaban a las formas regulares del craneo blanco... [...] sus
ojos movedizos y pequeños, tenían coloración
extraña, no eran verdes, ni negros, no eran vivos ni apagados,
con un brillo indiferente y desabrido como el de una bolita de vidrio".
Esa descripción parece contradecir en parte su procedencia
blanca.
Cutolo, citando a Lucio V. Mansilla, dice que Baigorrita, el indio,
era "de talla mediana, predominando en su fisonomía
el tipo español. Sus ojos eran negros, grandes, redondos
y brillantes; su nariz respingada y abierta; su boca regular, labios
gruesos, barba corta y ancha. Tenía una cabellera larga,
negra y lacia y una frente espaciosa que no carecía de nobleza".
Lo que no parece tener sentido en tanto Baigorrita era indio, hijo
de indios; pero sucede que también existe una versión
que dice que era sobrino carnal del coronel.
Por cierto, algunos historiadores confunden, además, al
indio Manuel "Baigorrita" Baigorria y lo llaman Antonino
o Antonio Baigorria, que es el nombre de otro personaje originario
de San Luis de actuación militar destacada, como ya mencionamos.
El nebuloso ámbito de intercambio entre dos modos de vida
permitió que las fisonomías y las identidades se confundieran
y así quedaran para la historia. Que un blanco de apellido
Baigorria se convirtiera en cacique indio y al tiempo se lo describiera
con fisonomía indígena. O que un indio apodado "Baigorrita"
adoptara para el visitante una fisonomía europea.
En la frontera todo podía suceder. Y quizá no importa
que así fuera. El misterio alimenta la epopeya de los caciques
americanos con apellido vasco.
Bibliografía
. Baigorria, Manuel, Memorias, Buenos Aires,
Solar / Hachette, 1975.
. Cutolo, Vicente Osvaldo, Nuevo diccionario
biográfico argentino (1750-1930), Buenos Aires,
Editorial Elche, 1968, 7 tomos.
. Mansilla, Lucio V., Una excursión a
los indios ranqueles, Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1967, 2 tomos.
. Piccirilli, Antonio; Romay, Francisco; Gianello,
Leoncio, Diccionario histórico argentino, Buenos
Aires, Ediciones Históricas Argentinas, 1953,
6 tomos.
. Udaondo, Enrique, Diccionario biográfico
argentino, Buenos Aires, Imprenta y Casa Editora Coni,
1938.
. Yaben, Jacinto R., Biografías Argentinas
y Sudamericanas, Buenos Aires, Editorial Metrópolis,
1938, 5 tomos.
. Zeballos, Estanislao S., Callvucurá
y la dinastía de los Piedra, Buenos Aires, Hachette,
1954.
. Zeballos, Estanislao S., Painé y la
dinastía de los Zorros, Buenos Aires, Hachette,
1955. |
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Gonzalo J. Auza,
gonzalo@juandegaray.org.ar
http://www.juandegaray.org.ar/fvajg/docs/Gonzalo_J_Auza |