La importancia del aporte vasco en la constitución de la Argentina (1 de 2)

Gonzalo J. Auza
Gonzalo J. Auza

A comienzos del siglo XX un paseo por la playa de la Concha en Donostia era un calco de un paseo por las playas de Mar del Plata, la ciudad de veraneo de la clase alta argentina de la época. Quien dio esta referencia fue un Presidente de la Nación, hijo de italianos: Carlos Pellegrini. En 1905, luego de un viaje a Europa, contó sus experiencias en el País Vasco mediante una conferencia en la Sociedad Euskal Etxea de Buenos Aires: "Paseándome con mi compañera por la rambla que contornea el hermoso balneario de San Sebastián, veíamos sobre el arenal de la playa innumerables casillas de baño, que llevaban pintado en grandes letras el nombre de sus dueños. Desde el primer momento esos nombres llamaron nuestra atención y a medida que avanzábamos, nuestra sorpresa crecía [...] Los apellidos que veíamos desfilar eran: Arana, Aguirre, Iturraspe, Irigoyen, Elortondo, Iraola, Anchorena, Urquiza, Alzaga... y muchos otros; si parecía hecho a propósito; creíamos hallarnos en Mar del Plata, rodeados por toda la más distinguida sociedad porteña" ["porteño" es el gentilicio de Buenos Aires].

Es que, efectivamente, durante esos años en que la Argentina era la séptima economía mundial, quienes dirigían los destinos de este país eran los vascos. La "aristocracia del tarro", como la dio en llamar el escritor Francisco de Grandmontagne, aludiendo al gran número de familias descendientes de vascos lecheros. La elite local estaba conformada mayoritariamente -entre fines del siglo XIX y bien entrado el siglo XX- por los descendientes de los vascos que comenzaron a llegar a estas tierras al final del siglo XVII y que renovaron completamente la clase alta criolla.

Los vascos como eje de un cambio social: el dominio de la elite local
Entre los investigadores hay un mayoritario consenso para considerar el final del siglo XVII y el comienzo del XVIII como un período de inflexión entre dos épocas: aquella dominada por los criollos tradicionales, descendientes de los conquistadores de origen mayoritariamente castellano, mezclados con indios; y otra posterior dominada por los venidos del norte de la península ibérica: vascos, primero; y montañeses y gallegos, después.

Esta segunda época inició claramente un período de renovación completa de esta parte de América, tanto en lo étnico y social como en lo económico, cultural y político. Las familias criollas tradicionales –la elite local- de esta parte de los dominios españoles tendieron a desaparecer por varón y a conservarse por las mujeres, que se casaban con los recién llegados. En lo que fue una modalidad constante, los apellidos tradicionalmente castellanos empezaron a ser reemplazados por los apellidos vascos, sobre todo.

Del mismo modo, la propiedad de la tierra pasó a manos de nuevas familias de este último origen. Las consecuencias de estos cambios fueron profundas para la constitución y el futuro de la naciente Argentina. "A partir de estas fechas se renueva la clase dirigente por la aportación de vascos (los primeros en comenzar a llegar), santanderinos y gallegos y se blanquea la piel de la clase dirigente, diferenciándola de las clases populares, con las cuales compartían los ancestros del siglo XVI", señala el periodista, escritor y genealogista Narciso Binayán Carmona en su libro publicado en 1999, Historia Genealógica Argentina.

Esta renovación étnica de la elite determinó que dos siglos después la clase dirigente argentina en todas sus facetas tuviera un altísimo componente de apellidos vascos. "Los baskos son, en cierto sentido, los fundadores de la energía argentina [...] El número de los apellidos baskos es incalculable y casi no hay en este país un hombre descollante –sea en la política, en el arte, en las letras, en la fortuna, en la ciencia- que no lleve en su sangre algo de basko", señalaba el escritor Manuel Gálvez en una obra dedicada a este colectivo y publicada con ocasión del Centenario de la Independencia, en 1916: Los Baskos en la Nación Argentina (dos ediciones de lujo).

En la misma obra, se destacaba la alta participación de este pueblo en la construcción del país; bajo la firma de Francisco Antonio Barroetaveña, encumbrado dirigente político, se señala: "En la Argentina, más que las otras colonias de origen español, prosperan los rudos y honestos montañeses baskones; y por ello los vemos figurar dignamente entre los primeros pobladores, en el primer esfuerzo guerrero contra las invasiones inglesas, en la revolución de Mayo, guerras de la independencia, en la organización nacional, y en todas las etapas posteriores del país, figurando muchos descendientes de baskos y en primer fila, ya en la expansión económica, en la defensa armada del país, en la política, en las artes y en las ciencias, con un porcentaje muy superior a los demás grupos de orígenes extranjeros".

Los Baskos en la Nación Argentina (edición 1919).

Las familias vascas que llegaron entre el siglo XVII y el XVIII ya tienen, en muchos casos, más de nueve generaciones en América; e incluso llegan a las once o doce generaciones. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se siguen llamando a sí mismos "vascos"; lo que parece ser una constante. En la obra Los Baskos... citada anteriormente, José María Salaberría indicaba en 1916 que "tal grado de estimación alcanza esa raza privilegiada, que aquellos que poseen un apellido baskongado, aunque les venga su euskarismo de la tercera o cuarta ascendencia, continúan llamándose orgullosamente baskos, como si el pertenecer a esta raza fuese un timbre aristocrático". Esta característica perduró en el tiempo. Así es que hoy mismo Binayán Carmona dice que "acá se miró a los vascos con especial simpatía siempre".

La inmigración masiva
El primer arribo importante de vascos, a caballo de los siglos XVII y XVIII, duró quizá más de un siglo y tuvo una repercusión cualitativa muy trascendente en la constitución étnica y social argentina. Sin embargo, la mayor afluencia a estas tierras se produjo durante el período de la inmigración masiva entre mediados del 1800 y ya entrado el siglo XX. Esta "segunda" corriente inmigratoria de origen vasco realizó, también, un aporte fundamental al carácter social y a la cultura argentina, sobre todo por ser numéricamente alta (faltan estudios que permitan estimar con exactitud la cantidad de vascos arribados, pues se confunden bajo la denominación español y francés en los registros de arribo) y de destacada actuación en todos los campos, tal como el flujo anterior.

Lo cierto es que su carácter le permitió al vasco inmigrante integrarse de modo armónico en la idiosincrasia de la pampa argentina y esto le aseguró un venturoso futuro económico. La mayor parte de los recién llegados se integraron en el circuito económico asociado al agro, en sus diversas formas, y forman mayoritariamente parte de la clase media y alta argentina. Los vascos de la más remota inmigración ya eran propietarios a fines del siglo XIX de una gran parte de la pampa argentina. Los nuevos inmigrantes de este período finisecular también se integraron en ese circuito económico hasta llegar a ser, en una gran proporción de casos, propietarios de la tierra.

El típico vasco se llevó bien con el hombre de la campaña de Buenos Aires (la pampa cercana a la ciudad, antes de la conquista del desierto poblado por el indio). Su espíritu independiente era el más apto para el trabajo en el medio del desierto despoblado. Aceptó el vestido del gaucho dándole un toque personal con su boina y, con el paso del tiempo, esa boina se transformó en el símbolo del campo argentino. Trajo la pelota y se convirtió casi en deporte nacional, jugándose por doquier. Y así, gran cantidad de costumbres o formas verbales se incorporaron de modo transparente a lo argentino, al punto que hoy son elementos transparentes para cualquiera que no indague en los orígenes de tal o cual costumbre. Las simpatías y preferencias por los vascos fueron siempre notables en la Argentina. Se los contrataba de palabra, sin papel por medio. Y cumplían. Así, hoy en día casi no hay argentino que no conozca el dicho: "Palabra de vasco".

Las descripciones que se daban a comienzos del 1900, cuando la mayor parte de los que llegaron a la Argentina ya habían arribado y estaban establecidos, son elocuentes. El presidente Pellegrini decía en el discurso mencionado al comienzo: "Después de aquella inmigración vasca de los tiempos coloniales, cuya descendencia sobrevive hoy en nuestra mejor sociedad, hubo una segunda [...] esta segunda inmigración reproduce y confirma la acción de la primera y va en camino de perpetuar su influencia y marcar su honda huella en nuestra sociedad futura, por los mismo medios y cualidades"; y agregaba: "su honradez nativa, su resistencia a la fatiga, su carácter franco y dispuesto, le conquistan simpatías y preferencias donde quiera que se presenta".

Los primeros vascos en América
A pesar de lo señalado, la realidad es que la presencia vasca en estas tierras -que son las que más inmigrantes de éste origen han recibido en todo el mundo- no se inicia con los que comenzaron a llegar alrededor del 1700. Ya había vascos en esta región antes de este período, pero eran contados. Francisco de Aguirre, Pedro de Mendoza, Juan Ortiz de Zarate, Domingo Martínez de Irala, Juan de Garay, Ramírez de Velasco –por línea de varón era de una rama natural de la casa de Navarra-, por nombrar sólo a algunos de los más destacados conquistadores, tuvieron actuación en estas tierras desde los primeros años. También se puede citar a Pedro y Hernando de Zarate y Francisco de Argañaraz, todos componentes fundamentales del elemento conquistador. Ya en esa época el aporte de este pueblo fue sumamente considerable en esta parte del continente.

Del mismo modo, en la primera mitad del 1600 habían llegado los fundadores de familias como los Ibarguren, Araoz, Lavayen y Olea. En 1664 había diez vascos en Buenos Aires, según el padrón; sobre un total de la población blanca de todo el territorio de entre 4.500 y 6.000 personas (cifra de 1639). El académico Nicolás Besio Moreno calculó los habitantes de Buenos Aires para 1680 en 5.108 habitantes, de los cuales dos tercios serían españoles. Por lo tanto, los diez vascos correspondían a sólo el 0,3 por ciento del total de población europea estimada para esas fechas en la ciudad.

El comienzo del proceso de llegada de los vascos a esta región de América contó entre otros a Francisco Pascual de Echagüe, de Artajona, Navarra, que ya estaba en Buenos Aires en 1680, con 31 años, según señala Binayán Carmona. Del mismo modo este autor señala a Juan Echenique, de Vera del Bidasoa, que se casó en 1684 en Córdoba; hacia 1690 a Antonio de Alurralde, de Andoain, Gipuzkoa, que se instaló en Tucumán; Ambrosio de Alzugaray, de Hanarte en Navarra; y también en el mismo período los fundadores de las familias Allende, Igarzabal y Hereñú. "Todos tienen algo en común. Sus esposas no sólo pertenecen a la más alta aristocracia de la conquista, sino que son, también, herederas de primer nivel. (No necesariamente de fortuna pero siempre de distinción y de prestigio heredado)", indica Binayán Carmona.

Narciso Binayán Carmona.

Ya comenzado el 1700 llegaron de modo más fluido. Según detallan varios genealogistas: Isasmendi en 1726, Astigueta para la misma fecha aproximadamente, Usandivaras en 1727, Quintana en 1729, Basavilbaso en 1730, Lazcano en 1743, Iturbe en 1747, Azcuenaga y Gainza en 1749, Zavaleta en 1754, Gorriti en 1758, Irigoyen en 1759, Eguren y Vedia en 1761, Gurruchaga en 1763, Elía en 1766, Anchorena en 1768, Gomensoro y Gorostiaga un poco después. Zapiola en 1771, Agote en 1779, Alzaga y Achaval en 1780, Arana y Ezcurra en 1782, Elizalde en 1783, Urquiza en 1784, Iriondo en 1785, Garmendia y Zavalía en 1787, Unzue y Mujica en 1788, Belaustegui y Madariaga en 1790 Uriburu y Guerrico en 1792, Helguera, Olazabal y Zuviría en 1794, Quirno en 1799, Gondra en 1800, Durañona en 1801.

Salvo alguna excepción mínima, todos estos vascos se casaron con criollas y se incorporaron a la clase alta local.

Desde aquellos comienzos, la fuerza del aporte vasco ha sido tan arrolladora para la historia, la economía, la cultura, la política y la constitución étnica argentina que es inagotable la fuente de diversos aspectos que pueden considerarse para realzar su alcance.

Una presencia destacada en todos los ámbitos
Algunos números son impactantes: los vascos aportaron a la nación Argentina doce Presidentes de la Nación entre 1852 y la actualidad, 87 Ministros del Poder Ejecutivo y 299 gobernadores a lo largo de un siglo y medio (entre 1852 y 2000); además de innumerable legisladores nacionales y provinciales, cantidad de jueces, intelectuales, escritores, militares, empresarios, artistas, periodistas, académicos, deportistas, religiosos, etc. y dos premios Nobel (sobre un total de cinco): Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir Aguirre. Además, Carlos Saavedra Lamas, un tercer premio Nobel argentino, también tenía ascendencia vasca por varias ramas, como los Zavaleta, Otalora, Riglos y Larrazabal.

La geografía argentina –y sobre todo la pampa húmeda- está plagada de toponímicos vascos que honran a militares, estancieros y otros personajes destacados de la vida nacional. Las principales ciudades de la Argentina tienen un alto porcentaje de nombres vascos en sus calles. Tan considerable es la participación de lo vasco en la toponimia, que el ciudadano de a pie desconoce el origen de los nombres pues los confunde entre el resto. Esas marcas son sólo pequeños hitos que sirven para graficar una actuación muy destacada de este colectivo. Lo vasco y lo argentino se confunden en lo cotidiano.

Además de aportar a la edificación cultural del país, la misma cultura vasca ha sido motivo de difusión y estudio constante en este país.

El euskera se habla en la Argentina desde –como mínimo- la época de la inmigración masiva en el siglo XIX, momento en el cual se llegó a editar en el Río de la Plata una gramática castellana para enseñar ese idioma a los euskaldunes (1850). Posteriormente, el euskera se empezó a enseñar de modo constante e ininterrumpido desde mediados del siglo XX; aunque el primer curso se realizó en 1906 y de 1910 a 1932 fue una materia optativa del Colegio Euskal Etxea de Buenos Aires.

Las instituciones vascas comenzaron a surgir pioneramente a fines del siglo XIX. El Colegio San José, de los padres bayoneses, se creó en 1858 y es uno de los más prestigiosos de Buenos Aires. El Centro Vasco existente más antiguo del mundo es argentino: el Laurak Bat, que se constituyó en 1877. En 1904 nació, con importantes aportes de vascos acaudalados, la Asociación Cultural y de Beneficencia Euskal Etxea, que continúa su obra hasta el día de hoy. Asimismo, el Coro Lagun Onak, de destacada actuación, surgió en 1939. También es argentina la primer federación nacional de Centros Vascos (FEVA), que inició sus actividades en 1955. Actualmente la cantidad de centros alcanza en todo el país el número de noventa con alrededor de 15.000 asociados.

Las publicaciones ejercieron, también, un influjo constante en la difusión de la cultura desde los primeros tiempos: La Vasconia (luego denominada La Baskonia) se editó desde 1893 y hasta 1943. Además de esta famosa edición existieron numerosas revistas y diarios en diversos períodos. En Argentina, además, se publicaron por primera vez las obras completas de Sabino Arana en 1965, con gran lujo.

La inmigración política del siglo XX dio un impulso enorme a la difusión cultural, que alcanzó su punto máximo en las décadas del ’40, ’50 y ’60. Esos vascos, que llegaron en el período posterior a la guerra civil por la mediación del Comité Pro-Inmigración Vasca –un caso prácticamente único en el mundo-, hicieron un aporte fundamental, tanto desde lo institucional, como por medio de publicaciones y mediante su labor personal. La Editorial Vasca Ekin publicó desde 1941 un fondo editorial imposible de realizar en Euskal Herria en esos momentos. El Instituto Americano de Estudios Vascos nucleó una generación fundamental de intelectuales mediante su fructífera actuación desde 1943. El boletín de esta institución se publicó desde 1950 hasta 1993 y se convirtió en una referencia ineludible de lo vasco en la Argentina.

Es de destacar, también, que el gobierno vasco en el exilio tuvo una representación ininterrumpida en este país durante cuarenta años: entre 1938 y 1978. En ese mismo período algunos centros vascos fueron un foco político fundamental de la diáspora, en una época de gran efervescencia.

Estos son sólo algunos de los hitos de un proceso amplio de recuperación cultural e identitaria enriquecido con muchos aportes a lo largo de décadas.

Los vascos en el futuro argentino
En el inicio del siglo XXI los vascos con conciencia pueden esperar de su raza –como pedía Pellegrini hace un siglo- "que la misma marcada influencia que ha ejercido el vigor y la energía del euskaro en nuestro progreso material y desarrollo de nuestras industrias rurales, la ejerza también su nativa altivez y espíritu independiente, su energía, su franqueza y su honradez en la formación del carácter nacional, para que la sociedad argentina del porvenir no revele ese abolengo sólo por los apellidos, sino y principalmente por las sólidas cualidades de ese pueblo noble, simpático y fuerte".

Una Argentina nueva que quiere nacer de la profunda crisis actual se puede permitir soñar con esto. Aunque, ciertamente, Mar del Plata y Donostia hoy no puedan compararse.


Gonzlo J. Auza, gonzalo@juandegaray.org.ar
http://www.juandegaray.org.ar/fvajg/docs/Gonzalo_J_Auza

Euskonews & Media 182.zbk (2002 / 10 / 4-11)


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